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43. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Tesoros en el cielo



P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


II MINISTERIO DE JESÚS EN GALILEA

(Mayo 28 - Mayo 29)


B. SERMÓN DE LA MONTAÑA

43.- TESOROS EN EL CIELO

TEXTOS

Mateo 6, 19-21

"No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que so­caven y roben. Porque, donde esté tu tesoro, allí estará tu corazón".

Lucas 12,33-34

"Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterio­ren, un, tesoro que no os fallará en los cielos, donde no llega el ladrón, ni roe la polilla; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón".


INTRODUCCIÓN

La enseñanza de Cristo se centra en la actitud que tiene la mayoría de las personas de un apego y amor desordenado al dinero y a los bienes de esta tierra, y consiguientemente tienen un corazón esclavo de sus codicias y de sus placeres.

Con la comparación sencilla de la estima que los hombres tienen de lo que ellos creen son sus "tesoros", el Señor explica su enseñanza.

Por la palabra "mi tesoro" hay que entender todo aquello que busco con afán, lo que anhelo, por lo que trabajo y actúo. Lo que creo que me traerá felicidad y seguridad. En otras palabras, podemos decir que "mis tesoros" es todo aquello que en mi jerarquía de valores está primero, lo que consi­dero de más valor.

Esta doctrina de Cristo se completará con la parábola del "Tesoro escondi­do" que veremos al meditar el discurso de las parábolas.


MEDITACIÓN

1) "No os amontonéis tesoros en la tierra."

¿A qué tesoros se refiere el Señor? La respuesta es bien clara. Son aque­llos tesoros que tienen valor sólo mientras vivimos en esta tierra, tesoros terrenales. Y dentro de estos tesoros, por el contexto, se da primacía a la codicia de bienes materiales, de dinero, de riquezas. El desear cada vez poseer más y más, para así poder disfrutar de toda clase de comodidades y lujos.

De una manera implícita podemos considerar también que el Señor al ha­blar de los "tesoros en la tierra" se refiere a todo aquello que se busca, con un afán desmedido, con una actitud egoísta, materialista, hedonista. Aquí entrarían las conductas humanas que se-centran en la sensualidad y van buscando placeres que sacian sus instintos; personas que ponen sus teso­ros en los vicios de la carne, del beber con exceso, de darse todos los gus­tos posibles. Para otros, los "tesoros terrenales" podrían ser la ambición de poder, de abuso de autoridad, ambición de honores. De ordinario todos es­tos "tesoros" suelen constituir una unidad y vienen" a ser el estímulo y motivación en el actuar de las personas.

Pues con relación a todos estos tesoros, el Señor nos dice que no los bus­quemos, que son tesoros falsos. Son tesoros que en cualquier momento pueden desaparecer tesoros que por sí mismos se pudren y pueden ser ro­bados. Que no perduran, que no valen. Que un día tendremos que dejarlos todos, y no solamente no tienen ningún valor en el cielo, sino que además son la causa de que se pierdan los "tesoros celestiales", es decir, causa de nuestra condenación.

Los tesoros terrenos son los que dirigen la acción del hombre, y de tal ma­nera absorben su atención y preocupación, que toda su mentalidad se con­vierte en una mentalidad donde no tiene cabida ni la verdadera fe, ni el cumplimiento de los mandamientos de Dios.

A la luz de la muerte, que siempre es buena consejera, a la luz de todo el sentido de la vida, a la luz de los grandes valores del amor a Dios y del amor al prójimo, todos los valores terrenos se desvanecen.

La norma más eficaz que nos da la Palabra de Dios, por medio de San Pa­blo, nos indica cuál debe ser la actitud ante los tesoros de la tierra: "Nosotros no hemos traído nada al mundo y nada podemos llevarnos de él. Mientras tengamos comida y vestido, estemos contentos con eso. Los que quieren enriquecerse caen en la tentación, en el lazo y en muchas codicias insensatas y perniciosas que hunden a los hombres en la ruina y en la per­dición. Porque la raíz de todos los males es el afán de dinero, y algunos, por dejarse llevar de él, se extraviaron en la fe y se atormentaron con mu­chos dolores." (1 Tim. 6,7-10)

Habrá personas que se consideran cristianas y buenas, y que no tendrán puesto su tesoro en esos bienes terrenales de que nos habla el Señor; pero, sí hay otro "tesoro terrenal" del cual son esclavos, aún los llamados cristianos "buenos". Nos referimos al tesoro de la propia voluntad. El cri­terio que rige toda mi conducta es lo que me dicta mi voluntad, lo que, yo decido porque así lo quiero; pero sin tener en cuenta, si eso que yo quiero y decido, es también la voluntad de Dios. El tesoro es mi voluntad, no la voluntad de Dios. "Mi voluntad" es también tesoro terrenal del que me tengo que desprender.

2) "Amontonaos más bien tesoros en el cielo."

También aquí es bien clara la expresión del Señor: "Tesoros en el cielo". Es decir aquellos tesoros espirituales, sobrenaturales, que nada ni nadie los puede arrebatar y que quedan como verdaderos tesoros en la vida del cie­lo, y mientras vivimos aquí en la tierra, se van incrementando y multipli­cando para cuando lleguemos a la vida eterna.

Conocemos cuáles son estos "tesoros celestiales". Primero y ante todo es la vida de gracia, de hijo de Dios. Este debería ser el tesoro más importan­te en la jerarquía de valores de todo cristiano. Y por supuesto, la vida de gracia exigirá valorar como tesoro el cumplimiento de la voluntad de Dios, manifestado principalmente en el cumplimiento de sus mandamientos: Una vida centrada en el amor a Dios y al prójimo: Una vida de oración, de Eucaristía, de meditación de la Palabra de Dios. Y una vida comprometida incluso en el trabajo apostólico en el hogar, en el sitio de trabajo, en la vida social.

Se podía alargar la lista y enumeración de valores espirituales; pero los que hemos enunciado creemos que son los más importantes y los que ca­racterizan al cristiano verdadero del no cristiano. Y en una palabra podría­mos resumir todo lo que podríamos decir de los "tesoros celestiales", indi­cando que se reducen a uno: El Reino de Dios, cuyo contenido primero es el mismo Cristo habitando en mi corazón por la fe, la esperanza y la cari­dad. Encontrar a Cristo, vivir con Cristo, amar a Cristo es el verdadero te­soro de todo hombre. El único tesoro que realmente nos puede hacer feli­ces y bienaventurados ya en la tierra.

San Lucas añade que se vendan los bienes terrenales y que se dé limosna. La parábola del tesoro escondido nos hablará de aquel hombre que vendió todo lo que tenía para poder conseguir el tesoro que había descubierto. Tiene su plena aplicación a este pasaje de Cristo. Deberíamos desprender­nos de todos los tesoros materiales, no estar apegados a ninguno de ellos, con tal de poseer el verdadero tesoro del Reino de Dios. Lucas habla más particularmente de las riquezas, del dinero y de vender esos bienes para dar limosna. Esa limosna nos granjeará un gran tesoro en el cielo. (Sobre la "limosna" Cfr. medit. 37)

3) "Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón."

Es una sentencia de Cristo que nos tiene que servir siempre de examen de conciencia, para, con sinceridad, conocer realmente dónde nos encontra­mos, cuáles son en verdad nuestros tesoros. El amor es el peso del alma, nos dice San Agustín; es decir, a donde nos incline ese amor, el objeto ha­cia el cual se incline el corazón, ahí esta puesto nuestro verdadero amor. Si mi mente, mi manera de pensar, mi actuar, mis preocupaciones, tienen como objeto los bienes materiales, eso quiere decir que en esas cosas ten­go puesto mi amor y mi amor es el que inclina mi alma, mi corazón hacia esos bienes. Examinando lo que realmente hay dentro de mi corazón, exa­minando mis pensamientos más profundos, mis inclinaciones más habitua­les, mis desvelos, mis afectos y sentimientos, comprenderé en seguida, si los verdaderos tesoros míos son los terrenales o los espirituales. "Donde está tu tesoro, ahí está tu corazón."

Bienaventurado quien tenga puesto el corazón en las cosas de Dios. 


Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.









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