Doctrina Social de la Iglesia - 52. El Sindicato III

 



P. Ignacio Garro, jesuita †


9. EL SINDICATO

Continuación...


9.8.- La crisis del concepto marxista de "la lucha de clases".

K. Marx consiguió que se aceptase como dogma indiscutido la necesidad de la lucha de clases como instrumento para conseguir la justicia social. En este marco el empleo de la huelga como arma de lucha del proletariado era también un tema indiscutible. Tuvo que disentir el comunista Bakunin (y esta sería una de las causas que llevaron a la ruptura con él, y a la escisión de la Primera Internacional en 1872, y al nacimiento del anarquismo) a propósito de la posibilidad o conveniencia de la huelga general, pero sin dudar de su licitud e idoneidad en los demás casos. Incluso en el tema de la discusión de la huelga general, los argumentos que se manejaron fueron estratégicos o tácticos, no éticos. Hoy imperan en cambio dos realidades: la clase obrera, al menos en el mundo occidental, se ha aburguesado y sintoniza menos con la lucha de clases como táctica permanente y, a la vez, ha ido tomando cuerpo la conciencia de las ventajas de la concertación social (acuerdo entre la patronal y los sindicatos acerca de los contratos salariales) y de la negociación, como instrumentos más eficaces que la huelga, para garantizar la justicia social.

También ante esta realidad, la DSI ha ido matizando su postura. Pues también en este punto, desde una coherencia básica entre las primeras manifestaciones de la DSI y las más recientes, es posible percibir una evolución clara.

Respecto a "la lucha de clases", la primera actitud de la Iglesia no es positiva sino reticente. Es un error, afirmaba León XIII, en RN, nº 14, "pensar que las clases son naturalmente enemigas y por esto deben de estar en lucha; es más cierto que se necesitan". Por eso, en vez de azuzar a cada una recordándoles sus derechos, la Iglesia predica a ambas sus deberes.

En la misma línea ideológica, una de las ventajas que Pío XI en QA, nº 95, descubría en el sistema corporativo era la mutua colaboración entre las clases sociales, de acuerdo con uno de los principios que él mismo había establecido, en QA, nº 88, para restaurar el orden social, amenazado en su tiempo, carente de un modelo universalmente aceptado, como indicamos ya en su momento, como era el principio de la libre concurrencia dentro de un pacto social.

Pero más directa y negativamente abordó Pío XI el tema en dos ocasiones:

a.- Una, en la misma encíclica QA, nº 112. La oposición a la violencia y a la lucha de clases es uno de los criterios que Pío XI aduce para manifestar la distancia que toma la Iglesia ante el comunismo. Y en QA, nº 113-114, toma nota de que el socialismo moderado ha abandonado o reducido sus pretensiones iniciales en este  punto.

b.- La otra, en "Divini Redemptoris", (19,3,1937), la encíclica que dedica a condenar el comunismo, cinco días después de haber condenado en "Mit Brebbender Sorge" (14,3,1937), otro totalitarismo, el nacionalsocialismo fascista de Hitler. En la encíclica dedicada al comunismo condena la lucha de clases como expresión del materialismo marxista, en el que no cabe la idea de Dios.[1]

La polémica en torno a la lucha de clases y la reticencia de la DSI ante él podían interpretarse como un anticomunismo, e incluso antiobrerismo, visceral y cerrado. Quizá se omite la alusión al término en los escritos siguientes.[2] Aunque también es cierto que la atención de la DSI, y en general la de los pensadores sociales cristianos, se traslada del concepto de "lucha de clases" al de "lucha de bloques".

J. Pablo II en SRS, dedicará varías páginas a la lucha de bloques, en LE, nº 11, temió enfrentarse con el concepto vidrioso de "lucha de clases". Comienza reconociendo sin reticencias que "la lucha de clases existe" y que ha sido elevada a categoría ideológica y programada como lucha política. Pero a continuación expresa su convicción de que esto no debe de ser así. Y presenta una serie de argumentos en los que se apoya, de corte filosófico, histórico y moral, LE, nº 12-13.

El más original es el que se puede llamar método histórico. Analizando la historia y el proceso de producción, es decir, utilizando las mismas fuentes argumentales del mismo Marx, llega a la conclusión opuesta: "la lucha de clases no debe de existir, porque el capital es fruto del trabajo". Más tarde en su visita a Chile definió con más claridad su postura en el tema referente a la lucha de clases y dijo: “La Iglesia cuenta en su mismo patrimonio de fe y de vida con luz y fuerza más que suficiente para esa transformación de todas las cosas en Cristo. Cualquier recurso a planteamientos ideológicos ajenos al Evangelio de corte materialista en cuanto método de lectura de la realidad, o también como programa de acción social, se cierra radicalmente a la verdad cristiana, pues ee agota en la perspectiva intramundana, y se opone frontalmente al misterio de la unidad en Cristo: un cristiano no puede aceptar la lucha programada de clases como solución dialéctica de los conflictos. No debe ser confundida la noble lucha por la justicia, que es expresión de respeto y de amor al hombre, con el programa que ve en la lucha de clases la única vía para la eliminación de las injusticias latentes en la sociedad y en las clases mismas” [3]

Es llamativa la argumentación de J. Pablo II. No sólo porque hunde sus raíces en los mismos datos que llevaron a Marx a una conclusión contraria, sino porque además da un nuevo sentido a la frase marxista "el capital es fruto del trabajo". Para K. Marx significaba que el capital se ha formado a base de pagar injustamente al trabajo. J. Pablo II, sin abordar este tema, hace ver que los bienes de la tierra llegan a ser capital, como bienes de producción, gracias al trabajo humano. Capital y trabajo no pueden, por tanto, estar en conflicto. En coherencia con este análisis, al tratar del sindicato, LE, nº 20, define que es un exponente de lucha, pero "no en contra de nadie", sino a "favor de la justicia", aludiendo a su argumentación anterior.

Por fin, tras la caída del marxismo estatal en la Europa del Este, (agosto 1989), CA, nº 14, presenta un análisis del concepto de lucha de clases, que distingue cuidadosamente y claramente de la lucha por la justicia social, en el que la lucha de clases queda condenada desde varias perspectivas éticas:

                .- No se autolimita por consideraciones jurídicas o éticas

                .- No respeta la dignidad de la persona en el adversario

                .- Excluye los acuerdos razonables

                .- Busca un interés particular, más que el bien común, (el interés del partido).

A esta especie de lucha de clases, CA, nº 18, la compara con el militarismo, y percibe en ella una raíz atea y en el fondo un desprecio por la persona humana, que hace prevalecer la fuerza bruta sobre la razón y el derecho. En las circunstancias presentes, tanto la lucha de clases como la guerra total deben ser absolutamente rechazadas.

La DSI, ha llegado así, antes de centrar su interés en la lucha de bloques, a un tratamiento dialéctico de la lucha de clases, superando los análisis de las etapas anteriores a la caída ideológica de la Europa del Este.



[1] También, J. Pablo II en CA, nº 14, une la crítica de la lucha de clases con el ateísmo implícito que en ella lleva.

[2] Unicamente alude al término "lucha de clases" Pablo VI cuando lo señala como uno de los niveles de expresión del marxismo como ideología, OA, nº 26, y como movimiento histórico, OA, nº 33.

[3] Discurso a los Obispos de Chile, el 2- 4, 1987


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Damos gracias a Dios por la vida del P. Ignacio Garro, SJ † quien, como parte del blog, participó con mucho entusiasmo en este servicio pastoral, seguiremos publicando los materiales que nos compartió.


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