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161. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - La parábola del banquete


 

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


VI. DESPUÉS DE LA FIESTA DE LOS TABERNÁCULOS, HASTA LA FIESTA DE LA DEDICACIÓN

ACTIVIDAD DE JESÚS EN JUDEA Y PEREA

(Mediados de Octubre a Diciembre, año 29)

161.- LA PARÁBOLA DEL BANQUETE

TEXTOS

Mateo 22,1-14

Tomando Jesús de nuevo la palabra les habló en parábolas, diciendo:

"El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. Y envió sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir. Envió todavía otros siervos, con este encargo: De­cid a los invitados: "Mirad, mi banquete está preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto; venid a la boda". Pero ellos, sin hacer caso se fueron uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos y los mataron. Entonces el rey, airado, envió a sus tropas, dio muerte a aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad. Después dijo a sus siervos: "La boda está preparada, más los invitados no eran dignos. Id pues a los cruces de los caminos y, a cuantos enco­ntréis, invitadlos a la boda'. Los siervos salieron a los caminos, reunie­ron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se lle­nó de comensales."

Entró entonces el rey a ver a los comensales, y al notar que había allí uno que no tenía traje de bodas, le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?". Y él se quedó callado. Entonces el rey dijo a los sirvientes: “Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes". Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos."

Lucas 14,15-24

Habiendo oído esto uno de los comensales le dijo: "¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!" El le respondió: "Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos; a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los invitados: "Venid, que ya está todo preparado". Pero todos a una empe­zaron a excusarse. El primero le dijo: "He comprado un campo y tengo que ir a verlo; te ruego me dispenses". Y otro dijo: "He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos; te ruego me dispenses". Otro dijo: "Me he casado, y por eso no puedo ir". Regresó el siervo y se lo contó a su señor. Entonces, airado el dueño de la casa, dijo a su siervo: "Sal en segui­da a las plazas y calles de la ciudad, y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, y ciegos y cojos". Dijo el siervo:

"Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía hay sitio"; Dijo el señor al siervo: "Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa". Porque os digo que ninguno de aquellos invitados probará mi cena.

INTRODUCCIÓN

Lucas propone esta parábola del Señor en el contexto del banquete en casa del fariseo (Cfr. meditaciones interiores). Uno de los comensales, al oír las enseñanzas de Cristo sobre la recompensa que recibirán, los que ejercitan la caridad con los pobres y desvalidos, en la vida eterna, exclama: "¡Di­choso el que pueda comer en el Reino de Dios!"; expresión que significa participar de la felicidad eterna, simbolizada en un banquete.

El Señor, en conexión con la exclamación que acaba de oír, propone la pa­rábola del banquete donde expone el llamado que Dios hace al pueblo ju­dío y a todos los hombres a participar en el banquete eterno en la casa del Padre; y al mismo tiempo describe el rechazo a esa invitación por parte de muchos, refiriéndose de manera especial al rechazo del pueblo judío. El castigo de Dios caerá sobre todos aquellos que rechacen su invitación a la salvación.

Mateo expone la parábola del banquete en otro contexto. Une esta parábo­la con la parábola de los viñadores asesinos. Ambas parábolas significan muy concretamente el total rechazo que el pueblo judío hará de la salva­ción ofrecida por Dios en su Hijo Jesucristo, y la sustitución del pueblo ju­dío por los pueblos gentiles que vendrán a formar el nuevo pueblo de Dios y entrarán en el banquete eterno.

Mateo añade en la parábola una segunda escena que no trae Lucas. Es la escena del hombre que entró en el banquete de bodas del hijo del rey sin el traje de etiqueta y es arrojado fuera. Se considera esta segunda escena como una nueva parábola que Mateo añade a la primera.

MEDITACIÓN

1) El banquete

La felicidad en el Reino definitivo de Dios en la vida eterna se expresa con frecuencia con la imagen de un gran festín o banquete al que invita Dios (Cfr. Is 25,6-8; Is 65,13-14).

En Lucas la invitación proviene de un gran señor que con generosidad in­vita a los de la ciudad al banquete que ha preparado. En Mateo la invita­ción proviene de un rey que celebra las bodas de su hijo. Tanto el gran se­ñor como el rey simbolizan a Dios, y el banquete simboliza el Reino Mesiánico, los bienes de la salvación eterna en el Reino de los Cielos.

Mateo ha añadido a la imagen del banquete la imagen de la boda. En el Antiguo Testamento, la alianza de Dios con su pueblo se expresaba bajo la imagen de un matrimonio de Dios con su pueblo, que ama y es fiel a sus promesas y que exige por parte del pueblo escogido amor y fidelidad. Por eso los pecados del pueblo de Israel se consideraban como pecados de adulterio, pecados de infidelidad contra Dios. (Cfr. Os. 9,1; Ez.16,8.15.32; Is 57,3)

Y en la Nueva Alianza, Jesucristo toma la imagen del esposo y se la aplica a sí mismo. Dirá en una oportunidad a los fariseos que acusaban a sus discípulos de que no ayunaban:" ¿Pueden acaso los invitados a la boda es­tar tristes mientras el novio está con ellos?" (Mt 9, 15); y en la parábola de las diez vírgenes también encarna el Señor la figura del esposo (Cfr. Mt 25,6). Y San Pablo considera la unión y el amor de Cristo por su Iglesia como la unión y el amor matrimonial entre el esposo y la esposa (Cfr. Efes. 5,25-33).

Las bodas son las bodas del hijo del rey. Este hijo del rey simboliza a Jesu­cristo. En su Encarnación se desposa con la humanidad para establecer con ella la Nueva Alianza; a participar de la Nueva Alianza está invitado, pri­mero, el pueblo escogido; pero se extiende la invitación a todos los pueblos paganos. Más aún, ante el rechazo de los judíos, ellos quedarán excluidos de esa Alianza, y en su sustitución entrarán todos los pueblos de la tierra.

2) Invitación y castigo

Tanto en la parábola narrada por Mateo como por Lucas, aparece claro que la primera invitación que se hace se refiere al pueblo judío. Los judíos son los primeros invitados a participar en el banquete del Reino de Dios.

En Mateo se muestra con más viveza la apremiante invitación que hace el Rey, y también el rechazo de los invitados llega hasta la crueldad de asesinar a los siervos que transmiten la invitación del rey. El Señor se refiere a la suerte que corrieron muchos profetas que fueron perseguidos y tortura­dos hasta la muerte, por ser fieles a la misión que Dios les había confiado `(Cfr. Mt 23,29-39); e implícitamente está aludiendo a la suerte que correrá él mismo, cuando los escribas, fariseos, sacerdotes y autoridades judías decidan su muerte ignominiosa en la cruz.

El castigo que han de sufrir los invitados que rechazan la invitación, según Lucas, es que "ninguno de aquellos invitados probará mi cena", es decir, que ya nunca jamás podrán participar en el banquete del Reino Mesiánico, lo que significa la condenación eterna. En Mateo, se sobreentiende este castigo de consecuencias eternas al decir que los destruirá; el rey prenderá fuego a la ciudad y todos perecerán. Es muy posible que el Señor aluda aquí a la destrucción y ruina de Jerusalén por los romanos en el año 70, pero esa destrucción no será sino un símbolo de la ruina eterna de los con­denados, por haber rechazado la invitación tan generosa que Dios les hacía a participar en la salvación mesiánica que traía su Hijo. Trágico destino el del pueblo judío; pero destino que no era el que estaba en los planes de Dios, sino destino que ellos mismos buscaron.

3) Nuevos invitados

Los Santos Padres en su comentario a esta parábola han considerado como divididos en dos grupos los nuevos invitados. El primer grupo estaría aún formado por judíos, pero judíos sencillos, pobres, humildes, enfermos, que, con apertura de corazón a la gracia de Dios, sí llegaron a aceptar a Cristo y su mensaje; y en este grupo de judíos habría que incluir también a los pecadores públicos y a los publicanos que también se convirtieron.

El otro grupo estaría formado por todos los pueblos gentiles. La invitación se extiende a todos los hombres de cualquier raza o país. Jesús afirma de­lante de los escribas y fariseos que el Reino de Dios será arrebatado de ellos y se entregará a todos aquellos que acepten con humildad, gratitud y amor, la invitación que les hace el Padre a participar en la Nueva Alianza de su Hijo con los hombres.

En esta nueva invitación que hace Dios, muestra su deseo de que todos se salven, al decirnos que quiere que "mi casa se llene." Y San Lucas añade una expresión del Señor que manifiesta de una manera muy enérgica esta voluntad salvífica de Dios. El Señor, dirigiéndose al siervo que hace la in­vitación dice: "obliga (a los invitados) a entrar." La orden de obligar a los invitados no hay que interpretarla al pie de la letra. Sabemos que Dios nunca impone por la fuerza la conversión. Cristo con esta expresión quiere señalar el interés tan extraordinario que tiene Dios en que todos los hom­bres acepten la invitación. Y por otra parte, es una exhortación a su futura Iglesia, representada en ese siervo, a que ponga todo su esfuerzo en llevar el mensaje de salvación a todos los pueblos; que ningún hombre quede sin oírlo. Es una exhortación al celo apostólico.

4) El invitado sin traje de boda

Como indicamos en la introducción, Mateo añade una segunda parábola que complementa la primera y evita sus malas interpreta­cio­nes.

Quizá podría extrañar el que el rey se encolerice contra un invitado que no estaba en el banquete con el traje de etiqueta, propio de esas ocasiones, y más tratándose de la boda de su hijo. Parece natural que, siendo invitado a última hora, no hubiese tenido tiempo de procurarse ese traje ceremonio­so. Pero también conocemos que había la costumbre de que si algún invi­tado entraba sin el traje adecuado para participar en la celebración de una boda, se le ofrecía un traje de etiqueta para poder asistir dignamente a la fiesta. Este invitado no se preocupó de recibir tal traje.

Lo verdaderamente importante es comprender lo que el Señor quiso ense­ñarnos en esta segunda parábola.

La reacción del rey es muy dura: no sólo manda que lo echen fuera del festín, sino que atado de pies y manos sea arrojado a las tinieblas de fuera; '`allí será el llanto y el rechinar de dientes". Esta expresión ya la hemos considerado al meditar otros pasajes (Cfr. Mt 8,12; 13,41-42) y sabemos que indica la condenación eterna en lo que tiene de sufrimiento y desespe­ración.

No todos los que entren en el Reino Mesiánico aquí en la tierra no todos los que entren en la Iglesia, serán admitidos al banquete celestial de la glo­ria, sino sólo aquellos que tengan la vestidura nupcial de la gracia.

La primera parábola podría llevar a la equivocación de que bastaría ya la aceptación de la invitación, para entrar al banquete celestial. Se nos dice que fueron invitados "malos y buenos", y podría pensarse que lo único im­portante era decir un "sí" a la invitación, y que no se requerían otras con­diciones para gozar del banquete. Contra esta posible mala interpretación Dos enseña Cristo que, aun los que hayan aceptado la invitación suya y se llamen cristianos, si su vida no esta de acuerdo con su fe, con las enseñan­zas del Evangelio; si su alma no está revestida con la gracia santificante, serán arrojados del banquete celestial, es decir, de la gloria eterna.

Es lo que el Señor ya nos había enseñado en el Sermón del Monte: "No todo el que me diga: "Señor, Señor"; entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial." (Mt 7, 21)

5) "Muchos son los llamados y pocos los escogidos."

Algunos autores han querido interpretar esta sentencia del Señor como una afirmación de que serán muy pocos los que se salvan, los que entrarán de­finitivamente a tomar parte del banquete del Reino. Sin embargo, la mayo­ría de autores rechaza esta interpretación.

Y la razón es que Cristo nunca nos quiso revelar el profundo misterio del número de los elegidos, de los que lograrán la salvación eterna. Es un mis­terio muy profundo que permanece oculto en los designios de la infinita providencia de Dios.

Al terminar ambas parábolas, el Señor se dirige muy especialmente a los fariseos y escribas, y estas últimas palabras del Señor hay que interpretar­las, no tanto en conexión con la última escena del invitado que no tenía traje de bodas, sino en conexión con la doctrina central que Cristo quiere impartir a los escribas y fariseos. Y esta doctrina se centra en la reprobación del pueblo judío, principalmente de sus jefes y guías espiri­tuales, por su gravísimo pecado de rechazar al Mesías, y la sustitución del pueblo judío por los pueblos gentiles y paganos.

El sentido, pues, de la sentencia del Señor, será que todos los judíos han sido insistentemente invitados a participar del Reino de Dios, del banquete celestial. (Notemos que la palabra griega "polloi", que literalmente signifi­ca "muchos", con mucha frecuencia se interpreta también como "todos"). Desde Moisés fueron invitados por todos los grandes profetas, y reciente­mente fueron de nuevo invitados por Juan Bautista, y sobre todo por el mismo Mesías; sin embargo, muy pocos relativamente fueron dóciles al llamado de Dios, como nos consta por el Evangelio. Y después de la muerte y resurrección de Cristo, volverán a ser invitados por medio de los apóstoles, de la Iglesia, y tampoco prestarán oídos a la invitación de Dios. Consiguientemente, de entre ellos "pocos son los escogidos".

También todos nosotros podemos sacar una gran lección de esta sentencia del Señor que nos hace ser conscientes de que no por haber sido llamados a la fe, a su Iglesia, estamos ya salvados, somos de los "escogidos"; sino que es necesario que persevere­mos en el bien hasta el final de nuestros días.



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.





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