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114. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - La confesión de Pedro


  

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


IV. JESÚS REGRESA A GALILEA Y MARCHA A TIERRAS DE PAGANOS PASA DE NUEVO POR GALILEA

PASA DE NUEVO POR GALILEA

(Junio - Setiembre, año 29)


114.- LA CONFESIÓN DE PEDRO

TEXTOS

Mateo 16, 13-17

Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?". Ellos le dijeron: "Unos, que Juan Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas." Díceles: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?". Simón Pedro le contestó: "Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios Vivo".

Tomando entonces la palabra Jesús, le respondió: "Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos."

Marcos 8, 27-30

Salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: "¿Quién dicen los hom­bres que soy yo?". Ellos le dijeron: "Unos, que Juan Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas." El, entonces, les preguntó: "Y voso­tros, ¿quién decís que soy yo?". Pedro le contesto: "Tu eres el Cristo". Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de él.

Lucas 9, 18-21

Mientras él estaba orando a solas, se hallaban con él los discípulos y él les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?". Ellos les respondieron: "Unos, que Juan Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas antiguos, que ha resucitado". Les dijo: "'Y vosotros ¿quién decís que soy yo?". Pedro le contestó: "El Cristo de Dios". Pero les mando enérgicamen­te que no dijeran esto a nadie.

INTRODUCCIÓN

De Betsaida se encaminó el Señor hacia Cesarea de Filipo, distante unos cuarenta kilómetros. El Señor a lo largo del Jordán se dirigió hacia la re­gión del pequeño lago "El-Hule". Esta región se va dilatando hacia el nor­te hasta llegar a las faldas del majestuoso monte Hermón. A los pies de esta montaña, junto a las fuentes del río sagrado, se asentaba la ciudad de Cesarea de Filipo. Dicha ciudad había sido fundada por el tetrarca Filipo, dándole el nombre de Cesarea, en honor del emperador Augusto. En la misma ciudad de Cesarea de Filipo o en el camino yendo hacia allá tiene lugar la escena de la confesión de Pedro.

MEDITACIÓN

1) Oración del Señor

San Lucas es quien nos da este detalle de gran importancia. El Señor se había retirado a orar a solas con su Padre. Conocemos ya esta costumbre del Señor; pero de manera muy especial se nos habla de la oración del Se­ñor en momentos transcendentales de su vida. (Cfr. med. 20)

Momento muy importante para la vida apostólica de Cristo es el que se nos describe en esta escena. La confesión de Pedro definirá la esencia de la fe cristiana: la fe en la divinidad de Cristo. Y a continuación será la promesa de Cristo de fundar la Iglesia sobre Pedro=Roca. Y Cristo se pre­para a estos acontecimientos con profunda y larga oración a su Padre. Fru­to de esta oración de Cristo será la revelación que haga el Padre a Simón sobre Cristo, Hijo de Dios. Toda la actividad apostólica de Cristo será fru­to de su comunicación con el Padre.

Después de las enseñanzas y el ejemplo de Cristo, la oración será para to­dos los cristianos el alma de su misma vida espiritual y el alma de todo apostolado.

2) ¿Qué dicen los hombres que soy yo?"

Esta pregunta que hace el Señor a sus discípulos es una manera de hacer­les reflexionar sobre la identidad de su persona. Es una pregunta secunda­ria que va a introducir la pregunta fundamental sobre lo que ellos mismos piensan del Señor.

La respuesta de los apóstoles nos es ya conocida por otros pasajes y res­ponde a la mentalidad judía de aquella época. Según una mala interpreta­ción de un texto de Malaquías, muchos creían que el profeta Elías tenía que volver antes de la próxima aparición del Mesías (Cfr. explicación dada en la med. 57, n. 1)

Según una tradición, el profeta Jeremías había escondido, antes de partir de Jerusalén al exilio, el altar del templo. Y algunos creían que cuando se restaurase de nuevo el culto a Yahvé, vendría de nuevo Jeremías para des­cubrir el lugar donde había escondido el altar del templo y otros objetos sagrados.

Bajo la influencia de Herodes y los herodianos, otros sospechaban que se­ría el mismo Juan Bautista que había vuelto a la vida. El temor y remordi­miento que sentía Herodes ante la muerte del Bautista, le hicieron conce­bir esa extraña idea de su reaparición.

Otros, finalmente, creían que se trataba de un profeta más al estilo de los profetas del Antiguo Testamento.

Los prejuicios que tenían sobre lo que había de ser el Mesías prometido por Yahvé les llevaba a no poder reconocer en el Señor al verdadero Mesías. Ellos defendían la concepción de un Mesías terreno, político, de poderío humano que había de restablecer a Israel en todo su esplendor de nación poderosa y única en el mundo. Tal concepción no podía aplicarse a Cristo de ninguna manera.

¡Cuántas veces los prejuicios humanos impiden reconocer al Señor y acep­tar sus enseñanzas!

3) Confesión de Pedro

Jesús después de escuchar la respuesta de sus apóstoles sobre lo que la gente pensaba de él, se dirige ahora directamente a ellos para conocer lo que ellos mismos piensan de él.

Apenas hubo dirigido el Señor esta pregunta a sus apóstoles, Simón, con su vehemencia y espontaneidad de siempre, se adelanta a los demás y pro­clama "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo."

Según San Mateo, Pedro no confiesa sólo la mesianidad del Señor. Cristo significa, el Ungido, el Mesías. Pedro confiesa aquí también la propia y original filiación divina de Jesús, es decir, su propia divinidad. Y la res­puesta del Señor llamándole "bienaventurado" y diciéndole que ha sido una gracia que le ha concedido el Padre para confesar y manifestar esa fe, es una prueba evidente de que lo que Pedro confesó fue la misma divini­dad de Cristo, su naturaleza divina.

Esta fue la gloria y la bienaventuranza de Pedro, el haber sido elegido por el Padre para proclamar el misterio central de nuestra fe cristiana, que des­de entonces se proclama a todos; los hombres hasta el final de los siglos.

Juan Pablo II nos exhorta a mantener siempre viva esta fe: "Hemos, pues, de confesar a Cristo ante la historia y ante el mundo con convicción pro­funda, sentida, vivida, como lo confesó Pedro: 'Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo'. Esta es la Buena Noticia, en un cierto sentido, única: La Iglesia vive por ella y para ella, así como saca de ella todo lo que tiene para ofrecer a los hombres, sin distinción alguna de nación, cultura, raza, tiempo, edad o condición... Este es el único Evangelio y 'aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciase otro evangelio distinto, ¡sea anatema!', como escribía con palabras bien claras San Pablo (Gal 1, 6)" (Discurso del Papa en la apertura de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Puebla, 1979).

Tenemos que dar infinitas gracias al Señor, porque él también nos ha he­cho partícipes de la revelación del Padre a Simón.



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.




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