P. Adolfo Franco, S.J.
Mateo
2, 1-12
A todos nos guía una estrella hacia Jesús; hay que saber descubrirla y seguirla, como los Magos.
Este hermoso episodio de la
manifestación de Jesús recién nacido a unos personajes venidos del oriente, es
una señal de que la salvación que empieza a realizar este Jesús niño, es una
salvación para todos los pueblos, para todas las naciones. Aquí estamos
incluidos todos nosotros que pertenecemos a los pueblos que no eran el pueblo
judío. Y estas naciones extranjeras (así llamaban los judíos a todos los demás)
están representadas por estos misteriosos personajes, venidos de muy lejos y
que vienen a adorar al Salvador. Y esto porque han visto su estrella lejos, que
les invitaba a seguirla, para encontrar y adorar al recién nacido Rey de los
Judíos.
Además de este mensaje de
salvación universal, este párrafo del Evangelio de San Mateo nos da a nosotros
muchas lecciones personales. Saber descubrir la estrella y seguirla; es todo un
panorama, y un programa de vida. El mundo está poblado de estrellas, o sea de
signos, que hay que saber ver. Hay quienes los ven y quienes no los ven,
quienes no saben descubrir el sentido que hay en las cosas, como si dijéramos
“el alma de las cosas”. Si supiéramos ir más allá de los límites de la visión
de las cosas, del mundo y de los acontecimientos, descubriríamos que detrás de
las apariencias monótonas y poco significativas de la rutina diaria, hay un mundo de estrellas, de mensajes.
Cuántos contemporáneos de estos
personajes que vienen a Belén, habrían visto la misma estrella. A la mayor
parte no les dijo nada, para éstos que sí supieron ver, la estrella era un
llamado a ponerse en camino. Y la estrella les fue guiando por el camino. Y
tenemos claramente señalado en el texto evangélico, que este hecho se le
manifiesta también a Herodes, y a sus consejeros, y no supieron ver el mensaje.
No sólo lo ignoraron, como otros, allá en el pueblo de los magos, sino que
además se enfrentaron a la estrella, y quisieron destruir al Mesías señalado
por ella.
¿O será que en algunas vidas
privilegiadas sí aparece una estrella, y en la mayor parte de las vidas no
aparece nunca una estrella? Así podemos pensar a veces, cuando leemos
biografías de los santos que descubrieron una vocación porque el Señor los
llamó, y ellos quisieron seguir la estrella. Pero sabemos que no es así, que
todos tenemos una misión especial en este mundo: unas veces será más llamativa
esta llamada, otras veces menos. Pero en todas nuestras vidas aparece una
estrella.
Y después hay que tener la
voluntad decidida de seguirla por los caminos que sea, aunque esos caminos no
sean fáciles, y aunque a veces pensemos que estamos perdidos y sin rumbo como
les pasó a los magos, que al final no veían la estrella por ninguna parte. La
vida humana sería así un camino hacia Dios. Convertir la vida en un camino
continuo, guiados por una estrella, que nos señala a Jesús, como a los Magos.
Buscar a Dios en todas partes y
en todas las circunstancias. Y saberlo descubrir allí donde está. Los magos lo
descubrieron en un pequeño pueblo: Belén. Y lo descubren ahí, porque los sabios
de Israel les enseñan las Escrituras. Así la Biblia se nos convierte en una guía infalible
para el camino, cuando no hay estrella, como los magos que recurren a quien
sabe leer la Sagrada
Escritura , para indicarles el camino donde se encuentra a
Jesús recién nacido.
Y en Belén la estrella los guía
de nuevo, y encuentran a un niño en brazos de su madre. Ese es el Rey de los
judíos. Hacía falta una vista especial, para que esos hombres acostumbrados
seguramente a tratar con gente importante, con reyes y príncipes con grandes
palacios, supieran ver en este niño indefenso y pobre, en brazos de una mujer
sencilla y pobre, al Mesías esperado. Estos son también para nosotros otros
tantos indicios para que hagamos un descubrimiento verdadero del Señor, que nos
llama por medio de nuestra estrella: descubrirlo en la pobreza y en brazos de la Virgen. Qué duda cabe
que el mejor camino para descubrir al Señor es su propia Madre; como los magos
que encontraron al Rey, como un niño en brazos de su Madre.
Ver la estrella, descubrir su
mensaje y seguirla, es la enseñanza personal que nos dejan estos misteriosos
personajes que caminaron desde muy lejos para adorar al Niño y ofrecerle sus
dones.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
Para otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.
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