P. Adolfo Franco, S.J.
DOMINGO DE RAMOS.
Entrada: Marcos 11, 1-10.
Cuando se aproximaban a Jerusalén, cerca ya de Betfagé y Betania, al pie del monte de los Olivos, envió a dos de sus discípulos con este encargo: «Id al pueblo que tenéis enfrente y, no bien hayáis entrado en él, encontraréis un pollino atado, sobre el que no ha montado todavía ningún hombre. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: ‘¿Por qué hacéis eso?’, decid: ‘El Señor lo necesita, pero lo devolverá en seguida’.» Fueron y encontraron el pollino atado junto a una puerta, fuera, en la calle, y lo desataron. Algunos de los que estaban allí les dijeron:
«¿Qué hacéis desatando el pollino?» Ellos les contestaron según les había dicho Jesús, y les dejaron. Llevaron el pollino ante Jesús, echaron encima sus mantos y se sentó sobre él. Muchos extendieron sus mantos por el camino; otros, follaje cortado de los campos. Los que iban delante y los que le seguían, gritaban:
«¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!»
Palabra de Dios.
Marcos 14, 1—15, 47.
Faltaban dos días para la Pascua y los Ázimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban cómo prenderle con engaño y matarlo.
Pero comentaban: «Durante la fiesta no, no sea que haya una algarada entre la gente.»
Estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, recostado a la mesa, vino una mujer que traía un frasco de alabastro con perfume puro de nardo, de mucho precio; quebró el frasco y lo derramó sobre su cabeza. Algunos de los presentes comentaban entre sí indignados:
«¿Para qué este despilfarro de perfume? Se podía haber vendido este perfume por más de trescientos denarios y habérselos dado a los pobres.» Y refunfuñaban contra ella. Mas Jesús dijo: «Dejadla. ¿Por qué la molestáis, si ha hecho una obra buena conmigo? Porque pobres tendréis siempre con vosotros y podréis hacerles bien cuando queráis, pero a mí no me tendréis siempre. Ha hecho lo que ha podido. Se ha anticipado a embalsamar mi cuerpo para el entierro. Yo os aseguro que dondequiera que se proclame la Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho, para que su recuerdo perdure.»
Entonces, Judas Iscariote, uno de los Doce, se fue donde los sumos sacerdotes para entregárselo. Al oírlo ellos, se alegraron y prometieron darle dinero. A partir de entonces anduvo buscando el momento oportuno para entregarlo.
El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le preguntaron sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de Pascua?» Entonces, envió a dos de sus discípulos con este encargo: «Id a la ciudad. Os saldrá al paso un hombre con un cántaro de agua; seguidle, y veréis que entra en una casa.
Decid entonces al dueño: ‘El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?’ Él os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para nosotros.» Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron tal como les había dicho, y prepararon la Pascua.
Al atardecer, llegó él con los Doce. Y mientras comían recostados, Jesús dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros, que está comiendo conmigo, me entregará.» Ellos empezaron a entristecerse y a preguntarle uno tras otro: «¿Acaso soy yo?» Él les dijo: «Uno de los Doce que moja conmigo en el mismo plato. Ciertamente el Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le habría valido a ese hombre no haber nacido!»
Mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió, se lo dio y dijo: «Tomad, éste es mi cuerpo.» Tomó luego una copa y, después de dar las gracias, se la pasó, y bebieron todos de ella. Y les dijo: «Ésta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba, nuevo, en el Reino de Dios.»
Una vez que cantaron los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos. Jesús les dijo:
«Todos os vais a escandalizar, pues está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas. Pero después de mi resurrección, iré delante de vosotros a Galilea.» Pedro le dijo: «Aunque todos se escandalicen, yo no.» Jesús le contestó: «Yo te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres.» Pero él insistía: «Aunque tenga que morir contigo, no pienso negarte.» Lo mismo dijeron todos.
Fueron a una propiedad, llamada Getsemaní, y dijo a sus discípulos: «Sentaos aquí, mientras yo hago oración.» Tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia. Les dijo entonces: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad.» Él se adelantó un poco, cayó en tierra y suplicaba que a ser posible pasara de él aquella hora. Decía: «¡Abbá, Padre!, todo es posible para ti; aparta de mí esta copa, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.» Volvió después y los encontró dormidos. Dijo entonces a Pedro: «Simón, ¿ya estás dormido?, ¿ni una hora has podido velar? Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.» Y alejándose de nuevo, oró diciendo las mismas palabras. Volvió otra vez y los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados. Ellos no sabían qué contestarle. Volvió por tercera vez y les dijo:
«Ahora ya poéis dormir y descansar. Basta ya. Llegó la hora. Sabed que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos! ¡Vámonos! Mirad, el que me va a entregar está cerca.»
Todavía estaba hablando, cuando de pronto se presentó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo armado con espadas y palos. Venían de parte de los sumos sacerdotes, de los escribas y de los ancianos. El que le iba a entregar les había dado esta contraseña: «Aquel a quien yo dé un beso, ése es; detenedlo y llevadlo con cautela.» Nada más llegar, se acercó a él y le dijo: «Rabbí», y le dio un beso. Ellos le echaron mano y le detuvieron. En esto, uno de los presentes, sacando la espada, hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le llevó la oreja. Jesús tomó la palabra y les dijo: «¡Habéis salido a detenerme con espadas y palos, como si fuese un bandido! Todos los días estaba junto a vosotros enseñando en el Templo, y no me detuvisteis.
Pero todo esto sucede para que se cumplan las Escrituras.» Todos lo abandonaron y huyeron. Detuvieron a un joven que le seguía cubierto sólo con un lienzo, pero él, dejando el lienzo, se
escapó desnudo.
Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote. Allí se reunieron todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas. También Pedro le siguió de lejos, hasta el interior del palacio del Sumo Sacerdote; y se quedó allí sentado con los criados, calentándose al fuego. Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno andaban buscando contra Jesús un testimonio para darle muerte, pero no lo encontraban. Eran muchos los que lo acusaban en falso, pero los testimonios no coincidían. Algunos, levantándose, dieron contra él este falso testimonio: «Nosotros le oímos decir: ‘Yo destruiré este Santuario hecho por hombres y en tres días edificaré otro no hecho por hombres.’» Pero tampoco en este caso coincidía su testimonio. Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y, poniéndose en medio, preguntó a Jesús: «¿No respondes nada? ¿No oyes lo que éstos atestiguan contra ti?» Pero él seguía callado y no respondía nada. El Sumo Sacerdote le preguntó de nuevo: «¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?» Jesús respondió:
«Sí, yo soy; y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del
cielo.»
El Sumo Sacerdote se rasgó las túnicas y dijo: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece?» Todos juzgaron que era reo de muerte.
Algunos se pusieron a escupirle; le cubrían la cara y le daban bofetadas, mientras le decían:
«Adivina.» Y los criados lo recibieron a golpes.
Estando Pedro abajo, en el patio, llegó una de las criadas del Sumo Sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, lo miró atentamente y le dijo: «También tú estabas con Jesús de Nazaret.» Pero él lo negó: «Ni sé ni entiendo qué dices», y salió afuera, al portal. Entonces cantó un gallo. Le vio la criada y otra vez se puso a decir a los que estaban allí: «Éste es uno de ellos.» Pero él lo negó de nuevo. Poco después, los que estaban allí volvieron a decir a Pedro:
«Ciertamente eres de ellos, pues además eres galileo.» Pero él se puso a echar imprecaciones y a jurar: «¡Yo no conozco a ese hombre de quien habláis!» Inmediatamente cantó un gallo por segunda vez. Pedro recordó entonces lo que le había dicho Jesús: «Antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres.» Y rompió a llorar.
Pronto, al amanecer, prepararon una reunión los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín. Y, después de haber atado a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.
Pilato le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Él le respondió: «Sí, tú lo dices.» Los sumos sacerdotes le acusaban de muchas cosas.
Pilato volvió a preguntarle: «¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan.» Pero Jesús no respondió ya nada, de suerte que Pilato estaba sorprendido.
Cada Fiesta les concedía la libertad de un preso, el que pidieran. Había uno, llamado Barrabás, que estaba encarcelado con aquellos sediciosos que en el motín habían cometido un asesinato. Subió la gente y se puso a pedir lo que les solía conceder. Pilato les contestó:
«¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?» (pues se daba cuenta de que los sumos sacerdotes lo habían entregado por envidia). Pero los sumos sacerdotes incitaron a la gente a que pidiesen más bien la libertad de Barrabás. Pilato insistió: «¿Y qué voy a hacer con el que llamáis el rey de los judíos?» La gente volvió a gritar: «¡Crucifícalo!» Pilato les dijo: «Pero ¿qué mal ha hecho?» Mas ellos gritaron con más fuerza: «¡Crucifícalo!» Pilato, entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás. Y a Jesús, después de azotarle, lo entregó para que fuera crucificado.
Los soldados lo llevaron dentro del palacio, es decir, al pretorio, y llamaron a toda la cohorte. Lo vistieron de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron. Después se pusieron a saludarle: «¡Salve, rey de los judíos!»; le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y lo sacaron fuera para crucificarlo.
Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, que volvía del campo y pasaba por allí, fue obligado a cargar con su cruz. Condujeron a Jesús al lugar del Gólgota, que quiere decir Calvario.
Le dieron vino con mirra, pero él no lo tomó. Lo crucificaron y se repartieron sus vestidos, echándolos a suertes, a ver qué se llevaba cada uno. Era la hora tercia cuando lo crucificaron. Y estaba puesta la inscripción de la causa de su condena: «El rey de los judíos.» Con él crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda.
Los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: «¡Eh, tú!, que destruyes el Santuario y lo levantas en tres días, ¡sálvate a ti mismo bajando de la cruz!» Igualmente los sumos sacerdotes se burlaban entre ellos, junto con los escribas, diciendo: «A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. ¡Es el Cristo, el rey de Israel!; pues que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.» También le injuriaban los que estaban crucificados con él.
Llegada la hora sexta, la oscuridad cubrió toda la tierra hasta la hora nona. A la hora nona gritó
Jesús con fuerte voz: «Eloí, Eloí, ¿lemá sabactaní?»,que quiere decir: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» Al oír esto algunos de los presentes, decían: «Mirad, llama a Elías.» Entonces uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofreció de beber, diciendo: «Dejad, vamos a ver si viene Elías a descolgarlo.» Pero Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró. Entonces el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba frente a él, al ver que había expirado de aquella manera, dijo: «Verdaderamente este hombre era hijo de Dios.»
Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de Joset, y Salomé, que le seguían y le servían cuando estaba en Galilea, y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.
Ya al atardecer, como era la Preparación, es decir, la víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro respetable del Consejo, que esperaba también el Reino de Dios, y tuvo la valentía de entrar donde Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús. Se extrañó Pilato de que ya estuviese muerto y, llamando al centurión, le preguntó si había muerto hacía tiempo; informado por el centurión, concedió el cuerpo a José. Éste compró una sábana y lo descolgó de la cruz; lo envolvió luego en ella y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca.
Finalmente hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro. María Magdalena y María la de
Joset se fijaron dónde lo ponían.
Palabra de Dios.
Empieza la semana santa y hoy es domingo de ramos.
Con este domingo, llamado litúrgicamente Domingo de Ramos, comienza la Semana Santa. Y para darnos tema de reflexión para toda la semana, la Iglesia nos pone hoy, como lectura del Evangelio, la narración que hace San Marcos de la Pasión del Señor.
Son páginas que deberían estar presentes en nuestra mente y en nuestro corazón, porque narran el hecho más importante, el acto de amor más grande, la esperanza más firme, para cada uno de nosotros. Para leerlas bien, deberíamos imaginar que cada página de esta narración está cruzada con un gran letrero rojo, que dice: Te amo. Nuestra vida tiene una maravillosa perspectiva y una salida hermosa, porque Cristo murió para salvarnos. Y esto que ocurrió hace casi dos mil años, es algo que sigue presente, porque sus efectos tienen duración eterna. Y lo que en la Pasión se narra es asunto nuestro, muy nuestro. Muchas veces dejamos de lado el pensamiento de la Pasión. Pocos cristianos tienen el valor de confrontar su vida con estos hechos de Cristo.
Habría que estar toda la vida dando gracias de que Alguien, Jesucristo, se hubiera acordado de nosotros, para sacarnos de la cárcel, para librarnos de la nada y del sin sentido, para darnos fuerza, ilusión, alegría. Y lo hizo con un desinterés total, por un amor que nos parece inaudito. Alguien que da su vida por mí, ¿cómo no voy a tenerlo presente y amarlo? ¿Cómo no intentar decirle mi agradecimiento y que esta deuda se la pagaré procurando vivir siempre de su presencia?
Hay que salir en estos días un tanto de lo cotidiano y vulgar de cada día, para darle a nuestros pensamientos una mayor profundidad y pensar en la dimensión religiosa de nuestra vida. Nuestra vida es más que esa rutina de levantarnos, comer, trabajar, descansar... ver pasar las hojas del calendario en monótona sucesión; nuestra vida es de hecho un diálogo con Dios: cada hora debe tener un sentido, un por qué: y el sentido sólo se lo puede dar Dios: la vida debería ser un continuo diálogo con Dios.
Por otra parte, al leer la Pasión de Cristo tenemos que pensar, cómo pone al descubierto, no sólo los errores y pecados de los hombres de aquel tiempo, sino también los nuestros propios, simbolizados en los de ellos.
Resulta increíble que los hombres de aquellos tiempos consideraran en serio reo de muerte al hombre más limpio, más inocente, que jamás ha habido, Jesucristo; el Hijo de Dios, es condenado por la justicia humana. Los cargos: Jesús es un sujeto peligroso porque atenta contra la Religión y contra el Estado.
El tribunal religioso piensa que Jesús es un peligro para la Religión que Dios reveló a Moisés. ¡Hasta qué punto el orgullo y el poder pueden cegar la razón! Pero no deja de ser monstruoso que a Jesús que es Dios mismo, los hombres más distinguidos lo califiquen de blasfemo. Lo que Jesús dice en las bienaventuranzas, en lo de amar al enemigo, en lo de salvar a los pecadores, les parece a esos hombres sensatos un discurso subversivo. ¡Cómo les incomodaba a los jefes religiosos de Israel el que Jesús hablase de una Religión en serio!. Tomarse a Dios en serio parece peligroso.
Por otra parte el tribunal civil recibe la acusación de que Jesús promueve levantamientos populares, le acusan falsamente de negar el tributo y la obediencia al César. Y a Pilatos le ponen en la siguiente alternativa: si no condenas a Jesús, eres enemigo del César, O Jesús o el César. No sabemos lo que pensaba Pilatos en su fuero interno cuando estaba lavándose las manos; pero lo menos que podemos pensar es que Pilatos decide eliminar a un ser insignificante (Jesús) para no enemistarse con los poderosos y peligrosos sacerdotes judíos. Sacrificar a un insignificante, aunque sea inocente, a veces es un buen negocio.
Realmente es escandaloso que a Jesús se le aplique la pena de un subversivo, de un peligroso delincuente. Peor que el peor de los terroristas. Jesús considerado como jefe revolucionario; es otro absurdo de la justicia de los hombres, cuando buscan que el fin justifique los medios. Jesús ya en sus inicios fue perseguido por Herodes, porque Herodes pensaba que le iba a quitar el trono, y ahora hacen creer a Pilatos que Jesús es un peligro para el dominio romano en la provincia de Judea. ¿No se prolongan todavía hoy similares injusticias? ¡Cuántas veces todavía se prolonga la Pasión de Jesucristo en la condena de inocentes: mártires de su propia bondad!
Pero, aparte de esas consideraciones, lo importante es que esta narración nos dice que tenemos un tesoro para nuestra vida. La Pasión de Jesús es la narración del total amor de Dios hacia nosotros. Dios me quiere hasta la muerte. Y ahí hay todo un tesoro inacabable para mí, y me lo ha ganado El, con su entrega.
...
Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
Para acceder a otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.
Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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