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148. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - El gran Mandamiento


 

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


VI. DESPUÉS DE LA FIESTA DE LOS TABERNÁCULOS, HASTA LA FIESTA DE LA DEDICACIÓN

ACTIVIDAD DE JESÚS EN JUDEA Y PEREA

(Mediados de Octubre a Diciembre, año 29)

148.- EL GRAN MANDAMIENTO

TEXTOS

Mateo 22,34-40

Mas los fariseos, al enterarse de que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo y uno de ellos le preguntó con ánimo de ponerle a prueba: "Maestro, ¿Cuál es el mandamiento mayor de la Ley?". El le dijo: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. Él segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos pende toda la Ley y los Profetas."

Marcos 12, 28-34

Se acercó uno de los escribas que les había oído discutir y, viendo que les había respondido muy bien, le pregunto: "¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?" Jesús le contestó: "El primero es: Escucha Israel: El Se­ñor tu Dios es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu co­razón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El se­gundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro manda­miento mayor que estos." Le contestó el escriba: "Muy bien, Maestro; tie­nes razón al decir que él es único y que no hay otro fuera de él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios." Y Jesús, viendo que había contestado con sensatez, le dijo: "No estás lejos del Reino de Dios." Y nadie más se atrevió ya a hacerle preguntas.

Lucas 10,25-28

Se levantó un legista y dijo para tentarle: "Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?" El le dijo: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees?" Respondió: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo corno a ti mismo." Díjole entonces: "Bien has respondido. Haz eso y vivirás.”

INTRODUCCIÓN

Terminadas las fiestas de los Tabernáculos y, ante la hostilidad y agresivi­dad creciente de los jefes judíos, el Señor se alejó de Jeru­sa­lén. En los dos meses que median hasta la fiesta de la Dedica­ción, es probable que el Se­ñor comenzase una nueva actividad apostólica en la misma Judea y Perea. Algunos de los hechos narrados por Lucas a partir del capitulo 10 tuvieron lugar en este tiempo. Pero la narración de Lucas en estos capítulos es vaga y genérica respecto a la geografía y cronología, y tampoco los diversos he­chos que narra tienen una gran conexión entre ellos. Muchos otros hechos narrados aquí por Lucas los hemos ya meditado anteriormente en concor­dancia con Mateo y Marcos.

Los pasajes paralelos de Mateo y Marcos los hacemos aquí concordar con los de Lucas.

En cuanto a la escena concreta de esta meditación, Mateo y Marcos la ubi­can en los últimos días de la vida de Cristo, después del Domingo de Ra­mos. Pero parece más probable el contexto de Lucas. Jesús se halla fuera de Jerusalén, donde sí podría encontrar algunos fariseos y escribas más abiertos a aceptar sus enseñanzas. Mateo pone la escena después de una discusión de Jesús con los saduceos sobre la resurrección de los muertos, que ellos negaban. Los escribas y fariseos la admitían. Y estos se alegran de que Jesús haya "tapado la boca a los saduceos." Mateo y Lucas supo­nen mala intención en el escriba que le hace la pregunta al Señor; Marcos no habla de esa mala intención. Quiere conocer la opinión de Jesús sobre la enseñanza más fundamental de la Ley: "¿Cuál es el mayor mandamien­to?". Haya habido o no mala intención en el escriba, el Señor responderá a la pregunta, y su respuesta está de acuerdo con lo que enseñaban los maestros de la Ley. Lo que es propio del Señor, y de extraordinaria impor­tancia para todos nosotros, es que Jesús une el mandamiento primero de amar a Dios "con todo el corazón", al mandamiento semejante de "amar al prójimo como a ti mismo." En Lucas, es el mismo escriba el que une los dos mandamientos, pero resulta muy poco probable que fuese el mismo escriba el que relacionase ambos mandamientos; no entraba en la enseñan-de los escribas unir ambos preceptos.

MEDITACIÓN

1) Amor a Dios

Los tres Evangelistas aluden al texto del Deuteronomio 6,4-9 que expresa este mandamiento del amor a Dios: "Escucha Israel: Yahvé, nuestro Dios, es el único Yahvé. Y tú amarás a Yahvé con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón los mandamientos que yo te entrego hoy, repíteselos a tus hijos, habla de ellos tanto en casa como cuando viajes, cuan­do te acuestes y cuando te levantes, grábalos en tu mano como una señal y póntelos en la frente para recordarlos, escríbelos en las columnas y en las puertas de tu casa."

Este pasaje constituía el compendio de la fe del Pueblo de Israel. Y todo judío debía repetir varias veces al día, en sus oraciones de la mañana, tar­de y noche, este pasaje, que, por supuesto, se sabía de memoria.

No hay que dar un sentido distinto a cada una de las palabras con que se acentúa el amor que debemos a Dios: "Con todo el corazón, con toda la mente, con toda el alma, con todas las fuerzas." Lo que se quiere indicar es que hay que amar a Dios con todo el ser, con todas las potencias del alma, y con toda intensidad.

El amor que nos pide no es un amor emotivo, sensible. Cuando se da ese amor emotivo y sensible, se trata de una gracia de Dios muy especial. Es lo que se llama "consolación espiritual." Los que son buenos cristianos y procuran ser fieles a él, muchas veces en su vida experimentarán esta "consolación"; pero otras muchas veces faltará esa emotividad. Aún los mayores santos han pasado por muchas épocas de aridez espiritual, que es precisamente esa carencia de "consolación espiritual".

Lo que se nos pide es un amor muy sincero, que llamamos: Amor apreciativo y Amor volitivo.

El amor apreciativo significa que mi aprecio, estima y valoración de Dios, está por encima de todas las cosas. Dios siempre el primero en toda la je­rarquía de mis valores: "Adorarás al Señor tu Dios y a El solo servirás" (Deut. 6, 13; Mt 4, 10)

El amor volitivo significa que mi voluntad está siempre decidida a cumplir la voluntad de Dios, por encima de cualquier otra voluntad humana y de todas mis pasiones y deseos contrarios a esa voluntad divina. La voluntad de Dios es la que debe determinar siempre mi voluntad. Y debemos estar convencidos que esa voluntad de Dios siempre es una voluntad providente y amorosa para conmigo.

El ejemplo de este amor volitivo nos lo da el Señor a través de toda su vida, e incluye el amor apreciativo: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo su obra." (Jn 4,34)

"Yo no busco mi voluntad, sino la de aquel que me envió." (Jn 5,30) "Yo he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado." (Jn 6,38)

"No se haga mi voluntad, sino la tuya" (En la oración del Huerto, Mc 14, 36). Y es lo que nos enseña Cristo en la oración del Padre Nuestro: "Há­gase tu voluntad." (Mt 6,10)

Queremos concretizar algo más lo que supone este amor sincero a Dios: Fe filial, incondicional y de absoluta confianza en El.

Y esta fe debe darse siempre, tanto en las buenas como en las malas cir­cunstancias.

"Creer en Dios es poderle ver en la misma oscuridad."

Esforzarse en el cumplimiento de la voluntad de Dios, que se manifiesta por medio de los mandamientos y de todas las enseñanzas de Jesús en el Evangelio.

Trato personal e íntimo con Dios. Vida de oración.

La eucaristía como el centro del culto a Dios, culto de adoración, acción de gracias, expiación de los pecados, oración de súplica.

Profundizar cada vez más en el conocimiento de Dios y de su revelación, lo que se consigue mediante el estudio y meditación de la Palabra de Dios, sobre todo, el Evangelio.

Vivir siempre en una actitud de continua conversión y, consiguientemente, de profundo arrepentimiento de los pecados y faltas. Frecuentar el sacra­mento de la Reconciliación, del perdón.

2) Amor al prójimo

También encontramos en el Antiguo Testamento el precepto de amar al prójimo como a uno mismo (Lev 19,18). Pero los judíos interpretaban la palabra "prójimo" como exclusivamente referida a los hermanos de raza, a los del mismo pueblo de Israel.

Sin embargo el Señor extiende esta doctrina del amor al prójimo incluyen­do incluso a los mismos enemigos: "Se dijo así mismo: ama a tu prójimo y guarda rencor a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos." (Mt 5,43)

De ordinario se interpreta mal lo que significa "amar al prójimo". Se acos­tumbra identificar el amor con los sentimientos de cariño, ternura, agrado, simpatía, o la misma mera atracción. Y es fácil de comprender que esta in­terpretación es errónea. El Señor manda que amemos a los mismos enemi­gos, que tengamos un amor eficaz con los más pobres y necesitados, que muchas veces ni siquiera conocemos personalmente. En todos estos casos no se dan esos sentimientos; más aún, en el caso concreto de los enemi­gos, podemos tener sentimientos completamente contrarios.

Jesucristo nos dirá que "nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos." (Jn 15,13)

El amor radica esencialmente en la voluntad de sacrificarse por el prójimo; en muy pocas ocasiones se nos pedirá que lleguemos hasta el sacrificio de la vida. Se trata de ese sacrificio cotidiano para vivir siempre respetando al prójimo, buscando lo que es su verdadero bien y, procurando, en la medi­da de lo posible, hacerle la vida más agradable y feliz.

Y por "prójimo'' hemos de entender desde las personas más íntimas y alle­gadas, como son el cónyuge y familiares más cercanos, padres - hijos -hermanos, hasta personas muchas veces desconocidas, como pueden ser personas indigentes, y hasta los mismos enemigos.

El amor respecto de cada uno de estos prójimos tendrá sus propias características y exigencias y habrá muy diversas matizaciones en los senti­mientos; pero la esencia del verdadero amor siempre será la misma. Sólo podremos conocer que existe un verdadero amor entre los esposos, cuan­do ambos mutuamente se sacrifican respetándose, buscando el verdadero bien del otro y procurando hacer feliz al cónyuge. Y así podríamos decir de cualquier otro amor, amor de padres, hijos y hermanos; amor de amis­tad y compañerismo, amor a los pobres y necesitados, amor a los mismos enemigos. Repetimos que habrá una gran diferencia en las exigencias y sentimientos que acompañan estos amores, pero en todos ellos tendrá que darse esa actitud de respeto, de buscar el bien y la felicidad de la persona a la que tenemos que amar.

Y éste es el ejemplo de amor que nos da Cristo en su vida y en sus ense­ñanzas. Cristo muere en la cruz para engrandecer nuestra dignidad y hacernos hijos de Dios, muestra de su infinito respeto hacia todos los hom­bres. Muere en la Cruz para concedernos todos los verdaderos bienes de la redención; y el deseo de Cristo es hacernos felices, con una felicidad ne­cesariamente limitada aquí en la tierra, y con una felicidad plena y absolu­ta en la vida eterna. Ya aquí mismo, en la tierra, qué felices serían los hombres, si todos nos esforzásemos por cumplir las enseñanzas de Cristo.

Y a ejemplo suyo, Jesucristo nos pide este amor para con todos los demás. Y no olvidemos que es condición para poderse salvar el practicar este amor a lo largo de toda nuestra existencia. Quien no ama y perdona al enemigo no será perdonado ni amado por Dios; quien no socorre al pobre y necesita­do no podrá entrar en la casa del Padre (Cfr. Mt 5,43-48; 25,31-46)

A continuación de este pasaje, Cristo nos pondrá un ejemplo de verdadero amor y de quién es el prójimo en la parábola del Buen Samaritano.



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.






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