Por los jóvenes
«Para que sepan responder con generosidad a su propia vocación; considerando seriamente también la posibilidad de consagrarse al Señor en el sacerdocio o en la vida consagrada»
P. Javier Rojas, S.J.
En el núcleo de la fe cristiana hay un Dios trinitario con una invitación única: «llegar a ser hijos de Dios» (Jn 1, 12). Dios es Amor y somos llamados a vivir en el amor, e invitados a reproducir ese amor. El amor es más real cuando se vuelve servicio a los demás y compromiso con el bien común.
El llamado universal de Dios a la santidad consiste en hacernos eco de ese amor que habita en nosotros y nos susurra al oído para decirnos por dónde, cómo y de qué manera esparcirlo en el mundo para hacerlo concreto y real.
Jesús nos ha dado una pista para aprender a escuchar a Dios y responder a su llamado; «Cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre en secreto» (Mt 6, 6). El diálogo con el Señor,
en el silencio del corazón, y la disponibilidad atenta a su Palabra, nos hace personas asertivas y resolutivas.
Jesús, no es una idea, un concepto, una bella teoría, o una definición, es el mejor Amigo del ser humano: la voz de Dios que nos habla al corazón.
El valor radical que tiene «escuchar» es lo que nos permite oír el llamado de Dios a vivir en el amor para encarnarlo después en las respuestas que damos a las necesidades que tiene nuestro país.
El amor a Dios no está divorciado del compromiso por el bien común de nuestra nación. ¿Podemos pedir, suplicar, e implorar a Dios por nuestras necesidades y no colaborar con la paz, la estabilidad y el bienestar de nuestra nación? ¿Se puede ser autistas en la fe?
Necesitamos formar en nuestro corazón «almas corporativas», construir «sueños comunes» y aprender a tomar «decisiones que no excluyan» a quienes más necesitan de nuestra compasión.
Debemos asumir con responsabilidad la tarea de formar a las generaciones más jóvenes en valores y virtudes que les ayuden a establecer lazos firmes y estables con el bien más universal.
Nuestros jóvenes necesitan aprender a reconocer la voz de Dios y no prestar oído a los «griteríos» externos, que lo denigran como personas, hombres y mujeres comprometidos con el amor.
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Tomado de:
RED MUNDIAL DE ORACIÓN DEL PAPA - N° 10 - ABRIL 2017
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