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Doctrina Social de la Iglesia - 25. La propiedad. Derecho del trabajo V
P. Ignacio Garro, jesuita †
CONTINUACIÓN...
5.5. EL DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES. LA FUNCIÓN SOCIAL DE LA PROPIEDAD
Desde los escritos
de los Padres de la Iglesia[2],
hasta J. Pablo II ha quedado ya subrayada la función social que debían tener todos
los bienes, cuando dice: “La tierra es un don del Creador a todos los hombres.
Sus riquezas, agrícolas, ganaderas, mineras, etc, no pueden repartirse entre un
limitado número de sectores o categorías de personas, mientras otros quedan
excluidos de sus beneficios” [3]
Es verdad que, en transcurso
de la historia, sobre todo por la influencia de la filosofía y el derecho y la
ideología liberal moderna, esta vocación de los bienes a la universalidad ha
quedado a veces oscurecida por una mayor insistencia en los derechos individuales,
como resultado de una comprensión de la propiedad demasiado legal y
juridicista.
Últimamente el
mensaje social de la Iglesia ha subrayado frecuentemente el carácter social de
la propiedad, bien para evitar caer en el individualismo Q.A. 46, bien para
destacar su intrínseca función social, M.M. 19. Veamos qué ha dicho la DSI en
los últimos años de su magisterio.
León XIII y Pío XI,
basándose en la tradición de los Santos Padres de la Iglesia, hablan del
convencimiento de que Dios ha dado los bienes materiales de la tierra en común
a todos los hombres, y ambos pontífices consideran que esta afirmación, de
derecho natural, se puede armonizar sin mayor dificultad con el derecho a la
propiedad privada, que es de derecho positivo.
Pío XII, en su encíclica
"Sertum laetitiae" de 1939,
habla de la imprescindible exigencia de
"que los bienes creados por Dios para todos los hombres estén igualmente a
disposición de todos, según los principios de justicia y de la caridad".
El mismo Pío XII en
un Radiomensaje de 1 de Junio de 1941, con ocasión del 50º aniversario de la “Rerum Novarum”, distingue entre: "el derecho fundamental a usar los
bienes materiales de la tierra y otros derechos ciertos y reconocidos sobre los
bienes materiales". He aquí el párrafo que expresa esta idea: "Todo hombre, en cuanto ser vivo dotado
de razón, tiene, por su misma naturaleza, el derecho fundamental a usar los
bienes materiales de la tierra, aunque se haya dejado a la voluntad humana y a
las formas jurídicas de los pueblos regular con mayor detalle la realización
práctica de este derecho. Pero, bajo ningún concepto puede suprimirse este
derecho individual (el del uso del destino universal de los bienes materiales),
ni siquiera en virtud de otros derechos ciertos y reconocidos (como es el
derecho a la propiedad privada). Dado que el orden natural procede de Dios,
requiere también la propiedad privada y la libertad de comercio recíproco de
los bienes materiales ... pero todo ello está subordinado al fin natural de los
bienes materiales y no puede ejercitarse independientemente del derecho
primario y fundamental que concede su uso a todos".
Así, Pío XII
jerarquiza sin ambigüedades, poniendo por encima de cualquier otro derecho
secundario, el derecho primario y fundamental de todo hombre a usar de los bienes
de la tierra; vienen a continuación los derechos de los regímenes de propiedad
privada y también la intención reguladora de la autoridad pública. Con este
planteamiento de Pío XII se acepta que los bienes de la tierra están al servicio
de todos los hombres, o que todos los hombres puedan usarlos de acuerdo a sus
necesidades. Hay que anotar que Pío XII habla de "uso" no de
"dominio" de los bienes.
La razón teológica
por la que el destino universal de los bienes de la tierra es para uso de todos los hombres, obedece en último
término a la coherencia del acto creador de Dios, porque sería contradictorio
que Dios cree a la criatura humana con unas necesidades básicas concretas y que
no le diese los medios y el acceso a dichos bienes para mantener y satisfacer
su existencia. Luego los bienes materiales que Dios ha creado para la
subsistencia del hombre son para uso de todos los hombres, Gen. 1, 28-31. Este
es un derecho primario y fundamental anterior a todo otro derecho de propiedad.
Juan XXIII en "Mater et Magistra", nº 119,
dice: "dentro del plan de Dios
creador, todos los bienes de la tierra están destinados, en primer lugar, al
decoroso sustento de todos los hombres".
Pero ha sido sobre
todo con el Conc. Vat. II cuando se establece que la propiedad está sujeta al
destino universal de los bienes:
"Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los
hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben de llegar a todos
en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la
caridad. Sean las que sean las formas de propiedad, adaptadas a las
instituciones legítimas de los pueblos según las circunstancias diversas y
variables, jamás debe perderse de vista este destino universal de los bienes",
G et S nº 69.
El principio del
destino universal de los bienes tiene su justificación y finalidad en los
siguientes hechos y criterios:
- El origen de los bienes es el acto creador de Dios, (CA, 31)
- Se apoya en la misma voluntad de Jesucristo, que ha manifestado en el Evangelio la necesidad de un justo y responsable uso de los bienes, (CA, 30)
- Se atiene al deber de justicia como derecho de todos a poseer una parte suficiente para sí mismo y su familia y como ayuda ante las necesidades urgentes de los hombres, G et S, 69; tanto en el plano individual como en los casos de socorro, en los países más desarrollados y menos desarrollados.[4]
Uno de los aspectos
de la función social de la propiedad es el caso de la "expropiación".
Se puede, y se debe de expropiar, con toda justicia cuando el bien común lo
requiere. El Conc. Vat. II y posteriormente Pablo VI en PP, 24, manifiestan la
posibilidad de la expropiación en el caso de ciertos bienes que son mantenidos
ociosos y "sirven de obstáculo a la prosperidad colectiva".
Se establecen las
condiciones por las que puede llegarse a la expropiación:
- El uso de la renta debe de ser responsable;
- No puede caer en la especulación egoísta;
- No es admisible la evasión de capitales abundantes y sin tener en cuenta el propio interés nacional.
Hay otro aspecto de
la propiedad de la tierra que el J. Pablo II tanto en sus discursos sobre los
"derechos de las minorías a tener su tierra y su cultura" como sobre
los derechos de aquellos campesinos pobres y
sin propiedad, asume la doctrina del Conc. Vat. II como la doctrina de
Pablo VI en lo que respecta a la necesidad de poner en uso productivo grandes
latifundios, explotaciones insuficientes, y del algún modo se tenga en
perspectiva la posibilidad de una reforma agraria en los países en que gran
parte de su riqueza procede de la producción agrícola[5].
Otro de los aspectos
de la función social de la propiedad es la categoría de "hipoteca
social"[6] que J.
Pablo II la denomina como "cualidad
intrínseca y función social fundada y justificada precisamente sobre el
principio del destino universal de los bienes", SRS 42.
Para poder aplicar
el concepto de "hipoteca social" a la propiedad individual requiere
cumplir ciertas responsabilidades, como son:
- Que los demás tengan parte de los bienes comunes (como la participación en un banquete común).
- Cooperar con los otros para obtener dominio sobre los bienes
La encíclica C.A., como ya hicieran PP y SRS, constata que el destino universal de los bienes debe ser aplicado en las nuevas realidades de la cultura y de la economía avanzada y menos avanzada, en las nuevas formas de propiedad, formas de poder económico; aplicando al mundo de la técnica, los conocimientos, la organización y gestión de la empresa, el saber tecnológico, etc.
Pero la "función
social de la propiedad" se manifiesta en esta época actual moderna a
través de un puesto de trabajo:
- Es ante todo un "trabajo social", se trabaja con otros y para otros. Es "hacer algo para alguien", CA, 43
- Es precisa la colaboración de muchos trabajadores en los sistemas de producción, CA, 32
- Es tanto más fecundo y productivo el trabajo cuanto el hombre se hace más capaz de ver en profundidad las necesidades de otros hombres para quienes trabaja.
- Da origen a comunidades de trabajo. El trabajador se relaciona con los demás trabajadores, como proveedores, consumidores, por medio de una organización solidaria.
- La propiedad resultante del trabajo sirve a la comunidad de la que se forma parte, la nación, en definitiva, de toda la humanidad.
En conclusión, el destino universal de los bienes debe de traducirse, en la práctica, en una mayor y más justa "participación social". Por ello, deben evaluarse la distribución de los bienes, los ingresos, las riquezas y el poder en la sociedad "a la luz de su impacto sobre las personas cuyas necesidades materiales básicas quedan sin satisfacer".[7]
[1] Cfr.-
"Centesimus Annus", 30 a 43.
[2] En los escritos de los Santos Padres encontramos los siguientes puntos
comunes:
1. El sometimiento de las relaciones sociales y económicas a las normas de la justicia
y de la caridad
2. La primacía de la utilidad general de que el bien común está por encima del
bien particular
3. La unidad e igualdad esenciales de todos los hombres, cualquiera que sea su
condición social
4. La diversidad y pluralidad de condiciones sociales y, por tanto, la desigualdad
accidental que se da entre los diversos grupos de la sociedad
5. La voluntad de Dios de que las desigualdades, necesarias, dadas las
diversidades naturales y la libertad humana, se nivelen en el desarrollo de la
vida social.
6. La imposición por Dios de una función social a toda condición de superioridad,
motivo de desigualdad social.
7. La obligación, en consecuencia de la comunicación de bienes, es decir, de hacer
participar y poner al servicio de los demás toda preeminencia individual y todo
don personal.
El
plan social de Dios, si así se puede hablar, es, mantener en las relaciones
sociales humanas la unidad e igualdad esenciales sin anular las diversidades
individuales. Orientando a una función social de comunicación de bienes todo lo
que se posee como superfluo.
[3]
Discurso
en Bahía Blanca, Argentina, 7-4 de 1987
[4] Una concreción de la función social de la propiedad es
el caso de sectores económico-industriales, en el que el efecto de las grandes
empresas pueden ser directamente de utilidad social para una población
determinada. Por ejemplo, países y empresas que aportan capital y tecnología
para el desarrollo industrial a otros países menos desarrollados. En estos
casos se debe de evitar que dichas inversiones creen dependencia, empeoren las
desigualdades, apoyen a unas elites sociales y favorezcan la exportación
interesada, sin satisfacer las necesidades básicas de la región. Este papel se
da muy a menudo con las empresas transnacionales, que, en ciertas ocasiones, en
vez de ser motores de desarrollo de la región o país donde se instalan, han
agravado la situación allí donde operaban.
[5] El Conc. Vat. II en G et S 71 se afronta el problema que
puede ser decisivo para los países con una agricultura que es el origen y la
fuente de recursos de su población. El Concilio, vistas las circunstancias,
censura la mala explotación, la especulación con los terrenos agrícolas y la
falta de utilización de las tierras. Todo ello podría dar lugar a un reparto en
favor de aquellos que sean capaces de hacerlas producir.
[6] Por "hipoteca social" se entiende cuando se
hace referencia a la propiedad privada contenida en grandes capitales de
dinero, en estos casos toda propiedad privada tiene una "hipoteca social"
sobre dicha propiedad privada, es decir, debe de tener en cuenta las
necesidades de los demás y el cuidado y promoción del bien común.
[7] Documento del Episcopado Norteamericano. "Justicia
económica para todos", nº 70.
Damos gracias a Dios por la vida del P. Ignacio Garro, SJ † quien, como parte del blog, participó con mucho entusiasmo en este servicio pastoral, seguiremos publicando los materiales que nos compartió.
Para acceder a las publicaciones de esta SERIE AQUÍ.
Domingo IV Tiempo Ordinario. Ciclo C – "Ningún profeta es aceptado en su pueblo"
P. Adolfo Franco, jesuita
Lectura del santo evangelio según san Lucas (4, 21-30):
En aquel tiempo, Jesús comenzó a decir en la sinagoga:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca.
Y decían:
«¿No es este el hijo de José?».
Pero Jesús les dijo:
«Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún».
Y añadió:
«En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.
Palabra del Señor.
Jesús fracasa ante la falta de fe de sus compatriotas
El domingo pasado leíamos en la Misa la primera parte de la presentación de Jesucristo en la sinagoga de Nazaret. Hoy leemos la segunda parte de este mismo hecho, que cuenta la tragedia en que terminó esta presentación de Jesucristo en la sinagoga de su ciudad; no fue bien recibido, fue rechazado por los suyos. Jesucristo tiene su primera actuación apostólica en su tierra, en Nazaret y no le fue muy bien, pues sus paisanos reaccionaron furiosos, tanto que quisieron asesinarlo, arrojándolo a un barranco. ¿Qué es lo que pasó?
Ellos pensaron que podrían aprovecharse de este "hijo predilecto" del pueblo de Nazaret para su propio provecho. Todos estaban felices de que volviese, y que empezase su predicación en su sinagoga, la que él había visitado tantas veces cuando niño. Y ahí está convertido en adulto, y todos orgullosos de El, y pensando en los beneficios que le podrían sacar.
Jesús siempre fue transparente, y no quiere que queden dudas de su actuación, de su forma de ver las cosas. Y por eso les dice claramente que no le van a poder manipular, y que no les podrá hacer ningún "signo", porque ellos no tienen el corazón preparado. Además, Jesús no ha venido a realizar espectáculos, sino a suscitar la fe. Muchas veces nos acercamos a Dios, lo buscamos, pero no para entregarnos más a El, para que nuestra fe en El crezca, sino para sacarle provecho. Esta es una tendencia frecuente y un peligro constante de nuestra relación con Dios.
Este choque con la doctrina de Jesús la tendrán muchos de sus contemporáneos, porque encontraron que El no contemporizaba con ninguna apariencia, con ninguna superficialidad, ni con la comodidad, ni con lo fácil. Para El obtener popularidad y recibir aplausos fáciles no era ninguna meta; más bien rechazaba todo eso; no le interesaba el populismo religioso. Ahí está el problema que muchos encontraron en la predicación de Jesús. Y El fue lo suficientemente claro para que nadie dudase de qué es lo que enseñaba, y qué mensaje venía a traernos.
Los Apóstoles fueron los primeros sorprendidos cuando Jesús les planteó lo que significaba ser Mesías. No venía a buscar un triunfo humano, ni aplausos, ni una salvación política, ni nada por el estilo. Salvar a la humanidad era cumplir la voluntad del Padre hasta la Cruz. Y este era un lenguaje que escandalizó a los apóstoles, que quisieron disuadirlo. Ellos buscaron los lugares privilegiados junto a un supuesto triunfador de un reino de éxitos. Y Jesucristo les propone en su lugar beber del cáliz que Él tenía que beber (el cáliz de la Pasión).
Pero El siguió adelante con su idea de cumplir el mandato del Padre hasta las últimas consecuencias. Había sufrido en carne propia la tentación, cuando el demonio lo tentó por tres veces en el desierto. Y esa tentación tuvo el mismo contenido: el éxito, el dominio, la comodidad. Y tres veces rechazó la propuesta del demonio; porque había venido no a cumplir su voluntad, sino la del Padre. Y cuando esto lo convierte en enseñanza, nos dice quiénes son los bienaventurados, o sea quiénes en verdad aciertan en la vida: los pobres, los que lloran, los perseguidos, los mansos. Que a Dios no se le adora con prácticas rituales, ni en un templo o en el otro, sino en espíritu y en verdad.
Y por atreverse a esto sus enemigos fueron llegando a la convicción de que Él debía ser destruido, porque cuestionaba y hacía peligrar todos los refugios en que los hombres querían poner su confianza. Y al final, después de varios intentos fallidos, cuando fue la hora del "poder de las tinieblas", los poderosos culminaron su plan de eliminarlo. Aunque en realidad, sabemos que fue el momento de su triunfo.
Esa presentación en la sinagoga de Nazaret, y el rechazo que Jesús sufrió y la amenaza de muerte que vivió, son la introducción abreviada de todo lo que sería el resto de su vida.
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Textos claves del Nuevo Testamento - 41. "... firmes en la fé."
P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita
En el A.T., la palabra “Señor” es un nombre divino, y con frecuencia equivale a la palabra “Dios”. La Iglesia naciente le proclama “Señor” desde el primer discurso de Pedro: “Tenga, pues, toda la casa de Israel la certeza de que Dios ha constituido Señor y Mesías a este Jesús, a quien vosotros crucificasteis” (Hch 2,36); “El cual, teniendo la naturaleza divina (...) se hizo semejante a los hombres (...) haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso, Dios le exaltó y le dió un nombre que está sobre todo nombre, (...) y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre” (Flp 2,6-11); “Así, pues, ya que habéis acogido a Cristo Jesús, el Señor, vivid como cristianos. Enraizados y cimentados en él, manteneos firmes en la fe, como se os ha enseñado, y vivid en permanente acción de gracias” (Col 2,6-7).
Agradecemos al P. Fernando Martínez SJ por su colaboración.
Catequesis del Papa sobre San José: 9. «San José, hombre que sueña»
PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Aula Pablo VI
Miércoles, 26 de enero de 2022
______________________________
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy quisiera detenerme en la figura de san José como hombre que sueña. En la Biblia, como en las culturas de los pueblos antiguos, los sueños eran considerados un medio a través del cual Dios se revelaba [1]. El sueño simboliza la vida espiritual de cada uno de nosotros, ese espacio interior, que cada uno está llamado a cultivar y custodiar, donde Dios se manifiesta y a menudo nos habla. Pero también debemos decir que dentro de cada uno de nosotros no está solo la voz de Dios: hay muchas otras voces. Por ejemplo, las voces de nuestros miedos, las voces de las experiencias pasadas, las voces de las esperanzas; y está también la voz del maligno que quiere engañarnos y confundirnos. Por tanto, es importante lograr reconocer la voz de Dios en medio de las otras voces. José demuestra que sabe cultivar el silencio necesario y, sobre todo, tomar las decisiones justas delante de la Palabra que el Señor le dirige interiormente. Nos hará bien hoy retomar los cuatro sueños narrados en el Evangelio y que le tienen a él como protagonista, para entender cómo situarnos ante la revelación de Dios. El Evangelio nos cuenta cuatro sueños de José.
En el primer sueño (cf. Mt 1,18-25), el ángel ayuda a José a resolver el drama que le asalta cuando se entera del embarazo de María: «No temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (vv. 20-21). Y su respuesta fue inmediata: «Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado» (v. 24). Muchas veces la vida nos pone delante de situaciones que no comprendemos y parece que no tienen solución. Rezar, en esos momentos, significa dejar que el Señor nos indique cuál es la cosa justa para hacer. De hecho, muy a menudo es la oración la que hace nacer en nosotros la intuición de la salida, cómo resolver esa situación. Queridos hermanos y hermanas, el Señor nunca permite un problema sin darnos también la ayuda necesaria para afrontarlo. No nos tira ahí en el horno solos. No nos tira entre las bestias. No. El Señor cuando nos hace ver un problema o desvela un problema, nos da siempre la intuición, la ayuda, su presencia, para salir, para resolverlo.
Y el segundo sueño revelador de José llega cuando la vida del niño Jesús está en peligro. El mensaje está claro: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle» (Mt 2,13). José, sin dudarlo, obedece: «Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes» (vv. 14-15). En la vida todos nosotros experimentamos peligros que amenazan nuestra existencia o la de los que amamos. En estas situaciones, rezar quiere decir escuchar la voz que puede hacer nacer en nosotros la misma valentía de José, para afrontar las dificultades sin sucumbir.
En Egipto, José espera la señal de Dios para poder volver a casa; y es precisamente este el contenido del tercer sueño. El ángel le revela que han muerto los que querían matar al niño y le ordena que salga con María y Jesús y regrese a la patria (cf. Mt 2,19-20). José «se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel» (v. 21). Pero precisamente durante el viaje de regreso, «al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí» (v. 22). Y ahí está la cuarta revelación: «y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret» (vv. 22-23). También el miedo forma parte de la vida y también este necesita de nuestra oración. Dios no nos promete que nunca tendremos miedo, sino que, con su ayuda, este no será el criterio de nuestras decisiones. José siente el miedo, pero Dios lo guía a través de él. El poder de la oración hace entrar la luz en las situaciones de oscuridad.
Pienso en este momento en muchas personas que están aplastadas por el peso de la vida y ya no logran ni esperar ni rezar. Que san José pueda ayudarles a abrirse al diálogo con Dios, para reencontrar luz, fuerza y paz. Y pienso también en los padres ante los problemas de los hijos. Hijos con tantas enfermedades, los hijos enfermos, también con enfermedades permanentes: cuánto dolor ahí. Padres que ven orientaciones sexuales diferentes en los hijos; cómo gestionar esto y acompañar a los hijos y no esconderse en una actitud condenatoria. Padres que ven a los hijos que se van, mueren, por una enfermedad y también —es más triste, lo leemos todos los días en los periódicos— jóvenes que hacen chiquilladas y terminan en accidente con el coche. Los padres que ven a los hijos que no van adelante en la escuela y no saben qué hacer… Muchos problemas de los padres. Pensemos cómo ayudarles. Y a estos padres les digo: no os asustéis. Sí, hay dolor. Mucho. Pero pensad cómo resolvió los problemas José y pedid a José que os ayude. Nunca condenar a un hijo. A mí me da mucha ternura —me daba en Buenos Aires— cuando iba en el autobús y pasaba delante de la cárcel: estaba la fila de personas que tenían que entrar para visitar a los presos. Y había madres ahí que me daban mucha ternura: delante del problema de un hijo que se ha equivocado, está preso, no le dejaban solo, daban la cara y lo acompañaban. Esta valentía; valentía de papá y mamá que acompañan a los hijos siempre, siempre. Pidamos al Señor que dé a todos los padres y a todas las madres esta valentía que dio a José. Y después rezar para que el Señor nos ayude en estos momentos.
Pero la oración nunca es un gesto abstracto o intimista, como quieren hacer estos movimientos espiritualistas más gnósticos que cristianos. No, no es eso. La oración siempre está indisolublemente unida a la caridad. Solo cuando unimos a la oración el amor, el amor por los hijos por el caso que he dicho ahora o el amor por el prójimo, logramos comprender los mensajes del Señor. José rezaba, trabajaba y amaba —tres cosas bonitas para los padres: rezar, trabajar y amar— y por esto recibió siempre lo necesario para afrontar las pruebas de la vida. Encomendémonos a él y a su intercesión.
San José, tú eres el hombre que sueña,
enséñanos a recuperar la vida espiritual
como el lugar interior en el que Dios se manifiesta y nos salva.
Quita de nosotros el pensamiento de que rezar es inútil;
ayuda a cada uno de nosotros a corresponder a lo que el Señor nos indica.
Que nuestros razonamientos estén irradiados por la luz del Espíritu,
nuestro corazón alentado por Su fuerza
y nuestros miedos salvados por Su misericordia. Amén.
[1] Cfr Gen 20,3; 28,12; 31,11.24; 40,8; 41,1-32; Nm 12,6; 1 Sam 3,3-10; Dn 2; 4; Jb 33,15.
36. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Amor a los enemigos - Sed perfectos
P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita
Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones
Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo
II MINISTERIO DE JESÚS EN GALILEA
(Mayo 28 - Mayo 29)
B. SERMÓN DE LA MONTAÑA
36.- AMOR A LOS
ENEMIGOS - SED PERFECTOS
TEXTOS.
Mateo 5, 43-48
"Habéis oído que se dijo: Amarás a tu
prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: amad a vuestros enemigos y
rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre Celestial,
que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos.
Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso
mismo, también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos,
¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros,
pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre Celestial".
Lucas 6, 27-28.32-36
"Pero yo os
digo a los que me escucháis: amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os
odian, bendecid a los que os maldicen, rogad por los que os maltratan.
Si amáis a los que
os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores hacen otro tanto. Si
hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los
pecadores hacen otro tanto!
Si prestáis a
aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores
prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros
enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio: y vuestra
recompensa será grande y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los
ingratos y los perversos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es
misericordioso".
INTRODUCCIÓN
El Señor comienza
diciendo: "Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo" y dice esta
sentencia como enseñanza dada a los antiguos. La primera parte: "Amarás a
tu prójimo" la encontramos en el Lev. 19,18; pero la segunda parte no la
encontramos en la Biblia. Las palabras de Jesús aluden a una interpretación
generalizada entre los rabinos de su época, los cuales entendían por
"prójimo" exclusivamente a los del pueblo de Israel, mientras que
los paganos, los otros pueblos eran considerados enemigos.
El Señor corrige
esta interpretación falsa de la ley y nos quiere enseñar que
"prójimo" es cualquier hombre. (Cfr. la parábola del buen samaritano,
Lc 10,23-37)
MEDITACIÓN
1) "Amad a vuestros enemigos"
El Señor llega a establecer
que el cristiano no tiene enemigos personales. Su único verdadero enemigo es el
pecado pero no el pecador. Ejemplo de pisto en la Cruz y ejemplo constante de
Cristo con todos los pecadores.
"Amad a
vuestros enemigos".
No se trata de un
amor afectivo, emocional, sensible. Los sentimientos no entran bajo el dominio
del hombre, y es imposible forzar los sentimientos de manera que sensiblemente
sintamos cariño, ternura, emoción afectiva hacia los enemigos. De lo que se trata
es de un amor efectivo que se basa en un amor apreciativo y en un amor de
voluntad.
Se trata de un
amor efectivo de obras: rogad por los que os maltratan, hacer el bien a los
que os odian, bendecid a los que os maldicen, prestad sin esperar recompensas,
etc.
Y este amor
efectivo se basa en lo que llamamos amor apreciativo y volitivo. Implícitamente
Cristo nos está dando la razón de este amor apreciativo. Todos son llamados
hijos de Dios. Dios ama también a sus hijos pecadores y cuida de ellos; y
sabemos que Jesucristo murió por todos los hombres, por los pecadores. Cada persona,
cada ser humano tiene la dignidad de ser hijo de Dios, y de tal manera es
valorado por Dios que Jesucristo va a su Pasión y a su Muerte para redimirlo.
Y consiguientemente, el comportamiento de cualquier cristiano que tenga fe
profunda en la dignidad y valor de cada persona, por ser ella hija de Dios,
redimida por Cristo y con un destino de vida eterna, es el de amar a todos, sin
excepción, aunque sean sus enemigos. Sólo con gran hipocresía podríamos decir
que amamos a Dios, que amamos al Señor, si odiamos a los otros hijos de Dios, a
los otros redimidos por Cristo.
Y ese amor
apreciativo se manifestará en un amor de voluntad, de querer eficazmente el
bien para ellos, para los enemigos, y de obrar y trabajar por el bien de ellos.
Y el premio que
promete Cristo está en consonancia con todo lo que acabamos de explicar. Nos
dice que el premio será grande; y la grandeza de ese premio consistirá en que
"así serán hijos de su Padre Dios que está en los cielos, que hace brillar
el sol sobre buenos y malos y hace caer la lluvia sobre justos y
pecadores".
Por eso, el amor
al prójimo, incluido el enemigo, será el distintivo del cristiano, como nos
enseñará Cristo al darnos al final de su vida el mandamiento nuevo del amor. (Cfr.
Jn 13,35-36)
2) "Sed perfectos como es perfecto vuestro
Padre Celestial" (Mt)
"Sed misericordiosos como vuestro Padre es
misericordioso" (Lc)
Con estas
exhortaciones termina Jesús su enseñanza sobre el amor a los enemigos.
Notamos una diferencia
entre San Mateo y San Lucas: el primero nos dice en general la recomendación de
Cristo a ser 'perfectos"; el segundo concretiza esa perfección en la
misericordia: "sed misericordiosos" La mayoría de autores cree que
la exhortación "sed perfectos" se refiere no sólo al precepto de la
caridad, del amor a los enemigos; sino que es una exhortación general de
Cristo a buscar la perfección cristiana en todos sus aspectos; de manera
especial se estaría refiriendo Cristo a todas las enseñanzas que nos ha transmitido
en esta primera parte del Sermón del Monte. Que cumplamos con toda perfección
las bienaventuranzas, nuestra misión de ser sal de la tierra y luz del mundo, y
las demás exigencias que ha ido explicando al ir perfeccionando los
mandamientos del Decálogo.
Y es claro que en
esta exhortación se trata más bien de una comparación, no de igualdad. Es
completamente imposible que el hombre llegue a la perfección de Dios; se trata
de una comparación de similitud: a imitación de Dios. Es decir, que procuremos
imitar en lo posible el comportamiento de Dios, perfecto en todas sus acciones
y manera de actuar.
Esta sentencia ha
tenido siempre un valor muy grande en la predicación de la Iglesia. Es una de
las sentencias de Cristo que fundamenta la doctrina que siempre ha defendido la
Iglesia y que de una manera muy particular nos declara en el Concilio Vaticano
II: La vocación a la santidad de todos los cristianos. Todos los cristianos,
por el hecho de estar consagrados como Hijos de Dios y justificados con la gracia
del Espíritu Santo, estamos llamados a tender a la perfección de la santidad.
Esta vocación no queda reducida al grupo de los sacerdotes o de las almas
consagradas en la vida religiosa, sino que se extiende a todos aquellos que
viven su vocación cristiana dentro del matrimonio o en cualquier otra
situación. La perfección, la santidad, es meta a la que deben tender todos los
cristianos.
San Lucas, en
cambio, al decirnos "sed misericordiosos como es vuestro Padre del
cielo" concretiza un aspecto de la perfección de Dios: su infinita
misericordia con los hombres, con los pecadores. Su caridad infinita que extiende
a todos los hombres, incluso a aquellos que reniegan de él.
Evidentemente, que
imitando a Dios en su infinita bondad y caridad y misericordia, estamos
cumpliendo con lo más difícil de la Ley de Dios. No olvidemos que San Pablo nos
dice que "La plenitud de la Ley está en la caridad" (Rom 13,10)
Ambas
exhortaciones, ciertamente, constituyen un llamado a la perfección y a la santidad,
aunque tengan sus matices diferentes.
Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.
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35. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Venganza - Mansedumbre
P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita
Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones
Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo
II MINISTERIO DE JESÚS EN GALILEA
(Mayo 28 - Mayo 29)
B. SERMÓN DE LA MONTAÑA
TEXTOS
Mateo 5, 38-42
"Habéis oído
que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pues yo os digo que no resistáis
al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha, preséntale
también la otra; al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica,
déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla, vete con él
dos. A quien te pida da, al que desee que le prestes no le vuelvas la espalda".
Lucas 6,29-30
"Al que te
hiera la mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le
niegues la túnica. Da a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo, no se lo
reclames".
INTRODUCCIÓN
Jesucristo intenta
en estas enseñanzas corregir el espíritu de venganza que predominaba en todas
las sociedades de su tiempo; de hecho ese espíritu de venganza prevalece
también hoy en el corazón de muchísimos hombres, como individuos y como grupos
sociales.
La Ley del Talión
era una ley admitida generalmente, que en cierto sentido quería poner freno al
espíritu desmesurado de venganza. Según esta ley, había que corresponder a la
ofensa recibida con otra ofensa semejante, más o menos de la misma gravedad. No
debía ser excesiva, como por ejemplo sería el caso de responder a un insulto
con el asesinato.
Pero Cristo
condena no sólo el espíritu desmesurado de venganza, sino cualquier género de
venganza, y a ese espíritu de venganza opone lo que podríamos llamar el
espíritu de mansedumbre.
MEDITACIÓN
1) "No resistáis al mal..."
Sería una
equivocación entender estas palabras del Señor como una invitación a mantener
una actitud de connivencia, de dejar pasar, de total pasividad ante el mal que
nos rodea y ante. el malvado que provoca ese mal. El Señor jamás predica que se
toleren las injusticias, que no se ponga resistencia a todos los males que
aquejan a la sociedad y que son la causa del sufrimiento de tantísimos millones
de seres humanos. Más aún, todos tienen obligación de luchar contra esas injusticias
y esos males; y por supuesto, de manera muy especial, los que están
constituidos en autoridad, tienen obligación gravísima de hacer todo lo
posible, y usar todos los medios justos de erradicar esos abusos y favorecer a
los más pobres y necesitados. Cada uno individualmente podrá renunciar a
ciertos derechos, pero cuando se trata de derechos de terceras personas, sobre
las que hay cierta responsabilidad, la obligación estricta es la de defenderlos,
reclamarlos y luchar por ellos. Todas las sentencias que el Señor pronuncia
aquí no hay que entenderlas literalmente.
El Señor usa
muchas veces el género literario de paradojas, hipérboles, para grabar su
enseñanza en el corazón de los hombres. Pero esas paradojas y esas hipérboles
no se pueden interpretar al pie de la letra. Ya consideramos este problema en
la meditación 32 donde analizábamos el texto: "Si tu mano es para ti
ocasión de pecado, córtatela y tírala de ti." Y pusimos otros ejemplos
similares. En todas las sentencias que estamos meditando de este pasaje, lo
que el Señor trata de inculcarnos es corregir todo lo que hay en el corazón del
hombre, de cólera, odio, resentimiento, deseo de venganza, falta de generosidad
para con el prójimo.
El mismo Jesucristo cuando fue golpeado en una
mejilla en casa de Anás; al comienzo de su Pasión, no ofreció la otra; mas
bien, se quejó del porqué le habían golpeado sin razón alguna. (Cfr. Jn 18,19-23)
Podríamos decir
que la enseñanza del Señor se identifica con la bienaventuranza de la
mansedumbre. "Bienaventurados los mansos de corazón" que una de las
interpretaciones que tiene es la de "Bienaventurados los que saben
devolver bien por mal". Y es lo que San Pablo escribirá más tarde a los
romanos: "Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de
beber...; no te dejes vencer por lo malo, más bien vence el mal a fuerza de
bien." (Rom 12,21)
Y esta enseñanza
de Cristo deberíamos comprenderla en la contemplación de todos los misterios de
su vida y en la experiencia íntima de Dios nuestro Padre que siempre
manifiesta una paciencia, misericordia y bondad con nosotros, a pesar de todas
nuestras ofensas e ingratitudes.
2) "Da al que te pida"
Aquí Cristo se
refiere a otra enseñanza distinta; nos enseña la generosidad en dar al
necesitado. Tampoco se trata de dar a cualquiera que pida, si se trata de una
persona que por sus vicios, su vida irresponsable, su vida de plena
holgazanería, quiere abusar de la bondad de otros. Se trata de la persona
verdaderamente necesitada y que se haya en circunstancias que sólo pueden
solucionarse con la ayuda y solidaridad de otros.
No queremos tratar
aquí con más detalle lo referente a la limosna, pues en este mismo Sermón del
Monte, el Señor, al comienzo del capítulo 6 nos hablará de esta virtud, y al
explicar ese pasaje procuraremos profundizar en esta obligación cristiana. (Cfr.
Meditación 37)
Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.
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34. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - "No juréis en modo alguno"
P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita
Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones
Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo
II MINISTERIO DE JESÚS EN GALILEA
(Mayo 28 - Mayo 29)
B. SERMÓN DE LA MONTAÑA
34.- "NO JURÉIS
EN MODO ALGUNO"
TEXTOS
Mateo 5,33-37
"Habéis oído
también que se dijo a los antepasados: No perjurarás sino que cumplirás al
Señor tus juramentos. Pues yo os digo que no juréis en modo alguno: ni por el
Cielo, porque es el trono de Dios, ni por la Tierra porque es escabel de sus
pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni tampoco jures por
tu cabeza, porque ni a uno solo de tus cabellos puedes hacerlo blanco o negro.
Sea vuestro lenguaje: "Sí", "Sí"; "No","No";
que lo que pasa de aquí viene del Maligno".
INTRODUCCIÓN
En este pasaje,
San Mateo nos da la doctrina de Jesucristo sobre los juramentos. En otro
pasaje del mismo Evangelio, el Señor volverá a hablar de los juramentos, pero
explicando los abusos que cometían los fariseos y las injusticias debidas a
esos juramentos. (Cfr. Mt 23, 16-22)
La Ley prohibía
expresamente el juramento falso y la violación de un voto hecho a Dios (Cfr. Ex
20,7; Num 30,3; Dt 23,22)
Pero entre los
judíos había una gran laxitud en la costumbre de prestar juramento por
cualquier cosa. Todo juramento se tenía por lícito y bueno con tal que no fuera
contrario a la verdad. Y jurar por las creaturas, aunque dijesen alguna relación a
Dios, se tenía por indiferente, con tal que no se pronunciase el nombre de
Dios.
Jesucristo quiere
corregir esta conducta plenamente equivocada. Meditemos su doctrina.
MEDITACIÓN
1) "No juréis en modo alguno"
No quiere decir
que todo juramento sea ilícito. Con estas palabras Cristo enseña que el juramento,
salvo en casos muy especiales, no es bueno, y que los cristianos deben
guardarse entre sí tal fidelidad que no haga falta jamás el juramento. Que el
juramento, sea a veces, lícito, lo conocemos por otros pasajes de la Escritura
y por la práctica de la Iglesia.
Jeremías tiene un
texto donde da las normas del juramento lícito: "Si juras por la vida de
Yahvé con verdad, con derecho y con justicia, serán en ti bendecidos los
pueblos y en ti se gloriarán" (Jer 4,2)
El sentido, pues,
de las palabras de Jesucristo es que no hay que jurar, si no es que la
necesidad o una verdadera utilidad lo exija. Se trata de ocasiones solemnes o
de situaciones en que el compromiso público con juramento a Dios de cumplir
con la responsabilidad social que se ha adquirido, puede tener un significado
profundo, tanto para la persona que presta el juramento como para aquellos en
cuyo beneficio se hace.
Por ejemplo, el
juramento de las autoridades públicas, el juramento de los testigos en causas
judiciales. La misma Iglesia pide a los que están encargados de la enseñanza
oficial de la Teología, juramento de fidelidad a la Tradición y al Magisterio
de la Iglesia.
Pero lo que sí
constituye un verdadero abuso, es la costumbre muy extendida en muchos países,
por ejemplo, en todo Latinoamérica, de exigir juramento para cualquier cargo o
pertenencia a cualquier club o grupo social, aunque se trate de asociaciones
sin transcendencia alguna.
2) "Ni por el cielo..."
En las siguientes
sentencias que Cristo pronuncia, claramente está indicando la prohibición de
aquellos juramentos en los que no se pronunciaba el nombre de Dios, pero se
ponía como testigo de la verdad a las creaturas; principalmente aquellas
creaturas en las que más resplandecía algún atributo divino, como era el cielo,
la tierra, el templo, el altar, etc.
Cristo enseña que
aún en estos juramentos hechos por las creaturas se invoca a Dios por testigo,
implícitamente, ya que todas las cosas creadas dicen relación a Dios como a su
autor y conservador. Mucho más, aquellas en las que de una manera especial se
muestra el poder, la santidad o la providencia y el amor de Dios.
3) "Si" - "No"
A continuación
Cristo establece la norma que han de seguir sus discípulos en su manera de
hablar, evitando los juramentos. Lo que Cristo nos dice es que, si tenemos que
afirmar algo, lo hagamos sin juramentos, con un simple "sí"; y si
tenemos que negarlo, nos contentemos con un simple "no".
Todo el pasaje
encierra una exhortación del Señor a vivir siempre con tal sinceridad que
exista un ambiente de total confianza mutua, de manera que todo juramento se
haga innecesario. Es un ataque a la situación tan frecuente que se da entre
los hombres, cuyas relaciones están basadas en la mentira y el engaño. La hipocresía
es uno de los pecados más condenados por nuestro Señor.
4) "Lo que pasa de aquí viene del
Maligno"
Todo lo que
añadáis a la simple afirmación o simple negación, es decir, cualquier juramento
que traigáis para confirmación de vuestras palabras tiene su origen en el
demonio, que se llama también el "Maligno" (Cfr. Mt 6, 13; 13,19) y
es "padre de la mentira" (Jn 8,44). Es bajo la influencia de Satanás
que el mundo vive en la hipocresía y en la mentira.
Los cristianos
deben estar alejados de esa influencia. La comunidad de los discípulos de Cristo
debe ser un ejemplo de relaciones humanas sin dolo alguno, sin hipocresías,
basadas en la verdad y en la sinceridad.
Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.
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32. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Sexto mandamiento
P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita
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Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo
II MINISTERIO DE JESÚS EN GALILEA
(Mayo 28 - Mayo 29)
B. SERMÓN DE LA MONTAÑA
TEXTOS
Mateo 5, 27-30
"Habéis oído que se dijo: No cometerás
adulterio. Pues yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió
adulterio con ella en su corazón.
Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de
pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus
miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna. Y si tu mano
derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene
que se pierda uno de tus miembros, que no todo tu cuerpo vaya a la gehenna".
Mateo 18, 8-9
"Si, pues, tu
mano o tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo y arrójalo lejos de ti; más
te vale entrar en la Vida manco o cojo que, con las dos manos o los dos pies,
ser arrojado en el fuego eterno. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo
y arrójalo de ti; más te vale entrar en la Vida con un solo ojo, que con los
dos ojos ser arrojado en la gehenna del fuego".
Marcos 9, 43-47
"Si tu mano
te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que,
con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te
es ocasión de pecado, córtatelo. Más vale que entres cojo en la Vida que, con
los dos pies, ser arrojado a la gehenna. Y si tu ojo te es ocasión de pecado,
sácatelo. Más vale que entres con un solo ojo en el Reino de Dios que, con los
dos ojos, ser arrojado a la gehenna".
INTRODUCCIÓN
Así como
anteriormente el Señor se ha referido al quinto mandamiento, ahora se refiere
al sexto mandamiento y, con motivo de la guarda perfecta de este precepto, nos
da lecciones muy importantes sobre la necesidad de huir de las ocasiones de
pecado.
Los otros dos textos que citamos de Mateo y
Marcos, no hacen especial referencia al precepto de la castidad; están en otro
contexto, pero se refieren también, de manera general, a la obligación que
todos tenemos de huir de cualquier ocasión de pecado; por eso los hemos incluido
aquí, porque la doctrina es la misma.
MEDITACIÓN
1) "El que mira a una mujer deseándola, ya
cometió adulterio con ella en su corazón"
Como ya hemos
indicado en las meditaciones precedentes, en el Antiguo Testamento, sobre todo
según la interpretación de los fariseos, se daba importancia casi exclusivamente
a los pecados externos de obra. Esta actitud se daba también con respecto a la
castidad, al sexto mandamiento. Se consideraban pecados la fornicación, el
adulterio y otros pecados de obra.
En la Ley Nueva,
Jesucristo nos enseña la completa pureza del corazón. Con una sola mirada
deshonesta, con un solo mal deseo, con una mera complacencia impura, se
infringe ya la Ley, se comete ya pecado. Y el pecado interno es de la misma
especie que el pecado externo. Por eso, el Señor dirá que "quien mira a
una mujer deseándola, ya cometió con ella adulterio en su corazón".
La pureza que
exige Cristo, no es la pureza legal de la que tanto se preocupaban los
fariseos, sino la pureza interna de todos los sentimientos y deseos del
corazón. El corazón del hombre queda manchado por el pecado, no sólo cuando
comete una mala obra, sino también cuando con sus miradas, deseos,
complacencias, interiormente ya vive el pecado.
Las palabras del
Señor se refieren a la mirada morbosa, pecaminosa dirigida a cualquier mujer,
sea casada o no casada.
2) Huir de las tentaciones
El Señor añade a
continuación una exhortación muy enérgica sobre la necesidad de huir de las
ocasiones de pecar. Como hemos dicho en la introducción, esta doctrina del
Señor vale para toda clase de pecados, pero en el contexto del Sermón del Monte
se refiere de manera especial a los pecados contra la castidad.
En la moral
cristiana es una obligación grave no ponerse en tentación próxima de pecado.
Las expresiones que usa el Señor para poner de manifiesto esta obligación son figuras
retóricas, pero que añaden una fuerza extraordinaria a lo que se quiere
expresar, y que además, una vez escuchadas o leídas, no se olvidan fácilmente.
Claro está que
estas expresiones no hay que entenderlas en sentido literal. Nadie tiene que arrancarse
una mano, o un pie, o un ojo. No solamente en esta ocasión, sino en otras
partes del Evangelio, encontramos parecidas figuras retóricas que pretenden
inculcar una verdad, una enseñanza, mediante comparaciones o ejemplos
exagerados que todos entienden fácilmente su sentido verdadero, sin que tengan
que aplicarse en sentido literal. Por ejemplo, cuando el Señor indica que
algunos se hicieron eunucos a sí mismos por el Reino de Dios. Todos entienden
que lo que el Señor significaba no era la castración física, sino el voto de
castidad en el seguimiento a su Persona y por la entrega al apostolado. Lo
mismo cuando el Señor dice que es más fácil que un camello entre por el ojo de
una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios. Sólo nos indica lo difícil
que es, pero no la imposibilidad; pues a continuación dirá que todo es posible
para Dios.
La figura retórica
de nuestro pasaje está tomada del ejemplo real de la vida, donde a veces hay
que sacrificar un miembro del cuerpo para salvar la vida, para bien de todo el
cuerpo, de la persona. Lo que el Señor quiere inculcarnos es que el pecado es
algo tan dañino para el hombre y que le pone en peligro de condenación, que
debe estar dispuesto a sacrificarlo todo con tal de evitar el pecado, y muy
especialmente evitar la tentación de caer. Con tal de evitar el pecado que
lleva a la condenación eterna, el hombre debería estar dispuesto a perderlo
todo, incluso la vida. Lo que realmente interesa, lo que realmente es
transcendental en la vida de cada hombre, es entrar en la Vida, entrar en el
Reino de Dios, como nos dice Cristo.
La razón de dar
estas enseñanzas el Señor en el contexto de la guarda de la virtud de la
castidad, es sin duda, la gran debilidad humana y las muchas tentaciones que
el hombre padece en esta virtud. Y él sabe la facilidad con que el hombre, no
sólo no huye de esas tentaciones sino que con toda facilidad las busca y se
pone en peligro muy próximo de pecar.
Finalmente,
indicaremos algo que suelen considerar muchos autores. Aunque el Señor habla
aquí solamente del hombre, sin embargo, sabemos que su doctrina se refiere
siempre a todos, hombres y mujeres. También la mujer peca igual que el hombre
con miradas deshonestas, deseos morbosos, y ellas suelen también ponerse en la
tentación de caer en los pecados sexuales. E implícitamente habría que decir
que el Señor estaría también aquí condenando a la mujer que con su manera de
vestir, su comportamiento, sus gestos, su manera de actuar, conscientemente
se hace tentación para el hombre y parece que buscase ser objeto de deseo
sexual por parte del hombre. Aquí se acomodarían las frases que tiene el Señor
en otros pasajes sobre el pecado de escándalo, es decir, sobre aquellos que son
causa de que otros pequen por su culpa. Los meditaremos más adelante.
Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.
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