La peor enfermedad: La falta de fe
Adolfo Franco, SJ
Reflexión del Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario
Lucas 17, 11-19
Los milagros de Jesús eran más un mensaje que un prodigio. Pero la gente se fijaba demasiado en el prodigio y se le escapaba el mensaje; ojalá no nos pase a nosotros lo mismo.
Es muy importante considerar en los milagros de Jesús qué finalidad tienen. La finalidad que tienen las palabras y los hechos de Jesús es realizar y manifestar nuestra salvación. Manifestar que El es el Salvador enviado por Dios, para restaurar la humanidad caída. Y eso es lo que pretenden sus discursos, sus parábolas, sus hechos todos y sus milagros.
Y en los milagros de Jesús, muchas veces vemos más el hecho prodigioso que el mensaje. Lo deslumbrante de su actuación hace que nuestros ojos queden asombrados y que no puedan ver lo fundamental. Y no es que no sea importante el hecho milagroso, la curación, la pesca, la multiplicación de los panes; sí son importantes esos hechos; pero esos hechos y la actuación de Jesús en ellos tienen un mensaje. Y no podemos quedar a oscuras del mensaje, que es lo fundamental, por estar deslumbrados por el prodigio.
Hay varios milagros narrados en los Evangelios, en que se indica explícitamente la intención de Jesús en el milagro; y en esa intención se puede leer el mensaje. El milagro en la acción salvadora de Jesús no es un fin sino un medio. Así en las bodas de Caná, el fin del milagro es suscitar la fe del grupo de apóstoles recién reunido. Cuando cura al paralítico, el fin que tiene la curación es destacar el poder que El tiene de perdonar pecados. En muchos de los milagros también hay una intención simbólica: p. ej. en la multiplicación de los panes se está simbolizando la eucaristía, en la curación del ciego de nacimiento se está simbolizando la fe; y lo mismo en otros muchos milagros.
También en este milagro de la curación de los diez leprosos hay, además del beneficio de la curación corporal, una intención y un mensaje. Podemos decir que es una acción de Jesús en dos tiempos: primero la curación de la lepra de diez enfermos, y después la curación del íntimo ser del enfermo (ya no sólo su cuerpo); por eso le dice al único que regresa a agradecerle la curación física: “Tu fe te ha salvado”.
Naturalmente estos diez leprosos querían la curación de su enfermedad. Les pasa a ellos como a cualquier enfermo de todos los tiempos: todos deseamos estar sanos. Esta terrible enfermedad por otra parte convertía al enfermo en un ser discriminado, aislado socialmente; los leprosos debían vivir fuera de las ciudades, en espacios lejanos, donde no pudieran contagiar la enfermedad, y en donde no pudieran hacer “impuros” de impureza legal, a los que se encontrasen con ellos. Tantas enfermedades son, además de dolorosas para el que las padece, causa de discriminación. El enfermo sufre en el cuerpo y sufre la soledad, el abandono; es un sujeto al que hay que evitar, o al que hay que ver lo menos posible y de lejos.
Eso les pasaba a estos diez leprosos, que se acercan a Jesús, y a quienes Jesús cura con misericordia. Sentían el dolor de su enfermedad, y se sentían solos en un mundo que los evitaba y los obligaba a vivir marginados de la sociedad. Jesús se acerca a sus vidas, no sólo físicamente sino cordialmente.
Jesús tiene además otra intención, al hacer esta curación; intención que queda revelada al decirle al único leproso agradecido: “tu fe te ha salvado”. Jesús quiere darles a esos enfermos algo más que un cuerpo limpio de lepra; quiere que descubran al que los ha curado, que se abran por la fe al Salvador, que tiene ese poder extraordinario sobre la enfermedad.
Y es que la peor enfermedad que podemos tener es la falta de fe. Y a nosotros también el Señor, a través de este milagro quiere darnos la misma lección. La peor enfermedad que podemos tener es no tener fe, no conocerlo a El, no seguirlo y no amarlo. Sin embargo no lo vemos así. La enfermedad corporal merece de nuestra parte más cuidados que la enfermedad espiritual. Si tengo una anomalía en el estómago, en los pulmones, enseguida voy al médico; la enfermedad corporal nos empuja a ir al que nos puede curar. Estamos en pecado, enfermos en el alma, y no nos urge ir al confesor que nos puede curar, perdonar el pecado en nombre de Jesús.
Las enfermedades y los defectos corporales nos molestan más, que nuestros defectos o vicios espirituales. Se va al médico, se hace gimnasia, se hacen dietas, para corregir enfermedades corporales, o para mejorar el cuerpo. En cambio qué poco nos preocupamos para corregir nuestro carácter violento, nuestra propensión a la mentira, nuestra sensualidad desordenada. Eso no nos incomoda tanto, como cualquier defecto corporal.
El Señor nos da ese mensaje, cuando pasa de la curación corporal de los leprosos, a la curación espiritual del único que volvió a agradecerle el milagro.
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Agradecemos la P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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1 comment:
Me gusta mucho los temas que desarrollan en su blog.. Felicidades
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