Matrimonios: Sarmientos para dar frutos, 1º Parte



P. Vicente Gallo, S.J.



“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, el Padre lo corta, y a todo el que da fruto lo limpia para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Pero permaneced en mí como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no está unido a la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid y vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto; pero separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera como el sarmiento que, así, se seca; luego lo recogen, lo echan al fuego y arde. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que queráis y lo conseguiréis, pues la gloria de mi Padre estará en que deis mucho fruto siendo verdaderos discípulos míos. Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado en plenitud. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15).



1. La nueva evangelización.

Dar fruto es una exigencia de la vida cristiana en la Iglesia. El sarmiento que no da fruto en la vid, se le corta y se lo echa fuera. Separado de la vid no puede dar fruto alguno, es evidente. Igualmente los cristianos, separados de Cristo no pueden dar fruto de Salvación; con el poder humano se podrá dar fruto, pero no el de la salvación, porque solamente Cristo es Salvador. La ciencia y la Tecnología “salvan” a la humanidad, aun sin ser realizadas por cristianos; pero sin verdadera “salvación”, lo dejan todo perdido sin salvación definitiva.


La misión dada por Cristo a su Iglesia es: “Id a todo el mundo y anunciad la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16, 15); no sólo “a todas las gentes”, sino “a toda la creación”, que se salvará o se perderá junto con los hombres. Esa Iglesia, para evangelizar, está constituida en una Comunidad de fe, con la adhesión a la palabra de Dios, viviéndola en la caridad como norma de toda moral cristiana (Jn 13,35). Consagrados todos a Cristo en la Unidad de su único Cuerpo (Jn 17, 21), cada parroquia, y cada asociación de cristianos son una parcela de esa “Comunidad de fe, unidos en la caridad”.


Toda comunidad eclesial y todos sus componentes tienen ese deber de evangelizar con la Palabra de Cristo y con su propia vida como testimonio de lo que creen y predican. “La Buena Noticia”, así proclamada, suscitará en el corazón y en el vivir de los hombres la conversión a la adhesión personal a Jesucristo como Salvador y Señor, para hacerse igual que él del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y para amarnos unos a otros como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se aman y nos aman.


Solamente en Cristo, siendo de El de esa manera, hay para los hombres salvación posible, la de “no perecer” sino tener la Vida misma de Dios: “Como el Padre vive y yo vivo por el Padre, del mismo modo el que me come vivirá por mí” (Jn 6, 57). Cuando veo que el mundo se pierde, “¡Ay de mí si no evangelizare!”(1Cor 9,16). ¡Ay de la desidia de los cristianos y de sus Asociaciones, mientras perecen nuestras gentes y con ellas el mundo y nuestros hijos!. Pero entendiendo bien que, para “evangelizar”, es preciso previamente “estar evangelizados”, formarse en la fe, en la doctrina y en el vivir de cristianos, para evangelizar sin desvirtuar o deformar el Evangelio (Gál 1, 7-8).

La Iglesia, con el Papa, ha proclamado que “ha llegado la hora de emprender una nueva evangelización”. Porque es un mundo de veras nuevo el que inicia un tercer milenio de cristianismo; pero, sobre todo, porque la evangelización que en los últimos tiempos se está haciendo es muy deficiente, podríamos llamarla “frívola”, “leigt”, en un mundo perdido por el indiferentismo que dicen “pasotismo”, en la increencia, en el secularismo, el ateismo práctico, el consumismo alocado, y las espantosas situaciones de pobreza. Más de un cuarto de la humanidad sobreviven con menos de un dólar diario: de los cuáles un cuarenta por ciento están en Asia, más del veinte por ciento en Africa, el ocho por ciento en América Latina, y los demás en le resto del mundo, incluidos también los países más ricos.


En ese mundo, se ha de redimir la miseria, que produce y mantiene cada vez más atroz una existencia humana como “si no hubiese Dios” ni tampoco un “posible Salvador” en tantos problemas; que por lo menos se le vea necesario para encontrar las soluciones, pues queda sólo el nacer para sufrir y para morir. Y en ese mundo, el mensaje cristiano se ha perdido en la ignorancia, por falta de evangelización adecuada, enredada a veces en “tradiciones” de religiosidad popular que son resabios del antiguo paganismo, en el que es difícil hallar el cristianismo verdadero, el que salva. Las nuevas sectas exotéricas prenden fácilmente en ese cristianismo desvaído, siquiera como una novedad (1Tim 6, 20).


Sólo una nueva evangelización puede asegurar la permanencia y el crecimiento de la fe cristiana limpia y seria, que rehaga la Iglesia auténtica de Cristo, la que salve al mundo. Testificando la verdadera fe cristiana y que ella constituye la única respuesta válida para los problemas y las expectativas de la sociedad y de cada hombre. Proclamando, con el Papa Juan Pablo II: “No tengan miedo, abran las puertas a Cristo, pues El sabe lo que hay en el hombre, El es Dios que vino para salvarlo, sólo El tiene palabras de vida eterna”. Solamente el mensaje de Cristo puede aportar una vida más humana en esta tierra, y la esperanza de vivir eternamente felices “como Dios”. “¡El hombre es amado por Dios!”. Hagamos que Dios salve a los hombres. Quienes conocemos la salvación, somos reos de verdadero delito, ante la humanidad y ante Dios, si dejamos que los hombres se sigan perdiendo.

“Cristo es el camino, la verdad y la vida”. Hay que proclamarlo a todos, para lograr en ellos un vivir que sea de verdadera adhesión a Cristo. Miles de millones no conocen a Cristo el Salvador de los hombres. Muchos, porque son de otras religiones en las que Cristo no tiene lugar, siendo Cristo el único que ha visto a Dios y nos lo ha revelado (Jn 1, 18); otros, porque, como quien lo ha superado, no tienen religión alguna; y otros, porque, bautizados en Cristo, no han sido evangelizados, no conocen al Cristo en el que se bautizaron, en realidad no creen, y no viven como quienes son de Dios como Jesús.


Esta es la responsabilidad que Cristo vuelve a confiar a su Iglesia. Al comenzar este milenio, la acción de los laicos es hoy más necesaria que nunca. Los laicos, con un amor apasionado a Cristo y a su Iglesia, habitando en países o ambientes donde no está viva nuestra fe, con su testimonio personal y de comunidad han de hacer salvadora la presencia de la Iglesia en nuestro mundo, llegando también a los que no conocen a Cristo o no creen en El. Es una tarea hoy quizás más ardua que en ningún tiempo; pero igualmente necesaria que en los primeros tiempos y siempre; es la misión encomendada por Cristo a su Iglesia.


En todas las partes, viven hoy los cristianos en medio de gentes de otras religiones o de ninguna religión. Nuestro mensaje debe ser claro y sin falsificación alguna. Pero, sobre todo, el testimonio de nuestra vida de creyentes en Cristo ha de brillar tan salvador que conduzca a todos al amor y al respeto de unos hacia otros, de manera que se promuevan la unidad y la solidaridad entre todos, también más necesarias que nunca, y desaparezcan todos los prejuicios que hay contra la religión cristiana y contra nuestra creencia católica.


Para la evangelización hace falta que haya evangelizadores (Rm 10, 13-17), para que ellos vayan pro delante del Señor preparando sus caminos (Lc 10, 1). Hay que tomar muy en serio la penosa realidad de Casas Religiosas y Seminarios hoy tan vacíos, y la urgencia actual de nuevas y mejores vocaciones con la ilusión de trabajar en la Viña del Señor. Pero también hay que evangelizar a los laicos y a las familias, para que lleven el Evangelio a tantos necesitados de salvación que sin ellos no serían evangelizados. “La cosecha es abundante, pero son pocos los trabajadores para tanta mies” (Mt 9, 37) sigue siendo el grito angustioso de nuestra Salvador.



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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.


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