DOMINGO VIII
DEL TIEMPO ORDINARIO
Mt. 6, 24-34
Tres afirmaciones: primera, si servimos al
dinero, no servimos a Dios; segunda, confiar en la Providencia y no
dejarnos agobiar por las preocupaciones; y tercera, lo prioritario en nuestra
vida es buscar el Reino de Dios y su justicia.
Comenzamos la explicación por esta tercera,
porque las otras dos ven unidas a ésta. Jesús en este párrafo del Evangelio de
San Mateo, que es parte del llamado sermón del monte, nos dice cuál debe ser la
principal meta de la vida. Lo principal es buscar el Reino de Dios y su
justicia. O sea se trata de que lo fundamental en nuestra vida es buscar a
Dios, relacionarse con El, entregarse a Dios, llenarse de su amor y entregarle
todo el nuestro. Todo lo demás vendrá
como una consecuencia, como una añadidura. Es necesario señalar que no se trata
de que si buscamos a Dios, después estaremos inundados por todos los bienes
materiales, incluso que obtendremos todos nuestros caprichos. Evidentemente no
es ése el sentido de la frase de Jesús “que todo lo demás se nos dará como
añadidura”. Lo que quiere decir el Señor es que todo lo demás que es
secundario, se nos concederá en la medida que nos sea necesario.
El ser humano tiene muchas metas en la vida y
no siempre escogemos como central para nuestra existencia lo que es realmente
central. Para muchas personas el enriquecerse es la meta a la cual subordina
todo lo demás, y es la meta que consume todas sus energías. Esto es demasiado
frecuente. Pero hay otras metas que se escogen como prioritarias por encima de
lo que es escoger a Dios como
fundamental. También el saber en las ciencias se puede escoger como lo
prioritario, y a eso se dedican las noches y los días. Todo lo demás queda
subordinado a eso. En otros casos es el afán de poder. Y además a veces esa
meta central la vamos cambiando en las distintas etapas de la vida. Pero en
todos esos casos se busca primero la añadidura como si fuera lo fundamental, y
en cambio el que queda como añadidura es Dios.
Jesús corrige ese planteamiento de la
existencia y nos orienta: “Busca primero a Dios”. De hecho es una forma
diferente de lo mismo que nos dice también el primer mandamiento: “amar a Dios
sobre todas las cosas.
El párrafo del Evangelio que vamos comentando
nos añade otras enseñanzas que se relacionan con ésta que es la central. No
podemos servir a Dios y al dinero. No se puede tener dos amos. Y una vez más
nos da la alerta del peligro que tiene el dinero para el corazón humano. Muy
fácilmente el hombre puede convertirse en servidor del dinero, y entonces se
hace esclavo. La necesidad del dinero se puede convertir fácilmente en
avaricia. El afán de seguridad puede llevarnos a la obsesión de ganar y ganar
más, aunque a ello se sacrifiquen muchos valores, como la rectitud, la
solidaridad, la justicia, y con frecuencia la misma familia. Algunas veces, por
el dinero, se puede llegar a una cosa que es lamentable y es la venta de la
propia conciencia para conseguir más y más.
Y en esos casos no sólo se pierde a Dios, y
por tanto lo fundamental, sino que al final se pierde uno a sí mismo. Se
pretendía obtener la máxima seguridad, el egoísmo que era como salvar la propia
persona, y en cambio se arruina la propia vida.
Muchas veces la búsqueda del dinero se
persigue por tener la seguridad del mañana.
La previsión es una necesidad del ser humano, dada su fragilidad. Por
eso el Señor nos habla de la seguridad, y de los temores. Y nos dice Jesús, por
eso, que no estemos agobiados por la vida pensando en lo que vamos a comer o en
lo que vamos a beber. Y también nos añade que no nos angustiemos por el mañana.
Y todo esto lo motiva con una lección fundamental: que Dios tiene Providencia
de sus hijos, y que se preocupa de ellos, que se preocupa de nosotros. Y nos
pone el ejemplo de cómo Dios cuida a los pájaros.
Creer en la Providencia es
fundamental, y es lo mismo que creer en Dios. Dios nos cuida porque somos sus
hijos. Y eso es lo que de verdad nos quita todos los afanes y todos los
temores. Saber que estamos en las manos de Dios, como en realidad lo estamos es
lo único que nos da seguridad. Y además le añade una afirmación que completa
toda esta enseñanza: “¿quién a fuerza de preocuparse puede añadir una hora a su
vida?” Descansar en Dios, confiarse a sus brazos y creer en sus designios, que
nos guían con seguridad. Como nos dice ese bello salmo: “El Señor es mi pastor,
nada me puede faltar. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tu
estás conmigo”.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
Para acceder a otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.
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