P. Ignacio Garro, jesuita †
5. EL CREDO
Continuación
5.12. PASION, MUERTE Y SEPULTURA DE CRISTO
5.12.1. La pasión del Salvador
Está referida en Mt. 6, 26-; Mc. 14, Lc. 22 y Jn. 18
La pasión tuvo lugar en Jerusalén, capital de Judea. En aquel entonces, provincia del Imperio romano, gobernada por Poncio Pilatos.
Empezó por la oración del Huerto. Allí a la vista de los innumerables pecados de los hombres, de los pavorosos tormentos que lo esperaban, y de la inutilidad de sus sufrimientos para muchos, sufrió Cristo congoja y aflicción tan acerba, que le sobrevino un sudor de sangre, y cayó en agonía como un hombre que va a morir.
Luego Judas, traicionándolo, con un beso, lo entregó a sus enemigos. Estos se apoderaron de El y lo llevaron atado como un criminal a casa del gran Sacerdote Caifás.
Cristo compareció a cuatro tribunales: dos religiosos, presididos por Anás y Caifás, donde estaban reunidos los príncipes de los sacerdotes y los escribas (doctores de Israel); y dos civiles: el de Pilatos, gobernador de Judea, y el de Herodes, gobernador de Galilea, a quien lo remitió Pilatos, al saber que Cristo era galileo.
Cristo sufrió toda suerte de oprobios y sufrimientos; fue abofeteado, escupido, tratado como rey de burlas, y paseado por las calles como loco. Por orden de Pilatos fue azotado y coronado de espinas. Luego Pilatos lo condenó a morir, no por creerlo culpable, sino por miedo al pueblo judío que le gritaba: -"Si perdonas a éste, no eres amigo del César" Un. 19, 12).
A) Suplicio de la Cruz
La Crucifixión del Señor se verificó en el calvario. Cristo llevó sobre sus hombros la pesada cruz y varias veces cayó en el camino por su mucha extenuación. Al llegar al Calvario lo desnudaron de sus vestiduras, y tendiéndole sobre la cruz, clavaron sus manos y sus pies con gruesos clavos y lo elevaron en alto.
Tanto entre los romanos como entre los judíos, la cruz era el suplicio más cruel e ignominioso reservado a los criminales vulgares. Cristo quiso padecerlo, para someterse a la mayor afrenta y humillación.
Pero desde que murió Cristo en ella, la Cruz se tornó en objeto de amor, de gloria y de bendición. De amor, porque es el motivo que llevó al Señor a la muerte; de gloria, porque gracias a ella alcanzamos la gloria del cielo; de bendición, porque es fuente de innumerables gracias para el cristiano.
"La cruz sobre el Calvario, por medio de la cual Jesucristo ( ... ), deja este mundo, es al mismo tiempo una gran manifestación de la eterna paternidad de Dios, el cual se acerca de nuevo en él, a la humanidad, a todo hombre, dándole al tres veces santo Espíritu de Verdad" (Juan Pablo II, Enc. Redemptor hominis, núm. 9)
B) Sufrimientos de Cristo
Jesucristo padeció múltiples e intensos sufrimientos:
1°. Todo su cuerpo fue cruelmente herido
La cabeza, con la corona de espinas, las manos y los pies traspasados con clavos; la cara, por las bofetadas y escupitajos; todo el cuerpo por la flagelación. Sufrió en el sentido del gusto por la hiel y el vinagre que le dieron; el olfato, pues el Gólgota era un lugar de calaveras; el oído, por las blasfemias y las burlas, la vista, al ver a su madre y al discípulo amado, llorando.
Los sufrimientos físicos de su pasión, fueron sumamente intensos y crueles:
- La flagelación; que ordinariamente se realizaba con varas espinosas y garfios de hierro, era dolorosísima; la piel se entumecía al principio, después se desgarraba y por último los azotes caían sobre la carne viva y despedazada;
- La coronación de espinas; eran fuertes y agudas, que penetraron hondamente en su santa cabeza;
- El nuevo desgarramiento de su carne que suponía quitar los vestidos para la crucifixión; como estaban adheridos a la carne, al separarlos se abrían cruelmente todas las llagas; así permaneció a la intemperie de los elementos durante las tres horas de crucifixión;
- El enclavamiento en la cruz; fue suplicio de inconcebible dolor: los clavos al penetrar sus manos y sus pies desgarraron sus nervios y tendones y separaron sus huesos;
- La crucifixión: permaneció varias horas en cruz, posición de suyo muy dolorosa; soportó todo el peso de su cuerpo en sus manos y pies taladrados, sin poderse mover, ni valer en ninguna forma, pues tenía impedidas de movimiento hasta sus manos;
- La sed: causada por todo el desgaste físico y por sus muchas heridas y pérdida de sangre. Para el que tiene heridas el mayor de los tormentos es el de la sed; también lo fue para Cristo.
2°. Padeció de todo aquello en lo que el hombre puede sufrir
Además de los acervos dolores físicos, sufrió traición de un discípulo, el abandono de los amigos, la negación de Pedro; padeció por las blasfemias pronunciadas en su contra; en su honor y gloria por las burlas y vilipendios en el proceso y en la misma muerte; en las cosas que poseía, fue de ellos despojado y, por último, en los dolores de su espíritu: la tristeza, el tedio y el temor.
3°. Padeció de todo tipo de hombres
De gentiles y judíos, de hombres y mujeres, de poderosos y plebeyos, de conocidos y desconocidos.
Santo Tomás de Aquino, apoyándose en el texto de Isaías que dice "Mirad y ved si hay dolor como mi dolor" (Isaías 1, 12) explica por qué el dolor físico y moral de Cristo ha sido el Mayor de todos los dolores:
1) Por las causas de los dolores: el dolor corporal fue acerbísimo, tanto por la generalidad de sus sufrimientos (según dijimos arriba), como por la muerte en la cruz.
El dolor interno fue intensísimo, pues lo causaban todos los pecados de los hombres, el abandono de sus discípulos, la ruina de los que causaban su muerte y, por último, la pérdida de la vida corporal, que naturalmente es horrible para la vida humana natural.
2) Por causa de la sensibilidad del paciente: el cuerpo de Cristo era perfecto, óptimamente sensible, como conviene al cuerpo formado por obra del Espíritu Santo. De ahí que, al tener finísimo sentido del tacto, era mayor el dolor. Lo mismo puede decirse de su alma: al ser perfecta aprendía efícacísimamente todas las causas de la tristeza.
3) Por la pureza misma del dolor: porque otros que sufren pueden mitigar la tristeza interior y también el dolor exterior, con alguna consideración de la mente, Cristo en cambio no quiso hacerlo.
4) Porque el dolor asumido era voluntario:
Y así, por desear liberar de todos los pecados, quiso tomar tanta cantidad de dolor cuanto era proporcionado al fruto que de ahí se había de seguir.
Y de estas cuatro razones, concluye el Santo, se sigue que el dolor de Cristo ha sido el mayor de cuantos dolores ha habido (cfr. S. Th. III; q. 4 6, a. 6)
La meditación de los padecimientos de Cristo, es en extremo útil para el cristiano. En ella se formaron los santos, y tiene la ventaja de ser un libro en que todos, aún los más ignorantes, pueden leer. Allí viendo cuánto nos amó Cristo, nos es fácil encendernos en su amor: "¿Quién no amará al que nos amó de tal manera? (cfr. Adeste laderas).
Los santos -me dices- estallaban en lágrimas de dolor al pensar en la pasión de Nuestro Señor. Yo, en cambio... Quizá es que tú y yo presenciamos las escenas, pero no las "vivimos" (Josemaría Escrivá de Balaguer, Vía Crucis, VIII, I).
C) La muerte de Cristo
Cristo en la Cruz permaneció aproximadamente tres horas, desde el mediodía hasta las tres de la tarde, al cabo de las cuales entregó su espíritu al Padre.
Estando en la cruz, pronunció siete palabras. La 1a. fue en favor de sus verdugos y de los pecadores: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen" (Lc. 23, 24). La 2a., una palabra de salvación para el buen ladrón. Este, arrepentido, le dijo: "Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino" (Lc. 23, 43) y el Señor le contestó: "En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso". La 3a., para dejarnos a Maríacomo nuestra Madre. "Mujer, dijo Jesús a María, señalándole a Juan, y en la persona de Juan a todos nosotros: "Ahí tienes a tu hijo- y luego a San Juan: "Ahí tienes a tu madre" (Jn. 19, 27). La 4a. fue un hondo clamor hacia su Padre: "Dios mío, Dios mío ¿por qué me has desamparado? (Mt. 27, 46). La 5a., una manifestación de la sed que lo devoraba: "Tengo sed" (Jn. 19, 28). La 6a., el anuncio de que la redención estaba consumada: "Todo está consumado" (Jn. 19, 30). La 7a., para encomendar su espíritu al Padre: "Padre mío en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc. 23, 46).
Estas últimas palabras las dijo con un gran esfuerzo de su voz, y luego inclinando la cabeza, expiró.
Varios prodigios se verificaron a la muerte de Jesús: el velo del templo se rasgó; el sol se eclipsó; tembló la tierra; hendiéronse las rocas; se abrieron varias tumbas y muchos muertos resucitaron y fueron vistos en Jerusalén. Todas estas manifestaciones de la naturaleza eran otras tantas pruebas de la divinidad de Cristo. Así lo comprendió el Centurión, quien bajó dándose golpes de pecho, y diciendo: "¡Verdaderamente Este era el Hijo de Dios!" (Mc. 15, 29).
La palabra INRI, que se coloca sobre el crucifijo está formada por las iniciales de las cuatro voces Jesús Nazareno, Rey de los judíos (en latín, Iesus Nazarenus Rex Iudeorum).
D) Su sepultura
Dos de sus discípulos, José de Arimatea y Nicodemo, con autorización de Pilatos, bajaron el sagrado cuerpo, lo ungieron con perfumes y lo ligaron con lienzos, a usanza de los judíos; y lo depositaron en un sepulcro nuevo, tallado en la roca.
Cristo quiso ser sepultado para que estuviéramos más ciertos de su muerte; y el hecho de su Resurrección fuera más patente y manifiesto.
En el sepulcro el cuerpo de Cristo no experimentó la más mínima corrupción, cumpliéndose la profecía de David: "No permitiréis que tu Santo experimente corrupción (Ps. 15, 10).
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