Páginas

188. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Petición de los hijos de Zebedeo

 



P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


IX. JESÚS SUBE A JERUSALEN PARA LA FIESTA DE LA PASCUA

DESDE LA ENTRADA TRIUNFAL DE JESUS EN JERUSALÉN HASTA LA ÚLTIMA CENA 

(Fines de Marzo - Primeros de Abril, año 30)

188.- PETICIÓN DE LOS HIJOS DE ZEBEDEO

TEXTOS

Mateo 20,20-28

Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para pedirle algo. El le dijo: "¿Qué quieres?" Dícele ella: "Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu Reino." Replicó Jesús: "No sabéis lo que pedís. ¿Po­déis beber el cáliz que yo voy a beber?" Dícenle: "Sí podemos." Díceles: "Mi cáliz, sí lo beberéis; pero, sentarse a mi derecha y a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino es para quienes está preparado por mi Pa­dre.

Al oír esto los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Más Je­sús los llamó y les dijo: "Sabéis que los jefes de las naciones las gobier­nan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor.

Y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo vuestro; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos."

Marcos 10,35-45

Se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen: "Maes­tro, queremos nos concedas lo que te pidamos." El les dijo: "¿Qué que­réis que os conceda?" Ellos le respondieron: Concédenos que nos sente­mos en tu gloria, el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda." Jesús les dijo: "No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?" Ellos le contestaron: "Sí, podemos."

Jesús les dijo: "El cáliz que yo voy a beber, sí lo beberéis y también se­réis bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado; pero, sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado."

Al oír esto los otros diez empezaron a indignarse contra Santiago y Juan. Jesús, llamándoles, les dice: "Sabéis que los que son tenidos por jefes de las naciones, las gobiernan como señores absolutos y los grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros; sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tam­poco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate de muchos."

INTRODUCCIÓN

Los apóstoles no habían entendido el misterio de la Pasión y Muerte de Jesús; sin embargo, creían que llegaría a triunfar y a establecer el Reino que predicaba. El Señor, al final del anuncio de su Pasión, que conside­ramos en la meditación anterior, había dicho que resucitaría al tercer día. Y esta promesa de Resurrección y Gloria del Señor es lo que mueve a dos de los apóstoles, a Santiago y Juan, a pedirle el supremo privilegio de estar sentados a su derecha y a su izquierda en su Reino. Petición que nacía de un corazón ambicioso, que no había comprendido nada de las enseñanzas del Señor sobre la humildad y sobre la naturaleza espiritual de su Reino. Tampoco habían entendido cuando el Señor acusaba a los escribas y fariseos de buscar los primeros puestos.

En Mateo, es la madre de los hijos de Zebedeo la que presenta la petición al Señor; en Marcos, son los mismos hijos de Zebedeo los que hacen la petición. Quizá, la petición fuese echa por la madre, pero a instigación de los hijos. De hecho, cuando el Señor conteste el ruego que se le hacía, se dirigirá exclusivamente a Santiago y Juan, y no a la madre.

MEDITACIÓN

1) La respuesta de Jesús

La respuesta de Jesús debió desconcertar a los dos apóstoles, Santiago y Juan. El Señor les dice: "No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?"

Santiago y Juan no entendieron a cabalidad el profundo contenido de la respuesta del Señor; pero, de alguna manera, comprendieron que el se­guimiento a Cristo incluía tener que pasar muchas adversidades. El Se­ñor se refería si estaban dispuestos a participar con él en el cáliz de su Pasión y ser bautizados con un bautismo de sangre, como él mismo iba a ser bautizado. El Señor, sin saberlo ellos, estaba profetizando el martirio de Santiago y las grandes persecuciones y tormentos que tendría que su­frir Juan.

Si la pregunta de Santiago y Juan mostraba que su corazón ansiaba hono­res y glorias mundanas, su respuesta era clara señal de que, a pesar de sus ambiciones, sentían un gran amor por el Señor.

No dudan en responderle que sí están dispuestos. Eran débi­les, imperfec­tos, pero valoraban por encima de todo el seguimiento al Señor; creían en él, le amaban, y querían seguirle aunque fuese por un camino de per­secuciones y sufrimiento.

Al escuchar la respuesta el Señor sentiría una gran alegría. Nadie como él conoce el corazón de los hombres, y sabía que la respuesta de sus apóstoles era sincera; conocía sus imperfec­cio­nes, sus debilidades, el es­cándalo que iban a sufrir con su Pasión; pero con visión profética cono­cía también que un día, después de haber trabajado con una entrega total a él y a su Reino, morirían mártires, testigos de su amor en el mundo. Y el Señor les confirma que sí, que beberán su cáliz y serán bautizados en su propia sangre.

La segunda parte de la respuesta del Señor encierra también una ense­ñanza muy importante. Les dice: "Sentarse a mi derecha y a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino para quienes está preparado por mi Padre."

El sacerdocio, el episcopado, el papado, que son los grados distintos de la jerarquía de la Iglesia, Reino de Dios, nunca deben ser causa de ambi­ciones humanas, de honores, de privilegios; el acceder a esos puestos de la jerarquía se debe exclusivamente a la vocación divina, al llamado que Dios hace a algunos para que sean sus representantes en la tierra y pue­dan, con su gracia, enseñar, santificar y regir al Pueblo de Dios. Cristo no ha designado a sus apóstoles motivado por preferencias humanas; re­cordemos que cuando eligió a los Doce, se nos dice en el Evangelio que pasó toda la noche anterior en oración a su Padre. (Lc 6,12)

Y la finalidad del tal llamamiento la concretiza el Señor en esta frase: "Para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, con poder de expulsar los demonios." (Mc 3, 14)

No se trata, pues, de honras humanas, sino de servicio totalmente desin­teresado en bien de los hombres. Sólo después de Pentecostés entende­rán los apóstoles estas enseñanzas del Señor, y toda su vida apostólica será un ejemplo de esta actitud de servicio que llegará hasta el sacrificio de sus vidas.

2) Reacción de los otros diez apóstoles y enseñanza de Jesús

Los otros diez apóstoles, que habían oído la petición que Santiago y Juan hicieron al Señor, se sienten como ofendidos, y brota en ellos la envidia y hasta la cólera contra aquéllos. Reacción muy humana, pero muy poco evangélica. El Evangelio no nos oculta las muchas imperfecciones que tuvieron los apóstoles antes de Pentecostés. El Señor las conocía, pero con una gran paciencia y condescendencia se esfuerza en enseñarles su doctrina de salvación.

El Señor no les reprende directamente ni muestra para con ellos una ac­titud de intolerancia, sino que aprovecha este incidente para darles a ellos y al mundo entero una de las lecciones más maravillosas de todo el Evangelio, que, si se cumpliese, el mundo cambiaría totalmente.

Primero pone el ejemplo de los que gozan de autoridad en la tierra, los poderosos y jefes de los pueblos. Ellos se aprovechan de su autoridad para abusar de sus súbditos en beneficio propio. Y a continuación añade el Señor: "No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor; y el que quiera ser el pri­mero entre vosotros, será su servidor."

Es la definición más sublime de autoridad que se ha dado a través de toda la historia. La autoridad es puro servicio, es hacerse siervo, criado de todos. Es el privilegio de poder servir a los demás, y no de servirse del cargo para sus propios intereses explotando a los demás. El mundo ente­ro se transformaría en un mundo de paz y solidaridad, si se cumpliese con esta enseñanza de Cristo.

Y lo que dice el Señor no se refiere solamente a la autoridad religiosa, sino que tiene valor para toda otra autoridad, autoridad civil, autoridad militar, autoridad familiar.

3) Ejemplo de Cristo

Al final de esta escena, el Señor se presenta a sí mismo como el verdade­ro servidor de todos los hombres:

"De la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir, a dar la vida en rescate de muchos."

El modelo que deben imitar cuantos son llamados a participar de la auto­ridad en la Iglesia y en cualquier sociedad es el mismo Cristo. Cristo, la suprema autoridad del mundo: "Todo poder se me ha dado en el cielo y en la tierra" (Mt 28, 18), puso toda su autoridad al servicio del hombre hasta entregar su vida por la redención de la humanidad. Cristo jamás buscó privilegios para sí ni procuró su propio interés en el desempeño de su autoridad. Se hizo el siervo de todos y sacrificó su honra, su cuerpo, su vida entera por el bien de los hombres. Sólo por ser verdadero Dios pudo llegar hasta el extremo de despojarse totalmente de sí en el sacrifi­cio de la Cruz, para enriquecer con los bienes de la redención y salvación a todos los hombres. Supone tal infinitud de amor y de desprendimiento, que sólo siendo Dios pudo Cristo ejercer esa autoridad con la perfección máxima que nos muestra. Verdaderamente, Cristo es verdadero hombre y verdadero Dios.

Notemos que la palabra "rescate" que usa el Señor es una manera metafórica de hablar. La palabra "rescate" significa el precio que había que pagar para dar libertad a un esclavo; Jesucristo con su muerte nos li­bera de la esclavitud de la muerte y del pecado, y compara su muerte con el precio que había que dar para liberar a los esclavos y cautivos. Y la palabra "muchos" no hay que entenderla en sentido restringido, como si el Señor no hubiera muerto por todos. La palabra original griega "polloi", que se traduce aquí por "muchos", tiene muy frecuentemente el sentido de totalidad, todos. Cristo ofrece su salvación a todos. Ha muerto en la Cruz por todos los hombres.


...


Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


Volver al índice de la serie AQUÍ


Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.









No hay comentarios:

Publicar un comentario