LOS RETOS DE LA FAMILIA EN EL CONTEXTO ACTUAL
Mons. Juan Antonio Reig Pla Obispo de Alcalá de Henares Vicepresidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia (Sección Española)
Continuación
III. LOS RETOS-TAREAS DE LA PASTORAL FAMILIAR RENOVADA
Atendiendo a las cuestiones que considero más urgentes y a las circunstancias que concurren en este momento referidas al matrimonio y a la familia, señalo, a continuación, aquellas tareas que habría que tener en cuenta para promover, entre todos, una pastoral familiar renovada. Todas ellas deben ser pensadas, oradas y llevadas a cabo desde la verdad del designio amoroso de Dios revelado en la persona de Cristo. «En Cristo, la caridad en la verdad se convierte en el Rostro de su Persona, en una vocación a amar a nuestros hermanos en la verdad de su proyecto» (Benedicto XVI, Encíclica Caritas in veritate, n. 1, 29-06-2009). En ocasiones sólo cabe proponer la verdad en la caridad, orar y acompañar; así lo enseñaba el Cardenal Jorge Mario Bergoglio: aproximarse bien a la realidad, aproximarse bien al prójimo «implica comunicar la belleza de la caridad en la verdad. Cuando la verdad es dolorosa y el bien difícil de realizar, la belleza está en ese amor que comparte el dolor, con respeto y de manera digna» (Conferencia “Comunicador ¿Quién es tu prójimo?”, 10-10-2002).
1. La gestación del sujeto cristiano: la iniciación cristiana según el modelo del catecumenado bautismal
La pastoral familiar en estos momentos constata la debilidad del sujeto cristiano. Los candidatos a la celebración del sacramento del matrimonio, aunque bautizados, manifiestan una fe muy débil; muchos de ellos sin práctica ni experiencia cristiana. Ha descendido alarmantemente la nupcialidad y se ha retrasado el momento de celebrar el sacramento del matrimonio. Muchas parejas solicitan el sacramento cuando llevan años conviviendo y, muchos, con hijos.
Esta situación reclama vincular la pastoral familiar con una lúcida iniciación cristiana, ‒según el modelo del catecumenado bautismal‒, de los niños-adolescentes, jóvenes y adultos. Esto exige, a su vez, una conversión pastoral de la parroquia y de los procesos catequéticos. La parroquia necesita contar con las familias cristianas, adquirir un rostro familiar y desarrollar procesos comunitarios donde sea posible la gestación del sujeto cristiano. La implicación de laicos formados, en comunión con los sacerdotes, es imprescindible. Los movimientos matrimoniales y familiares, los nuevos movimientos y las comunidades eclesiales pueden prestar un buen servicio a las parroquias. Estas deben contar con su equipo de Pastoral Familiar que conozca bien las claves de la antropología adecuada, la doctrina católica sobre la vida, el sacramento del matrimonio y la familia, así como las orientaciones de la Familiaris consortio, del Directorio de la Pastoral Familiar en España, la Exhortación del Papa Francisco Amoris laetitia y del resto del Magisterio de la Iglesia.
2. Itinerarios de maduración de la masculinidad y la feminidad
Para amar y donarse en cualquier ámbito de la vida (conyugal, familiar, laboral, etc.), primero hay que poseerse, a esta virtud la llamamos castidad; es por ello que castidad y caridad no son virtudes “privadas” sino que son dos virtudes con dimensión social y política que es esencial revindicar en el foro público.
Pero además, castidad y caridad se configuran y expresan, en los seres humanos, en la diferencia varón-mujer, y de ninguna otra manera, de ahí la necesidad de que el padre y la madre realicen su misión educativa diferente pero complementaria a la vez. Desde la infancia es necesario cultivar y reafirmar el sentido de la masculinidad en los hijos varones y el sentido de la feminidad en las hijas. Para ello es necesario una colaboración permanente con la escuela y la catequesis a través de itinerarios de maduración de la feminidad y la masculinidad en el contexto de la iniciación cristiana. Sólo podemos amar como varones o mujeres. Los Centros de Orientación Familiar emergen aquí como un instrumento en estos procesos de maduración cuando las heridas afectivas se hacen evidentes.
3. La educación afectivo-sexual
Junto a la iniciación cristiana, y como contenido necesario en los procesos catequéticos, es urgente introducir programas de educación afectivo-sexual. Esta se confía de manera singular a las familias. Las parroquias y los centros educativos cooperan con los padres para complementar y desarrollar todos sus aspectos.
La educación sexual tiene como horizonte acompañar y orientar la vocación al amor; implica el desarrollo de las virtudes y, de modo especial, la virtud de la castidad. Tanto la vocación al amor, la conquista con la gracia de la libertad personal para el don, como la virtud de la castidad reclaman espacios familiares y comunitarios donde se visibilice el trato respetuoso, la belleza de la amistad y el gozo de la convivencia y la fraternidad cristiana.
Las escuelas de padres y las escuelas de familia pueden prestar una buena ayuda para este tipo de educación.
4. La preparación del matrimonio
La preparación para el matrimonio cristiano ha de ser vista como un proceso gradual y continuo que la Familiaris consortio sistematiza en tres etapas: remota, próxima e inmediata.
Esta preparación, acompañada de la educación afectivo-sexual, ha de vivirse como un proceso evangelizador desarrollado al modo del discipulado de Cristo. En definitiva se trata de discernir la llamada del Maestro a seguirle en la vocación esponsal-conyugal como un camino que tiene como horizonte la santidad de vida.
Este discipulado en el que se discierne la vocación al matrimonio, la elección del que puede ser el futuro esposo o la futura esposa, ha de desarrollarse como un itinerario de fe que incluya toda la experiencia de la Iglesia: oración, escucha de la Palabra, celebración de la Penitencia y de la Eucaristía, acompañamiento del testimonio de otros matrimonios, formación cristiana y, según las etapas, preparación para la celebración fructuosa del sacramento del matrimonio y para la vida y misión de la familia.
La Familiaris consortio indica que las etapas de preparación al matrimonio “se han de programar a modo de catecumenado y como verdaderos itinerarios de fe” (FC 66). Con esto se está indicando que no es suficiente proponer a los jóvenes algunas verdades que les puedan ayudar o algunos testimonios que les sirvan de guía. Se trata de verdaderos procesos de evangelización que han de vincularse tanto con los procesos catequéticos ordinarios como con la pastoral juvenil.
Para la preparación próxima e inmediata se ha de ofrecer itinerarios, procesos de auténtico discipulado que cuenten con el tiempo suficiente para desplegar todos los aspectos de la vida cristiana y los específicos de la vida matrimonial y familiar. Dada la situación de nuestros jóvenes no habría que disminuir las exigencias de estos itinerarios que pueden ser complementados con momentos de convivencia, retiros y ejercicios espirituales.
5. La preparación inmediata a la celebración del sacramento del matrimonio
Como complemento de lo dicho anteriormente, la preparación inmediata a la celebración del sacramento del matrimonio requiere una atención especial. Además de acoger a los novios con respeto y con una mirada cargada de ternura y misericordia, se ha de procurar mejorar todos aquellos aspectos que contribuyan a la validez del matrimonio y a su celebración fructuosa.
a) Las entrevistas para los expedientes matrimoniales
Estas son una ocasión espléndida para conocer en profundidad a los candidatos y deben ser desarrolladas con la seriedad que merecen por parte de laicos formados y reservando el tiempo necesario para el trato pastoral con el sacerdote. Más allá del carácter burocrático, las entrevistas son ocasiones de evangelización y de propuestas de itinerarios a seguir.
b) La celebración de la Penitencia y de la Eucaristía
Los sacerdotes, ayudados de los laicos, han de procurar que dentro del itinerario de la preparación inmediata, se incluya la celebración penitencial, la renovación de las promesas del bautismo si se considera oportuno y la celebración de la Eucaristía. Por su parte el sacerdote debe aconsejar que celebren el sacramento en gracia de Dios y en el contexto de la Eucaristía. Para ello deberá mostrarse disponible a acompañarles en la conversión y confesión de los pecados.
c) Contenidos doctrinales y vida cristiana
En el desarrollo de la preparación inmediata, además de los temas fundamentales de la vida cristiana, los candidatos deben conocer bien la doctrina de la Iglesia sobre el sacramento del matrimonio, sus notas de unidad e indisolubilidad, las características del amor conyugal, la vocación a la paternidad y a la maternidad ejercidas de manera responsable y la necesidad de cultivar su pertenencia a la Iglesia para ser acompañados en el desarrollo de su vida matrimonial.
d) Celebración expresiva de la fe
Los aspectos de la celebración requieren ser cuidados para que sean expresivos de fe y de verdadera fiesta evitando todo tipo de exageraciones.
6. La formación del laicado
La Pastoral Familiar necesita de laicos bien formados y testigos de vida cristiana auténtica. Para ello es urgente ofrecer en todas las diócesis ámbitos formativos específicos en los aspectos de Bioética, Matrimonio, Familia y Doctrina Social de la Iglesia. Los Institutos de Familia están llamados a cumplir esta misión procurando extender sus propuestas formativas a las zonas donde puedan acceder verdaderamente los laicos.
La conversión pastoral de la que nos habla el Papa Francisco requiere apostar seriamente por una formación integral y específica de los laicos. A ellos se les confían la mayor parte de las tareas de la pastoral familiar: el crecer como familias que sean verdaderos sujetos de evangelización y transmisión de la fe; el colaborar en la educación sexual y en la preparación al matrimonio; el promover las escuelas de familias y cuantos medios formativos puedan ayudar a los esposos y padres; el desarrollar procesos preventivos y de verdadera orientación en los Centros de Orientación familiar; el desarrollar itinerarios de formación en las cuestiones referentes a la vida humana, a la educación de los hijos; la ayuda a las familias con situaciones difíciles: falta de armonía familiar, adicciones, trastornos de orientación e identidad sexual, situaciones de pobreza —que tienden a ampliarse y perpetuarse como parte orgánica de verdaderas estructuras de pecado en el campo de la economía y la política— maltrato, enfermedades, esterilidad, etc.
Del mismo modo necesitan los laicos conocer bien, sin reduccionismos y en toda su amplitud, la Doctrina Social de la Iglesia para su compromiso temporal y para desarrollar de manera asociada aquellas instituciones y asociaciones que favorezcan el desarrollo de la institución familiar y la defensa de la vida humana. Hoy es urgente, además, “la necesidad de prestar un gran interés a las mediaciones naturales, y efectuar una crítica correlativa de las estructuras sociales y políticas contrarias a la naturaleza. Jean Daniélou16 ideó una fórmula acertada, utilizada como título de un pequeño libro, L’oraison problème politique, queriendo decir con ello una verdad muy general: la vida interior no sería posible a la mayoría sin la ayuda de estructuras sociales sanas, sin el arraigo en esta multitud de bienes que, ordenados a su fin supremo, constituyen conjuntamente el bien común de una sociedad”17.
Por tanto, “conviene rehabilitar la política. Una de las consecuencias del llamado «final de la política» es la respuesta comunitarista, que concluye lógicamente en la aceptación de la privatización de la religión. Se comprende como huida o toma de distancia hacia el carácter invivible de una gran comunidad sin fronteras definidas, sin pasado y sin ideal común, aunque participe lamentablemente del mismo fenómeno de destrucción si se define sin otra pretensión que ella misma, en nombre de una identidad privada. Por otra parte hay que ser conscientes del hecho de que, si hoy el terreno propiamente político ha sido prácticamente abandonado por las jóvenes generaciones de católicos occidentales, es en gran parte porque ante el fenómeno de destrucción de los marcos culturales e institucionales nacionales que caracterizan a la fase actual de la modernidad, el mundo católico más «occidentalizado» ha seguido sus pasos, sin dejar otro opción que el repliegue a un espíritu desencarnado. En este caso, el colmo del comunitarismo se alcanza cuando el refugiarse en la «sociedad civil» y la pérdida de sentimiento de pertenencia nacional vuelven a los hechos a un encierro en formas de sociabilidad religiosa (reuniones, peregrinaciones, grupos de oración), sin duda buenas en sí mismas, pero muy alejadas de la implicación de los laicos en la primacía que hay que conceder al bien común»18.
7. Escuela de padres
Las Escuelas de padres parten de la necesidad de formar y acompañar a los padres cristianos que hoy tienen que educar a sus hijos en un entorno muy diferente. Cada vez es mayor número de estímulos que impactan en el aprendizaje de los hijos y también mayor la dificultad de ser educados por la familia. La organización familiar se hace diferente y más compleja, y la sociedad y el Estado invaden y asumen cuestiones de la educación de los niños que aun siendo responsabilidad de los padres quedan fuera de su control en edades cada vez más tempranas. Los padres cristianos se ven en ocasiones, superados en sus fuerzas por esta necesidad de educar en un continuo “contra-corriente”, con el añadido de estar ellos mismos afectados por esa dolencia del “sujeto débil” que cada vez afecta a más personas.
Referencias
16 Daniélou, Jean, L’oraison problème politique, Paris, Fayard, 1968.
17 Dumont, Bernard, Hitos para salir de la crisis, bases para una salida de la crisis, preámbulo. En Iglesia y Política, cambiar el paradigma. Itinerarios, 2013.
18 Ibidem.
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