¿Qué es el Año Litúrgico? 7° Parte

P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J.


A. ADVIENTO
(Continuación)


La personalidad religiosa de Juan el Bautista es de una riqueza siempre actual y nos presenta una serie de vertientes, que analizamos a continuación.

Juan el Bautista aparece, ante todo, como el hombre que exulta de gozo por la presencia de Dios Salvador; todavía estaba en el seno materno y “saltó de gozo” al sentir la presencia de Jesús encerrado todavía en las entrañas de María (Lc. 1,41). Y de esta manera el Bautista será siempre el símbolo más bello de la alegría de los corazones humanos al hallar y al encontrar al Señor, que se acerca para salvar. En toda su vida Juan sólo ha buscado la alegría nacida del gozo del Espíritu. Como conoció todavía en el seno materno la verdadera alegría, no buscará otra, y a este deseo corresponde la parte de su vida pasada en el desierto (Lc. 1,80). Y así Juan el Bautista, dirigido por el Espíritu de Dios, se aparta de todo lo que no es Dios para hallar su ideal, es decir, el gozo del Espíritu, y por eso junta y une la máxima alegría con la máxima austeridad (Mt. 3,4)

Pero el desierto para Juan era sólo una escuela; su misión era dar “testimonio de la luz, para que todos creyeran por él” (Jn 1,7). Por eso cuando los judíos le preguntaron por su misión y por su identidad, él les respondió tomando de Isaías unas palabras proféticas:
“Yo soy una voz, que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor” (Jn 1,23)

Consciente de su papel en la vida, el Bautista se acerca a los hombres apartados de las cosas de Dios para suscitar en ellos nuevas inquietudes y cambiar sus ideales. Y, cuando la gente, conmovida por su predicación le preguntaba: ¿qué debemos hacer?, él respondía:
“El que tenga dos túnicas, que la reparta con el que no tiene; el que tenga para comer haga lo mismo...” (Lc 3,11)

Vinieron también los publicanos a preguntarle, y él les decía:
“No exijáis más de lo justo” (Lc 3,13) 

Y a los soldados repetía:
“No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas, y contentaos con vuestro sueldo” (Lc 3,14)

Así son los hombres, sólo se preocupan de los problemas materiales y urgentes de la vida. En la práctica, están olvidados de Dios. Así eran los hombres de entonces y así son los hombres de hoy. Para sacudir a los hombres de su indiferencia religiosa, siempre se necesitarán los testigos de Dios, hombres que como Juan han sido conmocionados por la existencia de Dios nacida del desierto, pues en el desierto el corazón humano siente a Dios, que lo seduce con palabras misteriosas de amor (oseas 2,16; Jeremías 20,7) Por eso Juan el Bautista no sólo anuncia al Juez, él habla con alegría de la venida del Mesías, del Hijo de Dios como Esposo. Y así la predicación exigente y austera del Bautista rebosa de alegría y gozo espiritual, porque el anhelo humano de hallar a Dios, como amigo, como compañero de la peregrinación, como apoyo incondicional, se ha realizado ya en Jesús, “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29)

Con esto entramos en otra de las facetas de esta personalidad religiosa tan rica. Juan dijo: “El que tiene la esposa es el esposo; pero el amigo del esposo, el que asiste y lo oye, se goza mucho con la voz del esposo” (Jn 3,29)

Juan se alegra de ver cómo sus discípulos se van con Cristo: no tenía otro anhelo, él sólo estaba para preparar el camino del Señor, y, cuando llega el Señor, él desaparece para dejar a las almas con el Esposo. El Bautista vivía con toda sinceridad lo que había dicho: “es precioso que Él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30). Jesús llegó y Juan quedó anulado.

Este es el drama de todos los precursores. Precursor es el que prepara el camino de otro; cuando éste llega, el precursor ha terminado su misión, debe inclinarse ante él y desaparecer...

Por todo lo dicho Juan el Bautista se nos presenta como una figura gigante en el campo religioso, y con ello un gran modelo para todo cristiano en el Adviento. Su figura nos muestra la necesidad del desierto para descubrir la auténtica alegría, la obligación de ser testigos de esa alegría ante los hombres enfrascados en la búsqueda de goces pasajeros, el heroísmo de ser precursor del Señor, contentándose con ser una flecha que indica a los pasajeros el camino que lleva al Señor y no los detiene para recibir de ellos amor y estima. El ministerio religioso de Juan, todavía hoy, se realiza en el mundo. La Iglesia continúa el papel del Precursor y mediante la liturgia día tras día nos muestra a Cristo y nos encamina hacia las venidas del Señor.

La figura trasparente de María aparece sin cesar en la liturgia de Adviento. Este tiempo litúrgico es época pastoral para fomentar la devoción a María en el pueblo cristiano, pues María es la cumbre del pueblo de Dios en la Alianza Antigua y el modelo humano más perfecto del pueblo de Dios en la Nueva Alianza.

Además, en Adviento se celebra la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, y de este modo la liturgia nos recuerda con sentido teológico a los fieles que María anuncia, prefigura y realiza con antelación a la Iglesia “sin mancha ni arruga” (Ef 5,27), que aparecerá al final de los tiempos. Y de este modo María es la promesa ya realizada y la seguridad actual más convincente de lo que nosotros llegaremos a ser por la gracia del Hijo de Dios Encarnado.

En este tiempo litúrgico la fe de María, su pureza, su fidelidad a Dios, su marcha llena de caridad a la casa de Isabel, su expectación amante del parto celebrada el día 18 de diciembre, aparecen ante los ojos contemplativos del pueblo cristiano y descubren un camino luminoso a los fieles para salir al encuentro del Señor el día de su llegada en el portal de Belén, figura de su llegada por la gracia y de su llegada al final de los siglos.

Todo lo expuesto sobre el Adviento nos enseña la densidad religiosa de este tiempo litúrgico y la posibilidad de planificar una pastoral de conversión en todos los niveles y grupos del pueblo cristiano.

Por ello la Ordenación General del Misal Romano recomienda tener homilías todos los días en las misas de Adviento.



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Bibliografía: P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón S.J. Año Litúrgico y Piedad Popular Católica. Lima, 1982

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