P. Ignacio Garro, jesuita †
5. EL CREDO
Continuación
5.5.6. EL PECADO ORIGINAL
5.5.6.1. Su naturaleza
El pecado de Adán no es exclusivo de él, sino que se transmite a todos los hombres. Se llama pecado original porque nos viene a consecuencia de nuestro origen.
Este pecado nos viene a consecuencia de nuestro origen, porque Adán era cabeza y fuente de todo el humano linaje. Adán, pues, con su pecado hizo que la naturaleza humana se rebelara contra Dios; y por eso, al nacer, recibimos la naturaleza humana privada de la gracia y del derecho al cielo.
"Creemos que todos pecaron en Adán pues, esta naturaleza humana caída de esta manera, destituida del don de gracia de que antes estaba adornada, herida en sus mismas fuerzas naturales y sometida al imperio de la muerte, es dada a todos los hombres; por tanto, en este sentido, todo hombre nace en pecado. Mantenemos, pues, siguiendo al Concilio de Trento, que el pecado original se transmite, juntamente con la naturaleza humana, "no por propagación ni por imitación", y que se halla como propio de cada uno" (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, n. 16).
5.5.6.2. Verdadero pecado, pero no es pecado personal en nosotros
El pecado original es verdadero pecado, pero no es en nosotros pecado personal.
1. Es verdadero pecado. Porque nos despoja de la gracia y del derecho al cielo. Por su causa nacemos "hijos de la ira", como nos dice San Pablo; esto es, privados de la justicia original (cfr. Ef 2, 3).
Para comprender mejor esta noción conviene tener presente la diferencia entre el acto de pecado y el estado de pecado. Pongamos por ejemplo un robo grave. El acto de pecado, o sea la misma acción de robar, pasa. El estado de pecado, o sea la privación de la gracia que el pecado produjo en nuestra alma, perdura hasta que el pecado se nos perdone.
Pues bien, tratándose del pecado original cabe la misma distinción. El acto fue cometido por Adán y pasó. Las consecuencias de ese acto, o sea la privación de la gracia y del derecho al cielo, perduran y afectan a todos sus descendientes.
2. Pero no es en nosotros pecado personal. Este pecado evidentemente es distinto en Adán y en nosotros.
a) En Adán fue pecado personal, cometido por un acto de su voluntad.
b) En nosotros no es cometido por un acto de nuestra voluntad, sino que nos viene sin quererlo, a consecuencia de nuestro origen.
Por lo mismo que no hay acto ninguno de nuestra parte en él, no hay tampoco nada positivo. En nosotros el pecado original es una simple privación, a saber, la privación de la gracia con que hubiéramos nacido si no viniéramos al mundo manchados con él.
5.5.6.3. Sus efectos
Por el pecado original, el hombre:
a) Nace despojado de los dones sobrenaturales, de la gracia y del derecho al cielo.
b) Se ve privado de los dones preternaturales y sometido a la ignorancia, la concupiscencia, los sufrimientos y la muerte.
c) Por último, su misma naturaleza quedó debilitada.
Así dice el Concilio de Trento: "Todo Adán por el pecado pasó a peor estado en el cuerpo y en el alma"
Una de las más desagradables consecuencias del pecado original es la inclinación al mal y la concupiscencia.
1o. El pecado disminuyó en el hombre la inclinación al bien. La inclinación a la virtud es natural al hombre, porque obrar conforme a la virtud, es obrar conforme a la razón; pero, después del pecado, tender a la virtud resulta difícil y costoso.
Sin embargo, es falsa la doctrina protestante según la cual la naturaleza humana quedó a tal grado corrompida, luego del pecado original, que ya es incapaz de obrar el bien. La fe católica indica que quedó herida, enferma, pero no corrompida.
2o. La concupiscencia -o inclinación al pecado - de suyo no es pecado. El Concilio de Trento condenó el error de Lutero, que confundía a la concupiscencia con el pecado original; y así el bautismo nos borra este pecado y nos deja la concupiscencia. Pero si es una de nuestras mayores mortificaciones y la raíz de mayor número de pecados. Preocupado por esa inclinación al mal exclamaba San Pablo "¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Rom. 7, 24).
a) No supone injusticia por parte de Dios
Dios no fue injusto en castigar a todos los hombres por el pecado de uno solo; en efecto:
lo. Si se trata de los dones sobrenaturales y preternaturales:
- No eran dones debidos a la naturaleza del hombre, sino sobreañadidos por pura bondad.
- Y Dios era libre de concedérselos bajo una condición. Y no cumplida ésta, pudo quitárselos sin injusticia. Ejemplo: Un maestro ofrece a sus alumnos un paseo si determinados discípulos se portan bien. Si ellos se portan mal, puede el maestro sin injusticia privar a todos del paseo.
- En fin, el pecado original puede privar de la felicidad del cielo; pero por el puro pecado original nadie se condena. Si se trata de niños que mueren sin bautismo, su destino es el limbo. Si de adultos, nadie se condena sin haber cometido una transgresión grave y voluntaria de la ley de Dios.
2o. Si se trata del debilitamiento que el pecado dejó en la naturaleza, tampoco obró Dios con injusticia, porque nos brindó medios muy propios para fortificarnos, y vencer la tendencia al mal.
Dios la remedia dándonos la gracia de que el pecado nos privó.
La gracia nos ayuda eficazmente en el vencimiento del mal y la práctica del bien.
b) Dogma y misterio
El pecado original es dogma de fe, definido por el Concilio de Trento, y expresado claramente en la Escritura.
Así dice San Pablo: "Como el pecado entró en el mundo por un solo hombre, y la muerte por el pecado, así la muerte ha pasado a todos los hombres, habiendo pecado todos en uno solo" (Rom. 5, 12). Consta, pues, que tanto el pecado como la muerte son efecto del pecado de uno solo.
Más el pecado original también es un misterio. Hay en él cosas que no podemos comprender, aunque tampoco enseña nada que contradiga de lleno la razón.
Por ejemplo, de Adán no recibimos sino el cuerpo; ¿Cómo es posible que se nos transmita el pecado, que reside en el alma? Contestan los autores que tal cosa no es imposible, como lo vemos en la ley de la herencia, pues con frecuencia los hijos heredan no sólo las cualidades físicas, sino también las intelectuales y morales de sus padres. Hay esta otra explicación, más fundamental: en razón del pecado de Adán, Dios crea para cada uno de sus descendientes el alma sin adornarla de la justicia original.
Por otra parte, el dogma del pecado original ayuda mucho a explicar la debilidad y malas inclinaciones del hombre, que de otra suerte quedan sin explicación satisfactoria.
5.5.6.4. Excepción al pecado original
Todos los hombres contraen el pecado original, con excepción de Nuestro Señor Jesucristo y la Santísima Virgen María.
- lo. Cristo no incurrió en él por derecho de naturaleza, ya que por su concepción milagrosa no estaba sometido a la triste herencia de Adán.
- 2o. La Virgen María tampoco lo contrajo, aunque ya no por derecho, sino por especial privilegio de Dios, que se llama su Inmaculada Concepción.
La Inmaculada Concepción de María consiste en que María por especial privilegio de Dios, y en previsión de los méritos de Cristo, desde el primer instante de su ser se vio adornada con la gracia. Se dice:
a) Por especial privilegio, porque María, como descendiente de Adán, hubiera debido contraer el pecado original; y, si no lo contrajo, fue por especial gracia o privilegio de Dios.
b) En previsión de los méritos de Cristo, porque María necesitó ser redimida, como los demás hijos de Adán. Sólo que en ella la redención fue más admirable: a nosotros nos levanta después de caídos en el pecado; a María no le permitió caer.
c) Desde el primer instante de su ser se vio adornada con la gracia, es decir, desde que su alma se juntó con su cuerpo, estuvo aquélla revestida de la gracia santificante.
5.5.7. LA PROMESA DEL REDENTOR
Los hombres, después del pecado de Adán, ya no podrían salvarse al no usar Dios de especial misericordia con ellos.
Pero Dios tuvo compasión del hombre caído, e inmediatamente después del pecado le prometió un Redentor.
Su oficio principal debla ser el de mediador entre Dios y los hombres, para levantar al hombre caldo y acercarlo de nuevo a Dios.
A nuestros primeros padres en el paraíso ya les dio la esperanza de un Salvador. Y a Abrahárn le hizo la siguiente promesa: En un descendiente tuyo serán benditas todas las naciones de la tierra (Gen. 22, 18).
En los mismos términos renovó la promesa de Isaac y luego a Jacob: "Serán benditas en ti y en el que nacerá de ti todas las tribus de la tierra". A Judá, hijo de Jacob le prometió: "El cetro no será quitado de Judá... hasta que venga el que ha de ser enviado, y éste será la esperanza de las naciones". Y a David le anunció también que de su descendencia nacería el Mesías (cfr. Gen 26, 4-28, 14-49,10)
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