P. Vicente Gallo S.J.
Hablar y escuchar son modos de crear una relación comunicándonos. Pero sucede generalmente que, al hablar comunicamos al otro solamente lo que es exterior a nosotros: aquello que, si algo nos atañe, es superficial, algo que en cierta manera sí es algo «nuestro», pero no algo que forma parte de nuestro «íntimo ser», lo que llamamos «intimidades», eso que consideramos secreto personal porque forma parte de nosotros mismos. De esa manera no damos o recibimos algo de nuestra misma persona, sino exterior a ella.
De las «intimidades» no hablamos con cualquiera, ni nos gusta escucharlas de otro sin sentir el rubor de pisar terreno sagrado. Tales cosas se reservan para los íntimos, para un amigo muy especial, para los papás, acaso para el psicólogo a cuyo tratamiento acudimos, o para el director espiritual. Quien me escucha en esas cosas queda obligado con un secreto sagrado; igualmente yo si las escucho de otro. Pero entre quién habla y escucha cosas así, se produce un vínculo de unidad hasta el nivel de la intimidad; y el violar ese lazo sagrado es considerado traición imperdonable.
Una de esas «intimidades», aunque no la única, son los sentimientos, esas reacciones espontáneas de las que nosotros no somos autores, sino que se producen en nosotros ante algo presente, inminente, o recordado; que son muy frecuentes que nos afectan con más o menos intensidad y que influyen en nuestro proceder. Comúnmente los tenemos, los gozamos o padecemos, pero no sabemos valorarlos con toda la importancia que tienen en nuestra vida de relación.
La persona humano tiene la necesidad de vivir en relación porque tiene necesidad profunda de ser valorada o estimada, porque tiene necesidad de ser amada, y necesita también amar, o darse en pertenencia a otro, a la vez que tiene necesidad de mantener su autonomía y libertad. Cuatro necesidades que son distintas entre sí, pero que a la vez se condicionan mutuamente. Ocurre que, si por temperamento o educación recibida uno alimenta excesivamente la necesidad de ser estimado o valorado como importante seguramente lo hace descuidando la necesidad imperiosa de ser amado; igualmente a la inversa, estará abandonando la necesidad de ser estimado en su valer si alimenta con demasía y la necesidad de ser amado por los otros. Si uno se entrega demasiado a satisfacer la necesidad de pertenecer, descuidará posiblemente su necesidad de autonomía; y el que cuida mucho su necesidad de ser autónomo, lo hace abandonando su necesidad de pertenecer, siendo algo tan importante.
Las cuatro son necesidades tan vitales que, cuando se tiene satisfecha más o menos una de ellas, en lo más profundo de nuestro ser se experimenta el gozo, la felicidad; cuando alguna de estas necesidades está más o menos insatisfecha, lo que se siente es tristeza o pena; cuando alguna de estas necesidades está en peligro, se siente miedo o temor; y cuando una de esas necesidades está violentada, se siente cólera o rabia y hasta más o menos odio.
Estas cuatro gamas de sentimientos, con otros equivalentes o parecidos, son de los que nos vemos afectados con mayor o menor intensidad o frecuencia al vivir en relación, y son causa de nuestro estado de ánimo, desde los cuales nacen diversos pensamientos o cavilaciones buscando causas o culpabilidades en uno mismo o en otros, así como las diversas actitudes o comportamientos en el trato con quienes están a nuestro alcance. Toda esa importancia es la que tienen nuestros sentimientos. Ojalá sepamos controlarlos debidamente, o tener con quien desahogarnos contándolos, para con su ayuda encontrar lo valores que podamos asumir y satisfacer así la necesidad que tenemos afectada.
Cualquiera de esos sentimientos los tenemos acaso sin ser conscientes de la necesidad afectada de la que proceden. Pero así como se producen en nuestra vida de relación, nos crean a la vez otra necesidad: la de comunicar lo que sentimos a alguien de nuestro mundo con el que estamos relacionados. No serán para decírsenos a cualquiera sino a uno con el que se tiene intimidad o que ésta surge con él al hacerle esa comunicación especial.
Es en los sentimientos en lo que más profunda necesidad se tiene de comunicarnos, y de ser muy escuchados, acogidos, comprendidos, hechos parte de aquel que nos escucha. Y el no tener a quién contar esos sentimientos o el no ser escuchados debidamente en ellos, es lo que produce la más penosa experiencia de soledad. Sobre todo en la vida de matrimonio.
«Diálogo» podrá llamarse al hablar y ser escuchados en lo que anteriormente llamábamos «confrontación» o «intercambio de ideas». Pero el más verdadero «diálogo» es, qué duda cabe, el comunicar los sentimientos y ser escuchado en ellos no sólo con la mente sino con el corazón. Es el diálogo que en nuestra vida de relación produce no ya un convivir en paz, ni una simple cercanía o amistad, sino la verdadera intimidad. Como verdadera intimidad debe ser la unidad a la que Dios llama en el matrimonio, y al sacerdote en la relación con su Iglesia.
Repetimos que este diálogo sobre los sentimientos que se tienen es el que siempre debería darse en la vida de relación en una pareja de casados; pero lamentablemente es el que no suele darse, y por tal razón se debilitan o naufragan tantos matrimonios. Es también por lo que muchos sacerdotes sufren una indebida soledad. Porque sin dicha intimidad, el matrimonio o el celibato sacerdotal no experimentan el gozo de esa amistad única con el otro; sino la carga, que deriva en insoportable, cuando lo que se siente es la soledad, o la dependencia del otro sin encontrar en él un verdadero amor.
Podríamos mencionar mil casos muy comunes en la vida de pareja, para entender la importancia de todo eso que estamos diciendo aquí; y percatarse de cuán torpemente queremos arreglar las cosas confrontando o discutiendo, con un quedarse en compartir ideas para aclararse, pero no entrando en el único diálogo creador de intimidad en la pareja, que es el de manifestarse uno al otro los sentimientos, acogiendo cada uno lo que el otro siente. Y expresar igualmente los pensamientos en los que uno se enreda desde eso que siente, o los comportamientos que está teniendo al sentirse así. Seguramente uno experimentará entonces verse comprendido de veras, o le dirá al otro «ahora sí te comprendo de verdad», cuando lo que se comunican son los sentimientos, sin culpar al otro ni a nadie de los problemas que hay en la pareja o en la vida de relación.
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