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¡FELICES FIESTAS PATRIAS!




Pidamos a Dios nos conceda la gracia de trabajar por un Perú más justo, más fraterno, con mayores oportunidades para todos... y donde nuestros valores cristianos sean los que guíen nuestro progreso.
A todos los peruanos: ¡Felices Fiestas!



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San Ignacio de Loyola



El 31 de julio se celebra la fiesta litúrgica dedicada a San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús y autor de los Ejercicios Espirituales, invitamos a leer nuestras publicaciones dedicadas a su vida y su obra:


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Homilía del Domingo 17º TO (C), 28 de julio del 2013

Nuestro Director, el P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J. nos comparte su homilía para este domingo 28 de julio, que lleva por título "Oremos más y oremos bien". Acceda AQUÍ.

La Oración

El P: Adolfo Franco, S.J. nos comparte su reflexión sobre el evangelio para este domingo 28 de julio. "El Señor nos enseña a orar, como enseñó a sus discípulos". Acceda AQUÍ.

La Iglesia - 8º Parte: La Institución de la Iglesia - Jesús funda su Iglesia

El P. Ignacio Garro, S.J. nos comparte una entrega más de la serie dedicada a la Iglesia, en esta oportunidad sobre la fundación de la Iglesia por Jesucristo. Acceda AQUÍ. 

Ofrecimiento Diario - Intenciones para el mes de AGOSTO

Para orar con el Papa y la Conferencia Episcopal Peruana a través de las Intenciones encomendadas al Apostolado de la Oración para el mes de AGOSTO. Acompañamos las intenciones con textos para su reflexión seleccionados por el P. Antonio González Callizo, S.J. Director Nacional del A.O. Acceda AQUÍ.

La Iglesia - 8º Parte: La Institución de la Iglesia - Jesús funda su Iglesia


P. Ignacio Garro, S.J.

SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA


4.4. Fundación de la Iglesia por Jesucristo

Hoy no existe ningún autor serio que niegue la existencia de un grupo estable de discípulos reunidos por Jesús. La comunidad de Pentecostés resulta inexplicable sin la acción y la obra del Jesús histórico. Los teólogos modernistas de principios del S. XX, siguiendo las huellas del protestantismo liberal, suponían que Jesús, puro hombre, no tenía conciencia de su mesianidad; y, que al igual que sus contemporáneos estaba persuadido del próximo fin del mundo de una manera inmediata. En estas condiciones era totalmente impensable el propósito que se le atribuye a Jesús, de fundar una iglesia estable, separada de la sina­goga y dotada de estructuras propias. La Iglesia, decían, es el fruto lógico, pero inesperado, de la obra de Jesucristo. Según esta teoría protestante de los modernistas, se podía considerar a Jesús, en cierto modo, como fundador de la Iglesia, pero salvando que nunca tuvo la intención explícita de fundarla definitiva y establemente con sus propias estructuras, naturaleza, misión y constitución visible que hoy día tiene.

Por otro lado hay que decir, que sería ingenuo pensar que Jesús organizó una Iglesia durante su vida mortal, en el sentido que hoy entien­de el Derecho Canónico católico y la eclesiología unilateral de una dogmática escolar poco crítica, que se expandió en tiempos del antimo­dernismo protestante. Entre estos dos extremos se sitúan los documentos de la Iglesia. Ellos, afirman que Jesucristo es el verdadero fundador de la Iglesia, no, cier­tamente, con lo que pudiera calificarse de "un acto fundacional" histó­rico, determinado y localizado en un momento concreto, sino con una larga y madura preparación que culminó con los sucesos pascuales.

La realidad viviente de la Iglesia, tal como aparece después de Pente­costés, no puede separarse de la acción pre-pascual de Jesús y de su intención manifiesta. Ni los hechos históricos de la vida de Jesús pueden comprenderse en su profundidad, sin iluminarlos con los sucesos ­de su muerte y resurrección. Por eso, la Iglesia Católica, confiesa que la Iglesia fue fundada por Cristo. Esta verdad es de contenido, tanto en el magisterio ordinario, como en una serie de definiciones del Magisterio extraordinario.


4.5. El "Misterio de Cristo" en cuanto fundamento ontológico, histórico y salvífico del "Misterio de la Iglesia"

El Concilio Vaticano II, fiel a la dinámica de la "revelación" en la Historia de la Salvación, ha propuesto como centro de la reflexión teológica el "Misterio de Cristo". El primer círculo concéntrico y punto de convergencia de la temática teológica en esta lí­nea histórico - salvífica, es el misterio de Cristo Revelador a la humanidad. La entrada de Cristo en la historia (misterio de la Encarnación) y su venida al mundo señala el fin de la revelación de las promesas del A.T. y el inicio de la fase nueva de plenitud y cumplimiento de dichas promesas en la Palabra de Dios hecha carne. El magisterio de la Persona y mensaje de Cristo es el evento cumbre de la Historia de la Salvación hacia el cual toda la vieja economía salvífica del AT. estaba proyectada y del cual parte su continuidad en el tiempo de la Iglesia hasta la consumación escatológica al final de los tiempos, (el pleroma paulino) . Col  2, 9-10 ; 1 Cor 15, 28..

El curso histórico de la revelación, y por lo tanto, de la salvación, pues la revelación sigue una línea salvífica paralela a la salvación, antes de Cristo fue "ascendente", hasta lograr su cumbre en el miste­rio de Cristo. El proceso histórico- salvífico después de Cristo es "descendente", pues recibe su contenido de la presencia de la obra de Cristo Revelador y Redentor, siempre presente e inagotable en la Iglesia.

El misterio del Verbo personal del Padre hecho carne es el evento central de la "Historia Salutis". El Padre ha "enviado" a su Hijo, la Palabra eterna, luz ya de los hombres en la misma creación, por el que existen todas las cosas, Jn 1, 3, "para que habitara entre los hombres y les contara la intimidad de  Dios". El Padre y el Hijo envían al Espíritu de verdad "que lleva a plenitud toda la Revelación y la confirma con el testimonio divino".

Este enfoque "económico" presenta la historia de la salvación como o­bra de toda la Trinidad, presentando al Verbo en la encarnación como realizando su misión de Mediador y Redentor. Cristo es el portador de esta revelación plena a los hombres y, a un mismo tiempo, objeto de esta misma revelación en su misma persona, en sus palabras y en sus obras. Cristo, ante todo, es el revelador del Padre. Es el Ver­bo consubstancial e imagen perfectísima del Padre. Es la "epifanía" del Padre entre los hombres. Quien ve a Jesucristo ve al Padre. La Palabra eterna y sustancial de Dios se ha hecho hombre, y este hombre es Dios. La "Palabra" del Verbo hecho carne son palabras de Dios en figura de hombre. Por sus palabras humanas habla la palabra de Dios y, por lo tanto, "habla palabras de Dios" Jn 3, 34.

El misterio del Verbo hecho carne ha incorporado al Hijo tan ínti­mamente a la humanidad, que no solamente habla palabras de Dios en palabras humanas, sino que sus acciones humanas realizan el plan ­revelador y salvífico del Padre. Con sus "palabras y obras", Cristo es, en su misma existencia humana, la "epifanía" del Padre.

El misterio del Verbo hecho carne implica la donación personal del Padre al hombre Jesús. Esta comunicación suprema de Dios es el fun­damento de toda donación de Dios al hombre, pues en la encarnación del Verbo se realiza la unión más perfecta posible de lo divino y lo humano: lo divino se manifiesta y actúa en lo humano, y lo huma­no se constituye en signo e instrumento de esta comunicación de ­Dios. Así pues, el Verbo hecho carne es realmente el centro de la historia de la salvación. En virtud de esta realidad ontológica, Cristo es el "sacramento fundamental o instrumento eficaz de la ­unión íntima del hombre con Dios y de la unidad de los hombres en el misterio de comunión de este Pueblo reunido por la unidad del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo".


4.6. La Encarnación en cuanto fundamento de la Iglesia. La Iglesia "constituida"

El misterio de la Encarnación, Jn l, l ss, es el comienzo del misterio de la Redención realizado por la Palabra hecha carne. El Conc. Vat. II quiso proponer una visión panorámica global de la conciencia de la Iglesia, fundada en la Palabra de Dios, y tenía que comenzar por exponer sus orígenes divinos en el ­misterio salvífico de Dios. Dijimos anteriormente, que la Iglesia no nace de abajo arriba: no nace de la libre voluntad de los hom­bres piadosos que se reúnen en una organización piadosa, sino que por el contrario, nace de un designio divino que tiene su lenta preparación y maduración en la historia y se cumple en la acción de ­Cristo, muerto y resucitado; Iglesia que la prepara en su vida te­rrestre y la completa después de su resurrección, con el envío del Espíritu Santo, que es el Espíritu del Hijo. Sólo así puede ser la Iglesia lo que es: el sacramento visible de salvación universal es­ el Cuerpo de Cristo, la edificación de Dios, el Templo de Dios, y el Pueblo escogido de Dios para continuar la obra redentora de Cristo, que es: la de anunciar y realizar en esta vida el Reino de Dios que se manifiesta en la acción y en la Persona de Jesús y se reali­zará plenamente cuando "Dios sea todo en todas las cosas", l Cor 15, 28.

Jesucristo por su encarnación, muerte y resurrección se convirtió en padre de una humanidad nueva, libre de la muerte y del pecado, de la influencia de Satán y de la ley. Cristo se hace patriarca de una nue­va humanidad. S. Pablo expresa este hecho diciendo que Cristo fue el segundo Adán. El primer Adán es padre de todo el género humano, incluso de Jesús, Lc 3, 38; S. Pablo llama a Adán el primer hombre y a Cristo el segundo Adán o último. l Cor 15, 22; 15, 45; Rom 5, 12-13. El primer Adán con su pecado se convirtió en padre de la humanidad caída en poder del pecado y de la muerte (pecado original); Jesucristo por su muerte y resurrección se convirtió en padre de una nueva humanidad y nos re­concilió con Dios Padre dándonos acceso a El, reconciliando a todo el género humano con Dios.


4.7. El Misterio Pascual de Cristo: Pasión, Muerte y Resurrección en cuanto fundamento de la Iglesia

Antes hemos descrito cómo la encarnación de la Palabra del Padre en seno de la santísima Virgen María, por obra del Espíritu Santo, fue fundada la nueva humanidad; pero el fundamento definitivo de su re­dención fue realizado sobre todo por lo que en el lenguaje cristia­no conocemos como, "Misterio Pascual", es decir aquellos acontecimien­tos salvíficos que se dieron en la pasión, muerte y resurrección, jun­to a la ascensión y el envío del Espíritu Santo en el día de Pente­costés. El Cristo resucitado posee por primera vez el modo de vida y forma de existencia en que se hace visible la figura exacta del hombre nuevo. Por tanto, la muerte y resurrección de Cristo, su estar sentado a la derecha del Padre y el envío del Espíritu Santo son presupues­tos innegables de la fundación y existencia de la Iglesia.

La sola teología de la Encarnación sería una escasa base para explicar el nacimiento y existencia de la Iglesia; debe de unirse a la teología de la Cruz (muerte) y Resurrección y al envío del Espíritu Santo, para poder hacer comprensible el nacimiento de la Iglesia. La Navidad, Viernes Santo, Pascua de Resurrección y Pentecostés, son en conjunto, el fundamento de la Iglesia.


Para acceder a las otras publicaciones de esta serie acceda AQUÍ.
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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por su colaboración.

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Homilía del Domingo 17º TO (C), 28 de julio del 2013

Oremos más y oremos bien

P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.

Lecturas: Ge 18,20-32; S 137; Col 2,12-14; Lc 11,1-13


Preciosas las tres lecturas de hoy. Vamos a centrarnos en el evangelio. El texto sigue inmediato al del pasado domingo y lo completa. María había escogido la mejor parte. La mejor parte era escuchar al Maestro. Porque escuchando al Maestro se transforma el corazón y se ama más a Dios y al prójimo, y no sólo con palabras sino además con obras.
“Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó…”. Esta forma de introducir el tema, señalando el cambio de circunstancias, muestra que lo siguiente sucede en ocasión distinta. San Lucas (también San Mateo) con frecuencia reúnen hechos y enseñanzas que se complementan, aunque Jesús las haya dicho en momentos diversos; éste es un ejemplo.  
“Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”. Los discípulos eran de un pueblo que oraba; los sábados en la sinagoga se oraba con oraciones tomadas de la Escritura; en el Antiguo Testamento hay muchos ejemplos de oración; el libro de los salmos entero es un libro de oraciones muy variadas; algunos, al menos Juan y Andrés, fueron discípulos del Bautista; los discípulos tenían experiencia de orar. Pero ver a Jesús orando les debió parecer algo muy especial, maravilloso. Del Santo Cura de Ars (San Juan María Vianney) se dice que, cuando celebraba la Eucaristía, se transfiguraba de tal forma que la gente aseguraba que "él veía a Dios". Y el Cura de Ars era hijo de Dios por adopción. ¡Qué decir de aquel que es el Hijo único de Dios por naturaleza! No era posible interrumpir a Jesús mientras estaba en comunicación con su Padre. Quien lo contemplaba quedaba sobrecogido. Por eso, sólo "cuando terminó", uno de sus discípulos le dice: "Enséñanos a orar". Jesús responde con el Padrenuestro.
Una notable escritora no católica, Simone Weil, de notable influjo sobre todo en la Francia del siglo  veinte, cuando dio con esta oración, la aprendió de memoria y escribió que “la dulzura infinita de este texto” se apoderó de ella y no podía evitar recitarlo casi continuamente. “Si durante la recitación mi atención se distrae o se adormece, aunque sea de forma infinitesimal  –escribió– vuelvo a empezar hasta conseguir una recitación absolutamente pura”.
Jesús no rechaza la pregunta. Jesús no les ha enseñado todavía a orar. No estaban preparados. De hecho, cuando les invite a acompañarle (monte Tabor y Getsemaní), los discípulos (elegidos especialmente) se dormirán siempre. Sólo tras la experiencia de Jesús resucitado y el don del Espíritu Santo serán los discípulos capaces de perseverar en la oración (eso sí con la compañía de María). Ya recibimos el don del Espíritu en el bautismo. Él nos auxiliará en nuestra oración, como dice San Pablo (Ro 8,26). La oración es un don de Dios y hay que pedirlo con frecuencia con el apoyo de la intercesión de María. Y es un proceso en que se va mejorando.
 Pero reflexionemos la respuesta de Jesús. “Padre nuestro”. Cuando oramos debemos tomar conciencia de que Dios está muy cerca, de que nos ama, de que nos ve como hijos y que somos sus hijos de verdad, que tiene para nosotros un lugar en el Cielo y que su mayor deseo es que lleguemos allí. Y este Padre está aquí escuchándome. Cuando vamos a orar, mientras oramos, procuremos que los mismos miembros de nuestro cuerpo expresen la presencia de tal Padre, de Dios, que me ama como nadie, que quiere que le hable, que quiere hablarme.
“Santificado sea tu nombre”. Es decir que todo lo que es de Dios, lo que se refiere a Él y viene de Él, sea respetado, sea visto como sagrado, sea venerado, cuidado, apreciado y estimado como divino y como bueno. Que todos los hombres le reconozcan como Dios bueno y como Padre; y en primer lugar yo mismo: soy hijo de Dios, soy templo de Dios.
“Venga tu reino”. Que los deseos de Dios sobre los hombres y las cosas se realicen, porque son buenos, responden a lo que nos hace buenos y felices, están de acuerdo con los fines y deseos profundos de la naturaleza creada por Dios. Que la gracia de Dios nos llegue a todos. Que todos los hombres le busquemos como al fin de la vida.
“Danos cada día nuestro pan del mañana”. Tiene esta formulación una palabra cuyo significado griego no es claro. Pero en el sentido del conjunto todos coinciden. No hay que pedir a Dios hacerse rico, sino la ayuda necesaria de Dios para que nuestro trabajo de cada día llegue para satisfacer las necesidades cuotidianas.
También incluye la petición del perdón de los pecados con la condición cumplida de haber perdonado a otros; y por fin pidiendo ayuda contra las tentaciones.
San Lucas añade otras palabras de Jesús, que por su colorido hebreo son claramente suyas, aunque dichas muy probablemente en otra ocasión, recordando el valor de la perseverancia en la oración. Son la parábola del amigo importuno y el argumento de lo que un padre haría si un hijo le pide un pan o pescado para comer. Tanto el amigo con su insistencia como el hijo obtienen lo que piden. De ahí concluye Jesús la seguridad de su eficacia: “El Padre celestial dará el Espíritu Sano a los que se lo pidan”.
El Santo Padre Juan Pablo II nos decía: “Hace falta que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral” (Novo millennio ineunte, 34). En la Biblia, en la liturgia y en la tradición de la Iglesia encontramos formas varias de oración: De alabanza, de acción de gracias, de petición de perdón, para la alegría y el dolor, por uno mismo y los demás, reconociendo siempre la propia fragilidad y necesidad, que es absoluta en cuanto a los dones, virtudes y gracias sobrenaturales, porque no hay más salvador que el que está puesto, Cristo Jesús.
Si no acabamos de corregir un vicio o un defecto, si no logramos alcanzar una virtud importante para vivir y dar testimonio cristiano y permanecemos como totalmente amarrados a “lo mismo”, pese a que recibimos los sacramentos con frecuencia, examinemos si pedimos bien, como Jesús nos enseña en el Padrenuestro, y con tenaz perseverancia.

La Virgen María, que no dejó de pasar una palabra de Jesús sin meditarla en su corazón y enseñó a orar bien a los discípulos en el Cenáculo, nos enseñará. Pidámoslo.


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La Oración

P. Adolfo Franco, S.J.

Lucas 11, 1-13

El Señor nos enseña a orar, como enseñó a sus discípulos.


El Evangelio de hoy nos da varias enseñanzas sobre la oración. La oración esa actividad tan esencial del ser humano, que podemos decir que el que no ora, tiene una carencia fundamental en su vida como ser humano. Y es que la fragilidad de nuestra vida, por el hecho de ser creaturas, sólo se consolida conectando nuestra debilidad con el ser Absoluto, con Dios. Además podríamos decir que sin comunicación con Dios seríamos como hijos huérfanos que no han conocido a su Padre. Un hombre que no ora es un huérfano perdido y sin hogar.

Y San Lucas empieza esta enseñanza de la oración poniéndonos delante a Jesús mismo orando. Esa es la principal enseñanza sobre la oración: Jesús orando es la lección que necesitamos. Su ejemplo es más eficaz que cualquier discurso que el evangelista San Lucas pudiera trasmitirnos. Jesús en comunicación con su Padre, esa es la mejor enseñanza de la oración. Y tanto es así, que el ver este ejemplo de Jesús orando, motiva a los apóstoles a pedirle que les enseñe a orar a ellos también.

Y Jesús enseña a sus discípulos a orar. Y les declara el Padre Nuestro. Y además les añade al final una enseñanza sobre la eficacia de la oración.

Decirle Padre a Dios, eso es orar. Establecer una comunicación de Padre a hijo y de hijo a Padre. La oración cristiana es eso. El decirle Padre a Dios de verdad, es manifestar amor. La oración sin amor no es oración. Incluso hay que decir que la oración en sí misma es un acto de amor, o no es nada. La oración con frecuencia ha sido vaciada de este su contenido esencial, que es el amor. Convertirla en peticiones, como se piden cosas en un expediente, eso no es orar de verdad. Si hay peticiones, deben surgir en un clima de afecto y de verdadero amor al Dios al que nos dirigimos; y por eso le llamamos Padre, porque lo sentimos y lo vivimos así. Orar es amar, antes que ninguna otra cosa.

Sentirse hijo y vivir como hijo, en relación con este Padre. Es no sólo una situación afectuosa, sino la toma de conciencia de nuestra necesidad de Padre. Uno mira a su interior, al estrato más profundo de su propio ser y descubre dos cosas: la propia fragilidad, el ser humano es un ser necesitado de apoyo en su misma esencia; y descubre además la procedencia de su propia naturaleza: yo, como ser, provengo de Dios. Es como descubrir el cordón umbilical de nuestra vida. Y sentimos que venimos de Dios, y que sin El no hay existencia. Dios nos ha engendrado como hijos, y eso lo tenemos marcado como huellas de nuestra personalidad. Orar es una necesidad que brota del sentimiento de nuestra pequeñez. Y por eso al orar decimos Padre. Y esta oración conecta nuestro ser más íntimo con el Padre. Y así seguimos recibiendo el alimento vital que necesita nuestro ser. La oración así se convierte también en el nexo que nos conecta con la fuente de la vida. Sin esa conexión nuestra vida va perdiendo energía, porque nuestro ser se alimenta del Padre que nos da la posibilidad de existir.

No simplemente llamamos a Dios Padre, y nos sentimos con El como hijos, sino que de verdad nos damos cuenta de que esa relación es necesaria, para nuestra vida misma. Y en ese nexo que se establece entre nosotros y Dios, por esa especie de enlace que se establece en la oración, le enviamos a El nuestra vida, nuestras aspiraciones, necesidades, nuestros ideales, nuestros actos de amor; y El a su vez nos sigue enviando su vida, su calor, su infinito amor, y sus mensajes. Es algo extraordinario pensar en la oración en esos términos: un canal de comunicación, y por ese canal va a Dios lo mejor de nosotros mismos, y viene a nosotros toda la riqueza de Dios. Eso es lo que Jesús nos enseña al enseñarnos que cuando oremos digamos Padre a Dios.


Y después, en este mismo párrafo San Lucas nos trasmite la enseñanzas de Jesús sobre la eficacia de la oración. Muchas veces se ha pensado en la eficacia de la oración, porque conseguimos las cosas que pedimos a Dios debidamente. Y es verdad, esto también se consigue muchas veces. Pero la eficacia de la oración está en lo último que dice este hermoso párrafo de San Lucas. Que Dios da el Espíritu Santo cuando se le pide algo. Y es que la oración, por sí misma es un enriquecimiento, se nos da como riqueza el Espíritu Santo, por el hecho mismo de orar. Aunque yo no pida nada, o aunque pida mucho; ya al orar estoy recibiendo el gran don de Dios que es el Espíritu Santo. Y lo recibo aunque mi oración sea un simple acto de presencia de Dios, un estar presente a El, sin decirle nada, sin abrir la boca. En cuanto me pongo en oración de verdad, el Espíritu Santo va llegando abundantemente a mi corazón. Esta es la principal eficacia de la oración. Así que esa frase del Evangelio: “pedid y se os dará” podríamos traducirla así: “orad y os llenareis del Espíritu Santo”. Es el mayor bien que Dios Padre puede darnos como hijos.


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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

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Ofrecimiento Diario - Intenciones para el mes de AGOSTO




APOSTOLADO
DE LA
ORACIÓN

INTENCIONES PARA EL 
MES DE AGOSTO


Ofrecimiento Diario


Ven Espíritu Santo, inflama nuestro corazón en las ansias redentoras del Corazón de Cristo, para que ofrezcamos de veras nuestras personas y obras, en unión con él, por la redención del mundo.

Señor mío y Dios mío Jesucristo:

Por el Corazón Inmaculado de María me consagro a tu Corazón y me ofrezco contigo al Padre en tu santo sacrificio del altar; con mi oración y mi trabajo, sufrimientos y alegrías de hoy, en reparación de nuestros pecados y para que venga a nosotros tu reino.

Te pido en especial por las intenciones encomendadas al Apostolado de la Oración.




Por las Intenciones del Papa


Intención General

Que padres y educadores ayuden a las nuevas generaciones a crecer con una conciencia recta y en una vida coherente.




Intención Misional

Que las Iglesias locales en África, fieles al Evangelio, promuevan la construcción de la paz y la justicia.




Por la Conferencia Episcopal Peruana

Por las víctimas de las diversas adicciones, para que con la ayuda familiar, médica y de los diversos grupos especializados, mejoren su salud y se reincorporen a la vida familiar y social.





EDUCAR A LOS JÓVENES EN LA JUSTICIA Y LA PAZ

Se ha de transmitir a los jóvenes el aprecio por el valor positivo de la vida, suscitando en ellos el deseo de gastarla al servicio del bien... Los padres son los primeros educadores de sus hijos... En la familia los hijos aprenden los valores humanos y cristianos... los padres que no se desanimen. Que exhorten con el ejemplo de sus vidas a los hijos a que pongan la esperanza ante todo en Dios, el único del que mana justicia y paz auténtica... (Benedicto XVI. XVL Jornada Mundial de la Paz. 8.12.2011, extracto)


LA PAZ Y LA JUSTICIA EN ÁFRICA

Se podría decir que reconciliación y justicia son las dos condiciones esenciales de la paz... La paz de los hombres conseguida sin la justicia es ilusoria y efímera... La doctrina social de la Iglesia está al servicio de la verdad que libera... La Iglesia es reconocida como artífice de paz, agente de reconciliación y heraldo de la justicia... (Benedicto XVI. "Africae munus" 19.11.2011. Extracto)


APARECIDA, MISIÓN CONTINENTAL

Proponer a los jóvenes el encuentro con Jesucristo vivo y su seguimiento en la Iglesia a la luz del Plan de Dios. 446.


Eucaristía
Misa por la paz y la justicia.

Palabra de Dios
Filipenses 3.1-11. Lo que verdaderamente importa en la vida.
Marcos 9,33-37. 10,35-45. Jesús educa a sus discípulos.
Lucas 6,17-19. Jesús enseña a la gente.

Reflexionemos
¿En mis años jóvenes he tenido la experiencia de un buen educador?
¿Cómo educaba Jesús a sus discípulos?
¿Cómo ayudar a los jóvenes a formarse una conciencia recta y vivir como buenos cristianos?


P. Antonio González Callizo, S.J. Director Nacional del Apostolado de la Oración.


Invitación

A participar de la Misa dominical de 11:00 AM en la Parroquia de San Pedro y a acompañarnos en las reuniones semanales a las 12:00 M en el claustro de la parroquia, todos los domingos. 

Asimismo, invitamos a la Misa de los primeros viernes de cada mes en Honor al Sagrado Corazón de Jesús, a las 7:30 PM en San Pedro.


Para conocer más acerca del Apostolado de la Oración y sus actividades acceda AQUÍ



Visítenos en:

http://www.apostlesshipofprayer.net Elegir idioma ESPAÑOL, hacer clic en ventana “Oración y Servicio”
www.jesuitasperu.org Apostolado parroquial
www.sanpedrodelima.org


¡ADVENIAT REGNUM TUUM!
¡Venga a nosotros tu reino! 




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San Ignacio de Loyola


El 31 de julio se celebra la fiesta litúrgica dedicada a San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús y autor de los Ejercicios Espirituales, invitamos a leer nuestras publicaciones dedicadas a su vida y su obra:


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Homilía del Domingo 16º TO (C), 21 de Julio del 2013

Nuestro Director, el P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J. nos comparte su homilía del domingo 16º cuyo título es "Lo único necesario" centrando su mensaje en la importancia de la oración. Acceda AQUÍ.

Marta y María

El P. Adolfo Franco, S.J. nos comparte su reflexión sobre el evangelio del domingo 21 de julio. "Jesús nos invita a la contemplación y al servicio, Marta y María. Hoy estamos bastante escasos de contemplación". Acceda AQUÍ.

La Iglesia - 6º Parte: La Institución de la Iglesia - El Pueblo de la Alianza

El P. Ignacio Garro, S.J., continúa compartiendo la serie dedicada a la Iglesia, en esta oportunidad la referida al Pueblo de la Alianza en el Antiguo Testamento, destacando la labor de Moisés en la liberación del Pueblo de Dios de la esclavitud egipcia. Acceda AQUÍ.

El buen samaritano

El P. Adolfo Franco, S.J. nos comparte su reflexión sobre este pasaje del evangelio. "La parábola del buen samaritano, una catequesis del amor al prójimo". Acceda AQUÍ.


Homilía del Domingo 15º TO (C), 14 de Julio del 2013

Nuestro Director, el P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J. nos comparte su homilía del Domingo 15º TO (C), cuyo título es "Sin amar al prójimo no hay amor a Dios". Acceda AQUÍ.

Ángelus, domingo 21 de julio - Marta y María


PAPA FRANCISCO

ANGELUS

Plaza San Pedro
Domingo, 21 julio 2013



Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

Incluso este domingo continúa la lectura del décimo capítulo de San Lucas Evangelista. El tema de hoy es la de Marta y María. ¿Quiénes son estas dos mujeres? Marta y María, hermanas de Lázaro, son los familiares y fieles discípulos del Señor, que vivía en Betania. San Lucas lo describe de esta manera: María a los pies de Jesús ", y oyó su palabra", mientras Marta estaba atareada en muchos servicios (cf. Lc 10, 39-40). Ambos ofrecen hospitalidad al Señor de pasada, pero lo hacen de una manera diferente. María se pone a los pies de Jesús, escuchando, Marta, que se deja de absorber las cosas que preparar, y es así que ocupado por turno a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje servir sola? Dile que me ayude "(v. 40). Y respondiendo Jesús, dijo regañando suavemente: "Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas, pero sólo se necesita ..." (v. 41).

¿Qué quería decir Jesús? ¿Qué es esto que necesitamos? Primero, es importante entender que este no es el contraste entre dos actitudes: escuchar la palabra del Señor, la contemplación y servicio práctico a los demás. No son dos actitudes opuestas, sino que, por el contrario, ambos son dos aspectos esenciales para nuestros aspectos de la vida cristiana que nunca deben ser separados, porque viven en profunda unidad y la armonía. Pero entonces ¿por qué Marta recibe la culpa, incluso si se hace con dulzura? ¿Por qué considera esencial sólo lo que estaba haciendo, que era demasiado ensimismado y preocupado por las cosas por "hacer". En un cristiano, los trabajos de servicio y la caridad nunca se separan de la principal fuente de todo lo que hacemos: es decir, la escucha de la Palabra del Señor, sentado - como María - a los pies de Jesús, en la actitud del discípulo. Y por eso Marta reprendió.

Incluso en nuestra vida de oración cristiana y la acción están siempre profundamente unidos. Una oración que no conduce a la acción concreta hacia el hermano pobre, enfermo, necesitado de ayuda, el hermano tiene necesidad, es una oración estéril e incompleta. Pero, igualmente, cuando en el servicio eclesial que tiene cuidado sólo de hacer, que da más peso a los objetos, funciones, estructuras, y olvidan la centralidad de Cristo, no reserva tiempo para el diálogo con Él en la oración , es probable que se sirvan a sí mismos y no a Dios presente en el hermano pobre. San Benito resume el estilo de vida que mostraba a sus monjes en dos palabras: "ora et labora", reza y trabaja. Y "la contemplación, por una fuerte amistad con el Señor que nace en nosotros la capacidad de vivir y llevar el amor de Dios, su misericordia y su compasión hacia los demás. Y nuestro trabajo con su hermano en necesidad, nuestro trabajo de caridad y las obras de misericordia, nos trae al Señor, porque vemos que el Señor en su hermano y hermana en necesidad.

A la Virgen María, Madre de la escucha y del servicio, que nos enseñe a meditar en nuestro corazón la palabra de su Hijo, para orar fielmente, a ser cada vez más atentos a las necesidades concretas de los santos.


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Tomado de:
www.vatican.va

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Ángelus, domingo 14 de julio - El buen samaritano


PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Castelgandolfo

Domingo 14 de julio de 2013




Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Nuestra cita dominical para el Ángelus hoy la vivimos aquí, en Castelgandolfo. Saludo a los habitantes de esta bonita ciudad. Quiero agradecer sobre todo vuestras oraciones, y lo mismo hago con todos vosotros, peregrinos que habéis venido aquí numerosos.

El Evangelio de hoy —estamos en el capítulo 10 de Lucas— es la famosa parábola del buen samaritano. ¿Quién era este hombre? Era una persona cualquiera, que bajaba de Jerusalén hacia Jericó por el camino que atravesaba el desierto de Judea. Poco antes, por ese camino, un hombre había sido asaltado por bandidos, le robaron, golpearon y abandonaron medio muerto. Antes del samaritano pasó un sacerdote y un levita, es decir, dos personas relacionadas con el culto del Templo del Señor. Vieron al pobrecillo, pero siguieron su camino sin detenerse. En cambio el samaritano, cuando vio a ese hombre, «sintió compasión» (Lc 10, 33) dice el Evangelio. Se acercó, le vendó las heridas, poniendo sobre ellas un poco de aceite y de vino; luego lo cargó sobre su cabalgadura, lo llevó a un albergue y pagó el hospedaje por él... En definitiva, se hizo cargo de él: es el ejemplo del amor al prójimo. Pero, ¿por qué Jesús elige a un samaritano como protagonista de la parábola? Porque los samaritanos eran despreciados por los judíos, por las diversas tradiciones religiosas. Sin embargo, Jesús muestra que el corazón de ese samaritano es bueno y generoso y que —a diferencia del sacerdote y del levita— él pone en práctica la voluntad de Dios, que quiere la misericordia más que los sacrificios (cf. Mc 12, 33). Dios siempre quiere la misericordia y no la condena hacia todos. Quiere la misericordia del corazón, porque Él es misericordioso y sabe comprender bien nuestras miserias, nuestras dificultades y también nuestros pecados. A todos nos da este corazón misericordioso. El Samaritano hace precisamente esto: imita la misericordia de Dios, la misericordia hacia quien está necesitado.

Un hombre que vivió plenamente este Evangelio del buen samaritano es el santo que recordamos hoy: san Camilo de Lellis, fundador de los Ministros de los enfermos, patrono de los enfermos y de los agentes sanitarios. San Camilo murió el 14 de julio de 1614: precisamente hoy se abre su iv centenario, que culminará dentro de un año. Saludo con gran afecto a todos los hijos y las hijas espirituales de san Camilo, que viven su carisma de caridad en contacto cotidiano con los enfermos. ¡Sed como él buenos samaritanos! Y también a los médicos, enfermeros y a todos aquellos que trabajan en los hospitales y en las residencias, deseo que les anime ese mismo espíritu. Confiamos esta intención a la intercesión de María santísima.

Otra intención desearía confiar a la Virgen, junto a vosotros. Está ya muy cerca la Jornada mundial de la juventud de Río de Janeiro. Se ve que hay muchos jóvenes en edad, pero todos sois jóvenes en el corazón. Yo partiré dentro de ocho días, pero muchos jóvenes partirán hacia Brasil incluso antes. Recemos entonces por esta gran peregrinación que comienza, para que Nuestra Señora de Aparecida, patrona de Brasil, guíe los pasos de los participantes, y abra su corazón para acoger la misión que Cristo les dará.



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Tomado de:
www.vatican.va

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Homilía del Papa en su visita a Lampedusa



HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Campo de deportes "Arena"

Lunes, 8 de julio de 2013




Inmigrantes muertos en el mar, por esas barcas que, en lugar de haber sido una vía de esperanza, han sido una vía de muerte. Así decía el titular del periódico. Desde que, hace algunas semanas, supe esta noticia, desgraciadamente tantas veces repetida, mi pensamiento ha vuelto sobre ella continuamente, como a una espina en el corazón que causa dolor. Y entonces sentí que tenía que venir hoy aquí a rezar, a realizar un gesto de cercanía, pero también a despertar nuestras conciencias para que lo que ha sucedido no se repita. Que no se repita, por favor. Antes que nada quisiera tener una palabra de sincera gratitud y de ánimo para con ustedes, habitantes de Lampedusa y Linosa, para con las asociaciones, los voluntarios y las fuerzas de seguridad, que han prestado y prestan atención a personas en su viaje hacia algo mejor. ¡Ustedes son una pequeña realidad, pero dan un ejemplo de solidaridad! ¡Gracias! Gracias también al Arzobispo Mons. Francisco Montenegro por su ayuda, su trabajo y su acompañamiento pastoral. Saludo cordialmente a la alcaldesa, la señora Giusi Nicolini: muchas gracias por lo que ha hecho y sigue haciendo. Quiero tener un recuerdo para los queridos inmigrantes musulmanes que esta tarde comienzan el ayuno del Ramadán, con el deseo de abundantes frutos espirituales. La Iglesia está a su lado en la búsqueda de una vida más digna para ustedes y para sus familias. A ustedes: (oshiá)!

Esta mañana, a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado, quisiera proponer algunas palabras que más que nada remuevan la conciencia de todos, nos hagan reflexionar y cambiar concretamente algunas actitudes.

“Adán, ¿dónde estás?”: es la primera pregunta que Dios dirige al hombre después del pecado. “¿Dónde estás, Adán?”. Y Adán es un hombre desorientado que ha perdido su puesto en la creación porque piensa que será poderoso, que podrá dominar todo, que será Dios. Y la armonía se rompe, el hombre se equivoca, y esto se repite también en la relación con el otro, que no es ya un hermano al que amar, sino simplemente alguien que molesta en mi vida, en mi bienestar. Y Dios hace la segunda pregunta: “Caín, ¿dónde está tu hermano?”.  El sueño de ser poderoso, de ser grande como Dios, en definitiva de ser Dios, lleva a una cadena de errores que es cadena de muerte, ¡lleva a derramar la sangre del hermano!

Estas dos preguntas de Dios resuenan también hoy, con toda su fuerza. Tantos de nosotros, me incluyo también yo, estamos desorientados, no estamos ya atentos al mundo en que vivimos, no nos preocupamos, no protegemos lo que Dios ha creado para todos y no somos capaces siquiera de cuidarnos los unos a los otros. Y cuando esta desorientación alcanza dimensiones mundiales, se llega a tragedias como ésta a la que hemos asistido.

“¿Dónde está tu hermano?”, la voz de su sangre grita hasta mí, dice Dios. Ésta no es una pregunta dirigida a otros, es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros. Esos hermanos y hermanas nuestras intentaban salir de situaciones difíciles para encontrar un poco de serenidad y de paz; buscaban un puesto mejor para ellos y para sus familias, pero han encontrado la muerte. ¡Cuántas veces quienes buscan estas cosas no encuentran comprensión, no encuentran acogida, no encuentran solidaridad! ¡Y sus voces llegan hasta Dios! Y una vez más les doy las gracias a ustedes, habitantes de Lampedusa, por su solidaridad. He escuchado, recientemente, a uno de estos hermanos. Antes de llegar aquí han pasado por las manos de los traficantes, aquellos que se aprovechan de la pobreza de los otros, esas personas para las que la pobreza de los otros es una fuente de lucro. ¡Cuánto han sufrido! Y algunos no han conseguido llegar.

“¿Dónde está tu hermano?”. ¿Quién es el responsable de esta sangre? En la literatura española hay una comedia de Lope de Vega que narra cómo los habitantes de la ciudad de Fuente Ovejuna matan al Gobernador porque es un tirano, y lo hacen de tal manera que no se sepa quién ha realizado la ejecución. Y cuando el juez del rey pregunta: “¿Quién ha matado al Gobernador?”, todos responden: “Fuente Ovejuna, Señor”. ¡Todos y ninguno! También hoy esta pregunta se impone con fuerza: ¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos y hermanas? ¡Ninguno! Todos respondemos igual: no he sido yo, yo no tengo nada que ver, serán otros, ciertamente yo no. Pero Dios nos pregunta a cada uno de nosotros: “¿Dónde está la sangre de tu hermano cuyo grito llega hasta mí?”. Hoy nadie en el mundo se siente responsable de esto; hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, de los que hablaba Jesús en la parábola del Buen Samaritano: vemos al hermano medio muerto al borde del camino, quizás pensamos “pobrecito”, y seguimos nuestro camino, no nos compete; y con eso nos quedamos tranquilos, nos sentimos en paz. La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles al grito de los otros, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bonitas, pero no son nada, son la ilusión de lo fútil, de lo provisional, que lleva a la indiferencia hacia los otros, o mejor, lleva a la globalización de la indiferencia. En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no tiene que ver con nosotros, no nos importa, no nos concierne!

Vuelve la figura del “Innominado” de Manzoni. La globalización de la indiferencia nos hace “innominados”, responsables anónimos y sin rostro.

“Adán, ¿dónde estás?”, “¿Dónde está tu hermano?”, son las preguntas que Dios hace al principio de la humanidad y que dirige también a todos los hombres de nuestro tiempo, también a nosotros. Pero me gustaría que nos hiciésemos una tercera pregunta: “¿Quién de nosotros ha llorado por este hecho y por hechos como éste?”.  ¿Quién ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas? ¿Quién ha llorado por esas personas que iban en la barca? ¿Por las madres jóvenes que llevaban a sus hijos? ¿Por estos hombres que deseaban algo para mantener a sus propias familias? Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia de llorar, de “sufrir con”: ¡la globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de llorar! En el Evangelio hemos escuchado el grito, el llanto, el gran lamento: “Es Raquel que llora por sus hijos… porque ya no viven”. Herodes sembró muerte para defender su propio bienestar, su propia pompa de jabón. Y esto se sigue repitiendo… Pidamos al Señor que quite lo que haya quedado de Herodes en nuestro corazón; pidamos al Señor la gracia de llorar por nuestra indiferencia, de llorar por la crueldad que hay en el mundo, en nosotros, también en aquellos que en el anonimato toman decisiones socio-económicas que hacen posibles dramas como éste. “¿Quién ha llorado?”. ¿Quién ha llorado hoy en el mundo?

Señor, en esta liturgia, que es una liturgia de penitencia, pedimos perdón por la indiferencia hacia tantos hermanos y hermanas, te pedimos, Padre, perdón por quien se ha acomodado y se ha cerrado en su propio bienestar que anestesia el corazón, te pedimos perdón por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que llevan a estos dramas. ¡Perdón, Señor!
Señor, que escuchemos también tus preguntas: “Adán, ¿dónde estás?”. “¿Dónde está la sangre de tu hermano?”.


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Tomado de

www.vatican.va

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