Tratado de Mariología - 7° Parte: La Inmaculada Concepción

P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA


El dogma de la Inmaculada Concepción de la virgen María, significa que María fue liberada del pecado original. Es decir, que María fue concebida en el seno de su madre (Santa Ana) y con la colaboración de su esposo (San Joaquín), que nació según la carne y sin pecado original. Pecado original originado al que están sometidas todas las criaturas humanas desde el pecado de Adán y Eva en el paraíso.

En el orden cronológico de la vida de la Santísima Virgen María, el primero de los grandes privilegios concedidos por Dios fue en atención a su futura maternidad divina, por tanto la Inmaculada Concepción de la Virgen María en el seno de su madre fue quedar inmune del pecado original.


INTRODUCCIÓN

Para ambientar un poco este gran privilegio y todos los demás relativos a la Santísima Virgen María, es conveniente recordar la grandeza inmarcesible a la que la eleva su "maternidad divina". Todos los títulos y grandezas de María arrancan del hecho único de su maternidad divina. María es Inmaculada (sin mácula, sin mancha de pecado), llena de gracia, colaboradora en la obra de la redención, subió en cuerpo y alma a los cielos para ser desde allí Reina de cielos y tierra, mediadora universal de todas las gracias, y demás dones atributos, todo ello, porque es la Madre de Dios. La maternidad divina la coloca a tal altura, que Sto. Tomás de Aquino, no duda en calificar su dignidad por encima de todas las demás criaturas.

Y es porque María, en virtud de su maternidad divina, y por su participación en el misterio de la Encarnación, entra a formar parte del orden hipostático, pues su maternidad es un elemento indispensable para la encarnación del Verbo de Dios, de su seno virginal nace Jesús, que es enviado por el Padre para realizar la redención del género humano, reconciliando a todo el género humano con su Padre. La maternidad divina de María establece un parentesco de naturaleza, una relación de consaguinidad con Jesucristo y una, por decirlo así, una especie de afinidad con toda la santísima Trinidad (la piedad popular proclama: María, hija de Dios Padre; Madre de Dios Hijo; esposa del Espíritu Santo).

La maternidad divina, que termina en la Persona increada del Verbo hecho carne (misterio de la encarnación), supera, pues, por su fin, de una manera infinita, a la gracia y la gloria de todos los elegidos y a la plenitud de gracia y de gloria recibida por la misma Virgen María. De este hecho real, María como Madre del Redentor, arranca el llamado " principio del consorcio", en virtud del cual Jesucristo asocia íntimamente a su divina Madre a toda su misión redentora y santificadora.

Siendo esto así, nada debe de sorprendernos ni extrañarnos en torno a las gracias y privilegios de María, por grandes y extraordinarios que sean. Y que como hemos dicho anteriormente, en el orden cronológico, es el privilegio singularísimo de su concepción inmaculada en el seno de su madre, y de la plenitud de gracia con que fue enriquecida su alma desde el primer instante de su ser natural.


4.1. DOGMA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

Podemos afirmar el siguiente enunciado que: "Por gracia y privilegio singularísimo de Dios omnipotente, en atención a los méritos previstos de Jesucristo Redentor, la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción". (Dogma de fe, definido por la Iglesia).

Sagrada Escritura: No hay en ella ningún texto explícito sobre este misterio, pero sí hay algunas insinuaciones que, elaboradas por la tradición cristiana y puestas del todo en claro por el Magisterio de la Iglesia, ofrecen algún fundamento escriturístico para la definición del dogma.

Gen, 3, 15: Dijo Dios a la serpiente: "Pongo perpetua enemistad entre ti (la serpiente) y la mujer (María) y entre tu linaje (de la serpiente, son los hijos de las tinieblas) y el suyo (los hijos espirituales de María, que son hijos de la luz).
Lc 1, 35: El ángel le saludó diciendo: "Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo".
Lc 1, 42: Su pariente Isabel con gran gozo lo dijo a María: "¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!".
Lc 1, 49: La Virgen María llena de gozo proclamó: "Porque ha hecho en mí maravillas el Todopoderoso, cuyo nombre es santo".

No bastan estos textos para probar por sí mismos el privilegio de la Inmaculada Concepción de María. Pero la Bula "Ineffabilis Deus", por la que el papa Pío IX definió el 8 de diciembre de 1854, el dogma de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, los cita como remota alusión escriturística al singular privilegio de María Inmaculada. El papa Pío IX pronuncia la fórmula dogmática afirmando: "Declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelado por Dios, y, de consiguiente, que debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la santísima virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano".


4.2. LOS SANTOS PADRES

Estos santos varones, representantes auténticos de la tradición cristiana fueron elaborando poco a poco la doctrina de la Inmaculada Concepción de María, que no siempre brilló en la Iglesia con la misma claridad. En la historia y evolución de este dogma pueden distinguirse los siguientes principales períodos:


a. Período de creencia implícita y tranquila

Se extiende hasta el Concilio de Efeso, 431. Los Santos Padres aplican a María los mismos calificativos de "santa", "inocente", "purísima", "intacta", " incorruptible", "inmaculada", etc. En esta época sobresalen en sus alabanzas a María, San Justino, San Ireneo, San Efrén, San Ambrosio y San Agustín.


b. Período inicial de la proclamación explícita

Se extiende hasta el Siglo XI. La fiesta litúrgica de la Inmaculada Concepción comienza a celebrarse en algunas iglesias de Oriente desde el Siglo VIII, en Irlanda desde el Siglo IX, y en Inglaterra desde el Siglo XI. Después se propaga a España, Italia y Alemania.


c. Período de las controversias o discusiones

Siglos xII al XIV. Nada menos que San Bernardo, San Anselmo y grandes teólogos escolásticos del siglo XIII y siguientes, entre los que se encuentran Alejandro de Hales, San Buenaventura, San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, Enrique de Gante y Egidio Romano, negaron o pusieron en duda el privilegio de la Inmaculada Concepción de María por no hallar la manera de armonizarlo intelectualmente con el dogma de la Redención Universal de Cristo, que no admite una sola excepción entre los nacidos de mujer.

Todos estos autores y otros muchos más, a pesar de su devoción y piedad  mariana, intensísima en la mayor parte de ellos, tropezaron con ese obstáculo dogmático, que no supieron resolver teológicamente, y, muy a pesar suyo, negaron o pusieron en duda el singular privilegio de María. Sin duda alguna, todos ellos lo hubieran proclamado alborozadamente si hubieran sabido resolver ese aparente conflicto en la forma tan que se resolvió después.


d. Período de reacción y de triunfo del dogma de la Inmaculada Concepción

Siglos XIV a XIX. Iniciado por Guillermo de Ware y por Escoto, se abre un período de reacción contra la doctrina que negaba o ponía en duda el privilegio de María de su Inmaculada Concepción, hasta ponerlo del todo en claro y armonizarlo  perfectamente con el dogma de la Redención Universal de Cristo. Con algunas alternativas, la doctrina inmaculista se va imponiendo cada vez más, hasta su proclamación dogmática por el papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854.


e. El Magisterio de la Iglesia

He aquí el texto emocionante de la declaración dogmática de la Inmaculada Concepción de María desde el instante mismo de su concepción

"Después de ofrecer sin interrupción a Dios Padre, por medio de su Hijo, con humildad y penitencia, nuestra privadas oraciones y súplicas de la Iglesia, para que se dignase dirigir y afianzar nuestra mente con la virtud del Espíritu Santo, implorando el auxilio de toda la corte celestial e invocando con gemidos el Espíritu paráclito e inspirándonoslo él mismo:

Para honor de la santa e individua Trinidad, para gloria y ornamento de la Virgen Madre de Dios, para exaltación de la fe católica y aumento de la cristiana religión, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Pedro y Pablo y con la nuestra propia, declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, por gracia y privilegio singular de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original, ha sido revelado por Dios y, por tanto, debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles.

Por lo cual, si algunos fieles - lo que Dios no permita - presumieren sentir en su corazón de modo distinto a como por Nos ha sido definido, sepan y tengan por cierto que están condenados por su propio juicio, que han naufragado en la fe, y que  se han separado de la unidad de la Iglesia", Denz 1641.


f. La razón teológica

Siglos enteros necesitó la pobre razón humana para hallar el modo de concordar la concepción Inmaculada de María con el dogma de la Redención Universal de Cristo para salvar a todo el género humano, que afecta a todos los descendientes de Adán, sin excepción alguna para nadie, ni siquiera para la Madre de Dios. Pero por fin, se hizo la luz, y la armonía entre los dos dogmas apareció con claridad.

De dos maneras, en efecto, se puede redimir a un cautivo: 

a). Pagando el precio de su rescate para sacarlo del cautiverio en el que haya incurrido (Redención liberativa
b). Pagándolo anticipadamente, impidiéndole con ello caer en el cautiverio (Redención preventiva).

Esta última es una "verdadera y propia redención", más auténtica y profunda todavía que la primera, y ésta es las que se aplicó a la Santísima Virgen María. Dios omnipotente y sabio, previendo desde toda la eternidad los méritos infinitos de su Hijo Jesucristo Redentor rescatando al género humano con su sangre preciosísima, derramada en la cruz, "aceptó anticipadamente el precio de ese rescate" y lo aplicó a la Virgen María en forma de "redención preventiva", impidiéndola contraer el pecado original, que, como criatura humana descendiente de Adán por vía generación natural, "debía contraer" y hubiese contraído de hecho sin ese privilegio preventivo. Con lo cual la Virgen María recibió de lleno la Redención de Cristo anticipadamente y fue a la vez, concebida en gracia, sin la menor sombra del pecado original.

Este es el argumento teológico fundamental, recogido en el texto de la declaración dogmática del papa Pío IX.

Nota. Uno se puede preguntar ¿cómo es posible que Santo Tomás de Aquino, el doctor angélico, no haya podido resolver esta aparente contradicción de los dos dogmas?. Como hemos indicado más arriba, Santo Tomás de Aquino está en la lista de los que negaron el privilegio de la Virgen María por no saber armonizar el dogma de universal Redención de Cristo con el dogma de la Inmaculada Concepción. Quizá Dios lo permitió así para recordar al mundo entero que, en materia de fe y de costumbres, la luz definitiva no la pueden dar los teólogos - aunque se trate del más docto de ellos - sino que ha de venir la claridad de la luz del Magisterio de la Iglesia de Cristo, asistida directamente por el Espíritu Santo, con el carisma maravilloso de la infalibilidad.

Con todo, el error de Santo Tomás es más aparente que real. Por de pronto, la Inmaculada que él rechazó - una Inmaculada no redimida - no es la Inmaculada definida por la Iglesia. La Bula de Pío IX definió una Inmaculada "redimida", que hubiera sido aceptada inmediatamente por Santo Tomás si hubiera vislumbrado esta solución teológica. El fallo de Santo Tomás está en no haber encontrado esta salida; pero la Inmaculada no redimida que él rechazó, hay que seguir rechazándola todavía, hoy más que entonces, a causa de la definición dogmática que ya ha dado el Magisterio "ex cathedra" de la Iglesia.




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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por su colaboración.

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