La Misa: 6° Parte - La Misa en el Oriente Cristiano


P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J.



Para todas las Iglesias Orientales la principal celebración litúrgica es la de la Eucaristía, llamada también Santa Comunión, Misa, Liturgia Divina o Cena del Señor.

El lugar propio de la celebración eucarística es el templo. Los templos cristianos orientales representan simbólicamente el cielo y la tierra entrelazados en misteriosa unión. La parte principal del templo es el Santuario separado del edificio restante por un muro con tres puertas; el Santuario simboliza el cielo, la morada santa, Dios inaccesible al hombre pecador, por eso permanece cerrado. Sus puertas sólo se abren por breves ratos durante la celebración de la Misa, para indicar así que por la Eucaristía el cielo ilumina a la tierra y Dios mira con misericordia al hombre.

El muro que separa el santuario y el resto del templo recibe el nombre de Iconostasis, pues en él y en sus puertas están pintados los íconos de la Anunciación, de Cristo, de María, de diversos santos. Estos íconos recuerdan silenciosamente a los fieles que el hombre une y divide el reino celestial y terreno y que sólo cristo es la puerta que conduce a la comunión con la Santísima Trinidad. Detrás de la puerta central de la Iconostasis está colocado el altar, llamado trono.

Los cristianos de oriente tienen preferencia por el templo circular coronado por la cúpula. La cúpula representa la bóveda celeste y muestra la imagen de Cristo Pantokrátor rodeado de ángeles que ejecutan sus órdenes. En el ábside oriental, en el lugar más honorífico después dela cúpula, se halla la imagen de María, el Vínculo entre el creador y la creación. La Madre de Dios es la protectora de todos los miembros de la Iglesia. En el techo y en las paredes se pueden se pueden contemplar íconos de los patriarcas, profetas, apóstoles, mártires y otrossantos procedentes de las diversas épocas y regiones. Todas estas imágenes de los santos llaman silenciosamente a los fieles a unirse en su comunión mística con el Padre, con el hijo y con el Espíritu Santo.

La razón de la presencia de tantos íconos de santos en los templos cristianos orientales se ha de buscar en el convencimiento de los fieles de que son miembros de una gran familia compuesta de los vivos y de los difuntos. En Oriente los cristianos llegan a la celebración de la Eucaristía como invitados a un banquete, en el que los santos ocupan el lugar de honor; mediante los íconos ellos recuerdan a sus amigos invisibles y lo primero que hacen, al entrar en el templo, es saludarlos ofreciéndoles una vela encendida como símbolo de amor y de recuerdo, después besan con reverencia y piedad el ícono de los diversos santos. De esta manera estos cristianos se sienten unidos a los santos y se preparan para alabar con ellos al Dios Uno y Trino.

Por eso la Misa en el Oriente Cristiano es un rito religioso participado por todos y pletórico de dramatismo y de colorido: se forman procesiones, el clero revestido de vistosos ornamentos entra y sale por las puertas de la Iconostasis; los laicos apoyan la oraciones dichas por los sacerdotes y por los diáconos con respetuosos gestos, con reverencias profundas y con el uso frecuente de la señal de la cruz, con temor y devoción reciben el Cuerpo y la Sangre del Señor utilizando como materia del sacramento el pan fermentado y el vino rojo, al final de la Misa reciben del clero pan sin consagrar y otros alimentos bendecidos y los comen en el templo mismo antes de salir.

En la actualidad existen en el Oriente Cristiano cuatro familias litúrgicas. Ellas son: la sirio occidental o jacobita, la sirio oriental o caldea, la copta-etíope, la bizantina-armenia. Todas ellas, aunque difieren en detalles, mantienen un núcleo litúrgico básico en la celebración de la Misa, y con él consiguen que el culto eucarístico produzca en los fieles una poderosa impresión de la realidad de la presencia divina y estimule la unión mística del hombre con Dios.

Como no es posible ahora presentar el rito de la Misa de cada una de estas familias litúrgicas, nos limitaremos a recordar la liturgia de San Juan Crisóstomo del rito bizantino. Esta liturgia ha conseguido una mayor cohesión y equilibrio que la mayoría de las celebraciones orientales de la Santa Comunión, y conmemora de forma dramática la vida, muerte, resurrección, ascensión de Jesucristo.

El rito de la Cena del Señor en la liturgia de San Juan Crisóstomo se divide en tres partes: la preparación del pan y del vino, liturgia de los catecúmenos y liturgia de los fieles.

Durante la preparación el sacerdote, ayudado por un diácono y por los acólitos, corta el pan para la ofrenda y lo pone en la patena, echa el vino en el cáliz y lo mezcla con agua; mientras realiza estas acciones, el sacerdote recita oraciones que recuerdan la cruz del Señor y su víctima final. Simbólicamente esta preparación que se realiza detrás de la Iconostasis y no es vista por los fieles, representa los años ocultos de la vida de Jesús. En algunas Iglesias se leen los nombres de las personas por quienes se desea se digan oraciones especiales. En Grecia el pan, el vino y el aceite son ofrecidos por los fieles de sus propios campos, viñedos y olivares.

La liturgia de los catecúmenos empieza con la solemne exclamación del celebrante: “Bendito sea el Reino del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Esta parte de la Santa Comunión conmemora el misterio de la enseñanza y de las curaciones de Cristo y anuncia el mensaje del Señor; para sensibilizar este misterio el clero saca en procesión el Libro de los Evangelios mientras que se cantan o se recitan las Bienaventuranzas, las cuales son la esencia del Nuevo Testamento y a la vez recuerdan a los oyentes que la comunión con Dios sólo se son sigue mediante el cambio del corazón.

La lectura de las Sagradas Escrituras sigue a esta procesión; después se predica la homilía y se hacen oraciones por los que sufren, por los enfermos, por los difuntos…

La liturgia de los fieles comienza con una solemne procesión; en ella el celebrante y sus asistentes trasladan al altar el pan y el vino ya preparados. Durante la procesión se canta el himno angélico: “Nosotros, que en un misterio representamos a los querubines, cantamos ahora a la vivificante Trinidad los himnos tres veces santos; apartad de nosotros todos los cuidados terrenos”.

El Credo Niceno se recita después de la procesión. A continuación comienza el diálogo entre el sacerdote y el pueblo:

-      Levantad vuestros corazones
-      Los levantamos al Señor
-      Demos gracias al Señor
-      Es digno y justo venerar así al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, la Trinidad consustancial e indivisa”.

A continuación el sacerdote recita la Oración Eucarística llamada Anáphora. En ella el que preside da gracias a Dios por todos los beneficios concedidos a los hombres hasta llegar a la Encarnación de su Hijo. El sacerdote recuerda la Cena del Señor y repite su mandato: “Tomad, comed; éste es mi cuerpo que será entregado por vosotros para la remisión de los pecados”, “Bebed todos de esto, ésta es mi Sangre del Nuevo Testamento que será derramada por vosotros y por muchos para la remisión de los pecados”. La congregación responde: Amén.
El clero y el pueblo unidos piden que el Espíritu Santo descienda sobre la Iglesia Congregada y bendiga y santifique el pan y el vino, ofrecidos y los transforme en el Cuerpo y Sangre de Cristo. Esta oración llamada la Epíclesis es una de las facetas más distintivas de la Misa de todas las Iglesias Orientales. 

Seguidamente la congregación canta o recita el Padre Nuestro y así comienza la comunión. El clero participa primero del pan y del vino detrás de las puertas cerradas del Santuario. Luego se abren éstas de par en par y el clero presenta el Sacramento a los fieles diciendo: “Con temor a Dios, con fe y amor acercaos”. Este momento culminante de la celebración es identificado por los cristianos orientales con la Resurrección del Señor. Ellos comulgan con la creencia que comparten así la vida resucitada de su Salvador.

La liturgia termina con la bendición dada a los presentes por el sacerdote con el cáliz. Después se distribuye a los fieles el pan no consagrado y otros alimentos. Este último acto une a todos en una gran familia.

Tales son los contornos de la liturgia de San Juan Crisóstomo, encaminados todos ellos a lograr el fin supremo de la Iglesia a los ojos del Oriente Cristiano es alabar y bendecir al Creador. Esta venerable celebración y otras Misas de las demás Iglesias Orientales conservan elementos de los primeros siglos cristianos y reviven ante los ojos contemplativos de los fieles orientales los pasajes más bellos del Apocalipsis de San Juan.

La Liturgia Divina de los Orientales, celebrada en una catedral o en los templos rurales, mantiene siempre esa mezcla de solemnidad y de recogimiento, de espontaneidad y de misterio, de temor y de confianza infantil. Porque la Eucaristía para los orientales es ante todo la Puerta del Cielo que conduce a un mundo más allá del espacio y del tiempo y que con su paz, su belleza y su santidad hace saborear a los fieles piadosos la vida eterna en la existencia terrena.

Nicolás Zernov nos describe la impresión que causó la Misa del Oriente Cristiano a un cristiano occidental. Tal vez será la mejor manera de cerrar este apartado, citándola:

“Entras en la Iglesia y no tienes posición fija. Eres un visitante transitorio, libre para postrarte cuando te mueva el Espíritu, sin suscitar ninguna observación. Tal vez estás allí para asistir sólo a una parte de un largo servicio, y esta es la escena de la verdadera relación de nuestros pequeños actos espasmódicos de atención y el culto eterno ofrecido por siempre en los cielos. Ante ti se divide la iglesia en dos por la Iconostasis. Detrás de esa pantalla están representados los misterios celestiales. Las puertas reales revelan y ocultan a la vez las acciones de ese otro mundo. Desde la pantalla te miran las caras de humanos compañeros de culto, de verdaderos compañeros de culto nuestros, pero que ascendieron ya de nuestro estado pasajero, los Santos, los hermanos mayores que están con Cristo. Y las imágenes de estos precursores están colocadas bajo la figura del Crucificado que unifica a toda la familia en el cielo y en la tierra. La pantalla con el mensaje de la Encarnación no llega al techo de la iglesia Por encima de ella, en el ábside o cúpula, hay figuras menos terrenales, solemnes, silenciosas, con un fondo tal vez de oro puro, omitidos todos los rasgos de enojo, como si mirasen desde una eternidad desapasionada. En lo más elevado está la figura de Cristo, el Todopoderoso dirigente de los siglos, Señor no sólo del mundo humano, sino también de todos los mundos. Por debajo de Él están los ángeles y los hombres en un maravilloso orden, absortos en un acto eterno de veneración. Bajo semejante pantalla se representa el drama de la Eucaristía. El servicio expone en verdad la muerte del Señor desde el punto de vista de su triunfo celestial, recordando siempre que el Cordero de Dios se viene matando desde la fundación del mundo y sin embargo continúa siendo la fuente de la vida. Al partir el pan el sacerdote ha de decir: “Inmolado y distribuido es el Cordero de Dios, Hijo del Padre que es descuartizado pero no dividido, siempre comido y nunca consumido y que santifica a los que participan en él”.

“En el gran retablo de Van Eyck de Gante el Cordero Celestial se ve rodeado de su pueblo: reyes, obispos, caballeros, comerciantes, ermitaños y el resto; y para todos fluye la vida corriente de su gracia celestial. En la liturgia ortodoxa el cuadro es realidad. Al Cordero Celestial, central y entronizado, se le pide por todas las clases y condiciones de hombres que existen ahora en la tierra, por reyes y gobernantes, por los que viajan y sufren, y por la ciudad y congregación allí presente y se hace un memorial de los que veneran con nosotros más allá del velo santo mencionados por sus nombres o de los difuntos cuya memoria celebramos” (Zernov pág. 287-288)



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Referencia bibliográfica: P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J. "La Misa en la religión del pueblo", Lima, 1983.

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