Homilía: 4° Domingo de Adviento (A)
P. José R. Martínez Galdeano, S.J.
Lecturas: Is 7,10-14; S.23; Ro 1,1-7; Mt 1,18-24
Derramen, nubes, al Justo
Pronto va a llegar. Estamos a menos de una semana. Ya oímos el ruido de sus pisadas. Jesús está a las puertas de cada uno de nuestros corazones. En el verso previsto por la Iglesia para cuando no haya canto de entrada se recuerda aquello de Isaías: “Cielos, destilen el rocío; nubes, derramen al Justo; ábrase la tierra y brote el Salvador”.
Igual que al rey Acaz, igual que a los pastores, igual que a José se nos dice que acojamos al Salvador que nos viene por medio de María.
Lo necesitamos. Sabemos que lo necesitamos, como lo hemos expresado en la oración colecta, “para que lleguemos por su pasión y su cruz a la gloria de la resurrección”.
El rey Acaz no quería "tentar" a Dios como buen creyente que conocía la Escritura: "no tentarás al Señor tu Dios" (Deut 6,16). No quería importunarle, porque Dios estaba bien en su nimbo de nubes y dedicado a sus divinas labores. Pero el profeta no aplaudirá este respeto que se ofrece para no ser molestado por la necesidad de cumplir su voluntad.
Estamos ya a las puertas de la Navidad, y también a nosotros se nos ha anunciado esta Buena noticia prometida desde antiguo por los profetas, como dice San Pablo a los cristianos de Roma (1,2). No sólo para Acaz, ni sólo para Israel, sino para todos y para siempre, el Señor dejará de ser un Dios Altísimo (en cuanto que queda muy lejano) para ser un Dios-con-nosotros, un Dios que ha querido acamparse, plantar su tienda, en nuestro suelo (Jn 1,14), hablar nuestro lenguaje, pasear nuestras andanzas, sufrir nuestros dolores y gozar nuestras alegrías.
Si fuera sólo Dios pero no estuviese con nosotros, sería una divinidad tan lejana que sería opresora o inútil, y por lo tanto su salvación no nos interesaría ni nos serviría para nada. Si estuviera con-nosotros pero no fuese Dios, estaríamos ante alguien "buena persona", pero que no podría acceder a los entresijos de nuestro corazón y de nuestra historia, en donde nuestra felicidad se hace o se deshace. Él es Dios y con-nosotros, es el Enmanuel.
Dios ha venido, viene y renueva su venida para estar con nosotros y de la manera más íntima que podamos imaginar. Allí Él, en lo más secreto de nuestro corazón, nos escucha y se hace cargo de nuestras necesidades. Allí nos perdona, allí cura nuestras heridas, allí nos da su paz, allí nos hace fácil lo difícil, allí nos comunica la fuerza de su amor.
Ojalá que descubramos que jamás molestamos a un Dios que ha querido amarnos hasta la convivencia, hasta la coexistencia, hasta ser “estar con nosotros”. Y ojalá nos conceda tratarnos entre nosotros como somos tratados por Él: que acogiendo y contemplando al Enmanuel, al Dios-con-nosotros, podamos a nuestra vez ser también nosotros hermanos entre hermanos siendo verdaderamente hijos ante Él.
Otra verdad se nos manifiesta en este evangelio: El Dios con nosotros se nos da por María y desde María. La fe en el misterio de la Navidad nos lleva espontáneamente hacia María. En brazos de María lo encontraron los pastores, de María lo recibió José. No dudemos en acudir a María, como a Madre, en estas días.
La palabra de Dios nos manifiesta cómo José no era el padre natural de aquel niño. Dios Padre realizó solo en el seno de María y con la colaboración voluntaria de María lo necesario para que en María fuera engendrado el cuerpo humano de su Hijo. Si Jesús es Dios, María, que es realmente su madre, es Madre de Dios. Esto es lo que tenemos que tener muy claro todos los católicos y saber explicarlo a los hermanos separados, que a veces con mucha agresividad critican nuestra devoción a María. Pidamos al Señor saber exponer con claridad el por qué los católicos veneramos a María: Es Madre de Jesús, que es el Hijo de Dios hecho hombre en su seno. Pidamos para que no se cieguen por pasión a una verdad tan claramente manifestada en los evangelios. Porque al mismo tiempo es una verdad muy consoladora; porque ella intercede por nosotros con el inmenso poder que su Hijo le ha otorgado.
En brazos de María, que también simboliza a la Santa Madre Iglesia, el Señor viene para ser Dios-con-nosotros. Fueron María y José los primeros en gozar de esa gracia y luego los pastores, los magos, los ancianos Ana y Simeón. ¿Por qué? Porque fueron humildes y tuvieron fe.
Estimulemos nuestra fe durante estas celebraciones y Dios será con nosotros. Acojamos la paz de Dios en nuestros corazones y entonces podremos tener la gracia de la alegría del Señor. Si el corazón se limpia de toda animosidad contra el prójimo y perdona de todo corazón y se alegra de la felicidad de los demás, se hará en nosotros la paz.
Que la próxima Navidad nos encuentre muy abiertos a Dios, plenamente convencidos de que si Él ha venido al mundo es porque nos ama, con deseo de transmitir a sus hermanos lo que Dios les ha comunicado.
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