P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.
Lecturas: Hch 13,14.43-52; S 99,2.3.5; Ap 7,9.14-17; Jn 10,27-30
Les recuerdo que durante
este tiempo de pascua estamos reflexionando sobre esta verdad importantísima de
la presencia junto a nosotros de Cristo resucitado y por tanto vivo y con su
propio cuerpo. Vamos en la barca de Pedro, la Iglesia; tenemos que trabajar y
con frecuencia parece que inútilmente; a veces las olas nos sacuden y amenazan
ahogarnos; pero Él, aunque duerma, va en la misma barca o por lo menos nos
contempla desde la playa o la montaña.
La Escritura usa
también de otro símbolo: la metáfora del Buen Pastor. El texto completo está en
San Juan, cap. 10, y la liturgia lo distribuye en tres partes, una para cada
ciclo litúrgico, siempre en este domingo 4º de pascua. Es un pasaje aun
literariamente bellísimo, pese a que el autor de este evangelio no sea un
maestro en la lengua griega.
Son palabras dichas
por Jesús en el templo. Hace poco tiempo que ha hecho un gran milagro. Ha
curado a un ciego de nacimiento. Pero sus oyentes no todos acaban de creer.
Algunos piden que les diga claro si es que es el Mesías.
Jesús ya les ha dicho
que es el Buen Pastor, pero que no creen porque no son de sus ovejas. Aquí
arranca el evangelio de hoy: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y
ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie
las arrebatará de mis manos”. Es una expresión maravillosa, que da la impresión
de que cualquier comentario viene a ser un manoseo que la estropea. Yo les
invito a que en este momento, en que Él les habla, abran sus mentes y corazones
con fe y dejen que las palabras de Jesús entren y obren con toda su eficacia.
“Mis ovejas escuchan
mi voz y yo las conozco y ellas me siguen”. Escuchando su voz estás aquí,
hermano. Tal vez alguna vez te perdiste, tal vez tu fe no es tan ardiente ni
fuerte como quisieras, pero ahora estás aquí y le escuchas, le sigues y quieres
seguirle más de cerca, obrando como Él, adorando, obedeciendo, agradeciendo y
amando a Dios Padre como Él, transmitiendo el amor y bondad que Él te comunica
para con todos los hombres.
No vas por tus
caminos, sino feliz y seguro detrás de Él y Él te da la vida eterna. Te da la
vida. Está dentro de ti. Cuando esa vida actúa y se hace sentir, es como una
luz, como una invasión de paz, hace amar la virtud, sentir su belleza, la
fuerza para amar, la riqueza de la bondad, la alegría de haber entrado en el
infinito, la proximidad de Dios. Recuérdalo, porque lo has sentido a veces.
Y todo eso “para
siempre”. Porque es Él quien lo promete: sus ovejas “no perecerán jamás y nadie
las arrebatará de su mano”. El mismo Padre se las ha dado, y nadie hay mayor
que el Padre, y Jesús y el Padre son un solo Dios y tienen una misma voluntad:
amarte y salvarte.
Abran, hermanos,
abramos todos el corazón a esta promesa. Dios nos ha dado su perdón y su gracia
no para un tiempo limitado, sino con el designio de mantenerlos siempre. Basta
que nosotros creamos, que seamos humildes, que lo reconozcamos como gracia y
que no nos dejemos llevar por cantos de mentira.
El Buen Pastor, que
ha dado su vida por las ovejas, no las abandona. Si alguna se pierde, la busca
hasta encontrarla. Se lo recuerdo nuevamente: en la oración, en la palabra de
Dios, en los sacramentos, en la presencia del Espíritu y de la gracia santificante,
transformadora y más aún vivificadora, está presente dentro nosotros. Como hemos
rezado en el salmo responsorial: “Somos su pueblo y ovejas de su rebaño”. La
Iglesia es su rebaño. Él nos hizo y somos suyos.
Pero “hay otras
ovejas, que son suyas, pero que no están en su rebaño; es necesario que oigan
su voz y se haga un solo rebaño bajo un solo Pastor” (Jn 10,16). Es necesario
que todos los hombres oigan la voz de Jesús. Recuerden que cada cristiano, cada
uno de ustedes, tiene que hacerse voz del Buen Pastor. Una vez más les recuerdo
la importancia de conocer profundamente la Palabra de Dios, que la Iglesia
conserva y nos transmite, que alimenta en cada uno una vida cristiana pujante y
capaz de suscitarla en otros.
Pero además como
Jesús eligió a los doce apóstoles para que le representaran a su vez como
pastores, quiere y son necesarios hoy sucesores abundantes. Buscando un día un
poco de descanso para Él y sus discípulos, Jesús se encontró de repente con una
gran multitud, que llegó para escucharle. Dice el evangelio que sintió gran
compasión porque eran “como ovejas sin pastor” y dedicó todo el día a
enseñarles y acabó multiplicando los panes y los peces. Pero antes comentó: “La
mies es mucha y los obreros pocos. Rueguen al dueño de la mies que envíe
obreros a su mies”. Ustedes son hoy testigos de lo mismo. Jesús necesita de
muchos voluntarios, sacerdotes, religiosos y religiosas, cuyo único ideal sea
llevar a sus hermanos la margarita preciosa del amor de Jesús. Hoy la Iglesia
nos pide lo mismo que Jesús entonces a sus amigos: que pidamos a Dios con
nuestras oraciones y sacrificios para que llame a muchos, a muchos más, pues la
mies es mucha y los obreros pocos. Ofrezcan esta misa por esta intención y no
olviden de pedir por ella con frecuencia. Que el Señor conceda a su Iglesia
abundancia de vocaciones de sacerdotes, religiosos y religiosas y de vocaciones
santas.
Padres y madres,
catequistas, profesores de religión, no dejen de proponer a los/as jóvenes esta
invitación. Porque ésta es también una forma más del encuentro de Jesús resucitado
con sus fieles. A través de sus ministros. Jesús habla, sana, perdona, comunica
el Espíritu… cuando lo hace por sus ministros y en la comunidad cristiana.
Nunca olvidemos sus palabras de despedida: “He aquí que Yo estoy con ustedes
hasta el fin del mundo”.
Y pidamos también a nuestra Madre y Madre de la Iglesia que recuerde a
sus servidores que hagan y hagamos lo que Él nos diga....
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