Juan
20, 1-9
¡Feliz Pascua de Resurrección!
Que el Señor nos conceda testimoniar nuestra fe con nuestra alegría.
Pero
este hecho de la
Resurrección de Cristo es algo tan sorprendente, tan
luminoso, tan cargado de sentido, que resulta poco fácil hablar de él. Quizá
podamos entrar algo en su significado si lo miramos desde distintos ángulos.
Así propongo a la consideración cuatro aspectos de este misterio básico de
nuestra fe: la resurrección de Cristo es un hecho; la resurrección de Cristo es
también un misterio, es una fuerza y es una manifestación.
Es
un hecho. Ocurrió en verdad que este Dios-Hombre muerto volvió gloriosamente a
la vida, y dejó tirados por el suelo los lienzos que vestían su cadáver. Es
verdad ¡con la
Resurrección de Cristo la muerte ha sido vencida! lo que
prevalece es la vida. Este es el hecho. Porque al decir que la resurrección de
Cristo es un hecho, estamos afirmando que la vida es lo más real y definitivo,
que la muerte es una situación simplemente transitoria. Al final todo lo que es
muerte, dolor, fracaso, sufrimiento, todo eso acabará, porque la muerte, al ser
vencida, arrastrará consigo a toda su comparsa. Todo lo que es frustración será
sustituido por plenitud, todo lo que ahora es amenaza, será sustituido por
seguridad, todo lo que ahora se manifiesta como fracaso, se mostrará como
victoria. Tenemos en nuestra vida como una semilla llena de fuerza y de belleza
que quiere reventar para manifestar todo el tesoro que Dios ha puesto ahí; y
eso ocurrirá, no lo dudemos. Ahora nos vemos atacados, sentimos nuestra
fragilidad, pero todo esto es pasajero, porque el plan de Dios es la Vida , y de esto nos deja una
certeza la Resurrección
de Cristo.
Es
también una fuerza que transforma toda la realidad. Según las afirmaciones de
San Pablo toda la creación ha recibido el efecto de la resurrección de Cristo.
Todas las actividades humanas tienen la posibilidad de ser obras resucitadas
para la vida eterna, y por tanto no caen en la muerte de lo que se va con el
tiempo, como un soplo: la actividad del hombre, hecha en el tiempo, puede
penetrar en la eternidad por la fuerza de la resurrección. Lo que hicimos no
necesariamente se va al oscuro pasadizo del olvido. La resurrección de Cristo,
así da una fuerza nueva a nuestra tarea en la tierra. Además, porque Cristo ha
resucitado hay personas que empujadas por la fuerza de Dios realizan acciones
que sobrepasan las posibilidades normales de un ser humano. Con la fuerza de la
resurrección de Cristo han sido hechas todas las acciones verdaderamente
sobrehumanas de los santos: las renuncias a lo mezquino, la entrega a los
desheredados, la lucha incansable por la verdad y por el ser humano desposeído:
tantas y tantas páginas heroicas han sido escritas en la Iglesia por seres (a veces
anónimos) en los cuales brillaba la fuerza de la resurrección. Todo eso lleva
en sí un poco del esplendor de la resurrección.
La
resurrección finalmente es una manifestación de la divinidad de Jesucristo.
Jesucristo no resucita porque alguien, fuera, en la puerta del sepulcro (como
en el caso de la resurrección de Lázaro) lo llame de nuevo a la vida.
Jesucristo resucita desde dentro del sepulcro, porque El mismo es Dios, El es la Vida misma y ningún sepulcro le iba a servir de
cárcel. Como la explosión de un volcán, así surge Cristo del sepulcro con la
fuerza de su vida. Por eso El mismo aludió muchas veces a su resurrección como
prueba suprema de ser igual al Padre.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
Para acceder a otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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