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162. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Renuncia de los bienes


  

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


VI. DESPUÉS DE LA FIESTA DE LOS TABERNÁCULOS, HASTA LA FIESTA DE LA DEDICACIÓN

ACTIVIDAD DE JESÚS EN JUDEA Y PEREA

(Mediados de Octubre a Diciembre, año 29)

162.- RENUNCIA DE LOS BIENES

TEXTO

Lucas 14, 28-33

"Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta pri­mero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla? No sea que, ha­biendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: "Este comenzó a edificar y no pudo terminar". O, ¿qué rey, que sale a enfrentarse contra otro rey, no se sienta antes y delibera si con diez mil puede salir al paso del que viene contra él con veinte mil? Y si no, cuando está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz. Pues, de igual manera, cualquiera de voso­tros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo."

INTRODUCCIÓN

Lucas pone estas comparaciones después de haber hablado de las exigen­cias que tiene el ser discípulo de Cristo. Exigencias de posponer aun el amor a los padres, a la familia, cuando este amor entra en conflicto con el amor de Cristo; exigencias de sacrificio, de cargar con la cruz, para cumplir todas las enseñanzas del Señor, aun en medio de adversidades y persecuciones; exigencias que llegan hasta el sacrificio de la vida, el martirio.

Estas exigencias de Cristo a los discípulos las consideramos en la meditación 117 al explicar los pasajes paralelos de Mateo y Marcos. Pero Lucas añade otra exigencia más: "quien no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo." Es al final de las comparaciones cuando Lucas pone en la­bios de Jesús esta última exigencia.

MEDITACIÓN

1) Renunciar a todos los bienes

Es evidente que las exigencias del Señor que nos expone San Lucas se re­fieren a todos los que quieran ser discípulos de Cristo. El Evangelista nos dice que el Señor pronunció estas palabras dirigiéndose a la multitud que le seguía: "Caminaba con él mucha gente, y volviéndose les dijo." Y a continuación nos comunica el mensaje de Cristo de sus exigencias, como hemos indicado en la introducción.

Las exigencias de posponer el amor familiar, las exigencias al sacrificio, e incluso a perder la vida por él, han sido aclaradas y meditadas en las medi­taciones precedentes 90 y 117. Nos queda por aclarar y meditar la exigencia de renunciar a todos los bienes.

Como exigencia dirigida a todos los que quieran ser sus discípulos, no ha de entenderse en el sentido de renuncia física a todos los bienes y posesio­nes materiales. La interpretación más exacta es la que nos indica la prime­ra bienaventuranza del Sermón de la Montaña: "Bienaventurados los po­bres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos." (Mt 5, 3). Se trata de una renuncia del corazón a todas las posesiones y bienes de esta tierra; es decir, se trata de la obligación de tener un corazón completamen­te desprendido de estos bienes materiales, un corazón en el que no hay la más mínima codicia y avaricia. Es la actitud de aquel que sabe que los bie­nes materiales son meros instrumentos que Dios ha puesto en nuestras manos, para servirnos de ellos en nuestras necesidades y poder ayudar con ellos al hermano necesitado. Nunca considera los bienes materiales como un fin en sí mismo y nunca usará de ellos de una manera contraria a la Ley de Dios.

Esta renuncia a los bienes materiales es exigencia dificilísima de cumplir. El hombre acostumbra a alimentar más y más sus deseos de riquezas que le traen toda clase de comodidades, facilidad para satisfacer sus placeres siempre que quiera, prestigio social y con mucha frecuencia también, po­der económico y político. La pasión de la codicia es una de las pasiones más arraigadas en el corazón del hombre.

Lo que Cristo pide a todos sus discípulos es que, con su gracia, controlen plenamente esta pasión; y como en otra oportunidad nos dirá: "Nadie pue­de servir a Dios y al dinero." (Lc 16,13). Es imposible servir al Señor te­niendo un corazón apegado a las riquezas, a sus bienes y posesiones. En otros muchos pasajes del Evangelio encontramos enseñanzas del Señor re­feridas al peligro que traen las riquezas para la salvación. (Cfr. medit. 27, 75, 133, 151, 171)

2) Las dos comparaciones

La enseñanza principal que el Señor quiere darnos a través de los dos ejemplos que pone, el del hombre que quería edificar una torre y el del rey que planea hacer guerra a otro, es la de hacer cons­cien­tes, a todos los que quieran ser sus discípulos, de la trans­cen­­dencia y de la seriedad con que deben hacer su compromiso cristiano. Tanto aquel hombre como el rey se ponen a reflexionar sobre las posibilidades que tienen para llevar a cabo lo que planean, sobre las exigencias que supone asegurar el éxito de sus em­presas.

El punto central de la enseñanza está en la reflexión y seriedad con que ambas personas toman su decisión dándose perfec­tamente cuenta de todas las consecuencias que lleva consigo esa decisión. De igual manera el que quiera ser discípulo de Cristo tiene que reflexionar y conocer profunda­mente lo que significa el compromiso de seguir a Cristo, las exigencias de ser su discípulo. No debe hacer su compromiso de una manera superficial y sin estar dispuesto a cumplir con esas exigencias.

Hay que añadir algunas aclaraciones a las comparaciones que trae el Se­ñor, para que no caigamos en errores de interpretación. El hombre que quiere hacer la torre o el que piensa hacer la guerra a otro rey, son libres para tomar la decisión o no; sin embargo, el que conoce a Cristo, no es li­bre para tomar la decisión de seguir a Cristo o rechazarle. Si le rechaza quedará excluido del Reino de Dios. Por otra parte, el hombre siempre cuenta con todos los medios necesarios por parte de Dios para seguir fiel­mente su compromiso cristiano. Nunca se trata de que no pueda llevar a cabo su compromiso, sino de que se decida con toda sinceridad, recibien­do las gracias de Dios, a realizar en su vida su seguimiento a Cristo.




Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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