P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.†
Lecturas: Dt 6,2-6; S 17,2-4.51; Hb 7,23-28; Mc 12,28-34
El evangelio
de Marcos trata de lo más básico de la fe. De asuntos de conducta moral habla poco
y en general brevemente. Al tema de hoy es tal vez al que dedica más espacio.
Estamos
en Jerusalén a dos o tres días antes de su muerte. Grupos de fariseos,
saduceos, herodianos, todos mancomunados, disputan con él continuamente. El
conjunto tiene actitud hostil, pero no todos en el mismo grado. Jesús había
salido de la dificultad sobre la resurrección con claridad, brillantez y
sencillez. Aquel escriba, probablemente persona moderada, ha quedado muy
positivamente sorprendido. Ahora le piden que pregunte sobre opiniones muy
discutidas entre ellos: ¿Cuál es el mandamiento más importante? Los rabinos
contaban en la ley de Moisés 613 preceptos, 248 positivos y 365 negativos.
Jesús no
duda un instante: “El primero es: Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es
el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma, con toda tu mente, con todo tu ser. El segundo es éste: Amarás a
tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos”. Jesús cita
la primera parte de la ley del Deuteronomio (6,4s), que todo judío piadoso está
obligado a recitar diariamente y que los fariseos cosen en sus filacterias.
Marcos es el único de los sinópticos que incluye las palabras del comienzo: Escucha
Israel, nuestro Dios es único Señor, que
le dan una especial solemnidad. Pero Jesús sorprendió añadiendo además
el amor al prójimo como segundo, que toma del Levítico (19,18) y como
resumiendo con el primero toda la Ley.
Aquella
respuesta suscita en el escriba casi hasta entusiasmo: “El escriba replicó: Muy
bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro
fuera de Él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con
todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los
holocaustos y sacrificios”. Se ve que a él mismo le había solucionado un
problema sobre el que había pensado muchas horas sin lograr resolverlo del todo.
Ahora estaba todo bien claro.
La respuesta
de Jesús es clara, razonable (no se puede dudar de que sea así), conforme con
la dignidad de Dios y de los hombres, unifica lo que pueda presentarse a veces
como opuesto. Dos días más tarde en la Última Cena dará a sus fieles como el mandamiento suyo: amarse unos a otros como Él
nos ha amado.
“Jesús,
viendo que había respondido sensatamente, le dijo: “No estás lejos del Reino de
Dios“. Lo que significa en labios de Jesús: «Vas por buen camino. Llegarás a
conocer la verdad plena y serás salvo». “Y nadie se atrevió a hacerle más
preguntas”.
Todos nosotros
estamos de acuerdo con la respuesta de Jesús. Me pregunto, sin embargo, sobre
la forma en que la aplicamos. Porque el amor es una fuerza activa que tiende a
dar y a darse a la persona amada, comunicándole lo que para ella es bueno. El amor no se limita a no
hacer el mal a la persona amada, sino a
darle positivamente lo que para ella es bueno.
Son
necesarios los dos: amor a Dios y al prójimo. El amor a Dios es la fuente del
bien y es el primero en el orden religioso. ¿Quién inspiró a San Maximiliano
Kolbe a sustituir a su compañero y aceptar el encierro en una celda hasta morir
de hambre? ¿Quién inspiró y Dio fuerza a San Damián de Veuster a encerrarse con
los leprosos, ayudarles y transmitirles esperanza, estando seguro del contagio
y muerte? El amor y la gracia de Jesucristo. Ese amor hay que cuidarlo, hay que
practicarlo. Es la fuente del amor al prójimo. Porque Él nos amó primero.
Lo practicamos
en la oración. Quien ama a Dios, ora. También se da cuenta de que el
consuelo y la fuerza que recibe para
hacer el bien son gracia de Dios y lo agradece; así mismo cualquier gesto del
prójimo o acontecimiento favorable sabe
que no son “por suerte” sino un don de
Dios y lo agradece; la oración de acción de gracias a Dios, tan frecuente en
los salmos y en la oración oficial de la Iglesia, es un gran ejercicio de amor
a Dios; por fin ante una dificultad o una cruz, pedir a Dios ayuda y superarla
con fe, paciencia y confianza muestra confianza en Dios y fe en su amor.
Tampoco
la caridad con el prójimo se limita a no hacerle daño, sino que busca positivamente su bien. El
amor es necesariamente activo. Lo fue el de Jesús, lo debe ser el nuestro. Empieza
por darse cuenta de las consecuencias que sus actos tienen para el bienestar de
los demás. “La caridad no busca su interés” –escribe San Pablo a los Corintios,
1Co 13,5– y comenta así el Catecismo: “El menor de nuestros actos hecho con
caridad repercute en beneficio de todos, en esta solidaridad entre todos los
hombres, vivos y muertos, que se funda en la comunión de los santos. Todo
pecado daña esta comunión” (CIC 953). Y vale recordar el famoso canto a la
caridad: “El amor es paciente, es amable, el amor no es envidioso ni fanfarrón,
no es orgulloso ni destemplado, no busca su interés, no se irrita, no toma nota
de las ofensas, no se alegra de la
injusticia, se alegra de la verdad. Todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo
espera, todo lo soporta” (1Co 13,4-7).
Hacerlo primero
con los de cerca, familia, compañeros de trabajo, personas cercanas…con los que
colaboramos en acciones parroquiales, etc. Con todos. Evitar toda palabra
hiriente, molesta… perdonar cualquier molestia del otro. Estar despierto a las
necesidades de otros. Respetar, darse cuenta y agradecer la caridad y el
esfuerzo de los demás a mi favor.
Son mandamientos
a tener muy presentes. No olvidemos en nuestra oración pedir la gracia de
cumplirlos. En la lectura de la palabra tomemos en cuenta de lo que se insiste sobre ellos.
Jesús,
manso y humilde, y María, la esclava del Señor, nos enseñará.
04.11.2012
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Voz de audio: Guillermo Eduardo Mendoza Hernández.
Legión de María - Parroquia San Pedro, Lima.
Agradecemos a Guillermo por su colaboración.
P. José Ramón Martínez Galdeano, jesuita†
Director fundador del blog
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