Domingo XXXI Tiempo Ordinario. Ciclo A – La hipocresía es duramente reprochada por Jesús



P. Adolfo Franco, jesuita.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (23, 1-12)

Entonces Jesús habló tanto para el pueblo como para sus discípulos: "Los maestros de la Ley y los fariseos han ocupado el puesto que dejó Moisés. Hagan y cumplan todo lo que ellos dicen, pero no los imiten, porque ellos enseñan y no practican. Preparan pesadas cargas, muy difíciles de llevar, y las echan sobre las espaldas de la gente, pero ellos ni siquiera levantan un dedo para moverlas. Todo lo hacen para ser vistos por los hombres. Miren esas largas citas de la Ley que llevan en la frente y los largos flecos de su manto. Les gusta ocupar los primeros lugares en los banquetes y los asientos reservados en las sinagogas. Les agrada que los saluden en las plazas y que la gente los llame Maestro.

Lo que es ustedes, no se dejen llamar Maestro, porque no tienen más que un Maestro, y todos ustedes son hermanos. No llamen Padre a nadie en la tierra, porque ustedes tienen un solo Padre, el que está en el Cielo. Tampoco se dejen ustedes llamar Guía, porque ustedes no tienen más Guía que Cristo. El más grande entre ustedes se hará el servidor de todos.

Porque el que se pone por encima, será humillado, y el que se rebaja, será puesto en alto."

Palabra del Señor


El fariseísmo, la hipocresía es duramente reprochada por Jesús.

Este capítulo 23 del Evangelio de San Mateo es el reproche más fuerte que Jesús hace en el Evangelio a los fariseos. La lectura de hoy recoge sólo una parte de toda esta enseñanza. Pues es lo que pretende el Señor, enseñar.

Y les reprocha a los fariseos las siguientes actitudes: Ellos dicen una cosa y hacen otra. Atan cargas pesadas para los demás, y ellos se sienten dispensados de tomarlas sobre sí. Todo lo que hacen aparentemente bien, lo hacen para que la gente los vea. Les gustan los sitios de honor, las reverencias, los títulos, las distinciones.

Aparte de que es una descripción de muchas conductas actuales, es bueno entrar en este tipo de mentalidades y comportamientos, para ver qué hay en el fondo.

Además de un infantilismo notable, y por tanto falta de madurez, hay un egoísmo y una vanidad muy grandes, que colinda con el delirio. Ahí no hay amor. ¿Es posible que una persona con estos comportamientos sea un adorador de Dios? ¿Le puede adorar en espíritu y en verdad? ¿Hay verdadero amor en un corazón lleno de esas quimeras de importancia y de vanidad?

Y yendo a lo primero: no hacen lo que dicen. O sea, tienen dos medidas: una que se aplican a sí y otra que aplican a los demás. Mucha exigencia al juzgar a los demás, y a sí mismos se juzgan con suavidad. La comprensión la aplican a sí mismos, no a los demás. Y la tremenda inconsecuencia entre lo que predican y lo que viven, indica una falsedad tremenda de vida. Un ser así no es auténtico. Y además es duro con los demás. Un corazón entregado a Dios no puede ser falso, no puede ser duro e injusto. Y eso es lo que vamos a descubrir en el subsuelo de los fariseos, que les falta lo esencial del culto a Dios, que es el amor y la misericordia. Ese es el problema fundamental del fariseo, que vive una religión, en la que la entrega humilde a Dios, el amor incondicional y sin límites, no tienen cabida.

Cuando las “formas religiosas” ocupan el lugar de la donación total, se está transformando la religión en fariseísmo. Y hay una sustitución sutil, casi imperceptible: se quita la imagen de Dios y se la sustituye por la propia imagen. El fariseo es un ser que fundamentalmente se adora a sí mismo. Y por eso se convierte en legislador exigente: ellos desde el trono donde se han colocado, ponen exigencias fuertes sobre los demás, pero ellos se consideran exentos, están por encima de toda obligación. Miran a los demás desde la altura.

Y por eso mismo, porque han sustituido a Dios por la propia imagen, necesitan revestirse de importancia. Exhiben sus obras, para que vean los demás cómo son. Y qué pobres son las obras que van revestidas de semejante vanidad, son como esos frutos que cuando se abren se nota que eran sólo cáscara. Orar, para que me vean ¿se puede llamar a eso oración? Hacer un servicio y después contarlo, para que se sepa lo bueno que soy ¿eso es servir? La religión de estos tales va desapareciendo detrás de la vanidad y del humo.

Y por eso se consideran los llamados a los primeros puestos y a los títulos: ningún homenaje es suficiente para aquel que se considera a sí mismo el centro del universo. Necesitan acaparar alabanzas e incienso: el fariseo tiene una vocación frustrada de “dios”, con minúscula, tan minúscula como el espíritu de los fariseos.

Es un peligro en la vivencia de nuestro cristianismo. Cuando desaparece el amor y vamos dejando sólo unas prácticas más o menos frecuentes, cuando no somos adoradores de Dios en espíritu y en verdad, como le enseña Jesús a la samaritana, cuando esto sucede volvemos a reeditar el fariseísmo.


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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

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