SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
24. La Iglesia, receptáculo visible de la gracia de Cristo
La
Iglesia es visible e invisible. Es visible y controlable por razón de los hombres
(personas) que la componen, pero es al mismo tiempo portadora de un misterio
sobrenatural: el misterio de la presencia divina que sigue actuando en los
sacramentos, en la palabra predicada y escuchada, en el cristiano
individualmente considerado y en todo el Pueblo de Dios.
24.1. La Iglesia, signo
manifestativo de la gracia de Dios
Porque
Cristo muerto y resucitado es el signo de nuestra reconciliación con el Padre.
Pero la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, en el cual obtienen los hombres la
salvación. Dios pudo hacer las cosas de otro modo y revestir de Cristo a los
hombres sin necesidad de ningún elemento sensible. Pero entonces no estaríamos
en la economía de la encarnación, por el contrario, los designios de Dios
concebidos desde toda la eternidad, Rom 8, 29, han sido los de salvar a los
hombres haciéndolos conformes a la imagen de su Hijo hecho hombre. Ahora bien,
siendo la Iglesia el Cuerpo de Cristo, la inserción en ella es señal visible y
manifestativa de la inserción en Cristo.
El
hombre muere y resucita con Cristo mediante el bautismo, Rom 6, 3; Gal 3, 27;
Col 2, 12, que es precisamente la puerta por la que se entra a la Iglesia. De
donde entrar en la Iglesia es la señal visible de que el hombre ha nacido de
nuevo, Jn 3, 5 a la vida de Cristo. Pero, además, la Iglesia tiene un valor de
signo dinámico. Es "un signo
levantado entre las naciones", Is 11, 12 que por su misma existencia,
por los frutos de santidad que produce, es una invitación constante a
incorporarse a ella, que es lo mismo que incorporarse a Cristo. La Iglesia,
como signo manifestativo, es decir, como sacramento, lleva entrañada en sí la
tensión misionera.
24.2. La Iglesia, instrumento eficaz de la gracia
La
Iglesia no es sólo la señal. Es también instrumento de justificación. Y en esto
guarda también cierta analogía con la humanidad de Cristo. Cristo y la Iglesia
están tan inseparablemente unidos que la negación de la "instrumentalidad"
de la Iglesia lleva entrañada lógicamente la negación de la "instrumentalidad"
de la humanidad de Cristo, si es que en verdad es la Iglesia el Cuerpo de
Cristo (que lo es), como dice S. Pablo. En efecto, la Iglesia es el
instrumento, el signo eficaz en el cual los hombres se unen con Dios en Cristo,
su Hijo, y en esta unión sobrenatural
adquiere la humanidad un principio de unidad más perfecta que la unión natural
en la sola especie humana o descendencia común (categorías del AT.).
Así,
el que se une a Cristo se hace un solo espíritu con El, y mediante esta unión
habita en él el espíritu de filiación, Rom 8, 15; Gal 4, 6. Así se constituye
la familia de Dios, Efes 2, 17-21; mediante un principio de unidad interna muy
superior a la de la familia humana. La Iglesia, que ha realizado en sus hijos
este ideal de unidad en Dios, está llamada a realizarlo también en todos los
hombres, a quienes invita y atrae con su luz, que es la de Cristo.
24.3. La
Iglesia Sacramento de la Comunión “koinonia”
La Iglesia vive “de”, “en” y “para” la comunión que la santa Trinidad
establece en el seno de la historia del género humano. Por ello debe de
procurarla en medio de un mundo visible, más bien la exige. La iglesia es,
desde este punto de vista, la presencia pública, de la acogida humana del don
salvífico de Dios, hecho realidad en el misterio de Cristo.
Por ello la Iglesia puede
ser considerada como “sacramento de la comunión” del Dios
Uno y Trinitario, por el que la Iglesia
se hace presente ante el género humano como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, y
Templo del Espíritu Santo.
Ya en las etapas preparatorias del
Concilio se hallaban propuestas en las que se presentaba la comunión de todo el
género humano como el eje vertebrador de la eclesiología católica. En esta
línea de comunión hay que señalar el Sínodo de la Iglesia Católica del año
1985, en él se destaca la importancia de la comunión de la Iglesia como la
comunión con Dios por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo. Esta unión se
ha de dar en la Iglesia de un modo particular en la diversidad de culturas, en
la pluriformidad de la variedad de los aspectos humanos pero unidad en la
doctrina de fe y costumbres, basado en la comunión de corazones, teniendo todos,
un mismo sentir en Cristo.
Hay un
término que expresa bien en la Iglesia esta idea de la comunión = “koinonia”, esta
palabra está tomada de la experiencia que tuvo la primitiva comunidad cristiana
en Jerusalén: “Todos los creyentes
estaban de acuerdo y tenían todo en
común”, Hech 2, 44. Esta koinonía se produce por el proceso de la trinidad
económica: la salvación viene de
Dios, por el Hijo en el Espíritu Santo. Es el dinamismo propio del amor trinitario el
que envuelve al creyente haciéndole participar en él.
Es del
Padre de donde procede esta comunión, se realiza por los méritos de su Hijo
Jesucristo y nos la otorgan el Padre y el Hijo enviando el Espíritu Santo, es
el Espíritu el que entrega esa comunión de los creyentes teniendo como modelo
al mismo Jesucristo. Unidos en Cristo-Jesús, esa es la expresión de koinonía,
en el ámbito de la Iglesia de Cristo.
El
Bautismo sacramento de iniciación cristiana y primer vínculo de unión con todo
el Cuerpo de Cristo, y la Eucaristía son los dos sacramentos, junto a los
otros, que facilitan y expresan ese vínculo de unión en el amor = “agape”.
La comunión (koinonía) exige gestos, actitudes y
acciones concretas en su ejercicio práctico. Así en el seno de los miembros de
la propia asamblea cristiana Pablo pide que haya “un mismo sentir”, Rom 12, 16; 15, 5; 1 Cor 1, 10; 2 Cor 13, 11;
comunión que debe de respetar las diferencias y las peculiaridades de cada uno.
La colecta que Pablo realiza a favor de los hermanos pobres de Jerusalén 2 Cor
8, 4; 9, 13; hace real la comunión entre las Iglesias particulares y conserva
la unión entre los cristianos. El amor a los hermanos 1 Jn 2, 7-11; 3, 11-15,
la fe auténtica 2 Jn 8-11, la comunicación de bienes Hech 2, 42, la oración de
unos por otros, los contactos epistolares, son expresiones reales y concretas
de la comunión de nuestros primeros hermanos cristianos y que nosotros debemos
de mantener y fomentar hoy día. La Iglesia es el lugar ideal para mantener esa
unión en Cristo por su Espíritu.
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