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196. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Jesús anuncia su glorificación por la muerte

 


P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


IX. JESÚS SUBE A JERUSALÉN PARA LA FIESTA DE LA PASCUA

DESDE LA ENTRADA TRIUNFAL DE JESÚS EN JERUSALÉN HASTA LA ÚLTIMA CENA 

(Fines de Marzo - Primeros de Abril, año 30)


JESÚS ENTRA EN EL TEMPLO DE JERUSALÉN

196.- JESÚS ANUNCIA SU GLORIFICACIÓN POR LA MUERTE

TEXTO

Juan 12,20-36

Había algunos griegos entre los que subían a adorar en la fiesta. Estos se dirigieron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaron: "Señor, que­remos ver a Jesús." Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe fue­ron a decírselo a Jesús. Jesús les respondió:

"Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre.

En verdad, en verdad os digo:

si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo;

pero si muere, da mucho fruto.

El que ama su vida, la pierde;

el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. El que me sirva, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor.

Al que me sirva, el Padre le honrará.

Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir?

¿Padre, líbrame en esta hora?

Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!

Padre, glorifica tu Nombre."

Vino entonces una voz del cielo: "Le he glorificado y de nuevo le glorifi­caré". La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno. Otros decían: "Le ha hablado un ángel." Jesús respondió:

"No ha venido esta voz por mí, sino por vosotros.

Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera.

Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí."

Decía esto para significar de qué muerte iba a morir. La gente respondió: "Nosotros sabemos por la Ley que el Cristo permanece para siempre. ¿Cómo dices tú que es preciso que el Hijo del hombre sea levantado? ¿Quién es ese Hijo del hombre?" Jesús les dijo:

"Todavía, por un poto de tiempo, está la luz entre vosotros. Caminad, mientras tenéis la luz, para que no os sorprendan las tinieblas; el que camina en tinieblas, no sabe a dónde va. Mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de Luz"

Dicho esto, se marchó Jesús y se ocultó a su vista.


INTRODUCCIÓN

Como indicábamos al final de la meditación anterior, es muy probable que Jesús pronunciase estas palabras de revelación antes de abandonar el Templo y salir para Betania. El motivo fue que se acercaron a él Felipe y Andrés y le comunicaron que había unos griegos que querían verle. Era frecuente que acudiesen también a la fiesta de la Pascua judía paganos, es decir, gente no judía, procedente de diversas regiones del Imperio, que sentían admiración por la religión judía y se consideraban como prosélitos.

En esta ocasión fueron unos griegos los que, entusiasmados con lo que habían visto en ese día de la actividad del Señor, sintieron deseos de co­nocerle personalmente y de dialogar con él. Habrían presenciado la ex­pulsión de los mercaderes del Templo, los milagros que había realizado, habrían oído algunas de sus enseñanzas, y brotó en ellos el deseo de co­nocer más personalmente al que los niños proclamaban Mesías, Hijo de David.

No conocemos si el Señor hizo que se acercaran a él y si mantuvo un diálogo con ellos. San Juan parece que de tal manera le impresionaron las palabras de revelación de Cristo que se olvida de los griegos y no nos dice nada más sobre ellos.

Podemos pensar que el Señor vio en esos griegos un símbolo de pueblos paganos acudiendo a él y recibiendo los frutos de su redención. Y con profunda emoción nos descubre el misterio de su muerte y de su gloria.


MEDITACIÓN

1) El hijo es glorificado a través de su muerte

El Señor comienza diciendo que "ha llegado la hora de que sea glorifica­do el Hijo del hombre."

Conocemos el sentido de título mesiánico que encerraba la autodenominación de Cristo como Hijo del hombre. (Cfr. Medit.12)

La "hora" de que habla Jesús se refiere, como en tantas otras oportunida­des, a la hora de su Pasión y de su Muerte. Toda la gloria del Hijo está en cumplir la voluntad de su Padre y consumar la obra redentora median­te el Sacrificio de la Cruz. Y la manifestación externa de esa gloria será su Resurrección y Ascensión a los Cielos.

Y para que no quede duda alguna de que la "hora" de su glorificación ha llegado, porque ya es inmediata su Pasión y su Muerte, pone el ejemplo del grano de trigo que tiene que morir y ser enterrado para que pueda producir fruto. Su Pasión y su Muerte son necesarias para que se dé la abundante cosecha de su redención. Todos los frutos de la redención de Cristo dimanan de su sacrificio en la cruz. Y Cristo es glorificado me­diante la humilla­ción y sacrificio de su Pasión y su Muerte. Y en esa glorificación del Hijo será también glorificado el Padre.

San Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, nos habla de esta gloria del Hijo y, a través suyo, de la gloria del Padre:

"El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, ha­ciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hom­bre; se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Je­sús es Señor para gloria de Dios Padre." (Phil. 2, 6-11)

2) Morir para vivir: Ley para todos los cristianos

Jesucristo, después de declarar que su gloria de Mesías y Redentor tiene que pasar por la humillación de la muerte, quiere enseñar una vez más a los apóstoles, y en ellos a todos los hombres, que todo aquel que quiera ser su discípulo tiene que imitarle a él muriendo a la vida de este mundo: "El que ama su vida la pierde; el que odia su vida en este mundo, la guardará para su vida eterna."

El Señor usa las mismas expresiones en otros discursos donde expone las exigencias para ser su discípulo y hemos explicado su sentido al meditar esos pasajes. (Cfr. Medit. 90)

El Señor una vez más insiste en la necesidad de que todo discípulo suyo tiene que morir al mundo y a todo lo que el mundo aprueba y alaba; tiene que morir a su egoísmo, a sus concupiscen­cias, a todo aquello que le pueda llevar al pecado. El cristiano, para llegar a la gloria de la vida eter­na, tiene que morir a toda esa vida de pecado, de placeres, riquezas y ho­nores mundanos. Ya en la tierra tiene que vivir anticipadamente la vida que viven los bienaventurados en el cielo, una vida de gracia, de filiación divina, de pureza y de ferviente caridad.

Y así, muriendo a la vida del mundo y del pecado, es como participará con Cristo en su obra redentora. El premio que le promete Cristo es la vida eterna, y concretamente añade dos aspectos de esa vida eterna: "El que me sirva, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Al que me sirva, el Padre le honrará."

Estar siempre con Jesús, por una eternidad, y ser amado, honrado por el Padre, son elementos constitutivos de la vida eterna. Premio tan grandio­so que en su comparación son nada todas las tribulaciones que podemos pasar en esta vida por ser fieles en el servicio al Señor.

Podemos hacer otra consideración profunda a propósito de las palabras del Señor. Aparece claro que para Cristo el momento culminante de su amor al Padre y a los hombres es el de su muerte en la Cruz. Y que esa muerte en la Cruz fue la que cosechó todos los frutos de la redención.

Cada cristiano debería hacer de su muerte lo que Cristo hizo de la suya. La muerte siempre será una gran humillación para el hombre. En la muerte el hombre se ve despojado de toda riqueza y placer terrestre; y siempre conlleva un sacrificio y dolor profundo. Es en esos momentos cuando el cristiano debe aceptar y ofrecer su muerte, unida a la de Cris­to, como un acto redentor de sus pecados y de los pecados de todos los hombres.

Y entonces también nuestra propia muerte será como ese grano de trigo que cae en la tierra y da mucho fruto. Amar la entre­ga de nuestra vida al Señor, amar la misma muerte como realidad que nos une a la muerte de Cristo y como supremo apostolado en nuestras vidas. Así es como el Se­ñor quiere que sea la muerte de todos sus discípulos.



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Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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3) Turbación de Cristo

Jesús sentía ya en su corazón inminente las angustias y sufrimien­tos de su Pasión. Y toda su humanidad se estremece.

Jesucristo es verdadero Dios, pero es también verdadero hombre y por tanto, como todo hombre, tiene una profunda sensibilidad ante el dolor y el sufrimiento. Esta escena podemos considerarla como un preludio de su Oración en el Huerto de Getsemaní, donde la angustia le llevó hasta derramar un sudor de sangre. El Señor no se avergüenza de manifestar su turbación: "Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir?, ¿Padre, lí­brame en esta hora? Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! Padre, glo­rifica tu Nombre."

Jesús deja que le invada la turbación y la angustia. Pero por encima de todos esos sentimientos está la voluntad del Padre, la glorificación del Padre. Para eso ha venido, para que el Nombre de Dios, es decir, Dios mismo, su Padre, sea glorificado a través de su muerte redentora. Por eso, de la misma manera que en la Oración del Huerto de Getsemaní, dirá: "Que se haga tu voluntad y no la mía". Aquí la oración de Cristo nos manifiesta su total sumisión al Padre y lo único que desea es que su Padre sea glorificado. Fortaleza admirable de Cristo que muestra su infi­nito amor al Padre.

4) La voz del Padre

Y se oyó una voz del cielo: "Lo he glorificado y lo glorificaré de nuevo." El Señor había pedido a su Padre que glorificase su Nombre. El "Nom­bre" se refiere al mismo Dios. La oración del Señor es clara; le pide a su Padre que manifieste su gloria por medio de su Hijo.

Y el Padre responde que su gloria ya ha sido manifestada en el Hijo. Las obras que ha realizado el Hijo, su predicación, su bondad y compasión con los pecadores, eran espléndidas manifestaciones de la gloria de su Padre. Y "de nuevo lo glorificaré". Ese futuro se refiere a la máxima glo­rificación que recibirá el Padre con la Pasión y Muerte de su Hijo, y con su futura Resurrección y Ascensión.

Esta vez el Padre es un gran consuelo para Jesús. Queda plenamente confirmada su misión de glorificar al Padre y contempla ya los frutos de esa glorificación en las palabras que el Padre le ha dirigido y lo mani­fiesta a la gente que le rodea: "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera. Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí."

El Señor contempla como un hecho ya presente los frutos de su humilla­ción y Pasión. El Príncipe de este mundo, Satanás, será arrojado para siempre a los infiernos; el mundo mismo será condenado, entendiendo aquí por mundo el mundo de todos aquellos que le rechacen y no quieran aceptar su redención; y lo más consolador, multitud de todos los pueblos y naciones vendrán a adorarle en la cruz, y para ellos será el triunfo defi­nitivo sobre la muerte, el pecado y Satanás.

Esta voz del cielo era como una garantía de la misión del Hijo, como lo fue en el Bautismo y en la Transfiguración. El Señor no necesitaba de esta garantía, pues él conocía desde siempre su venida del Padre y su misión redentora; por eso dice: "No ha venido esta voz por mí, sino por vosotros", por los que le estaban escuchando.

5) Diálogo de Jesús con el pueblo

La gente que le escuchaba entendió que Jesús hablaba de su propia muerte y quedó desconcertada pues le parecía que, según el testimonio de la Escritura, el Mesías debía permanecer para siempre; es por eso, que le preguntan: "Nosotros sabemos por la Ley que el Cristo permanece para siempre. ¿Cómo dices tú que es preciso que el Hijo del hombre sea levantado? ¿Quién es ese Hijo del hombre?".

Jesús no responde directamente a su pregunta. Sabía que estaban incapa­citados para entender el misterio de su Pasión y Muerte. Si ni siquiera los mismos apóstoles lo habían podido comprender.

Lo que les responde es una exhortación a que se aprovechen de la luz, que no era sino él mismo, mientras todavía brillaba entre ellos. Apartarse de esta luz sería caminar en tinieblas; acercarse a esta luz e iluminar la vida con ella, les convertiría en verdaderos hijos de la luz.

"Hijos de las tinieblas" significa hijos de la muerte, hijos de la condena­ción; "hijos de la luz" es lo opuesto. Gozarán de la salvación y poseerán para siempre la Vida Eterna.

Este es el sentido de las sentencias del Señor:

"Todavía, por un poco de tiempo, está la luz entre vosotros.

Caminad, mientras tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas; el que camina en tinieblas, no sabe a dónde va. Mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de la luz."

Con esta exhortación, el Señor concluye su enseñanza y su diálogo con la gente y se aparta de ella. Es ahora cuando sale camino de Betania.



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Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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