Mateo 2, 1-12
La fiesta de la Epifanía se celebra hoy domingo. Los Magos siguiendo la estrella nos invitan a pensar nuestra vida como una búsqueda incesante de Dios.
Esta fiesta importante, que nosotros
llamamos de los Reyes Magos, la
Iglesia la llama fiesta de la Epifanía del Señor. Pues
lo importante, lo que se quiere resaltar, no es la caravana, que imaginamos
exótica, y que viene del oriente, con unos personajes a camello. Lo que la Iglesia celebra es la
manifestación de Jesús incluso a los pueblos paganos, a todas las razas y a
todas las naciones. La manifestación de Jesús, eso es lo que significa la
palabra epifanía.
La historia narrada por San Mateo es
encantadora, y podríamos caer en la trampa de considerar la aventura de estos
personajes venidos del oriente, como una especie de cuento propio de la
fantasía oriental (algo así como un cuento más de las Mil y Una Noches).
Por de pronto hay que hacer alguna breve
aclaración sobre esta escena: el Evangelio no dice ni que fueran tres, ni que
fueran reyes, ni que se llamaran Melchor, Gaspar y Baltasar: menos aún dice que
uno fuera de barba blanca, otro un negrito, y el otro un joven de raza blanca.
Todos estos son elementos de la tradición: una tradición venerable en parte, y
en parte producto de la fantasía piadosa. Pero esto valga como una simple
aclaración.
Lo que estamos celebrando es la
manifestación de Dios a todos los pueblos de la tierra: Jesús quiere ser el
salvador de todos los pueblos de la tierra, y ya desde el principio se
manifiesta (eso significa la palabra epifanía) a estos personajes, que no
pertenecen al pueblo judío.
Fundamental es la actitud de estos
personajes, que por los regalos que hacen, parecen ser personajes importantes.
Ellos regalan oro, incienso y mirra; y eso no lo regalaba cualquiera. La
actitud de estos personajes es la de búsqueda de la verdad, la búsqueda de
Dios. Esto es quizá lo más aleccionador de
toda esta narración: unos personajes que buscan a Dios en forma incansable, que
han encontrado un indicio de Dios, por una vez (la estrella), y que ya no
pararán hasta encontrarlo, aunque tengan que caminar por el largo y penoso
desierto; incluso cuando se les pierde la estrella, o sea cuando la búsqueda se
hace obscura y negra, siguen buscando. Desde dentro de ellos hay un deseo
irresistible de Dios, y seguirán insistiendo. Seguramente tendrían cansancio,
ganas de regresar, a veces la aventura les parecería una locura; pero
rechazarán todas las tentaciones y seguirán buscando.
Y cuando tienen que preguntar en Jerusalén
dónde ha nacido el Rey de los judíos se pone de manifiesto que tenían pocos
informes: solo un gran deseo interior, que les orientó más que la estrella
misma. Su deseo interior fue el que les impulsó a seguir adelante. Esta sed de
Dios fue la que les hizo vencer toda tentación de cansancio y de desierto. No
habrá obstáculo que los detenga.
Y al final de esa búsqueda se encuentran
con un Niño en brazos de su madre, que es la imagen más adorable que se puede
hacer de Dios: un Niño en brazos de María. Un Niño que necesita protección y
amor. Mucha fe debieron tener estos personajes del Oriente, para descubrir al
Dios Viviente, en este niñito dormido en brazos de su madre. Pero han tenido la
recompensa; y ellos adoran a este Niño, como se adora a Dios. Y esto es algo
también importante que nos enseñan estos personajes: a adorar a Dios. Y adorar,
como ellos, no simplemente con una rodilla que se hinca en tierra (aunque esto
también sea importante), sino entregando todos nuestros tesoros, como lo
hicieron ellos. Saber entregar a Dios nuestro oro, incienso y mirra.
Este es el resumen de la historia: el
indicio de Dios, es la estrella. Todos en la vida nos encontramos con los
indicios de Dios, en tantas cosas y circunstancias. Debemos entonces dar el
segundo paso que es la búsqueda de Dios, a través del desierto, o sea, a través
de las dificultades; y finalmente, una vez que lo hayamos encontrado adorar a
Dios, o sea entregarle enteramente nuestra vida. Estar alerta a los “indicios”
de Dios, seguirlos con empeño y darle finalmente todo lo que somos.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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