Las Siete Palabras
Introducción
La importancia de las últimas palabras de
Jesús en la cruz antes de morir no necesita ponderarse. En los últimos momentos
de su existencia en este mundo nos
manifiesta lo que siempre llevó en el corazón. Desde que vino al mundo en el
seno de María tuvo muy claro: “Todo el casi infinito número de víctimas y
sacrificios que se Te han ofrecido no han servido para pagar la deuda infinita
de los hombres pecadores a lo largo de la historia; no han bastado ni bastarán.
Por eso vengo; para hacer tu voluntad. Y como Moisés levantó la serpiente en el
desierto, así ha tenido que ser levantado el Hijo del hombre, para que el mundo
se salve por Él (S 42; Jn 3,14.17). Ese drama fantástico, que cambia la
historia humana de historia de pecado a historia de salvación, está a punto de
llegar a la cumbre. Por eso nos importan tanto las palabras que Jesús pronunció
para todos los hombres desde la tribuna de la cruz.
Primera palabra
“Cuando llegaron al lugar llamado Calvario,
le crucificaron allí a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Y Jesús decía: Padre, perdónales porque
no saben lo que hacen” (Lc 3,33s).
Dejemos que esta palabra nos sacuda. Es la
primera que sale de sus labios al ser elevado en la cruz: Perdónales. Manifiesta
claro qué es lo primero que pretende aceptando su y esa muerte: Perdónales. A
ellos y a todos y cada uno los hombres asolados por el pecado. Porque “todos
pecaron”. Porque por el pecado entró la muerte en el mundo. Y todos pecaron,
Pero donde abundó el pecado sobreabundó la gracia. Y fue por la obediencia de
uno, la obediencia hasta la muerte y muerte de cruz, por la que nos ha venido el
perdón y la gracia. “Le podrás por nombre Jesús –le dijo el ángel a José–
porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21). “Y entrando en el
mundo dijo: He aquí que vengo a hacer tú voluntad” (Heb 10,7).
Porque ¿qué otro podría haber asumido la
representación del género humano con más derecho que Él, quien siendo Dios poseía
también la naturaleza humana y, descendiendo como todos de Adán, formaba parte
de nuestra raza humana. Raza pecadora, y al mismo tiempo raza privilegiada de
Dios. “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único, para que no
perezca ninguno sino que a todos alcance la vida eterna” (Jn 3,16). Siempre tuvo
presente esta misión y este momento. Hubo un momento en que padeció una cierta
vacilación; pero reaccionó enseguida: Para eso he vendo (Jn 12,27s).
Apenas colgado, Cristo se dirige al Padre:
“Padre, perdónalos. No saben lo que hacen”. Nadie supimos ni sabemos de lo
horrible, de lo grave que es el pecado, pero donde abundo el pecado sobreabundó
la gracia. Desde la cruz, donde abundó el pecado sobreabunda la gracia Vayamos a ese trono de
gracia… Padre perdónalos porque no saben lo que hacen. Vengan a Mí todos los
agobiados por sus pecados, porque soy manso y humilde y perdono setenta veces
siete.
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