La Iglesia - 40º Parte: La Universal vocación a la Santidad en la Iglesia - La Jerarquía

P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA




30.10. LA JERARQUÍA, OBISPOS, UNA POTESTAD AL SERVICIO DE LA EDIFICACIÓN DE LA IGLESIA

El Decreto “Christus Dominus” del Conc. Vat. II en el nº 2 dice: “Más también los Obispos,  puestos por el Espíritu Santo, son sucesores de los apóstoles como Pastores de almas, y, juntamente con el Sumo Pontífice y bajo su autoridad, han sido enviados para perpetuar la obra de Cristo, Pastor eterno. Porque Cristo dio a los apóstoles y a sus sucesores mandato y poder para enseñar a todas las gentes, para que santificaran a todos los hombres en la verdad y los apacentaran. Los Obispos, consiguientemente, han sido constituidos por   el Espíritu Santo, que les ha sido dado, verdaderos y auténticos maestros de la fe, pontífices y pastores”.
         
También, el Concilio Vaticano II en L G, Nº 18, dice: "Cristo el Señor, pa­ra apacentar y acrecentar siempre al Pueblo de Dios, instituyó en su Iglesia diversos ministerios, ordenados al bien de todo el Cuerpo. Los ministros, por tanto, poseen la sagrada potestad, sirven a sus hermanos, para que todos los que pertenecen al Pueblo de Dios, y gozan por consiguiente de la verdadera dignidad cristiana; (todos los bau­tizados) tiendan libre y ordenamiento al mismo fin y alcancen la salvación eterna". Esto quiere decir que en la Iglesia hay una "igualdad de dignidad", el sacramento del Bautismo, nos hace a todos hijos de Dios. Y a la vez el mismo Concilio Vaticano II nos dice que hay una "diversidad" dentro de la igualdad de sus miembros.
         
De este segundo principio (el de la diversidad), al igual que el primero, el de la igualdad, Dios mis­mo es la fuente. Pues siendo Uno en su sustancia, es Trino en sus Personas, cada una de las cuales se distingue realmente de las otras a la vez que contribuye de un modo propio y personal a afianzar la unidad de la esencia divina. Esta teología sobre la "diversidad" en Dios, nos introduce en el ori­gen y la razón de ser de la "diversidad" en la Iglesia. En definiti­va es una "diversidad" en vista a una más profunda "unidad".
         
Así L G, en el Nº 4, dice  : "El Espíritu Santo... unifica a la Igle­sia por la comunión y el ministerio, mediante diversos dones jerár­quicos y carismáticos". Y en el Nº 7, añade : "Del mismo modo que to­dos los miembros del cuerpo humano, aunque son muchos, forman un só­lo cuerpo, así también los fieles en Cristo. En la edificación del Cuerpo de Cristo vige  la diversidad de los miembros y de los oficios. Uno es el Espíritu que distribuye sus bienes para utilidad de la Iglesia, según sus riquezas y la necesidad de los ministerios. l Cor 12, 1-11. El texto conciliar enumera varios tópicos conforme a los cuales cata­loga la diversidad que se halla entre los fieles. L G, Nº 12: "(El Espíritu Santo) ... distribuye entro los fieles de todo orden gracias, incluso especiales con las que dispone y prepara para realizar varie­dad de obras y oficios provechosos para la renovación y más perfecta edificación de la Iglesia".
         
Otros motivos de distinción son los ministerios eclesiásticos y los diferentes modos de vida religiosa. Así en L G, Nº 13, dice: "Existe entre sus miembros la diversidad, ya sea por el oficio, pues algu­nos ejercitan el sagrado ministerio en favor de sus hermanos, ya sea por la condición y el ordenamiento de la vida, en el estado religio­so, tendiendo todos a la santidad". Hemos descrito la igualdad de dignidad en la diversidad de dones y ministerios. Esta característica se señala de una manera especial en el Nº 10, de  L G, dice así: "El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, si bien difieren esencial­mente y no sólo en grado se subordinan recíprocamente, pues uno y otro participan de modo peculiar del único sacerdocio de Cristo". Así el ministro es igual en dignidad al bautizado y diferente esen­cialmente en cuanto a su función de sacerdocio ministerial , por el sacramento del orden.
         
Después  L G, Nº 32 dice: "Si algunos por voluntad de Cristo están constituidos para los demás como doctores, dispensadores de los misterios de Dios y pastores, sin embargo vige entre todos la igual­dad en cuanto a la dignidad y a la acción que es común a todos los ­fieles para la edificación del Cuerpo de Cristo. La distinción que el Señor estableció entré los ministros sagrados y el restante Pueblo de Dios, trae consigo aparejada la unión, ya que los Pastores y los demás fieles están vinculados entre sí por necesidad recíproca".
         
Estos dos textos de  L G, nos hacen ver, no sólo la paradoja de la definición del ministerio, sino la situación misma del ministro. El ministro es igual en dignidad a todos los bautizados y a la vez es di­ferente (Nº 10). Para ello no se teme afirmar la participación del sa­cerdocio de Cristo, que el cristiano común alcanza por medio del Bau­tismo y la que el ministro obtiene por el Orden sagrado difiere una de otra, "esencialmente y no sólo en grado".

30.11. EL SACERDOCIO MINISTERIAL, AL SERVICIO DEL PUEBLO DE DIOS
         
En L.G,  Nº 24, dice : "El oficio (munus), que el Señor encomendó a los pastores de su pueblo, es un verdadero servicio, que en la Sagrada Escritura se llama significativamente "diaconía", o sea, ministerio, Hech 1, 17; Rom 11, 13; 1 Tim 1, 12,". Y en el Nº 27 añade: "Los Obispos rigen como vicarios y legados de Cristo, las Iglesias particulares a ellos encomendadas, con el consejo, la exhortación y el ejemplo, y también con la autoridad y la sagrada ­potestad que usan únicamente para edificar a su rebaño en la verdad y en la santidad, recordando que quien es mayor ha de hacer­se el menor, y el que preside debe convertirse en servidor, Lc 22, 26-27,".
         
La finalidad de este don llamado ministerio y de su poseedor el minis­tro es, ante todo, la de coordinar la actuación de los múltiples dones que los fieles poseen para que por (y en) la diversidad de esos mismos dones alcancen eficazmente la unidad. Porque no se trata de una diversidad atentatoria de la unidad, sino que, al contrario, es el único modo de permanecer dinámicamente dentro de la misma, es más, debe el ministro promoverla positivamente. Así lo dice L G, en el Nº 30: "Los Pastores saben que ellos no han sido instituidos por Cristo para asumir por sí solos la misión salvífica de la Iglesia para con el mundo, sino que su preclara función es apacentar de tal modo a los fieles y reconocer de tal manera sus servicios y carismas, que todos, a su modo cooperen unánimemente a la obra común". Y en el Nº 37 dice "Los sagra­dos Pastores reconozcan y promuevan la dignidad y responsabilidad de los laicos en la Iglesia; hagan uso gustosamente de su prudente conse­jo, encárguenles, con confianza, tareas en servicio de la Iglesia, y déjenles en libertad y espacio para actuar, e incluso anímenlos para que ellos, espontáneamente, asuman tareas propias".
         
Podríamos decir que el ideal de la actuación del ministro es la de pro­curar trabajar apostólicamente en su ministerio permitiendo a la vez la intervención en el trabajo apostólico propio la actuación de los laicos. Esto sería el ideal a alcanzar, pero sabemos que mientras la Iglesia peregrine en la tierra a causa de la índole pecadora de sus miembros, nunca será perfectamente asequible. De aquí que la función del ministro sea siempre la de coordinar, dis­cernir, promover, en un esfuerzo continuo la pluriforme unidad de la Iglesia. Por esto mismo L G, al tratar sobre los dones de todo tipo que el Espíritu Santo infunde en sus fieles dice: "El juicio sobre su genuinidad (de los dones del Espíritu Santo) y su ordenado ejercicio, pertenece a a­quellos que presiden la Iglesia, a quienes compete sobre todo no apa­gar el Espíritu, sino probarlo todo y quedarse con lo bueno", 1 Tes. 5, 12.

         
30.11.1. EL PRESBÍTERO (PERSONERO DE CRISTO)

El Concilio Vaticano II en L.G. nº 28 dice de los presbíteros: “Los presbíteros, como próvidos colaboradores del orden episcopal, como ayuda e instrumento suyo llamados para servir al pueblo de Dios, forman, junto con su Obispo, un presbiterio dedicado a diversas ocupaciones. En cada una de las congregaciones de los fieles, ellos representan al obispo, con quien está confiada y animosamente unidos, y toman sobre sí una parte de la carga y solicitud pastoral y la ejercitan en el diario trabajo. Ellos, bajo la autoridad del obispo, santifican y rigen la porción de la grey del Señor a ellos confiada, hacen visible en cada lugar a la Iglesia universal y prestan eficaz ayuda a la edificación del cuerpo total de Cristo, Efes 4, 12”. “Preocupados siempre por el bien de los hijos de Dios, procuren cooperar en el trabajo pastoral de toda la diócesis e incluso de toda la Iglesia”. “Todos los sacerdotes, tanto diocesanos como religiosos, están, pues, adscritos al Cuerpo Episcopal, por razón del orden y del ministerio, y sirven al bien de toda la Iglesia según la vocación y gracia de cada cual”.    
         
También dice: en L.G. nº 28 dice del presbítero lo siguiente: “Cristo a quien el Padre santificó y envió al mundo, Jn 10, 36, ha hecho participantes de su consagración y de su misión a los obispos por medio de los apóstoles y de sus sucesores. Ellos han encomendado legítimamente el oficio de su ministerio en diverso grado a diversos sujetos en La Iglesia. Así el ministerio eclesiástico, de divina institución, es ejercitado en diversas categorías por aquellos que ,ya desde antiguo, se llamaron obispos, presbíteros y diáconos.
         
Los presbíteros, aunque no tienen la cumbre del pontificado y, en el ejercicio de su potestad, dependen de los obispos, con todo están unidos con ellos en el honor del sacerdocio y, en virtud del sacramento del orden, han sido consagrados como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento, según la imagen de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, Heb 5,1-10; 7,24; 9, 11-28, para predicar el Evangelio y apacentar a los fieles y para celebrar el culto divino. Participando, en grado propio de su ministerio, del oficio de Cristo, único Mediador, 1 Tim 2,5, anuncian a todos la divina palabra. Pero su oficio sagrado lo ejercitan, sobre todo, en el culto eucarístico o comunión, en donde, representando la persona de Cristo y proclamando su Ministerio, juntan con el sacrificio de su cabeza, Cristo, las oraciones de los fieles, 1 Cor 11, 26, representando y aplicando en el sacrificio de la misa, hasta la venida del Señor, el único Sacrificio del Nuevo Testamento, a saber, el de Cristo, que se ofrece a sí mismo al Padre como hostia inmaculada, Heb 9, 11-28. Para con los fieles arrepentidos o enfermos desempeñan, principalmente, el ministerio de la reconciliación y del alivio. Presentan a Dios Padres las necesidades y súplicas de os fieles, Heb 5, 1-4. Ellos, ejercitando, en la medida de su autoridad, el oficio de Cristo, Pastor y Cabeza, reúnen la familia de Dios como una fraternidad, animada y dirigida hacia la unidad, y por Cristo en el Espíritu la conducen hasta el Padre, Dios. En medio de la grey le adoran en espíritu y verdad Jn 4, 24,. Se afanan, finalmente, en la palabra y en la enseñanza 1 Tim 5, 17, creyendo en aquello que leen cuando meditan en la ley del Señor, enseñando aquello que creen, imitando aquello que enseñan.
         
El Concilio ha tenido un interés especial en señalar la relación del presbítero con Cristo. El primer enviado del Padre es Cristo y él comunica a los apóstoles y sus sucesores, los obispos, su misión pastoral. Fueron los apóstoles y los obispos sus sucesores los que transmitieron legítimamente el rango de su ministerio, en grado diverso, a diversos sujetos de la Iglesia. Así, pues, los sacerdotes en la Iglesia, por la ordenación sacerdotal y la misión que reciben de los obispos, participan del ministerio de Cristo, Maestro, Sacerdote y Rey. Los presbíteros participan así en la consagración y misión del Hijo de Dios hecho hombre.
         
Se trata, pues, de la consagración y de la misión que Cristo ha recibido del Padre y que viene de arriba. En ningún moco, el sacerdocio cristiano puede ser entendido como una delegación del pueblo, sino que los sacerdotes son asumidos en la misma consagración y misión de Cristo. El decreto Presbiterorum or¡dinis, dice en el nº 2: “El ministerio de los presbíteros, por estar  unido al orden episcopal, participa de la autoridad con que Cristo mismo forma,. Santifica y rige a su cuerpo. Por lo cual, el sacerdocio de los presbíteros supone, ciertamente, los sacramentos de la iniciación cristiana, pero se confiere por un sacramento particular por el cual los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo, quedan marcados con un carácter especial que los configura con Cristo sacerdote, de tal manera que pueden obrar en nombre de Cristo Cabeza”.
         
Esto significa que Cristo sacerdote toma a su servicio la persona, la actuación de su ministro en una promesa de presencia irrevocable a pesar de la posible infidelidad del ordenado. La medida de la eficiencia sacerdotal, es consecuencia, es la fidelidad de Cristo mismo, antes que la santidad del ministro, que es importantísima. El sacerdote se configura así con Cristo en una disponibilidad total para la Iglesia, pues administra la herencia del Señor confiada a su Iglesia. Por eso, la unión con Cristo, fuente y manantial de su eficiencia ministerial, constituirá siempre el centro y el punto de partida de toda espiritualidad sacerdotal.
         
Dios concede así a los sacerdotes la gracia de ser ministros de Cristo, llevando el sacrificio espiritual de los fieles junto con el sacrificio de Cristo, que el sacerdote hace presente en la Eucaristía. Todo ello con la finalidad de buscar la gloria de Dios en Cristo, que “consiste  en que los fieles reciban consciente y libremente y con gratitud la obra divina realizada en Cristo y la manifiesten en toda su vida”. P.O. nº 2.
         
Los sacerdotes quedan, pues, consagrados en Cristo, configurados con él para obrar en su nombre, “in persona Christi”, representando a Cristo como cabeza de su cuerpo místico, y realizan así ministerialmente la misión de Cristo de predicar, santificar y gobernar al pueblo de Dios. De ahí se entiende que el sacerdocio de los fieles y el ministerial o jerárquico, ordenados el uno al otro, participen de forma distinta del único sacerdocio de Cristo, siendo la diferencia esencial y no de grado.
         
El Papa J. Pablo II dice en “Pastores dabo vobis”, nº 12: “El presbítero  encuentra la plena verdad de su identidad en ser una derivación, una participación específica y una continuación del mismo Cristo, sumo y eterno sacerdote  de la nueva alianza: es imagen viva y transparente de Cristo sacerdote. El sacerdocio de Cristo, expresión de su absoluta novedad en la historia de la salvación, constituye la única fuente y el paradigma insustituible del sacerdocio del cristiano y, en particular, del presbítero. La referencia a Cristo es, pues, la clave absolutamente necesaria para la comprensión de las realidades sacerdotales”.
         
La fuente del sacerdocio ministerial es Cristo y no el Obispo. El obispo no hace sino transmitir una participación en el sacerdocio de Cristo. En el sacerdocio ministerial no se trata de una herencia humana o de  un sacerdocio de casta, sino de una participación en el sacerdocio de Cristo. Por la ordenación, el sacerdote queda consagrado al Señor y a la obra para la que el Señor le llama, P.O. Nº 3. Esto significa una cierta segregación que no ha de interpretarse como una separación de los hombres, sino como una consagración al Señor para ser testigos y dispensadores de la vida divina en servicio al mundo, P.O. nº 3. “No podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de otra vida más que la terrena, pero tampoco podrían servir a los hombres i permanecieran extraños a su vida y sus condiciones”, P.O. nº 3.
         
El sacerdote es  según S. Pa­blo como "embajador de Cristo", 2 Cor 5, 20, la conciencia cristiana se fijó cada vez más en la estrecha re­lación existente entre el ministerio apostólico y su fuente que es Cristo. L G, trata de esclarecer la relación que existe entre el ministro de Cristo y Cristo mismo y en este intento observamos que, en repe­tidas ocasiones, aparece la fórmula "actuar en nombre de Cristo". En L G, Nº  11, dice : "Los que entre los fieles se distinguen por el Orden sagrado, quedan destinados en el nombre de Cristo para apacen­tar la Iglesia con la palabra y con la gracia de Dios”.
         
Igualmente rica, y quizás más, es la fórmula: actuar  “in persona Christi", equivalente a estas otras: "Actuar como personero", "apoderado", "representante" (de Cristo). L G, Nº  10 dice : "El sacerdote ministerial, con la sagrada potestad que posee, plasma al pueblo sacerdotal y lo rige, realiza el sacri­ficio eucarístico, como personero de Cristo".
         
Tanto la primera fórmula ("in nonime Christi"), como la segunda ("in persona Christi"), indican la relación peculiar en que ha si­do puesto el ministro con respecto a Cristo y, en consecuencia, ­con respecto a la Iglesia. ¿En qué consiste dicha relación?. L G,  lo esclarece en el Nº 28 y dice: "(Los presbíteros), partícipes en el grado propio de su ministerio del oficio de Cristo único Media­dor, anuncian a todos la divina palabra. Pero su ministerio lo ejer­citan sobre todo en el culto o asamblea eucarística, en donde, como personeros de Cristo, proclaman su misterio... Ellos, ejercitando en la medida de su autoridad, el oficio de Cristo, Pastor y Cabeza reúnen la familia de Dios".
         
Como es fácil observar en el texto, la actuación del ministro, cali­ficada como hecha in persona Christi, está en relación con una ac­tividad que es exclusiva de Cristo, a saber: "el señorío", "la capi­talidad", o sea, ser Cabeza de todas las cosas. Col 1, 15-18. En razón de esto, Cristo es anterior a la Iglesia
         
De aquí las actitudes de especial veneración que la comunidad cris­tiana ha tenido para con aquellos que hacen de Cabeza, que "presiden en lugar de Dios", Nº 20 de L G. De aquí, sobre todo, la eficacia de los actos que el ministro pone, pues son los actos del mismo Cristo, de quien él es instrumento, así lo explica en el Nº 21 de L G, cuando dice: "En los Obispos, a quienes asisten los presbíteros, está presente Jesucristo nuestro Señor en medio de los fieles como Pontífice Supremo. Porque, sentado a la diestra de Dios Padre, no está au­sente de la congregación de sus pontífices, sino que, principalmente por el eximio ministerio de éstos, predica a todos los pueblos la pa­labra de Dios, y sin cesar administra los sacramentos a los creyentes, y, mediante el paternal oficio de ellos incorpora, por la sobrenatu­ral regeneración, nuevos miembros a su Cuerpo, finalmente, con la sa­biduría y prudencia que ellos tienen, dirige y ordena al Pueblo de la Nueva Alianza en su peregrinación hacia la eterna felicidad".
         
Es obvio advertir que el sujeto que realiza todas las acciones men­cionadas, a saber, "predica", "administra los sacramentos", "incorpora", "dirige y ordena", es siempre Cristo, particularmente presente en la comunidad a través del ministro. Presencia que, si quisiéramos calificarla, podríamos llamarla "instrumental, o ministerial", pues toda ella, a su vez está ordenada a la presencia sacramental del Cuerpo y la San­gre del Señor.

30.11.2. LOS DIÁCONOS. SU MINISTERIO

En L G. Nº 29, a, dice: "En el grado inferior de la jerarquía están los diáconos, a los cuales se les imponen las manos "no en orden al sacrificio (eucarístico) sino en orden al ministerio”. Así confortados con la gracia sacramental, en comunión con el Obispo y su presbiterio , sirven al pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad. Es oficio propio del diácono, según la autoridad competente se lo indicare, administrar solemnemente el bautismo, guardar y distribuir la eucaristía, asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto de la oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir los ritos de los funerales y sepelios. Dedicados a los oficios de caridad y administración, recuerden los diáconos el aviso de S. Policarpo: “Misericordiosos, diligentes, procedan en su conducta conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos”.
         
“Teniendo en cuenta que, según la disciplina actualmente vigente de la Iglesia latina, en muchas regiones no hay quien fácilmente desempeñe estas funciones, tan necesarias para la vida de la Iglesia, se podrá restablecer en adelante el diaconado como grado propio y permanente en la jerarquía. Tocará a las distintas conferencias episcopales el decidir, con la aprobación del Sumo Pontífice, si se cree oportuno para la atención de los fieles, y en dónde, el establecer los diáconos. Con el consentimiento del Romano Pontífice, este diaconado se podrá conferir a los hombres de edad madura, aunque estén casados, o también a jóvenes idóneos; pero para éstos debe mantenerse la ley del celibato”.
         
En la Sagrada Escritura vemos en efecto, a los diáconos junto a los obispos Filp 1,1. Y en 1 Tim 3, 8-13, se describe las cualidades que han de adornar la vida del diácono. Es, sobre todo, Hech 6, 1-6, el que habla de siete varones a los que se les impone las manos para atender la mesa de las viudas, y que la Tradición ha entendido como algo referido a los diáconos.
         
En la Tradición Apostólica de Hipólito, los diáconos aparecen consagrados con la imposición de las manos. No pertenecen, ciertamente, al laicado, sino al orden jerárquico, aunque no poseen la dignidad  de los sacerdotes. Se les imponen las manos no en orden al sacrificio, sino en orden al ministerio, del ministerio del obispo. En efecto, mientras el sacerdote ofrece sacrificios en nombre de Cristo y distribuye los sacramentos, participando del sacerdocio de Cristo que recibe de las manos del obispo, el diácono aparece  como el auxiliar del obispo y del sacerdote. En la eucaristía hace función auxiliar de ayudar a realizar el sacramento.
         
La primera función del diácono es, sin duda, el servicio del altar. San Justino decía que los diáconos eran los encargados de recoger las ofrendas que los cristianos llevaban a la Eucaristía, distribuyen el pan y el vino del altar y lo llevan a los ausentes. Así, el ministerio de la caridad del diácono comenzaba en el altar y proveían a los enfermos y necesitados, así la caridad eucarística se transformaba en caridad de la comunidad.


El diácono se dedica también al servicio de la palabra con la función de predicar. Viene a ser, también,  miembro extraordinario del bautismo solemne, y suya es o puede ser la actividad de tipo administración eclesiástica. Asiste al sacramento del matrimonio y lo bendice en nombre de la Iglesia. Puede, también, instruir y exhortar al pueblo de Dios en el culto y en la oración de los fieles, asistir a los ritos funerales y sepelios.



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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por su colaboración.



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