P. Adolfo Franco, S.J.
Mateo 16, 13-20
La pregunta que hizo Jesús a sus apóstoles, nos la hace a todos nosotros ¿qué concepto tenemos de El? ¿qué encuentros hemos tenido y tenemos con El?
En este momento de la vida de Jesús, los apóstoles ya han estado bastante tiempo con El. Y se ha dado a conocer a las multitudes con sus milagros y sus predicaciones en diversas regiones de Israel. Jesús hace una pregunta a sus discípulos ¿quién dice la gente que soy yo? Una pregunta muy importante. No se trata de curiosidad, sino de ver hasta qué punto ha llegado el mensaje que predica. Porque unos lo veían como un simple bienhechor que resolvía los problemas con sus milagros, otros lo veían con agrado por sus palabras hermosas, pero también había quienes lo veían con disgusto, como un peligro, como un pecador inclusive. Tantas formas diferentes como veían a Jesús sus contemporáneos en ese momento y en la actualidad.
Y Jesús les dirige entonces la pregunta a sus discípulos y nos la dirige a nosotros ¿Y vosotros quién decís que soy yo? Entonces Pedro tomó la palabra y dijo... y ahora soy yo mismo el interpelado por esta pregunta que es fundamental: Jesús se dirige a mí y me la pregunta en forma más insistente ¿tú de veras sabes quién soy yo?
Es claro que nadie podrá responder correctamente a esa pregunta, si no lo conoce. Además se trata de un conocimiento diferente a los otros conocimientos. ¿Podemos llegar a conocerlo? ¿Estaremos alguna vez en capacidad de responderle a la pregunta que El nos hace?
Si nos fijamos bien, en nuestra vida ha habido momentos en que hemos conocido de forma especial a Jesús, y poco a poco esos conocimientos se han ido juntando para ir formando su imagen en nuestro corazón. Porque, y esto es claro, a esa pregunta de Jesús solo se responde con el corazón.
Quizá la primera experiencia del conocimiento de Jesús, fue esa noche víspera de nuestra Primera Comunión. Estábamos en el umbral de la niñez (a punto de salir de ella) y todo nuestro candor se convirtió en una ilusión pura: al día siguiente recibiríamos por primera vez al amigo Jesús: estar con El era en ese momento lo más importante de nuestra vida. Y así esa podría ser una respuesta (aunque incompleta) a la pregunta de Jesús: Señor, tu fuiste la mayor ilusión de mi niñez.
Pero hay más y mucho más. Seguramente hemos tenido clases sobre la vida de Jesús y de su misterio, clases de biblia y teología. Lecturas que nos han enardecido. Todo eso se ha ido acumulando para ayudar a formar también esa respuesta. Pero lo principal son esas experiencias hondas, que nos han acercado al conocimiento interior. Alguna vez en especial hemos sentido el peso de nuestro pecado, nos hemos sentido sucios y desalentados: quién me devolviera la ilusión y me permitiera volver a comenzar: y en ese momento apareció El a través de una confesión honda y suplicante; y salimos de ese perdón con la sensación de que El nos había abrazado y que empezábamos de nuevo a estrenar la vida. Y también podríamos responder a la pregunta, diciendo: Tú Jesús fuiste el que me devolvió la dignidad perdida y me hiciste vivir de nuevo con ilusión.
¿Quién dices tú que soy yo? Jesús nos pregunta y nuestra experiencia de vida le va contestando, etapa por etapa. ¿Y cuántos otros momentos en que lo hemos visto? En la intimidad del silencio, en la oración, cuando toda nuestra vida quiere convertirse en adoración a nuestro “único Amor” su imagen se va completando en nuestro corazón. Y en algunos momentos nuestra única respuesta a su pregunta es mirarlo con los ojos cerrados sabiendo que El es capaz de leer en nuestro centro mismo la respuesta para la cual no encontramos palabras suficientes. Y terminaríamos diciéndole pobremente: JESÚS TU ERES TODO.
Qué pregunta tan sorprendente ¿quién dices tú que soy yo? La pregunta central, a la cual vale la pena dedicarle toda la vida.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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