P. Vicente Gallo S.J.
Hemos dicho repetidas veces que Dios nos hizo para ser felices como lo es El, viviendo en un amor semejante al suyo. Dios, que es tres Personas y cuya vida está en el vivir sus tres Personas en relación, es feliz viviendo un amor tan grande que, de tres Personas, hace un solo Dios: con esa verdadera Unidad que obra la Intimidad en el amor. Es la lectura más profunda de la afirmación bíblica cuando dice que “Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, hombre y mujer los creó, a semejanza de El los creó”: para ser felices de manera parecida a Dios, permaneciendo fieles al plan de su Creador.
Ser semejantes a Dios debe ser nuestro gran anhelo. Y hemos de sentirnos dichosos al verlo cuando nos hallamos así. La ruina estará cuando, dejando de ser los dos sólo UNO, complementándose mutuamente por el amor, lleguen a ser verdaderamente DOS, compitiendo como rivales en el dominio del campo; y así ambos quedándose perdidos en su propia soledad.
El peligro de llegar a ello en la vida de pareja es obvio. El hecho de ser dos y bien distintos, como varón y mujer y como personas, unido a la torpeza pecadora que tienen el uno y el otro, ya es la fuente primera de donde brotan las amenazas de esa temible ruina. Hacerse de veras UNO deben trabajarlo; sin embargo, ser DOS surge como espontáneo y por el simple descuido. Uno y otro tienen sus propios intereses personales, y el instinto de defenderlos.
Pero es que, además, viven en medio de un mundo de quienes, semejantes a ellos, viven en rivalidad, en la defensa cada uno de sus propios intereses y tratando de gozarlos personalmente por sus propios caminos eludiendo la traba de los otros. No hace falta caer en el odio, como enemigo y ruptura del amor; el opuesto al amor es el egoísmo. Si “amar es entregarse olvidándose de sí buscando lo que al otro puede hacerle feliz”, su contrario es guardarse cada uno para sí mismo, y hacerse feliz a costa del otro aunque sea su pareja.
Porque todos son así, y todos nos han enseñado a serlo siempre, aun sin pretenderlo, todos lo hemos aprendido desde que estamos viviendo con los demás. No ser de esa manera nos parece que es “no saber vivir”; y si acaso pretendemos vivir de modo distinto, los demás nos estarán llamando “tontos” por quedarnos al margen de su pretendido modo de gozar. Y a nadie le gusta que se le califique como torpe ni como pobre ignorante.
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Si una pareja busca su felicidad en realizarse conforme al ideal y el sueño de “¡qué lindo es vivir para amar! ¡qué grande es tener para dar!, dar alegría y felicidad, darse uno mismo, que eso es amar”, siempre tendrán que estar escuchando ambos, como Ulises a las sirenas, las voces que le dicen a cada uno: “no pierdas tu libertad”, “no te dejes comer vivo”, “si no defiendes tus derechos te quedas sin ellos”, “no pierdas vivir tu propia vida”.
Acerca del matrimonio como tal, escucharán que les dicen: “El matrimonio es como un castillo encantado que los que están fuera quieren entrar en él y los que están dentro gimen por liberarse y salir”; o cosas parecidas que todos hemos escuchado tantas veces. Los amigos, la propia familia de cada uno, las películas, la televisión, las revistas, la propaganda de la sociedad de consumo, las canciones, los chistes, las bromas, las conversaciones comunes,...lo que viven la mayoría de los matrimonios y que cada uno lo ve. Todo está permanentemente atentando contra la realización feliz del sueño de Dios para el matrimonio: “Serán los dos una sola carne”, nunca ser DOS sino UNO.
Ser felices como Dios, sin límites, es el sueño de toda pareja de enamorados. Saben muy bien, y eso anhelan, que serán felices en la medida en que sean de verdad “UNO” en lugar de “DOS”, y así amarse, respetarse, y ayudarse el uno al otro todos los días de su vida. Es lo se prometen, ante testigos, al casarse. Pero cuando admiten al enemigo dándole oídos y dejan que la cizaña por él sembrada brote y crezca en sus corazones enamorados, surge la desilusión, el amor se marchita o se esconde atemorizado; y, si no se trabaja para limpiarlo o hacerlo de nuevo activo, la desilusión acabará matando al amor.
Les sucederá eso no sólo después del primer enamoramiento, sino también después del matrimonio, y también después de haber recuperado como nuevo el gozo del amor primero una y otra vez, hasta el final de la vida. Porque nosotros podemos dormirnos en el amor, pero el enemigo no duerme, esos enemigos de dentro y de fuera que hemos mencionado. “Lo que Dios ha unido, que nunca lo separe el hombre”, dijo Jesús. Los dos son ese “hombre” que puede romper lo que Dios unió; y lo son también sus propios padres o familiares, sus amigos, y el mundo en el que viven. Ambos esposos han de cuidar muy responsablemente que “el hombre” no separe lo que Dios unió.
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Ganados por una “desilusión”, ocurre que, en la medida en que el amor se desvanece, se rompe el ser UNO, y se comienza a vivir el ser DOS. El uno o el otro, quizás los dos a la vez, se ponen a vivir como “solteros”. Se busca la felicidad allí donde las sirenas nos insinúan o nos recuerdan que los demás son más felices fuera de la pareja, al margen del plan de Dios. Si ocurre en tu matrimonio, dejará de importarte tu pareja y el vivir con ella en feliz relación. La relación misma en fidelidad te resultará un yugo insoportable.
Fácilmente decidirás entonces, acaso sin darte cuenta de ello, dedicar tu tiempo a otras personas o a otras ocupaciones para satisfacción del gusto propio: o bien buscar el ocio y la diversión, que se necesitan, sin hacer partícipe de ello a tu pareja, acaso evitando su compañía. Ojalá no llegues a buscar otro amor, con visos de ser más grato, en otra persona distinta. Pero el simple estar cada uno haciendo lo que personalmente le plazca, igual que antes de estar casados, procurando que su cónyuge no se interfiera en lo que es vivir su capricho personal, es estar haciendo “dos” en lugar de ser UNO.
Es lo que decimos “vivir como soltero” cuando uno ya está casado, como lo hacen por ahí casi todos y como “uno tiene derecho a vivirlo”, que le dice el tentador. Son espejismos en el caminar por el desierto, respuesta a nuestra sed de felicidad, fuente hacia la que se corre ansiosos y cuyo engaño se descubre al querer beber de ella.
Lo sabio, que se hace muy pocas veces, es convertirse ante el desengaño; volver como el Hijo Pródigo a la casa del Padre tomando la Decisión de Amar, y convencerse de que nunca se debe caer en el error de dejarse llevar por ilusiones para irse por los propios caminos. En esa decisión de amar está el verdadero amor. Si al presentarse las dificultades se debe luchar oponiendo la firme decisión de amar, igualmente hay que buscar esa solución cuando se recapacita al verse perdido en laberintos o en errores cometidos; encontrando que uno está yendo por caminos equivocados, y que así no pueden hallar ni vivir esa felicidad de haberse casado juntos para toda la vida.
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Todo amor se inicia con un sentimiento caluroso de atracción. Pero comienza como un hecho verdadero, como verdadera realidad, cuando se toma la decisión de amar. Así nacen normalmente el amor de amistad, el amor de compasión, el amor de enamoramiento, o el amor de cada día en la vida de matrimonio. El “amor” que se quede en un sentimiento de atracción instintiva, es puramente animal y efímero: ahora se tiene y después se desvanece por cualquier incidente y aun simplemente con el tiempo.
El amor que es “humano”, el propio de las personas humanas, semejante al de Dios que nos ama, comienza y tiene consistencia cuando se da el acto libre de “quiero amarte”, “es mi decisión amarte”. El amor del matrimonio está en la decisión libre, personal, de abrirme al otro como realmente soy, y así darme a él; abriéndome igualmente con decisión personal y libre ante el amor que el otro me brinda y yo lo acojo en mi corazón.
En el matrimonio y en cualquier amor, libremente me doy al otro como yo soy; y acepto al otro como él es; incluido como él me ha idealizado a mí y como yo le he idealizado a él. En el regalo de nuestro amor está también el regalo de nuestro “sueño”, cual Don Quijote soñaba a la Aldonza queriéndola ver Dulcinea y así se lo proclamaba. Ella no quería creerlo, pensaba que eran sueños de un loco. Esos “sueños” son “ideales”, pero no son simple ilusión sin contenido, sino que tienen una base real desde la que se cree y se espera sin que haya por qué tener que equivocarse. Y en los que el otro puede creer.
De todas las maneras, habrá que ser consecuentes siendo responsables de nuestra “decisión”; nunca cayendo en atentar contra ella, sino cultivándola conscientemente, haciendo que nuestra relación de amor siempre quiera ser para afirmar al otro, no para disminuirle o manipularle. Queriendo estar apoyándole siempre, y escuchándole de corazón cuando tenga confianza en ti y te diga cómo se siente en cualquier momento o en cualquier situación. Sabiendo, a la vez, tener muchos detalles de amor, que fomenten y hagan grata la relación de amor verdadero.
2 comments:
EN VERDAD ME ENCANTO ESTE TEMA SIENTO QUE ES MUY REAL Y ELOCUENTE CON LOS TIEMPOS QUE VIVIMOS ACTUALMENTE NOS SERVIRA MUCHISIMO EN TRATAR DE TUMBAR ESE EGOISMO DEL INDIVIDUALISMO EN EL CUAL HEMOS CAIDO COMO MATRIMONIO GRACIAS POR CREARLO Y COMPARTIRLO QUE DIOS LO BENDIGA
Si Tremendo tema Matrimonial. Shalom
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