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175. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Resurrección de Lázaro


 

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


VIII. JESÚS EN PEREA

(Diciembre año 29 - Abril año 30)

175.- RESURRECCIÓN DE LÁZARO

TEXTO

Juan 11,1-44

Cierto hombre llamado Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su her­mana Marta, estaba enfermo. María era la que ungió al Señor con perfu­mes y le secó los pies con sus cabellos; su hermano Lázaro era el enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: "Señor, aquel a quien amas, está enfermo." Al oírlo Jesús, dijo: "Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella." Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro.

Enterado de su enfermedad, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba. Al cabo de ellos, dice a sus discípulos: "Volvamos a Judea." Le dicen los discípulos: "Rabbí, con que hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y vuelves allí?" Jesús respondió: "¿No son doce las horas del día? Si uno anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si uno anda de noche, tropieza, porque le falta la luz." Dijo esto y añadió: "Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle. Le dijeron los dis­cípulos: "Señor, si duerme, se curará." Jesús lo había dicho de su muerte, pero ellos creyeron que hablaba del descanso del sueño. Entonces Jesús les dijo abiertamente: "Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis. Pero vayamos donde él." Entonces To­más, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: "Vayamos también nosotros a morir con él." Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Distaba Betania de Jerusalén unos quince estadios. Habían venido muchos judíos a casa de María y Marta para consolarlas por su hermano. Cuando Marta supo que había venido Je­sús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa. Dijo Marta a Jesús: "Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, te lo concederá."

Le dice Jesús: "Tu hermano resucitará." "Ya sé, -le respondió Marta-, que resucitará el último día, en la resurrección." Jesús le respondió:

"Yo soy la resurrección y la vida.

El que cree en mí, aunque muera, vivirá;

Y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás.

¿Crees esto?"

Le dice ella: "Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo."

Dicho esto, fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: "El Maestro está ahí y te llama." Al oírlo ella, se levantó rápi­damen­te, y se fue donde a. Pues todavía Jesús no había llegado al pueblo; sino que seguía en el lu­gar donde Marta le había encontrado. Los judíos que estaban con María en casa consolándola, al ver que se levantaba rápidamente y salía, la siguie­ron pensando que iba al sepulcro para llorar allí.

Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo: señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto." Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo: "¿Dónde le habéis puesto?" Le res­ponden: "Señor, ven y lo verás". Jesús se echó a llorar. Los judíos enton­es decían: "Mirad cómo le quería." Pero algunos de ellos dijeron: "Este, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que ese hombre no muriera?" Jesús se conmovió de nuevo en su interior y fue al sepulcro, que era una cueva, con la piedra encima. Dice Jesús: "Quitad la piedra." Le responde Marta: "Señor, ya huele; es el cuarto día." Le dice Jesús: "¿No he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?" Quitaron, pues la pie­dra. Entonces Jesús levantó los ojos y dijo:

"Padre, te doy gracias por haberme escuchado.

Ya sabía que tú siempre me escuchas;

pero lo he dicho por éstos que me rodean,

para que crean que tú me has enviado."

 

Dicho esto, gritó con fuerte voz: "¡Lázaro, sal fuera!"

Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice: "Desatadle y dejadle andar."


INTRODUCCIÓN

Betania era una ciudad pequeña, distante tres kilómetros de Jerusalén, que se asentaba a los pies de la vertiente oriental del Monte de los Olivos. Pa­rece que estaba rodeada de fresca vegetación, y en los alrededores de la ciudad se daban algarrobos, almendros, olivos, higueras. Ciudad agrada­ble para habitar.

Los Evangelios nos ofrecen algunos detalles de la familia de Lázaro.

Eran tres hermanos, Marta, María y Lázaro; por sus muchas y buenas re­laciones con personas de Jerusalén de buena posición social, podemos pensar que era una familia acomodada, de holgada situación económica.

Los tres hermanos eran muy buenos amigos de Jesús. No conocemos el co­mienzo de esa amistad, pero se nos dice que Jesús solía retirarse a descan­sar en casa de estos buenos amigos cuando iba a Jerusalén y tenía que per­manecer en la capital por varios días. Por las noches salía de Jerusalén con sus discípulos y se encaminaba a Betania. Con la amistad de los tres her­manos descansaría también de todas las intrigas de los fariseos y escribas.

(Cfr. también las escenas de "Marta y María" (Lc 10, 38-42) y "La unción a Cristo por parte de María" (Jn 12, 1-11)

La resurrección de Lázaro se considera el mayor milagro de todos los rea­lizados por Jesús. Con sólo su palabra hace resucitar, volver a la vida a un muerto de cuatro días, que ya huele mal y está enterrado. Este solo mila­gro bastaría para afianzar nuestra fe en el Señor.

MEDITACIÓN

1) Mensaje de las hermanas de Lázaro al Señor

Lázaro estaba enfermo y se iba agravando. Hay pocas esperanzas de sanación. Sus hermanas saben del amor que Jesús le profesa, y están cier­tas de que, enterado Jesús de su enferme­dad, vendrá a visitarle y con su poder le concederá la curación. Se nos habla expresamente del amor que Jesús profesaba a toda la familia: "Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro."

Y el mensaje que las hermanas enviaban al Señor es de una gran fe y con­fianza en él. No le piden expresamente nada, sólo le indican "aquel a quien amas está enfermo." Fiadas de ese amor, saben que es suficiente que el señor conozca la peligrosa situación en que se encuentra Lázaro para que venga en su ayuda.

Oración que debería ser ejemplo de nuestras oraciones al Señor.

Si tuviésemos la fe y confianza que tenían Marta y María, nos bastaría dia­logar con el Señor presentándoles nuestras miserias y necesidades. Si tuviésemos la experiencia que estas hermanas tenían del amor de Jesús a ellas y su hermano, estaríamos también completamente seguros de que el Señor curaría nuestras miserias y acudiría a socorrer nuestras necesidades. Lo que nos falta es profundizar en la experiencia del amor que Jesús nos tiene.

Así fue también la oración de María a su Hijo en las bodas de Caná: "No tienen vino". No le pide expresamente el milagro, sino sólo le presenta la necesidad de esos novios, que se verían avergonzados y humillados si en su fiesta de bodas faltase el vino. María conoce mejor que nadie el cora­zón de su Hijo, y sabe que sus palabras son una oración que será escucha­da por su Hijo. Y efectivamente así fue, el Señor realizó el milagro.

2) Respuesta de Jesús

La primera parte de la respuesta de Jesús será interpretada por los mensa­jeros y por los mismos apóstoles como que Lázaro no moriría de esa en­fermedad, que sanaría: "Esta enfermedad no es de muerte." Sin embargo, el Señor se estaba refiriendo a que Lázaro volvería a la vida después de su muerte.

Y, refiriéndose a ese milagro tan extraordinario que iba a realizar, el Señor nos descubre lo que hay de más profundo en toda su vida, y que es el mó­vil de toda su conducta: Buscar siempre la gloria del Padre. Por medio de ese milagro el Señor mostrará su omnipotencia y su gran bondad; mostra­rá que es el Hijo enviado del Padre que tiene poder sobre la vida y la muerte. Y es así como el Padre será glorificado en el Hijo. Reconocer a Cristo como el Hijo de Dios, el enviado del Padre, es, ciertamente, glorifi­car al Hijo, pero en esta glorificación del Hijo está la verdadera gloria del Padre: "Esta enfermedad no es de muerte; es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella."

Y el Señor parece desconcertar a los que le habían traído el mensaje de las hermanas. Ellos creerían que el Señor se pondría en seguida en camino para ir donde Lázaro. Pero "enterado de la enfermedad, permaneció dos días en el lugar donde se encontraba." En la Providencia de Dios entraba que Lázaro muriese, fuese enterrado; que acudiese mucha gente de Jeru­salén a consolar a sus hermanas. En medio de aquella multitud, Jesús obraría el milagro que manifestaría su gloria y la gloria del Padre.

Debemos confiar siempre en los caminos que Dios tenga para nosotros, aunque no los entendamos y parezca que son contrarios a nuestras peticio­nes.

3) Diálogo de Jesús con los discípulos

Ha llegado el momento en que Jesús se ponga en camino hacia Betania. Han pasado ya dos días desde el anuncio de su enfermedad y Lázaro ha muerto y ha sido enterrado. Y comunica su decisión a los apóstoles. Estos se acuerdan de la ida del Maestro a Jerusalén a la fiesta de la Dedicación y cómo durante esta fiesta los judíos habían querido matarle apedreándole. Los apóstoles temen por la vida de su maestro, si vuelve a las cercanías de Jerusalén, y temen también por su propia vida. Y como si el Señor no co­nociera los peligros, los apóstoles le aconsejan que desista de ir a Betania.

La respuesta de Jesús quiere indicarles que no tienen que tener miedo, pues su "hora" no ha llegado, la hora "del poder de las tinieblas". Esto es lo que significan sus palabras al decirles que el que anda de día, con la luz, no tropieza; pero sí el que anda de noche, sin luz. Para Jesús todavía es de día en su vida; no ha llegado la noche. No hay que temer. Los apóstoles no entendieron lo que Jesús les decía.

El Señor insiste en que tiene que ir a Betania, y da la razón: "Nuestro ami­go Lázaro duerme". Los apóstoles ven en estas palabras del Señor una ra­zón suficiente para que no vaya a Betania. Un sueño tranquilo en una en­fermedad se consideraba como señal de mejoría. Por lo tanto, le dan a en­tender al Señor que, si Lázaro está mejorando en su salud, no tiene por qué ir a visitarle.

El Señor ahora les dice ya claramente. "Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis; pero vayamos a donde él está.

Ante la decisión del Señor no quedaba otra alternativa a los apóstoles que abandonarle en su viaje a Betania, o seguirle. No lo dudan, temen que van a la muerte, pero su amor al Señor es sincero. Tomás expresa el senti­miento que habría en el corazón de todos ellos: "Vayamos también noso­tros a morir con él."

Cuando llegue la hora de la Pasión del Señor le abandonarán por la gran debilidad humana de no poder comprender el misterio del Hijo de Dios, del verdadero Mesías, humillado y clavado en una cruz. Con su resurrec­ción Cristo incendiará en su amor el corazón de los apóstoles que, desde entonces hasta su muerte martirial, le seguirán con toda fidelidad.

4) Marta sale al encuentro de Jesús

Al acercarse Jesús a Betania, la gente, que iba y venía de la casa de las hermanas con motivo de la muerte de su hermano, le reconoció y avisaron inmediatamente a Marta que Jesús estaba llegando. Marta, impulsiva por temperamento, no espera tranquila su llegada, sino que se apresura y sale a su encuentro.

Las primeras palabras que Marta le dirige al Señor muestran una cierta frustración con respecto a él: Implícitamente le está preguntando al Señor, con cierta amargura, el porqué de su tardanza.

Pero la fe de Marta en la bondad y en el poder de Jesús es muy profunda, y a continuación añade: "Aun ahora, yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá." Parece que Marta insinúa al Señor que con su poder vuelva a la vida a su hermano. Insinuación bien atrevida, pero que nace de su corazón lleno de fe y amor al Señor; y el Señor en su respuesta le da a entender que ha comprendido muy bien su petición y que la acoge: "Tu hermano resucitará."

Para Marta la palabra "resucitará" es ambigua. No comprende que el Señor haya aceptado su petición, y cree que su respuesta se refiere a la resu­rrección al final de los tiempos, en la que ella tenía fe. Pero, de momento, esa resurrección al final de los tiempos no aliviaba el dolor que sentía por pérdida de su hermano.

Marta, entonces, sólo pensaba en la muerte temporal de su hermano y pa­reciera que no diese gran importancia a la resurrec­ción final. El Señor le va a conceder el gran milagro de devolver la vida a su hermano; pero quie­re purificar la fe de Marta, quiere que llegue a comprender el misterio pro­fundo de su persona como fuente de toda vida y la gran alegría que deben tener todos aquellos que creen en él, pues ninguno de ellos verá la muerte. Una de las más maravillosas autorrevelaciones de Cristo y de mayor con­suelo para todos los cristianos:

"Yo soy la resurrección y la vida.

El que cree en mí, aunque muera, vivirá;

y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás."

Jesucristo le revela a Marta que lo verdaderamente transcen­den­tal no es la muerte temporal por la que han de pasar todos los hombres, ni siquiera es transcendental que devuelva la vida a su hermano Lázaro, esta vida terrena, que volverá a perder. Lo importante, lo decisivo, es que crea en él con todo su corazón. A todo el que crea en él, Jesús promete la resurrec­ción del cuerpo y la vida eterna, vida de felicidad y gloria que no terminará jamás.

Y el Señor quiere que Marta haga explícitamente este acto de fe en su per­sona y en su testimonio. Marta ya creía en el Señor, pero ahora, iluminada por las palabras de Cristo y por la gracia interior que actuaba en su cora­zón, ante la pregunta del Señor: "¿Crees esto?", ella responde con el mis­mo acto de fe que pronun­cia­ra Pedro en Cesarea de Filipo: "Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo."

Marta debió de sentir una gran felicidad al proclamar, movida por la gra­cia de Dios, su fe profunda en Jesucristo como el verdadero Mesías y el Hijo de Dios; y debió sentir la seguridad de que ella participaría de las promesas hechas por Cristo para todo el que creyese en él. Con esta gran alegría, y queriendo hacer partícipe a su hermana, va donde ella y le dice que el Señor ha venido y quiere verla, que la llama.

5) Encuentro de María con Jesús

Jesucristo ha mostrado toda su Divinidad ante Marta. Ante María quiere mostrar que, si es verdadero Dios, es también verdadero hombre y tiene un corazón humano que sabe compartir las lágrimas y sufrimientos huma­nos.

Jesús se siente conmovido ante las lágrimas de María y de aquellos ínti­mos suyos que le acompañaban. El Señor comprende el sufrimiento hu­mano y, concretamente en este caso, el dolor humano que produce la pér­dida de un ser querido.

El Señor sabe que la fe profunda en él será el gran consuelo que tendrán todos sus discípulos en sus adversidades, sufrimientos y desgracias; pero conoce también que mientras vivimos en esta tierra esa gran fe, por pro­funda que sea, no quita el sufrimiento ni los sentimientos de dolor y de pena. Oración muy agradable al Señor será derramar nuestras lágrimas en su presencia, sabiendo que él nos comprende y comparte con nosotros nuestros dolores y sufrimientos. Admirable Corazón Divino de Jesús que vive también las ternuras del corazón humano.

6) El Milagro

Llega el momento en que el Hijo va a ser glorificado, y por medio de él es el Padre quien es también glorificado. Ahora se va a hacer realidad lo que el Señor había anunciado: "Esta enfermedad es para gloria de Dios."

El Señor se dirige al lugar donde Lázaro había sido enterrado.

El enterramiento en aquella época solía ser una cavidad excavada en la roca. Una gran piedra cerraba la entrada. El interior era una sala rectangu­lar; en ella había como mesas grandes de piedra o mármol donde encima se depositaban los cadáveres envueltos con toda clase de sustancias aro­máticas. Sábanas cubrían todo el cuerpo.

El Señor manda que quiten la piedra. Marta, que quizá ya no pensaba en la resurrección temporal de su hermano, no obstante haber escuchado la revelación transcendental de Cristo de que él es la "Resurrección y la Vida", le dice: "Señor, ya huele; es el cuarto día."

Jesús le responde: "¿No te dije que, si crees, verás la gloria de Dios?"

Levantaron la piedra y la pusieron a un lado. Jesús, levantando los ojos al cielo, pronuncia una oración a su Padre antes de realizar el milagro: "Padre, gracias te doy por haberme escuchado. Ya sabía que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por éstos que me rodean, para que crean que tú me has enviado."

En esta oración Jesús manifiesta de modo clarísimo su filiación divina y la profunda e íntima relación que tiene con su Padre.

Siempre está en comunicación con su Padre y su Padre está en continua escucha del Hijo. Y el milagro que va a realizar es la prueba evidente de que participa del mismo poder del Padre, y ha de ser motivo para que to­dos los que presencien el milagro crean en él, el Hijo de Dios, el Enviado del Padre. Es así como será glorificado el Padre.

Dicha la oración, Jesús, con su voz omnipotente, exclama: "¡Lázaro, sal fuera!". Y el que estaba muerto, sale atado con las vendas, y el rostro en­vuelto en un sudario. Jesús manda ahora que lo desaten y que le dejen ca­minar.

El Evangelio no nos narra las reacciones del mismo Lázaro y sus herma­nas, ni las reacciones de los judíos que estaban allí presen­tes. Pareciera como si quisiera darnos a entender que ante esa teofanía del infinito poder y la infinita bondad del Señor, no había lugar sino al silencio más profundo de anonadamiento, adoración y agradecimiento al Señor.

Milagro el más espectacular de Cristo y que nos simboliza la plena victo­ria sobre la muerte. Milagro que debe llevar a todos los hombres de buena voluntad a la fe inconmovible en Cristo, como Señor de la Vida y de la Muerte, como la Resurrección y la Vida para todos los que le acojan y crean en él.



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.




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