Purificación del Templo - Dedicación de la Basílica de Letrán

P. Adolfo Franco, S.J.

Jn 2, 13-22



Hoy celebramos la dedicación (consagración) de la basílica de Letrán, que es la basílica sede del Obispo de Roma, del Papa. Y la celebramos todos porque es como el centro sagrado de toda la cristiandad. Y se nos pone como lectura el párrafo en que San Juan nos narra la purificación del templo de Jerusalén.

Este párrafo sobre la purificación del templo viene a continuación de la narración de las bodas de Caná. Y ambos son los dos primeros hechos de Jesús en su plan de salvación, según el Evangelio de San Juan.

Con las bodas de Caná se nos enseña que la Redención que realiza Jesús es una boda especial y con un vino nuevo, donde ya lo antiguo, que fue la caída del primer hombre, queda transformado por la acción salvadora de Jesús. Así la Redención se plantea como una boda y una boda con un vino muy especial.

Con la purificación del templo Jesús nos habla también de la novedad que trae: un nuevo templo vivo que sustituirá el antiguo templo de piedra. Con estos dos hechos se empieza a enseñar lo que es la salvación, la redención, el sacrificio de Cristo, la novedad que se empieza a manifestar para sustituir todo lo antiguo que va quedar caduco.

La narración que ahora comentamos tiene dos partes, en la primera se presenta a Jesús expulsando a todos los comerciantes que invadían los alrededores del templo con sus negocios, y en la segunda parte, ante el cuestionamiento que le hacen los judíos para preguntarle quién le da a Jesús el derecho de expulsar a los comerciantes, Jesús hace esa afirmación llena de simbolismo: destruyan este templo y yo lo reconstruiré en tres días. Como dice San Juan explicando esta afirmación simbólica, los discípulos recién comprendieron el significado de sus palabras cuando Jesús resucitó: el templo nuevo del que habla Jesús es su propio cuerpo, que será destruido con su muerte y será reconstruida en tres días con su resurrección.

Hay que recordar que los comerciantes que rodeaban el templo lo hacían para facilitar las ofrendas, los sacrificios y las donaciones que realizaban los piadosos israelitas; por eso había vendedores de palomas, de corderos, cambistas de monedas. Pero con ese pretexto se había convertido la casa de Dios en un mercado, se utilizaba lo sagrado para hacer negocio y negocio muy lucrativo.

No podemos negar que en todos los tiempos ha pasado lo mismo. Ya en los hechos de los Apóstoles se nos narra que el llamado Simón el Mago quiso hacer negocio con el poder que tenían los Apóstoles al imponer las manos (Hech. 8, 18-24). Otro suceso que provocó la rebelión de Lutero era el negocio de la venta de las Indulgencias. Y la tentación de aprovechar el ejercicio de las funciones sagradas para lograr beneficios económicos sigue vigente en todos los tiempos. El templo siempre debe ser purificado, la Iglesia que es el Cuerpo Místico de Cristo siempre debe ser purificada.

Pero tengamos en cuenta que a veces nos es más fácil ver defectos y pecados ajenos que los propios pecados; y podemos no darnos cuenta de que también nosotros somos templo de Dios y que tenemos que estarnos purificando continuamente. Dios habita en nuestros corazones, como dice Jesús a sus apóstoles en la Última Cena: (Jn 14, 23)  “Jesús le respondió: «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él”.

Así que somos templo de Dios y por eso también nos dice Jesús a cada uno: “No conviertan la casa de mi Padre en un mercado” (Jn 2, 16) Ya que nosotros somos esa casa donde habita el Padre, no podemos negociar mercantilmente con nuestra dignidad, y tampoco podemos traficar con la dignidad de nuestros semejantes. Ese sentido tan fundamental tiene la corrupción que lamentablemente se extiende por todas partes y en muy diversas formas y variantes: la trata de personas, el tráfico de drogas, la compra de autoridades.


En esto radica principalmente la dignidad y santidad de cada ser humano, en que estamos habitados por Dios, en que somos su templo. Y eso debe estimularnos principalmente a evitar todo lo que pueda manchar ese templo aún en lo más mínimo.



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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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