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San Martín de Porras

 


Fiesta 03 de noviembre.

San Martín de Porras, o Porres como se le conoce, fue el primer Santo negro de América y es el Patrón Universal de la Paz. Se le conoce también como "el Santo de la Escoba" por ser representado con una escoba en la mano como símbolo de su humildad y llamado por Juan XXIII como Martín de la caridad, por el gran amor que ponía en cada una de las cosas que hacía.

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Domingo XXXI Tiempo Ordinario. Ciclo B – "El primer mandamiento"


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P. Adolfo Franco, jesuita

Lectura del santo evangelio según san Marcos (12, 28b - 34):

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?»

Respondió Jesús: «El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos.»

El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.»

Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios.» Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Palabra del Señor


Jesús nos enseña qué es lo fundamental en nuestro comportamiento.

En esta pregunta que un maestro de la Ley le hace a Jesús, hay muchas cosas importantes que merecen una reflexión. En primer lugar, le preguntan a Jesús por los mandamientos de Dios.

¿Qué son estos mandamientos? En realidad ¿Dios ha venido a la tierra para proclamar leyes? O lo que es lo mismo ¿tiene Dios una voluntad manifestada por leyes y mandamientos para guiar la vida de los hombres? Entonces debemos plantearnos nuestra vida así: ¿cómo debo actuar para cumplir la voluntad de Dios? ¿Y es tan importante esto? ¿no basta guiar la vida por la propia voluntad?

Ahí se plantea algo fundamental: la vida humana ¿debe regirse por la voluntad de Dios, para ser “exitosa”? O sea una vida que no realiza el plan de Dios ¿se puede decir que se ha frustrado? Claro que aquí entramos en muchas complicaciones al plantear la vida en términos de éxito y de fracaso. Pero de todas maneras, si Dios es quien nos ha criado, y El se preocupa por nuestro bien, El escoge lo mejor para cada uno. Si El manifiesta su voluntad para cada uno, entonces tendremos que reconocer que es fundamental conocer la voluntad de Dios para cumplirla. Y esto para que nuestra propia vida llegue a la plenitud a la que puede llegar.

Y ahora viene otro asunto ¿cómo conocer la voluntad de Dios? En el Evangelio tenemos una respuesta; la principal respuesta nos ha de venir por toda la Revelación, en que Dios nos habla. La Palabra de Dios es la fuente para conocer lo que Dios nos pide; y ahí están los mandamientos de Dios. Pero hay muchas situaciones de nuestra vida que no están directamente declaradas en la Biblia. Y la voluntad de Dios debe ser buscada ¿cómo buscarla? Hay una reflexión espiritual llamada “discernimiento espiritual” y otra práctica también, la “dirección espiritual”, que nos ayudarán a salir de las tantas dudas que nos pueden venir al buscar la voluntad de Dios. Son ayudas para encontrar la voluntad de Dios en situaciones muy personales. Pero lo central es determinar que buscar la voluntad de Dios y cumplirla, es la tarea central de una existencia cristiana.

Todo esto puede ser complicado o puede aparecer como complicado. Por eso la respuesta de Jesús en este Evangelio simplifica todo: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Y amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Este es el resumen luminoso de la voluntad de Dios, de su plan sobre el hombre, de toda su búsqueda. Y esa es la tarea de la vida, la fundamental; la que pone al descubierto si “nos realizamos” o si vivimos una vida equivocada.

Esto tiene una lógica contundente. Y por otra parte en nuestras entrañas llevamos grabado el mandamiento de Dios: hemos sido criados para amar a Dios y al prójimo; y nuestro ser se frustra cuando no amamos de verdad.

Buena tarea para una vida: plantearse en serio ¿cómo voy a amar a Dios de esa forma que me plantea Jesús? Con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi mente, con todas mis fuerzas. Es decir que mi ser esencialmente, totalmente, con todo lo que soy por dentro y por fuera, tiene que ser un continuo ejercicio de amor. Plantearse como tarea de la vida el amor a Dios, de forma que todo lo demás pase a segundo plano, que quede en la penumbra, y que solo valga en la medida en que se dirige o deriva de ese amor, apasionado, auténtico y total. Vivir amando y vivir para amar a Dios: con todo el corazón, el alma, las fuerzas. Esa forma tan explicita de declarar el mandamiento del amor nos indica la totalidad y la determinación firme de vivir así y para este fin.

Y al prójimo como a nosotros mismos. Buena meta también de la existencia humana en nuestras relaciones con nuestros semejantes: que cada hombre sea visto por mí como un objeto de amor: decidirse a no hacer nada contra el amor, ni de pensamiento, ni de palabra, ni de obra. Y esto en cualquier circunstancia; con el ser que me es simpático y con el que me fastidia, incluso con el que me es hostil. Y esto además es lo que finalmente me dirá si mi amor a Dios mismo es auténtico o no.

Hemos sido hechos por Dios para el amor; eso en el fondo significa el mandamiento. El mandamiento significa cuál es el sentido de la vida humana y en qué consiste la esencia del ser hombre.



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Voz de audio: José Alberto Torres Jiménez.
Ministerio de Liturgia de la Parroquia San Pedro, Lima. 
Agradecemos a José Alberto por su colaboración.

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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

Para otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.




Doctrina Social de la Iglesia - 14. El Trabajo I

 


P. Ignacio Garro, jesuita †

Continuación...


4. EL TRABAJO  [1]


El trabajo es una de las actividades principales de la persona humana. En último término, esta actividad, como otra cualquiera de un ser contingente, es el despliegue de su ser humano es decir, ser persona. Todos los seres realizan algún tipo de actividad según su grado de perfección y de ser. La persona humana posee en sí una actividad propia consciente, con inteligencia y voluntad, la realiza en libertad y creatividad propia. En tres notas se pueden resumir la naturaleza del trabajo

a. Es un despliegue o proyección que procede del ser humano

b. Envuelve una actuación o una perfección de su personalidad

c. Significa una real o eventual perfección de sí mismo o del mundo que le rodea.

Vamos a estudiar el tema del trabajo como actividad productiva en la que la persona humana realiza su misión de colaborador con Dios en la obra de la creación. Nuestro objetivo al estudiar este tema consiste en:

  • Considerar hoy día el trabajo como un bien muy fundamental y ello por varias razones. Porque con el trabajo la persona humana contribuye al desarrollo como persona, en el ámbito personal o familiar. Porque con el trabajo se contribuye al bien de la sociedad y al desarrollo de los pueblos.
  • Hoy día casi todas las Constituciones del Estado moderno consideran que todo ciudadano mayor de edad tiene el derecho a tener un trabajo como algo fundamental en el desarrollo de su vida. Una sociedad de personas humanas en la que no hay trabajo para todos se distorsiona seriamente el desarrollo de la persona, el bien de la familia y el desarrollo y progreso de la sociedad. Hoy día tener un puesto de trabajo es lo mínimo que se puede pedir, y sin embargo tener un trabajo estable, bien remunerado, es un bien muy escaso; muchas personas no tienen trabajo y esto es una verdadera tragedia para la persona humana y para la sociedad. El derecho a tener un trabajo bien remunerado en el que se permita vivir a la persona humana con dignidad y con capacidad de alimentar a su propia familia, está exigido por la misma dignidad de la persona humana.
  • Descubrir el sentido del trabajo productivo como una forma de actividad humana.
  • Profundizar en el sentido humano y cristiano del trabajo y en las exigencias derivadas de ahí.
  • Comprender las consecuencias que se siguen de la crisis actual para el trabajo y en la sociedad del futuro.

Para esto desarrollaremos el tema en dos puntos:

  • El trabajo en la sociedad industrial
  • La doctrina de la Iglesia sobre el trabajo

 

4.1. EL TRABAJO EN LA SOCIEDAD INDUSTRIAL

El trabajo en la sociedad industrial vino a sustituir históricamente a los antiguos oficios artesanales. Para comprender la novedad del trabajo artesanal detengámonos un momento en describir lo que eran los oficios en la época preindustrial.

               

4.1.1. EL OFICIO ARTESANAL

La primera característica de la labor artesanal es que en ella la herramienta de trabajo es utilizada directamente por la fuerza humana. En el trabajo industrial la fuente de energía cambia: el trabajador utiliza una energía que es exterior a él, y que él sólo tiene que controlar o dirigir por medio de sistemas mecánicos o eléctricos, o electrónicos. Pero quizá el rasgo más propio del oficio es que éste solía designar una habilidad completa, mediante la cual la persona se afirmaba como autor total de una obra. Lo que salía de sus manos era realmente su "obra". En la vida social el "oficio" era fuente de identidad y vía de realización personal. El artesano iba perfeccionando su habilidad, así como los instrumentos empleados. La revolución industrial va a provocar cambios en todo este sistema de producción y la labor manual del trabajador.

               

4.1.2. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

La relación entre capital y trabajo cambia. La revolución tecnológica supone un incremento espectacular en la productividad del trabajo, gracias al empleo no sólo de nuevas fuentes de energía (máquina de vapor, electricidad, etc.), sino también a la mecanización creciente incorporada a la productividad. Pero este progreso en la eficacia del trabajo tiene un precio: la división en partes del trabajo, es decir, la "especialización", en la que el obrero realiza sólo una parte del total del trabajo, ya que este se realiza en cadena, es decir, en serie; él simplemente colabora en una fase de producción (con su especialización). Por eso nunca llega a sentirse "autor" de un producto industrial ya terminado que sale a la venta del público. El obrero, a lo máximo, puede afirmar que él ha colaborado en la cadena de producción, pero él no es el autor de ese producto. Todo esto origina que en la sociedad industrial el obrero, sea una parte más de la cadena de producción, es verdad que es persona, no máquina, pero es una "parte" más. Así el obrero ha perdido la vinculación directa y satisfactoria que tenía el artesano con la realización completa de sus obras. El obrero recibe como recompensa de su trabajo en la cadena de producción un "salario"[2].

Además, en el sistema capitalista, el trabajo se reduce a una mercancía más. Una "mercancía" es un objeto que puede ser vendido, un objeto cuya razón de ser es la posibilidad de ser vendido. De él no interesa su cualidad, sino su dimensión cuantitativa, es decir, su "precio". Dicho de otra manera: interesa, más que el "valor de su uso", (utilidad real de una cosa), su "valor de cambio" (la posibilidad de ser vendido en el mercado). El trabajo como mercancía queda reducido a un objeto de intercambio mercantil, algo que se vende a cambio de un precio. Lo que el obrero vende al capitalista no es el producto de su trabajo, sino su capacidad de trabajar: el producto pertenece, por principio, al que le contrata (al capitalista).


4.1.3. CARACTERÍSTICAS DEL TRABAJO INDUSTRIAL

A la luz de lo que acabamos de describir, podemos caracterizar al trabajo industrial con los siguientes rasgos: es un trabajo que se realiza:

  • Por cuenta ajena: en la medida en que el obrero carece de medios para producir eficazmente su producto, tiene que recurrir a quien posee los medios y ponerse a su servicio, por medio de un salario.
  • Dependiente de la máquina: si en algún sentido la máquina libera al hombre, sobre todo del esfuerzo físico, también le impone, la máquina, su ritmo de trabajo, y le obliga a que se someta a sus reglas de funcionamiento, con lo cual el obrero depende de la máquina.
  • Colectivo ( o en cadena), no hay obra personal, sino que el trabajo del obrero es el resultado final de muchas aportaciones en serie, o en cadena, de otros obreros. El producto final del trabajo no es obra de uno solo, sino de muchos.
  • Rutinario: es un trabajo, por lo general, carente de creatividad, ya que se limita a la repetición de una secuencia que siempre suele ser la misma.
  • Fuertemente especializado: cada eslabón de la cadena de producción realiza una tarea concreta, según la programación del trabajo, así cada obrero se especializa de una parte del trabajo total, pero ninguno domina todas las fases. El obrero es especialista en una parte del trabajo, no sabe más de otras tareas.
  • Puntual: en el marco de una cadena de producción y sin ningún control sobre el producto final. Esto significa que su trabajo personal, se diluye por completo, su responsabilidad se limita a su trabajo especializado en concreto, ignora todo lo que ocurre en el proceso total.[3]

Esta forma tan peculiar de actividad es lo que llamamos modernamente "trabajo", pero este concepto que emplea la sociedad industrial es enormemente restringido. Cabría sintetizarlo diciendo que es una "actividad productiva  remunerada". Cualquier otra forma de actividad, aunque sea útil a la persona o a la sociedad, no es considerada como trabajo.

 

4.1.4. EL TRABAJO EN LA SOCIEDAD INDUSTRIAL Y EL ESTADO DE BIENESTAR SOCIAL

De los rasgos que acabamos de enumerar se sigue además que para la "sociedad industrial" el trabajo es, ante todo, un "factor de producción". Por eso, el "criterio clave" para su valorización es la productividad económica. Pero, por esta misma razón, el trabajo tiende a ser deshumanizador, ya que desarrolla las dimensiones menos humanas del obrero.

Sin embargo, esa forma de actividad productiva y remunerada que llamamos "trabajo", ha terminado siendo la pieza clave de la cultura moderna industrial. En esta vida todos aspiramos a tener un trabajo, que esté bien remunerado y que  permita vivir con holgura y felicidad. Y la sociedad industrial, desde sus orígenes, alentó la esperanza de que, efectivamente, todo el que quiera trabajar tendrá un puesto de trabajo. En la primera época del capitalismo liberal, ese objetivo de pleno empleo, es decir, la posibilidad de que haya trabajo para todos, era confiado al mercado libre (es decir, a la ley de la oferta y de la demanda). Sin embargo, las crisis finales del siglo pasado y comienzos de este siglo pusieron en duda en la capacidad del sistema capitalista para dar trabajo a todo el que quisiera, en definitiva había más trabajadores, que puestos de trabajo. Después de estas crisis fue el Estado el encargado de encontrar trabajo para todos.

En efecto, como vimos en el capítulo 3º 7.16 entre las competencias del Estado del Bienestar Social, una de las más decisivas era la de crear condiciones socio-político-económicas para que todos los ciudadanos tengan trabajo, y un salario bien remunerado. Y durante un tiempo, este fue uno de  los éxitos que obtuvo en sus experiencias en los países de Europa Occidental. Pero esta experiencia está  llegando a su fin, pues la crisis reciente de los años 90 ha demostrado que uno de los problemas más graves que experimentan todos los Estados del Mundo de Occidente con su diversidad de Gobiernos es la crisis de trabajo.[4] Las consecuencias importantes del factor trabajo las podemos resumir diciendo que para el hombre de nuestro tiempo el trabajo como "actividad productiva remunerada" es un constitutivo esencial de la existencia humana. El trabajo desempeña tres funciones fundamentales:

  • Ante todo es fuente de realización personal. Si la persona humana manifiesta lo que "es" por lo que "hace", el trabajo es la forma más fundamental del "hacer", es la forma que ocupa la parte más extensa e importante de la vida humana.
  • El trabajo, además, es instrumento de integración social. El que está sin trabajo piensa que no tiene un sitio reconocido dentro de la sociedad, y que ésta no le reconoce su valer personal. Por eso al obrero no le basta que le garanticen unos ingresos sin trabajar, como ocurre en aquellos Estados en que se les paga una pensión a los que no tienen trabajo.
  • El trabajo es vía de acceso a la renta. Nuestra sociedad está organizada de forma que el que no trabaja no puede participar de la renta producida entre todos los ciudadanos con trabajo. Ya sabemos que la renta tiene dos canales de distribución:

                a.- El capital

                b.- El trabajo

Al estar el capital concentrado en pocas manos, la vía normal de participar del producto social no puede ser otro que el trabajo.

Ante funciones tan decisivas, se explica que todo ciudadano aspire a tener un trabajo bien remunerado. Otras actividades no son capaces de sustituirlo. Es una de las razones que probablemente explican la incorporación de la mujer al mundo del trabajo, trabajo, por supuesto además del de su casa. En efecto, las tareas del hogar han dejado de desempeñar en la cultura industrial las funciones que hemos reconocido al trabajo en el sentido antes expuesto.

 



[1] El Trabajo (generalidades) Ver León XIII R.N. nº 32. Pablo VI P.P. nº 27. J. Pablo II L.E. nº 4,5,68,12,16.

[2] Salario: Es la remuneración justa que debe el patrón, dueño, o administrador del capital, al obrero que ha cumplido la tarea pactada. Se supone que todo salario, de suyo, ha de ser justo y proporcionado, es decir, que no se limita solamente a recompensar de una manera mínima al obrero, sino que ha de ser un salario que sirva para cumplir todas las necesidades personales y familiares del obrero.

[3] Veamos por ejemplo, qué ocurre en la fabricación de un automóvil. Desde el capital necesario para instalar la fábrica, personal directivo de administración, equipo de ingenieros y técnicos que diseñan y proyectan el tipo de automóvil que quieren lanzar al mercado, los diversos tipos de obreros especializados cada uno en su tarea, en definitiva, todo el proceso en cadena o en serie que se ha llevado a cabo para que al final se produzca  un automóvil puesto a la venta del público. Después viene todo la fase de distribución del producto, publicidad, vendedor, representantes de la marca comercial, etc, etc. Hasta que finalmente llega al consumidor. En todo este proceso cada uno conoce su área de trabajo pero no domina las demás áreas, así es el trabajo industrial.

[4] En Europa en el año 1993, de una población de más de 350 millones había 15 millones de obreros sin trabajo. En Estados unidos de una población de 260 millones, son más de 10 millones sin trabajo. Y no digamos nada en el Tercer Mundo donde ya más del 50% de la población adulta activa está sin trabajo. El problema más grave de finales del S.XX es la carencia de puestos de trabajo.


Damos gracias a Dios por la vida del P. Ignacio Garro, SJ † quien, como parte del blog, participó con mucho entusiasmo en este servicio pastoral, seguiremos publicando los materiales que nos compartió.


Para acceder a las publicaciones de esta SERIE AQUÍ.

 




Catequesis del Papa sobre la Carta a los Gálatas: 13, «El fruto del Espíritu»


 

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 27 de octubre de 2021

[Multimedia]

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La predicación de san Pablo gira en torno a Jesús y su Misterio Pascual. El Apóstol, de hecho, se presenta como heraldo de Cristo, y de Cristo crucificado (cf. 1 Cor 2,2). A los gálatas, tentados de basar su religiosidad en la observancia de preceptos y tradiciones, les recuerda el centro de la salvación y de la fe: la muerte y la resurrección del Señor. Lo hace poniendo ante ellos el realismo de la cruz de Jesús. Escribe así: «¿Quién os fascinó a vosotros, a cuyos ojos fue presentado Jesucristo crucificado?» (Gál 3,1). ¿Quién os ha fascinado para alejaros de Cristo Crucificado? Es un momento feo de los Gálatas…

Incluso hoy en día, muchos buscan la certeza religiosa antes que al Dios vivo y verdadero, centrándose en rituales y preceptos en lugar de abrazar al Dios del amor con todo su ser. Y esta es la tentación de los nuevos fundamentalistas, de aquellos a quienes les parece que el camino a recorrer dé miedo y no van hacia adelante sino hacia atrás porque se sienten más seguros: buscan la seguridad de Dios y no al Dios de la seguridad. Por eso Pablo pide a los gálatas que vuelvan a lo esencial, a Dios que nos da la vida en Cristo crucificado. Da testimonio de ello en primera persona: «Con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gál 2, 20). Y hacia el final de la Carta, afirma: «En cuanto a mí ¡Dios me libre gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!» (6,14).

Si nosotros perdemos el hilo de la vida espiritual, si mil problemas y pensamientos nos acosan, hagamos nuestros los consejos de Pablo: pongámonos ante Cristo Crucificado, partamos de nuevo de Él. Tomemos el Crucifijo  entre las manos, apretémoslo sobre el corazón. O detengámonos en adoración ante la Eucaristía, donde Jesús es el Pan partido por nosotros, el Crucificado resucitado, el poder de Dios que derrama su amor en nuestros corazones.

Y ahora, de nuevo guiados por san Pablo, demos un paso más. Preguntémonos: ¿Qué ocurre cuando nos encontramos con Jesús Crucificado en la oración? Lo que sucede es lo que ocurrió bajo la Cruz: Jesús entrega el Espíritu (cf. Jn 19,30), es decir, da su propia vida. Y el Espíritu, que brota de la Pascua de Jesús, es el principio de la vida espiritual. Es Él quien cambia el corazón: no nuestras obras. Es Él el que cambia el corazón, no las cosas que nosotros hacemos, sino que la acción del Espíritu Santo en nosotros cambia el corazón.  Es Él quien guía a la Iglesia, y nosotros estamos llamados a obedecer su acción, que extiende dónde y cómo quiere. Además, fue precisamente la constatación de que el Espíritu Santo descendía sobre todos y que su gracia actuaba sin exclusión lo que convenció, incluso a los más reacios, de que el Evangelio de Jesús estaba destinado a todos y no a unos pocos privilegiados. Y aquellos que buscan la seguridad, el pequeño grupo, las cosas claras como entonces, se alejan del Espíritu, no dejan que la libertad del Espíritu entre en ellos. Así, la vida de la comunidad se regenera en el Espíritu Santo; y es siempre gracias a Él que alimentamos nuestra vida cristiana y llevamos adelante nuestra lucha espiritual.

Precisamente el combate espiritual es otra gran enseñanza de la Carta a los Gálatas. El Apóstol presenta dos frentes opuestos: por un lado las «obras de la carne», por otro el «fruto del Espíritu». ¿Qué son las obras de la carne? Son comportamientos contrarios al Espíritu de Dios. El Apóstol las llama obras de la carne no porque haya algo malo o incorrecto en nuestra carne humana; por el contrario, hemos visto cómo insiste en el realismo de la carne humana llevada por Cristo en la cruz. Carne es una palabra que indica al hombre en su dimensión terrenal, cerrado en sí mismo, en una vida horizontal, donde se siguen los instintos mundanos y se cierra la puerta al Espíritu, que nos eleva y nos abre a Dios y a los demás. Pero la carne también nos recuerda que todo esto envejece, que todo esto pasa, se pudre, mientras que el Espíritu da vida. Pablo enumera, por lo tanto, las obras de la carne, que se refieren al uso egoísta de la sexualidad, a las prácticas mágicas que son idolatría y a lo que socava las relaciones interpersonales, como «discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias…» (cf. Gál 5,19-21). Todo esto es el fruto —digámoslo así— de la carne, de un comportamiento solamente humano, “enfermizamente” humano. Porque lo humano tiene sus valores, pero todo esto es “enfermizamente” humano.

El fruto del Espíritu, en cambio, es «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gál 5,22): así lo dice Pablo. Los cristianos, que en el bautismo se han «revestido de Cristo» (Gál 3,27), están llamados a vivir así. Puede ser un buen ejercicio espiritual, por ejemplo, leer la lista de san Pablo y mirar la propia conducta, para ver si se corresponde, si nuestra vida es realmente según el Espíritu Santo, si lleva estos frutos. ¿Mi vida produce estos frutos de amor, alegría, paz, magnanimidad, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí? Por ejemplo, los tres primeros enumerados son el amor, la paz y la alegría: aquí se reconoce a una persona habitada por el Espíritu Santo. Una persona que está en paz, que está alegre y que ama: con estas tres pistas se ve la acción del Espíritu.

Esta enseñanza del Apóstol supone también un gran reto para nuestras comunidades. A veces, quienes se acercan a la Iglesia tienen la impresión de encontrarse ante una densa masa de mandatos y preceptos: pero no, esto no es la Iglesia. Esto puede ser cualquier asociación. Pero, en realidad, no se puede captar la belleza de la fe en Jesucristo partiendo de demasiados mandamientos y de una visión moral que, desarrollándose en muchas corrientes, puede hacernos olvidar la fecundidad original del amor, nutrido de oración que da la paz y de testimonio alegre. Del mismo modo, la vida del Espíritu expresada en los sacramentos no puede ser sofocada por una burocracia que impida el acceso a la gracia del Espíritu, autor de la conversión del corazón. Y cuántas veces, nosotros mismos, sacerdotes u obispos, ponemos tanta burocracia para dar un Sacramento, para acoger a la gente, que en consecuencia dice: “No, esto no me gusta” y se va, y no ve en nosotros, muchas veces, la fuerza del Espíritu que regenera, que nos hace nuevos. Por lo tanto, tenemos la gran responsabilidad de anunciar a Cristo crucificado y resucitado, animados por el soplo del Espíritu de amor. Porque sólo este Amor tiene el poder de atraer y cambiar el corazón del hombre.



Tomado de:

https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2021/documents/papa-francesco_20211027_udienza-generale.html

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Textos claves del Nuevo Testamento - 30. "…oró y suplicó…"


 

P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita.


Jesús enseña a sus discípulos la forma de orar con el “padre nuestro”. La actitud básica del creyente es la de tratar a Dios como a Padre. Por ello se tiene la certeza de ser escuchado: “Y todo lo que pidáis con fe en la oración lo obtendréis” (Mt 21,22); “Pero que pida con fe, sin dudar, pues el que duda se parece a una ola del mar agitada por el viento y zarandeada con fuerza” (Sant 1,6). Suplicamos al Padre desde la humildad de lo que realmente somos ante su presencia: “Por su parte, el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: —Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador” (Lc 18,13). En circunstancias de tentación y sufrimiento: “Se trata del mismo Cristo que durante su vida mortal oró y suplicó con fuerte clamor, con lágrimas incluso, a quien podía liberarle de la muerte; y ciertamente fue escuchado por Dios en atención a su actitud de acatamiento. Pero Hijo y todo como era, aprendió en la escuela del dolor lo que cuesta obedecer” (Heb 5,7-8).

Orar en su nombre significa que uno se identifica con Jesús orante y humilde: “Os aseguro que el Padre os concederá todo lo que le pidáis en mi nombre. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa” (Jn 16,23-24); “Te pido que todos vivan unidos. Padre, como tú estás en mí y yo en tí, que también ellos estén unidos a nosotros. De este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado” (Jn 17,21). Una oración en el Espíritu del ser hijo de Dios: “Y por ser hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: —Abba, es decir, Padre mío... De suerte que ya no eres siervo, sino hijo” (Gal 4,6-7).


Agradecemos al P. Fernando Martínez SJ por su colaboración.

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ESPECIAL: MES DEL ROSARIO


En Octubre se celebra la fiesta de Nuestra Señora del Rosario (07.10) y se promueve el rezo del Santo Rosario, por ello recomendamos visitar nuestras publicaciones relacionadas a esta devoción:



 






ESPECIAL: DOMUND





En octubre se celebra el DOmingo MUNDial de las Misiones, que es promovido por las Obras Misionales Pontificias (OMP), en esta jornada toda la Iglesia ora por la actividad evangelizadora de los misioneros y misioneras, y colabora económicamente con ellos en su labor, en especial en aquella que realizan entre los más pobres y necesitados.

Para tener mayor información sobre esta celebración invitamos a visitar nuestras publicaciones a través de los siguientes enlaces:



Para más información: web de DOMUND AQUÍ







Domingo XXX Tiempo Ordinario. Ciclo B – "La curación de Bartimeo."


 

P. Adolfo Franco, jesuita

Lectura del santo evangelio según san Marcos (10, 46 - 52)

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»

Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí.»

Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo.»

Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.

Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?»

El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.»

Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado.» Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Palabra del Señor


La fe VE las realidades que el ojo corporal no sabe ver.

Jesús, en este pasaje cura a un ciego de nacimiento, y pone al descubierto la importancia de la fe: por eso lo subraya y al curarlo le dice "tu fe te ha curado". Parecería que el milagro tiene una especial intencionalidad, que es destacar la importancia de la fe.

En la narración que nos hace el Evangelista San Marcos, se pone en contraste la ceguera de este hombre, con la intensidad de su fe. Por la ceguera él no podía ver las personas, no podía contemplar los árboles, ni la luz del sol; no podía ver el camino, sin ayuda de alguien podría tropezar. No tenía ese conocimiento de las realidades materiales que se nos hacen presentes por la vista corporal. En cambio, tenía conocimiento de otras realidades superiores por la fe de su corazón: tenía la certeza de la presencia de Dios, supo distinguir a Jesucristo como el salvador de su extrema indigencia, sabía que una fuerza superior (la de Dios) podía incluso salvarle de su ceguera corporal. Le faltaba una vista, pero tenía otra vista la de la fe por la que “vemos” las realidades superiores. Muchos otros tenían vista, veían a Jesús de Nazareth y no creían en El, no lo aceptaban como Hijo de Dios; interiormente estaban ciegos, aunque lo conocieran de vista. En cambio, este pobre ciego, por dentro veía esta realidad maravillosa de Jesús el Hijo de Dios.

Así podemos decir que hay también dos cegueras: la del que no tiene vista corporal, y la del que no tiene fe. Es curioso que nos afecte más la ceguera corporal, que la falta de fe. A pesar de que el que no tiene fe tiene una ceguera más lamentable, que la del que no tiene vista. Porque no tener fe significa no tener una respuesta a las interrogantes más importantes de la vida, es no poder apoyarse en la firmeza de Dios, es no tener un sentido profundo de la vida misma. Es una ceguera de mucho mayor importancia. Las preguntas más trascendentales del ser humano tienen una respuesta en la fe. Vivir la vida sin sentido, es la consecuencia de no vivir en la fe.

Podríamos preguntarnos ¿qué cosas no ve el que no tienen fe? Ya que la calificamos de ceguera es necesario plantearse esta pregunta. Hay dos realidades, en las cuales vive el hombre: la realidad natural y la realidad sobrenatural. Dos realidades, no una realidad y un mito, o una fantasía. Las dos son realidades; y puestos a comparar, la realidad sobrenatural podríamos decir que es más real; por que, si no, veamos ¿qué hay más real y más existente que Dios, del cual deriva toda existencia y toda realidad? Eso el no creyente no lo ve: y es algo tan importante.

A veces hay personas que no ven el sentido de la vida, por qué he nacido, cuál es el término de esta vida. Ciegos, porque solo ven los hechos y los dolores, los sufrimientos; ven la superficie de estos hechos, pero no los ponen en el contexto del plan de Dios sobre sus vidas. Así a veces se pierde el sentido de la vida misma, y estos ciegos se llegan a preguntar ¿para qué vivo? ¿para que nací? De esa ceguera nos cura la fe; que, además nos alivia de la tristeza de una vida sin sentido.

Hay personas que no saben ver el mundo creado, como los signos de Dios en el mundo: la perfección de la creación, la armonía del conjunto de los planetas, y las estrellas, que se rigen por un orden extraordinario. No saben ver que detrás de las bellezas naturales hay la mano de un Artista. No saben ver que detrás de la maravilla organizada que es la vida, la maravilla que es el cuerpo humano; detrás de todo eso y de otras muchas cosas, hay una Presencia, con la cual sintoniza el que tiene fe, y no la ve el que no tiene fe.

La fe nos hace ver nuestro destino, la presencia de Dios en nuestra vida, y la consistencia que El da a nuestra fragilidad. La fe nos hace ver que no estamos solos en el universo, que siempre estamos cuidados, observados y protegidos por Dios, que nunca deja a sus hijos. El que no tiene fe no ve nada de eso, y además lo niega. No percibe que cada ser humano es un hermano, no simplemente un animal racional. 

El que tiene fe ve en cada sacramento una maravillosa presencia, la presencia de Jesús, que está incorporando al que recibe el sacramento, a la vida misma de Dios. En cambio, el que no tiene fe, no ve el misterio, solo ve la ceremonia, a la que le ha quitado la sustancia.

Tantas y tantas cosas nos hacen ver la fe, y no ven los que no tienen fe. Con razón a esta falta de fe se la llama ceguera. Porque además no ven al Hijo de Dios que vino a salvarnos, que pisó nuestra tierra, y que está presente entre nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Cuántas cosas dejan de ver los que no tienen fe. Y cuánto debería de preocuparnos esta ceguera, para pedirle al Señor, como este ciego le pedía la vista corporal: ¡Señor, haz que vea!



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Voz de audio: José Alberto Torres Jiménez.
Ministerio de Liturgia de la Parroquia San Pedro, Lima. 
Agradecemos a José Alberto por su colaboración.

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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

Para otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.




Catequesis del Papa sobre la Carta a los Gálatas: 12, «La libertad se realiza en la caridad»


PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 20 de octubre de 2021

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En estos días estamos hablando de la libertad de la fe, escuchando la Carta a los Gálatas. Pero me ha venido a la mente lo que Jesús decía sobre la espontaneidad y la libertad de los niños, cuando este niño ha tenido la libertad de acercarse y moverse como si estuviera en su casa... Y Jesús nos dice: “También vosotros, si no hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos”. La valentía de acercarse al Señor, de estar abiertos al Señor, de no tener miedo del Señor: yo doy las gracias a este niño por la lección que nos ha dado a todos nosotros. Y que el Señor lo ayude en su limitación, en su crecimiento porque ha dado este testimonio que le ha venido del corazón. Los niños no tienen un traductor automático del corazón a la vida: el corazón va adelante.

El apóstol Pablo, con su Carta a los Gálatas, poco a poco nos introduce en la gran novedad de la fe, lentamente. Es realmente una gran novedad, porque no renueva solo algún aspecto de la vida, sino que nos lleva dentro de esa “vida nueva” que hemos recibido con el Bautismo. Allí se ha derramado sobre nosotros el don más grande, el de ser hijos de Dios. Renacidos en Cristo, hemos pasado de una religiosidad hecha de preceptos a la fe viva, que tiene su centro en la comunión con Dios y con los hermanos, es decir, en la caridad. Hemos pasado de la esclavitud del miedo y del pecado a la libertad de los hijos de Dios. Otra vez la palabra libertad.

Hoy trataremos de entender mejor cuál es para el apóstol el corazón de esta libertad. Pablo afirma que la libertad está lejos de ser «un pretexto para la carne» (Gal 5,13): la libertad no es un vivir libertino, según la carne o según el instinto, los deseos individuales y los propios impulsos egoístas; al contrario, la libertad de Jesús nos conduce a estar —escribe el apóstol— «al servicio los unos de los otros» (ibid.). ¿Pero esto es esclavitud? Pues sí, la libertad en Cristo tiene alguna “esclavitud”, alguna dimensión que nos lleva al servicio, a vivir para los otros. La verdadera libertad, en otras palabras, se expresa plenamente en la caridad. Una vez más nos encontramos delante de la paradoja del Evangelio: somos libres en el servir, no en el hacer lo que queremos. Somos libres en el servir, y ahí viene la libertad; nos encontramos plenamente en la medida en que nos donamos. Nos encontramos plenamente a nosotros en la medida en que nos donamos, tenemos la valentía de donarnos; poseemos la vida si la perdemos (cfr. Mc 8,35). Esto es Evangelio puro.

¿Pero cómo se explica esta paradoja? La respuesta del apóstol es tan sencilla como comprometedora: «mediante el amor» (Gal 5,13). No hay libertad sin amor. La libertad egoísta del hacer lo que quiero no es libertad, porque vuelve sobre sí misma, no es fecunda. Es el amor de Cristo que nos ha liberado y también es el amor que nos libera de la peor esclavitud, la del nuestro yo; por eso la libertad crece con el amor. Pero atención: no con el amor intimístico, con el amor de telenovela, no con la pasión que busca simplemente lo que nos apetece y nos gusta, sino con el amor que vemos en Cristo, la caridad: este es el amor verdaderamente libre y liberador. Es el amor que brilla en el servicio gratuito, modelado sobre el de Jesús, que lava los pies a sus discípulos y dice: «Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros» (Jn 13,15). Servir los unos a los otros.

Para Pablo la libertad no es “hacer lo que me apetece y me gusta”. Este tipo de libertad, sin un fin y sin referencias, sería una libertad vacía, una libertad de circo: no funciona. Y de hecho deja el vacío dentro: cuántas veces, después de haber seguido solo el instinto, nos damos cuenta de quedar con un gran vacío dentro y haber usado mal el tesoro de nuestra libertad, la belleza de poder elegir el verdadero bien para nosotros y para los otros. Solo esta libertad es plena, concreta, y nos inserta en la vida real de cada día. La verdadera libertad nos libera siempre, sin embargo cuando buscamos esa libertad de “lo que me gusta y no me gusta”, al final permanecemos vacíos.

En otra carta, la primera a los Corintios, el apóstol responde a quien sostiene una idea equivocada de libertad. «Todo es lícito», dicen estos. «Mas no todo es conveniente», responde Pablo. «Todo es lícito», «mas no todo edifica», responde el apóstol. Y añade: «Que nadie procure su propio interés, sino el de los demás» (1 Cor 10,23-24). Esta es la regla para desenmascarar cualquier libertad egoísta. También a quien está tentado de reducir la libertad solo a los propios gustos, Pablo le pone delante de la exigencia del amor. La libertad guiada por el amor es la única que hace libres a los otros y a nosotros mismos, que sabe escuchar sin imponer, que sabe querer sin forzar, que edifica y no destruye, que no explota a los demás para su propia conveniencia y les hace el bien sin buscar su propio beneficio. En resumen, si la libertad no está al servicio —este es el test— si la libertad no está al servicio del bien corre el riesgo de ser estéril y no dar fruto. Sin embargo, la libertad animada por el amor conduce hacia los pobres, reconociendo en sus rostros el de Cristo. Por eso el servicio de los unos hacia los otros permite a Pablo, escribiendo a los Gálatas, subrayar algo de ninguna manera secundario. Así, hablando de la libertad que le dieron los otros apóstoles para evangelizar, subraya que le aconsejaron solo una cosa: acordarse de los pobres (cfr. Gal 2,10). Esto es interesante. Cuando después de esa lucha ideológica entre Pablo y los apóstoles se pusieron de acuerdo, los apóstoles le dijeron: “Sigue adelante, sigue adelante y no te olvides de los pobres”, es decir que tu libertad de predicador sea una libertad al servicio de los otros, no para ti mismo, para hacer lo que te gusta.

Sabemos sin embargo que una de las concepciones modernas más difundidas sobre la libertad es esta: “mi libertad termina donde empieza la tuya”. ¡Pero aquí falta la relación, el vínculo! Es una visión individualista. Sin embargo, quien ha recibido el don de la liberación obrada por Jesús no puede pensar que la libertad consiste en el estar lejos de los otros, sintiéndoles como molestia, no puede ver el ser humano encaramado en sí mismo, sino siempre incluido en una comunidad. La dimensión social es fundamental para los cristianos, y les consiente mirar al bien común y no al interés privado.

Sobre todo en este momento histórico, necesitamos redescubrir la dimensión comunitaria, no individualista, de la libertad: la pandemia nos ha enseñado que necesitamos los unos de los otros, pero no basta con saberlo, es necesario elegirlo cada día concretamente, decidir sobre ese camino. Decimos y creemos que los otros no son un obstáculo a mi libertad, sino que son la posibilidad para realizarla plenamente. Porque nuestra libertad nace del amor de Dios y crece en la caridad.


 

Tomado de:

https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2021/documents/papa-francesco_20211020_udienza-generale.html

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Textos claves del Nuevo Testamento - 29. "tampoco soy del mundo."

 



P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita


El pecado entró al comienzo de la historia humana, y con el pecado la muerte. El príncipe de este mundo es un alguien o algo maligno. El espíritu mentiroso de este mundo se opone al auténtico espíritu de Dios: “Sabemos que somos de Dios, y que el mundo entero yace en poder del maligno; pero sabemos también que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Dios verdadero” (1 Jn 5,19-20).

El pecado del mundo es como una pesada masa de opresión y de incredulidad acumulada desde sus orígenes humanos: “El mundo y todos sus atractivos pasan. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (l Jn 2,17). Jesús no es de este mundo ni tampoco su reino. Sin embargo, ha venido a este mundo para salvarlo conforme a la voluntad de su Padre. Su resurrección es signo eficaz de una creación nueva. Y en esta presencia de un mundo nuevo, la luz y la vida brotan en quienes tienen fe en Jesucristo: “No pertenecen al mundo, como yo tampoco soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los defiendas del maligno. Ellos son tan extraños al mundo como yo mismo. Haz- que ellos sean completamente tuyos por medio de la verdad. Tu palabra es la verdad” (Jn 17,14-17).



Agradecemos al P. Fernando Martínez SJ por su colaboración.

Para acceder a los otros temas AQUÍ.


Doctrina Social de la Iglesia - 13. La Sociedad V


 

P. Ignacio Garro, jesuita †


3. LA SOCIEDAD

CONTINUACIÓN  

3.7. EL ESTADO

Continuación...


3.7.10. FIN DEL ESTADO

El fin del Estado es el bien común de todos los ciudadanos, que consiste en:

  • En que haya paz y seguridad para los ciudadanos, y las familias puedan gozar del ejercicio de sus derechos
  • Lograr el mayor bienestar posible, gracias a la unión y a la colaboración de todos los ciudadanos. Para conseguir el Estado debe:

a. Mantener el orden público y dar seguridad a los ciudadanos, asegurando así imparcial y eficazmente a cada ciudadano el libre ejercicio de su actividad sin temor a la violencia.

b. Prevenir los delitos y reprimirlos cuando se realicen.

c. Hacer que impere la justicia en todos los actos humanos.

d. Proteger de manera especial a los débiles, niños, ancianos, etc. Hay que recordar que el Estado no es un fin en sí mismo, sino que el Estado está al servicio de la sociedad civil, de la comunidad, procurando siempre el bien común.

  • El Estado debe favorecer positivamente el desarrollo de la vida social, a fin de que los ciudadanos puedan encontrar en la sociedad un medio cada vez más apto para realizar su perfeccionamiento humano, intelectual, moral.


3.7.11. LA SUBSIDIARIEDAD Y LA SOLIDARIDAD, REGULADORAS DE LA VIDA SOCIAL DEL ESTADO 

Principio de subsidiariedad: 

Se entiende por "subsidiariedad" cuando una persona o un grupo social pueden realizar actividades sociales por sí mismas sin ayuda del Estado.  El Estado debe de respetar esta iniciativas y fiarse de los ciudadanos y sólo intervenir en caso que deba cumplir, en virtud del estricto derecho, el bien común general.

Con respecto a la comunidad nacional, una de las funciones del Estado se deben de regir por este conocido principio de la subsidiariedad, según el cual la intervención del Estado en la vida socioeconómica, cultural y política de la comunidad ha de ser de un justo equilibrio, que evite abusos en sus atribuciones, que lo obligue a intervenir cuando y donde corresponda, asumiendo tareas que no puedan realizar sociedades menores, y que, por último, le impida eludir responsabilidades, sobre todo cuando de ello deriven evidentes perjuicios para los miembros de la comunidad.

Así la subsidiariedad no significa que el Estado, frente a problemas fundamentales como los de la economía, deba hacerse a un lado, asumiendo un papel de mero "guardián del derecho y del orden", como decía el Papa León XIII. Por el  contrario, el "Estado debe dedicarse plenamente a su función específica de dirigir y orientar la búsqueda del Bien Común", incluso supliendo a los organismos particulares e intermedios cuando el bien general así lo aconseja. Juan XXIII dice en PT nº 140: "Así como en cada nación es menester que las relaciones que median entre la autoridad y los ciudadanos, las familias y las asociaciones intermedias, se rijan y moderen con el principio de subsidiariedad, con el mismo principio es razonable que se compongan las relaciones que median entre la autoridad pública mundial y las autoridades públicas de cada nación".

J. Pablo II al hablar sobre el papel del Estado en el sector de la economía, dice: "En este ámbito también debe ser respetado el principio de subsidiariedad. Una estructura social de orden superior no debe de interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior,  privándola de sus competencias, sino que más bien debe sostenerla  en caso de necesidad y ayudarla a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común". (CA nº 48).


Principio de solidaridad

Del latín "solidus" = compacto, cohesionado; en sentido social significa solidez, estabilidad.

La solidaridad es: "la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos sean verdaderamente responsables de todos. Por solidaridad vemos al "otro" (sea persona, pueblo o nación) como un semejante  nuestro". Sollicitudo Rei Socialis, Nº 39,e.

En general el término "solidaridad", evoca la idea de cooperación, participación. Aquí empleamos el término "solidaridad", desde el punto de vista de la justicia social, puesto que la persona humana es eminentemente social debe de haber valores que signifiquen solidaridad con los demás ciudadanos, solidaridad universal entendida como responsabilidad de todos para con todos y como creación de un sistema mundial de colaboración entre los pueblos. (Sollicitudo rei Socialis, nº 38-39). El principio de solidaridad es uno de los principios básicos de la DSI. Según este principio el desarrollo integral del hombre y de todos los hombres sólo es posible mediante el desarrollo solidario de la humanidad, es el gran tema de la encíclica "Populorum Progressio" de Pablo VI (1966). 

El tema de la solidaridad lo trata el Papa Juan Pablo II en la encíclica "Sollicitudo rei Socialis" y hace de la solidaridad el tema principal y declara de forma urgente que hay que sustituir las relaciones hegemónicas y egoístas de algunos grupos de naciones por las relaciones solidarias y altruistas, como camino único para eliminar los imperialismos económicos o financieros que tanto daño hacen a las naciones del Tercer Mundo (SRS, nº 26-39). Sólo la solidaridad puede vencer "los mecanismos perversos y las estructuras de pecado", SRS, nº 39-40. 

En innumerables alocuciones y discursos, Juan Pablo II vuelve a tratar el tema: "La solidaridad de todos los hombres es la verdadera revolución del amor", Discurso en Nápoles: A las nuevas generaciones, 1990. En "Centesimus Annus" vuelve a decir: "Para superar la mentalidad individualista hoy tan difundida, se requiere un compromiso concreto de solidaridad", CA, nº 49. En el congreso promovido en Roma para trabajadores y sindicalistas, el 4 de Mayo de 1991, J. Pablo II desarrolla: "el sentido de la solidaridad en la defensa y el respeto de derechos de los obreros". O.R. 2, Junio 1991, pag. 6.

El principio de solidaridad es clave en la DSI. Por solidaridad el hombre debe contribuir con sus semejantes al bien común de la sociedad. Cuando los hombres, grupos, comunidades locales, asociaciones y organizaciones, naciones y continentes participan en la vida económica, política y cultural, superan el individualismo social y político. Así vista, la solidaridad, liga a cada persona indisolublemente al destino de la sociedad y a la salvación de todos los hombres. Pide una acción eficaz que afecte en conciencia a los individuos, a los gobiernos y a cada pueblo en aquello que se refiere al tenor de vida, al fomento del trabajo y al progreso de otros pueblos menos dotados.

Esta solidaridad encuentra su más profunda justificación y su más decisiva orientación a la luz de la fe. La conciencia de la común paternidad de Dios, de la fraternidad de todos los seres humanos en Cristo y de la presencia y acción vivificadora del Espíritu presenta, a los creyentes un modelo nuevo de unidad del género humano y les confiere un criterio cierto para interpretar la realidad del mundo.


3.7.12. EL DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES

Este principio es fundamental en la más antigua tradición de la Iglesia. Podemos definir el destino universal de los bienes como: Todos los hombres tienen el derecho primario a usar de todos los medios disponibles para la vida. MM. 111; LC. 87 y 90, SRS. 39. Por consiguiente, el derecho de propiedad privada, aunque sea legítimamente ejercido, jamás debe perder de vista el principio del destino universal de los bienes para todos.

El destino universal de los bienes, como principio del orden económico y social debe ser tenido en cuenta por el Estado y regular su práctica en las diversas formas jurídicas que las normas positivas de los pueblos practican. Mas, al constituir el destino universal de los bienes un derecho natural y fundamental, el propietario "no debe de tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás". Gaudium  et  Spes, nº 69

3.7.13. LA ESTRUCTURA SOCIAL DENTRO DEL ESTADO

La noción y clasificación de los grupos sociales que configuran el Estado es un tema que recibe diversas tratamientos en cada autor. Nosotros podemos señalar los siguientes:

  • La Familia: La familia se define como el grupo social primario y fundamental, de la sociedad, con autonomía de estructura y fines propios, pero fines que la trascienden y se integran en el orden más amplio de la unidad de toda la sociedad. La relación entre familia y sociedad está muy condicionada en la actualidad, siendo sus dos extremos: subsidiariedad y estatismo.
  • Las clases sociales: se habla de estratos amplios de la sociedad, en la que se denominan la clase alta, clase media, clase media baja, y clase baja,( obreros y campesinos).
  • Los estamentos sociales: se denominan a aquellas organizaciones que tienen un papel importante en la organización social del Estado: el Ejército, el Poder Judicial, la Administración Pública,  la Iglesia, los docentes, cuerpo médico, etc,.
  • Las organizaciones profesionales: Son asociaciones libres que tienen como finalidad agrupar, defender y promover el bien de sus filiados. Asociaciones profesionales libres: abogados, médicos, profesores, etc. Sindicatos, asociaciones, etc. También se puede incluir los grupos afines a la cultura, arte, deporte, ecología, etc.

Conclusión: 

Podemos decir que el Estado es la sociedad civil plural organizada de una manera estable en su Constitución y Leyes fundamentales, bajo la autoridad de un Gobierno, legítimamente elegido, provisto de poderes claramente definidos en bien de todos los ciudadanos. La sociedad civil necesita de un elemento que realice la unión de los miembros de la sociedad, que los hace buscar y querer el mismo fin, que es el bien común. Para ello se requiere de un Estado que detente legítimamente el poder según las leyes fundamentales del Estado y de la Constitución.


3.7.14. EL ESTADO DE BIENESTAR

A partir de la 2ª Guerra Mundial (1940-1945) se estableció en algunos países de la Europa Occidental, una forma de gobierno que se llamó el “Estado de Bienestar”, o también llamado “Estado Social”. Este forma de gobierno político, económico y social del Estado de Bienestar Social podemos definirlo de la siguiente manera: “Un modo de organización social, política y económica, que es, a la vez, reacción a los dictaduras  totalitarias socialistas  y comunistas de los países de Europa del Este y como complemento al sistema del Estado neoliberal y capitalista del Oeste. 

        El Estado de Bienestar Social se caracteriza, por un lado, por la intervención del Estado en la economía del país, con el objetivo de mantener el pleno empleo mediante la regulación de las leyes laborales, regulación de las leyes del mercado y la creación de un sector público económico y, por la prestación de una serie de servicios sociales de carácter universal, como son: control de precios en la alimentación básica, educación, salud, vivienda, transporte, industria básica en general, protección a los ancianos, niños, pensiones de vejez, y todo tipo de servicios que vayan a favor del Bien común; y por otro lado, adoptar las medidas eficaces del sistema capitalista: el uso adecuado y controlado del capital financiero y económico. De este manera se pudo conjugar lo mejor del sistema capitalista: como es el buen uso y rendimiento del capital y lo mejor del sistema socialista: una justa y equitativa redistribución de la riqueza, pleno empleo, leyes laborales justas, etc, atendiendo  al ciudadano en sus más elementales necesidades humanas, económicas y sociales”. 

        El Estado de Bienestar Social supone, pues, una organización social muy cualificada de todos los ciudadanos para llevar a cabo correctamente:  el pleno empleo y la conjunción eficiente del capital, trabajo, una alta  y  cualificada producción, una democracia participativa, y un nivel cualificado de preparación profesional en todos los ámbitos del trabajo. Con estas  características se conjugan una serie de elementos imprescindibles para formar un Estado de Bienestar Social. 

        El Estado democrático moderno que hoy día conocemos en el mundo de Occidente, nació de las revoluciones norteamericana (1776), y francesa (1789) y se basa en los principios del pensamiento liberal del pleno derecho y deberes de la ciudadanía, de ahí nacieron las Naciones – Estado de mediados del siglos  XIX y comienzos del S. XX, llegando a su madurez en lo que hoy día conocemos por Estados democráticos. Fue, por tanto, un proceso de maduración que abarcó la segunda mitad del S. XIX y la primera mitad del S. XX. Dentro de este proceso se pueden distinguir dos planos: a).- el nivel teórico y doctrinal, de las ideas, de los argumentos, y b).- el nivel jurídico – práctico, es decir, la legislación positiva, las reformas jurídicas, laborales, de salud pública, reformas administrativas justas y equitativas, etc.

A). Nivel teórico doctrinal

        Los autores y pensadores políticos de ideas socialistas no marxistas, es decir,  el socialismo demócrata intenta tomar lo mejor de las ideas liberales capitalistas y lo mejor del socialismo no marxista. Es sobre todo en Alemania donde más se reflexiona sobre el Estado Social de Derecho, y podemos destacar a G. Smoller, A. Wagner y L. Brentano, que en 1872 redactan un manifiesto que viene a ser una síntesis embrionaria de lo que hoy día podríamos llamar el Estado Social de Bienestar y decía: “A diferencia de la escuela de Manchester (que era pro liberal capitalista, consideraba que el Estado no debe de intervenir en economía, educación, salud, todo esto hay que dejarlo a la iniciativa privada, y  proclamaban: “el Estado cuanto más pequeño, mejor”), no consideramos al Estado como un mal menor de la sociedad moderna que es preciso restringir tanto como sea posible; para nosotros el Estado es una de las más grandes instituciones para la educación de la humanidad. Queremos un Estado fuerte, que legisle por encima de los intereses egoístas de clase social, que proteja a los débiles y promocione a las clases inferiores”  18.

Reclaman estos pensadores políticos un Estado de Bienestar Social no totalitario, sino un Estado de Derecho, que no sea neutral ante los conflictos de injusticia social que generan la desigualdad entre los ciudadanos soberanos y libres, entre los fuertes y los débiles de la sociedad, entre patronos y obreros. El Estado de Bienestar Social  debe de intervenir en el área socioeconómica para intentar promocionar a los más desvalidos. Se produce por tanto una inversión en la concepción del Estado en relación con el problema de la libertad personal y social. El Estado liberal clásico (manchestraiano) solía considerar la libertad individual y el poder del Estado como magnitudes inversamente proporcionales, a saber: a mayor poder del Estado, menor libertad personal y social, es decir, la libertad del individuo y de la sociedad se ven reducidas por el poder del Estado. Por tanto, el poder del Estado, “cuanto más pequeño, mejor”. El poder del Estado debía ser limitado a favor de la libertad e iniciativa del individuo y de la sociedad.

Sin embargo, los autores socialistas que acabamos de citar proponen un concepto más amplio y realista de la libertad; para que la libertad del individuo sea real, no basta con defenderla frente a las posibles abusos del Estado; al ciudadano también hay que defenderle de la miseria, del hambre, del desempleo, de la falta de atención sanitaria, de la falta de acceso a una educación escolar básica y universitaria, hay que protegerle de la explotación económica y laboral en las fábricas, y empresas,  hay que asegurarle unas condiciones de vida digna, etc.


B). Nivel jurídico práctico

        Esta reflexión jurídico teórica encuentra su realización en Alemania durante  la república de Weimar, que en 1880 establece la primera legislación de protección social; en 1884 se aprueba la ley sobre accidentes de trabajo, y en 1889 la ley de seguros de vejez, invalidez y las primeras pensiones de jubilación a partir de haber cumplido los 65 años. A lo largo del S. XX, el Estado de Bienestar Social conoce distintas etapas en distintos países, Inglaterra, Francia, Italia, Países Bajos, etc, pero ha sido a partir de 1945 cuando el Estado de Bienestar hasta los años 1975 a 1980, en que comienza el declive de este tipo de Estado de Bienestar debido a las fuertes crisis económicas que surgen en Occidente, sobre todo la crisis de 1973, conocida como la “crisis del petróleo” en el mundo económico, debido a que el barril de petróleo subió de 1 dólar por barril a más de 20 dólares. Automáticamente subieron todos los productos industriales que dependían de esta fuente vital de energía, especialmente los automóviles y la industria en general. Esta crisis económica, por las mismas causas, se repitió en 1979.

En los años 1950 a 1960 Europa conoció los momentos de mayor prosperidad económica y paz social de su historia. El Estado de Bienestar Social había avanzado a un ritmo razonable hacia el cumplimiento de sus objetivos sociales y de bienestar y calidad de vida. Es significativo el testimonio de Tom Bottomore, el cual, más bien hostil al Estado de Bienestar Social, ha tenido que reconocer que: “en la mayoría de la Europa Occidental tuvieron lugar en aquellos años progresos igualitarios en la distribución de la riqueza y en el control económico de la nación, a través de diversas formas de economía mixta, así como una notable expansión y perfeccionamiento de la política asistencial, facilitado todo ello por unos índices de crecimiento económico excepcionalmente altos”. En efecto, Europa crecía a  un ritmo anual del 7 y 8 % del P.I.B., lo que significaba una época de optimismo y de progreso. Parecía haberse encontrado la fórmula ideal para conjugar libertad ciudadana e igualdad de derechos y deberes, iniciativa privada libre y a la vez intervencionismo estatal, eficacia en la producción industrial y justicia social, conjunción de lo mejor del capitalismo y del socialismo.

El Estado de Bienestar Social asumía dos compromisos básicos: 

1.- En el terreno propiamente económico: el Estado de Bienestar Social se compromete  a erradicar definitivamente los ciclos de prosperidad y depresión económica, que  había salpicado hasta entonces la historia del capitalismo liberal, pues con las diversas estrategias de control estatal de la economía, se podían cerrar esos ciclos depresivos (como la crisis económica de 1929 en EE.UU.) y aspirar al pleno empleo de manera estable, cosa que hasta entonces no se consideraba factible. 

2.- En el terreno social: el Estado de Bienestar Social se compromete a garantizar la satisfacción de las necesidades elementales de la población al margen del mercado, es decir, conseguir el pleno empleo de los obreros y empleados; además mediante prestaciones gratuitas tener acceso a: educación pública, sanidad pública, y con ayuda subvencionada tener acceso a la vivienda, tener un control y subvención de precios en los alimentos básicos para toda la población, etc, necesidades todas ellas que están en la base de los derechos económicos y sociales de la persona humana.

Con estos logros políticos, económicos y sociales la lucha de clases del marxismo ortodoxo no desaparece del todo, sigue la tensión social y política, pero, queda domesticada y paliada. Por tanto, el Estado de Bienestar Social presupone, se asienta y está construido sobre el conflicto, pero, a su vez, mantiene  abiertas la vías de negociación y de transacción entre empresarios y obreros capaces de conseguir que la lucha de clases quede superada por medio del diálogo y la negociación correcta y respetuosa entre empresarios y las centrales sindicales, para conseguir unos logros reales que no requieren el derramamiento de sangre ni la confrontación física. Se había producido lo que Lipset denomina la “lucha de clases democrática”, lo que significaría que todos los esquemas sociales, incluidos los modos de producción y la distribución justa y equitativa  de los recursos económicos, dependerían de los resultados de la política de masas, y decía: “Si, de hecho, la gente quisiera que las cosas cambiasen, eligirían simplemente a otra gente en las instituciones. El que no lo hagan prueba, en consecuencia, que la gente está satisfecha con el orden socio-político existente”.

Sin embargo, y a pesar de todos los progresos del Estado de Bienestar Social en Europa, la sociedad nacida de este Estado de Bienestar Social conserva en sí misma la desigualdad radical entre la fuerza decisiva del capital y la fuerza del trabajo. Y, así, la integración de los trabajadores en la sociedad con igualdad de derechos entre todos los ciudadanos es más aparente que real. Bajo capa de participación plena en la  vida democrática formal y bajo la cobertura del Estado de Bienestar Social en el cumplimiento de los derechos y deberes del ciudadano, los trabajadores tienen acceso a la ciudadanía política, pero en el fondo sigue existiendo la radical desigualdad económica propia de la sociedad capitalista. Esta contradicción se pone de manifiesto de una manera más visible cuando las circunstancias económicas cambian por la falta de trabajo, el trabajo temporal y provisional, el desempleo, y en otras formas de injusticia social.


3.7.15. LOS FALLOS DEL ESTADO DE BIENESTAR SOCIAL

No debió de ser muy fuerte y bien asentada la forma de gobierno del Estado de Bienestar Social cuando duró tan poco tiempo. En efecto, el Estado de Bienestar Social no eliminó del todo el conflicto entre capital y trabajo, ya que en definitiva el objetivo era que el país marchara bien económicamente, es decir, tener como objetivo el lema de la economía capitalista: elevar cada vez más y más la producción para que esta producción no se debilitara y estancara; para ello habilitaron políticas tendentes a aumentar la demanda, los ciudadanos de cualquier clase social ganaban buenos salarios y estaba bien redistribuida la riqueza, lo cual conllevaba un fuerte aumento de la oferta, con la consiguiente necesidad de mano de obra. A la vez se habilitaron medidas de distribución de los bienes socialmente producidos mediante políticas fiscales forzadas por el pacto social.

El Estado de Bienestar Social no se situó fuera de las leyes del mercado capitalista, sino que trató de paliar sus consecuencias poniéndole límites; y cuando la correlación de fuerzas del mercado cambia, también cambia la estructura social. Esto es lo que sucedió a partir del año 1973, debido a la crisis del petróleo, se produjo un verdadero desequilibrio entre en los países productores de petróleo que recibieron grandes cantidades de dinero, y los países importadores de petróleo tuvieron que invertir gran parte de su capital de ahorro en comprar la misma cantidad de petróleo pero les costaba 20 veces más caro; automáticamente hubo un alza desmesurada en todos los productos. Los países productores de petróleo se hallaron con grandes cantidades de dinero y hubo una gran liberación del precio del dinero. Sin embargo, en los  Estados de Bienestar Social, los obreros sufrieron una gran crisis económica, ganaban lo mismo y los productos básicos habían subido el doble y el triple, es decir, su poder adquisitivo había disminuido.

Con la intensa competencia en exportaciones en el terreno internacional, y la alta tecnología creada para una gran producción industrial se produjo un cambio en la ecuación del Estado de Bienestar Social, a partir del año 1979 (segunda crisis del petróleo) en el mundo industrial hay muchas y muy  buenas máquinas de alta producción y consiguientemente el rendimiento industrial de estas máquinas producen un excedente de obreros. Se repite el problema laboral, social y humano que vimos a comienzos del S. XIX.

A esta situación hay que añadir la mundialización de la economía, Europa Occidental, después de la 2ª Guerra Mundial tenía una gran producción industrial, estaba en igualdad de condiciones de producción que Estados Unidos de América y Japón, tenía que competir con sus exportaciones en el mercado internacional; a la vez en Europa hubo una gran necesidad de grandes capitales y mantener productivas las empresas para hacer frente a la competitividad exterior. Para innovar las nuevas tecnologías industriales  y ser competitivos era necesaria una innovación de la tecnología y una reestructuración de la producción en la que ya no se necesitaba tanta mano de obra debido al gran avance que hubo en la investigación y tecnología de la automatización y robotización de las máquinas industriales para lo cual era necesario liberar grandes recursos económicos, a los que no podía hacer frente el  Estado de Bienestar Social. En este proceso comienzan los “procesos de privatización” de las empresas  públicas sociales del Estado de Bienestar Social.

Veamos un ejemplo: hacia 1985 un robot automatizado en la industria del automóvil, trabajaba 24 horas diarias, rinde el equivalente a más de 100 obreros por día, no se cansa, no tiene familia, no percibe sueldo, no tiene costes sociales,  no se enferma, no hace huelgas, no exige nada. De nuevo la máquina reemplaza la mano de obra humana. Los grandes perdedores de esta innovación tecnológica e industrial son los obreros. En pocos años, los países del mundo Occidental comienzan a tener un gran excedente de obreros sin empleo, lo cual significa: el mundo del desempleo, es decir, pasar hambre, no poder cubrir necesidades vitales, etc. Comienza un nuevo ciclo de tensión humana, social y política.

Finalmente el error principal del Estado de Bienestar Social, en lo referente a las empresas públicas y al mundo del rendimiento laboral fue, en líneas generales, la “burocratización del sistema”, es decir, al ser empresas estatales o semi – estatales requerían un gran número de empleados bien remunerados para mantener el control del sistema , y “la falta de estímulo y de superación” de los obreros que no estaban muy motivados para producir al máximo ni superarse en el trabajo, ya que el puesto estaba asegurado de por vida. Los puestos de servicios, oficinistas, secretarias, personal administrativo, en general eran muy poco competentes y eran más bien puestos de trabajo que se originaban para ocupar a los partidarios políticos del Gobierno de turno, así había empresas en las que la proporción “obrero – empleados” era desproporcionada; por ejemplo en la empresa privada había 1 empleado por cada 50 obreros, en la empresa estatal 20 empleados por cada 50 obreros. 

Otro ejemplo: las empresas estatales al final del año solían tener pérdidas fuertes, no había problema, el Estado de Bienestar Social derivaba de las arcas de la Nación el dinero suficiente para cubrir esas pérdidas. Esta forma de actuar no se realiza nunca en las empresas privadas,  en éstas si hay pérdidas, se estudia la manera de salir de ellas con más trabajo, más competencia, más calidad, o declarando la quiebra, pero el déficit no lo cubre nadie, entonces las empresas estatales comparadas con las empresas privadas, generalmente, son muy deficitarias, originan una especie de psicología que el Estado de Bienestar Social se haga cargo de todo, lo importante es tener un trabajo y tener la vida asegurada de por vida. En la empresa privada no ocurre nada de esto, cada puesto de trabajo es evaluado cada cierto tiempo y si no  hay un rendimiento adecuado y eficaz el obrero o mejora, o se le despide. 

Por eso el mayor fallo del Estado de Bienestar Social no es la buena intención de legislar a favor del obrero y de proteger sus condiciones de trabajo sino la desidia y desinterés que origina en los obreros y en los empleados públicos: el saber consciente o inconscientemente que: “de todas maneras yo tengo un trabajo seguro y a mí nadie me puede despedir”. Y también como hemos comentado las empresas estatales admiten demasiados administrativos  y de servicios, que no son necesarios, y se convierte más bien en un lugar donde se colocan los afiliados al partido político de turno.

Por lo tanto podemos decir que los fallos del Estado de Bienestar Social, no está en el planteamiento político y social que realiza el Estado de la Nación para mirar por el bien común de los ciudadanos, sino que sus fallos están en la “burocratización” del sistema estatal debido al excesivo personal de servicios con bajos rendimientos no productivos; y por otra parte se dio  “la falta de superación y motivación” en la producción del trabajo en al área de los obreros. 

Todo esto es producido por una mala gestión empresarial. “El Estado es un mal gestor” dicen los teóricos de las economías neoliberales y tal vez no les falte alguna buena razón. “Las Empresas públicas, habitualmente son deficitarias, están acostumbradas a que en caso de déficit empresarial, el Estado de Bienestar Social les ayude y cubra todos los gastos”, dicen los neoliberalistas. Es un hecho comprobado que tanto los obreros y como los empleados públicos, con el tiempo, declinan su interés por la productividad efectiva y por competir en un mercado exigente y no rinden lo suficiente, se amarran a su trabajo fijo, sin posibilidad de despido, por lo tanto este modelo de Empresa estatal no da muy buenos resultados, pero repetimos, no por los fines que pretende, el mayor bien común, sino por la “burocratización” acompañada de exceso de puestos de trabajo en el área de servicios y por la falta de motivación, rendimiento y competencia profesional de los obreros y de los cuadros directivos de la Empresa estatal.


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18. “El debate ideológico en torno al Estado de Bienestar”. F. Contreras, Edit. Etea, Córdoba, 1996. Pags, 5-19.



Damos gracias a Dios por la vida del P. Ignacio Garro, SJ † quien, como parte del blog, participó con mucho entusiasmo en este servicio pastoral, seguiremos publicando los materiales que nos compartió.


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