Vida - Parte 5: Las señales del camino

 


P. Adolfo Franco, jesuita

Continuación...


LAS SEÑALES DEL CAMINO.

 

Ya que hemos descrito la vida como camino, y también hemos considerado sobre las elecciones y decisiones que hay que tomar para hacer este recorrido, porque a veces hay incertidumbres, podemos preguntarnos ¿hay señales en el camino para saber que no nos desviamos, que vamos por el camino que nos conduce a nuestra meta?

Hay un cuento infantil en que un niño que entra por un bosque, y no sabe cómo volverá, y quiere después tener segura la retirada hasta su casa, va dejando por el bosque piedrecitas blancas. Cuando quiera regresar, le bastará seguir el camino de las piedrecitas blancas. ¿Hay esas piedrecitas que nos indican que no estamos perdidos en el camino, y que seguimos la ruta acertada? La respuesta es sí, sí hay señales, para poder conocer si el camino es el correcto. Falta saber reconocer esas señales e interpretarlas bien.

Es necesario afirmar que en nuestra vida hay señales que nos indican si estamos en el camino correcto. Hay posibilidad de descubrir esas señales e interpretarlas rectamente. Ya se han ido dando algunas “señales” para la orientación, al hablar de criterios para el cambio, ver el mundo cómo es y la vida como un camino (o sea en los capítulos vida-2, vida-3 y vida-4). Ahora intentaremos dar un mapa más completo de lectura, para conocer si el camino es correcto o no.

 

1  Nuestros estados de ánimo.

Y lo vamos a hacer examinando nuestros estados de ánimo, que si son bien leídos nos dicen muchas cosas sobre nuestra vida y sobre nuestros aciertos y equivocaciones; esos estados de nuestra alma tienen señales bastante completas para que sigamos el camino correcto. Los estados de tristeza y alegría, de temor y de audacia, de melancolía, de temor, de aburrimiento, de exaltación. La variedad de los estados de ánimo es muy grande. Y siempre en ellos hay un mensaje. Y en muchos de ellos un mensaje espiritual de aprobación o desaprobación. Es verdad que no siempre es fácil leer correctamente en la conciencia (que es el lugar donde ocurren los estados de ánimo). Intentemos, pues, adentrarnos en nuestros estados de ánimo y en su interpretación.

Para empezar algunos distinguen entre los estados de ánimo y los estados del espíritu. Los primeros son situaciones naturales que ocurren por diversas causas naturales. Y los segundos, los estados del espíritu son situaciones interiores causadas por el Espíritu Santo que habita en nosotros. Pero la distinción en la práctica no es siempre fácil: podemos confundir a veces una euforia con una consolación espiritual y no son lo mismo. Lo primero puede estar provocado por un éxito, por el despertar de la primavera, por diversas causas naturales; lo segundo deriva de la acción del Espíritu que nos hace sentir el “gusto” de Dios, y también produce un estado interior de satisfacción.

Resumiendo: hay que distinguir entre unos y otros, porque básicamente podemos decir que en los estados del espíritu, sí encontraremos las señales de que hablábamos, y en los estados de ánimo no siempre hay señales. Aunque algunas veces también se puede encontrar algún indicio.

Los estados de ánimo los pueden producir:  causas físicas, psíquicas, ambientales. Todo un conjunto de causas naturales que influyen en nosotros para producir: alegría, tristeza, exaltación, depresión, aburrimiento, satisfacción, desgana. Es notorio cómo algunos productos químicos (medicinas, drogas) causan estados de ánimo de delirio, o de melancolía o de risa. Y ahí no hay que leer la acción de Dios que nos guía, más bien hay que leer la causa que los ha producido. También hay circunstancias sociales, como un éxito, un desprecio sufrido, una injusticia padecida, una promoción en el trabajo. Estas son causas diferentes a las causas químicas, pero también son naturales y también crean estados de ánimo. Tampoco se puede decir que Dios esté produciendo esos estados interiores. Esos estados son simplemente el producto de una causa enteramente natural. Pero volvamos a insistir en que no siempre es fácil detectar si contienen o no contienen señales para el camino. Porque algunas veces también en los estados de ánimo producidos por causas naturales puede haber algunas señales de Dios.

 

2  Los estados del espíritu

Por eso hay que centrarse en los estados del espíritu y dejar de lado los estados de ánimo en esta reflexión. Y para esta distinción y elección nos servirá el estudio de las causas de donde proviene mi estado interior. Aunque, como estoy diciendo desde el principio, no es todo tan simple. Hay algunas veces estados de melancolía cuya causa se nos escapa (¿vendrá de una causa natural, o de una causa sobrenatural?). Hay días que nos levantamos con el pie derecho, y otros días nos levantamos con el pie izquierdo. Un día de repente me encuentro triste y no sé por qué. Pero se puede en muchos casos profundizar, reflexionar y se termina encontrando una causa. Y para complicar más las cosas tenemos una sicología oscilante, con subidas y bajadas. En los maníaco-depresivos esto está muy marcado. Pero creo que se puede afirmar que todos tenemos oscilaciones: unas veces estamos arriba y otras veces estamos abajo. En unos la altura y la hondura de los estados anímicos es más pronunciada, en otros menos. En unos la frecuencia de los cambios es muy rápida y en otros más lenta.

Todo esto sirve para comprobar que es un asunto complejo, y no siempre fácil. Y por eso tenemos que decir que algunas veces hay que recurrir a alguien que conoce de estos asuntos, para distinguir entre estados de ánimo y estados espirituales. Y para saber encontrar la señal que se oculta en estos estados del espíritu.

Entonces una vez entendido que hay que separar los estados del espíritu de los estados de ánimo, empezamos ya a buscar qué señales encontramos en los estados del espíritu. Y esto supone afirmar una realidad fundamental: en el fondo de nuestro ser tenemos la fuerza de Dios, el Espíritu Santo operante en nosotros, vivo y activo. Y se hace notorio en lo que llamamos “la voz de la conciencia”. Esas reacciones espirituales, interiores, son la Voz de Alguien que nos habla en el corazón. Es Dios que nos guía, y nos dice si vamos bien encaminados o no.

Se pueden dar algunas pautas generales para entender los signos encerrados en los estados del espíritu. San Ignacio, en el libro de los Ejercicios Espirituales tiene unas reglas para lo que él llama “discernimiento de espíritus”, y que son una enseñanza para educarnos en distinguir las señales de Dios. San Juan de la Cruz en sus diversos libros también describe e interpreta diversos estados del espíritu.

En general podemos agruparlos en dos: los estados del espíritu gratos, y los estados molestos. O sea en los que sentimos ánimo y gusto, y los otros en que sentimos fastidio, tristeza, disgusto. Y en estos dos grupos se dan grados diversos, de lo mínimo a lo máximo, tanto en los positivos como en los negativos (aunque la palabra positivo y negativo se puede prestar en este asunto a confusiones[1]).

 

3  Interpretación de las consolaciones

Vayamos al grupo de las alegrías interiores: hay desde la paz serena, sin especiales emociones interiores, hasta el arrobamiento y la consolación llena de lágrimas. Y las hay que duran un poco de tiempo, y las que duran más tiempo. Y hay que saber distinguir entre el momento (generalmente breve) de un episodio de consolación a los momentos siguientes. ¿Está presente Dios en todos estos estados? No se puede afirmar sin más de antemano. Porque muchas veces hay engaños en estas situaciones. Ya dice San Ignacio que el “enemigo” se disfraza como ángel de la luz. Hay que hacer interpretación o discernimiento espiritual, para encontrar las señales que estamos buscando, para que esas situaciones nos impulsen hacia Dios.

De nuevo lo que sí podemos decir es que Dios nos guía, “conversa” con cada uno, de diversas maneras, para hacernos conocer sus planes y nuestros caminos; y que la forma de hacer Dios esta comunicación normalmente es mediante estos estados espirituales, en que sentimos su presencia. Pero a veces, el que está presente en estas situaciones es el “enemigo”. Es necesario estar entrenados en la interpretación de los estados espirituales, para distinguir un caso y otro. Y en general se puede decir que si la consecuencia de ese estado espiritual es bueno, nos conduce a mejorar la vida, a corregir defectos y a orar más al Señor, entonces podemos detectar que ahí ha habido presencia de Dios, y que la señal nos dirige al buen camino[2].

Naturalmente que hay que tener la costumbre de reflexionar sobre nosotros mismos; porque, si no, ocurrirán estados de nuestro espíritu que se nos pasarán sin darnos siquiera cuenta de que algo está ocurriendo en nuestro espíritu. Y no es que tengamos que estar todo el día pensando, y mirándonos para dentro, que al final terminaría convirtiéndose en un narcisismo espiritual. Hay que recuperar la capacidad de reflexión y silencio, como un ingrediente de una vida seriamente humana.

Esto es lo que se puede decir como cosa general de esos estados del espíritu que llamamos positivos. Y hay que añadir otra cosa que si ese estado de elevación espiritual, o de consolación ocurre de improviso, de repente, sin causa previa, cuando menos lo esperamos, entonces es sólo de Dios, pues sólo El es capaz de entrar a nuestro espíritu así tan de repente.

 

4. Interpretación de la desolación

Vayamos ahora al otro tipo de estados del espíritu: los que algunos impropiamente dirían negativos. Desolación, sequedad, tristeza, noche oscura. Hay muchos términos que definen estos estados y una gran variedad de modalidades. A veces es una avalancha de tentaciones, a veces unas tremendas dudas de fe, o arranques de desesperación. Hay desde los más grandes abismos, a los pequeños baches del camino.

¿Todos estos estados vienen del mal espíritu? Tampoco se puede decir esto. ¿Dios nos tienta? Desde luego que no se puede decir esto, porque la tentación hablando con propiedad es un empujoncito hacia el mal; y Dios no hará eso nunca. Pero esos estados no necesariamente son empujoncitos hacia el mal. Dios algunas veces nos quiere purificar interiormente en esos estados, o los provoca para hacernos caer en la cuenta de que estamos flojeando y cayendo en tibieza espiritual y por eso nos hace sentir la sequedad espiritual. Entonces en el estado de sequedad hay encerrada una señal de Dios. Pero puede darse otra situación: la de la tristeza espiritual, con la inclinación a abandonar nuestra práctica espiritual, es una señal (pero en este caso una mala señal).

Así que en estos estados negativos, o digamos mejor, poco agradables, puede haber buenas y malas señales. Pero al fin son señales que nos hacen conocer el camino que vamos llevando. Nos empujan en la dirección correcta, o nos advierten de una dirección equivocada. Y hay que volver a decir que su interpretación no es siempre fácil, y que hay que evitar interpretaciones precipitadas y demasiado simples.

 

5  Dios dialoga constantemente con nosotros

Dios está actuando desde nuestro interior, mediante esas experiencias, para que sigamos el camino que El nos marca. Tiene para cada uno de nosotros reservada una sorpresa, y tiene para cada uno de nosotros un proyecto; y El, que sabe el camino, nos lo está haciendo saber. Finalmente ésa es la aventura maravillosa de vivir: descubrir con Dios el propio camino, que tiene como meta a Dios mismo.



[1] Por ejemplo, una llamada desolación (estado que se definiría como negativo) puede algunas veces ser una manera como Dios interviene para hacernos crecer espiritualmente, y en ese caso esta desolación no sería un estado negativo.

[2] Puede ocurrir algo que nos parece una inspiración: acumular imprudentemente una cantidad grande de prácticas espirituales y de buenos propósitos, que a la larga (o a la corta) nos aburren y nos hacen dejar todo. La inspiración parecería de Dios, pero en realidad no era sino del mal espíritu.



Continuará...

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Agradecemos al P. Adolfo Franco jesuita, por compartir con nosotros esta serie que busca ayudarnos a reflexionar sobre nuestras propias vidas, a la luz del mensaje cristiano.






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