Páginas

84. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Jesús es rechazado en Nazaret


P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


II MINISTERIO DE JESÚS EN GALILEA

(Mayo 28 - Mayo 29)


E. ULTERIOR MINISTERIO EN GALILEA: HASTA LA FIESTA DE PENTECOSTES

(Hasta fines de mayo del Año 29)


84.- JESÚS ES RECHAZADO EN NAZARET

TEXTOS

Mateo 13,53-58

Cuando Jesús acabó estas parábolas partió de allí y, viniendo a su tierra, les enseñaba en su sinagoga, de tal manera que decían maravillados: "¿De dón­de le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del car­pintero? ¿No se llama su Madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas ¿no están todas entre nosotros? Entonces, ¿de dónde le viene todo esto?" Y se escandalizaban a causa de él. Mas Je­sús dijo: "Un profeta sólo en su tierra y en su casa caree de prestigio. " Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe.

Marcos 6,1-6

Se marchó de allí y vino a su tierra, y sus discípulos le acompañaban. Cuan­do llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: "¿De dónde le viene esto? y ¿Qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el hijo del carpintero, el hijo de María, y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?". Y se es­candalizaron a causa de él. Jesús les dijo: "Un profeta sólo en su tierra, entre sus parientes, y en su casa carece de prestigio". Y no pudo hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos, a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se maravilló de su falta de fe.

Lucas 4, 16-30

Vino a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la si­nagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías, y desarrollando el volumen, halló el pasaje donde es­taba escrito:

"El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungi­do. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos, y proclamar un año de gracia del Señor."

Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga to­dos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: "Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy." Y todos daban testimonio de las palabras llenas de gracia que salían de su boca. Y decían: "¿No es éste el hijo de José?". El les dijo: "Seguramente me vais a decir el refrán: "Médico, cúrate a ti mismo. Todo lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm, ha­zlo también aquí en tu tierra". Y añadió: "En verdad os digo que ningún pro­feta es bien recibido en su tierra." Os digo de verdad: "Muchas viudas ha­bía en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel cuando el profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio." Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una al­tura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó.


INTRODUCCIÓN

En realidad, no sabemos si Jesús visitó varias veces su ciudad de Nazaret, o si fue sólo una vez, la que nos narran los tres Evangelistas. Hay razones para defender ambas opiniones. Parece que las narraciones de Mateo y Marcos difieren tanto con la narración de Lucas, que los dos primeros narran una vi­sita a su ciudad, anterior a la que narra Lucas. Otros, sin embargo, opinan que el hecho que narra es el mismo, pero que los dos primeros omiten el des­enlace final de la agresión contra Jesús, y no explican el contenido de la predicación de Cristo.

En los tres Evangelistas sí se señala el recelo que tenían los de Nazaret con respecto a Jesús. Todos le habían conocido como un joven más, sin nada ex­traordinario durante sus treinta años de permanencia allí. Además, podían considerarse como si estuviesen postergados por Jesús, al elegir Cafarnaúm como el lugar de su residencia y donde obró muchos milagros.

Es en este pasaje donde se nos habla con más detalle sobre los hermanos y hermanas de Jesús. El era conocido por todos como el hijo del carpintero José y de María. Ya hemos oído hablar de los hermanos de Jesús en otros pasajes, pero en ellos sólo se hablaba en general de ellos; aquí, sin embargo, se dan incluso los nombres. Al tratar los otros pasajes, hacíamos notar que la palabra "hermano" no significaba en la lengua semita, de manera exclusiva, a los hermanos del mismo padre o madre, sino también a parientes más o menos cercanos. En esta oportunidad queremos explicar algo más este pro­blema. Seguimos en estas aclaraciones el artículo que sobre este tema viene en el Diccionario de la Biblia publicado por H. Haag:

"Es cierto que estas personas no son hermanos ni hermanas de Jesús en el uso actual de la palabra, es decir, no fueron en ningún caso hijos de María... En arameo, la palabra "hermano" comprende también parientes más lejanos como sobrinos y primos. (Cfr. Gen 13,8;14,14.16,29,15). Que de hecho sea así (en el caso de "los hermanos de Jesús") se puede demostrar de la si­guiente manera:

Los cuatro "hermanos de Jesús", designados por sus nombres en Mar­cos 6,2 (Mt 13,55), son hijos de otra madre distinta de la de Jesús. Los dos primeros que se nombran, Santiago y José, se vuelven a nombrar después, tanto en Marcos como en Mateo, en la narración de la muerte de Jesús, y allí aparecen como hijos de otra María, distinta de la madre de Jesús (Mt 27,56; Mc 15,40). De estos hechos resulta igualmente que los otros dos (Simón y Judas), que se nombran aún más tarde y más lejos de Jesús, no son tampoco hermanos en nuestro sentido de la palabra. Es probable que estas personas sean primos de otra procedencia, sobre todo por no mencionarlos Mat 27,56 ni Mc 15,40.

Esta conclusión se confirma por el hecho de que, según los Evangelios, Jesús aparece como hijo único de María y como el único vástago de la Sa­grada Familia. María fue virgen en la concepción de Jesús (Mt 1,23; Lc 1,27), y tenía propósito de permanecer virgen (Lc 1,34); a la edad de doce años, Jesús era aún por todos los indicios, el hijo único de María (Lc 2,41­52). Los "hermanos de Jesús", que no aparecen hasta la vida pública del Señor, no son llamados en ninguna parte hijos de María y/o de José; sobre la cruz, Jesús recomienda su madre a Juan, uno de sus discípulos (Jn 19,26), hecho que sólo se comprende plenamente en caso de que María no tuviera otro hijo fuera de Jesús."


MEDITACIÓN

1) Predicación de Jesús en la sinagoga de Nazaret

El archisinagogo o presidente de la Asamblea tenía la facultad de invitar a cualquier persona, digna de crédito, a que hiciese la lectura y el comentario de la Biblia. Esa invitación le vino a Jesús en esta oportunidad y le entrega­ron el libro o "volumen", que era un pergamino enrollado a un cilindro de madera. Así comprendemos la palabra del evangelista cuando nos dice que "desarrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito..."

No podemos saber si fue una providencia de Dios que se encontrase el Se­ñor con el texto de Isaías que comentó, o si él lo buscó intencionadamente. Podía ser también que fuese el texto de lectura asignada para ese sábado. El texto es de Isaías 65,1-2. Este pasaje recuerda la vocación del Profeta Isaías y su misión: anunciar a los desterrados de Babilonia su liberación, su vuelta a la tierra de Israel y la llegada del Reino de Dios. La frase "para dar libertad a los oprimidos" está en Is, 58,6, y se refiere a lo mismo, y se habla del "Siervo de Yahvé", título mesiánico.

Termina el Señor la lectura, y Lucas nos dice que "todos los oyentes tenían los ojos puestos en él". Había una enorme expectativa en la asamblea.

Es probable que Lucas no nos haya dejado sino el comienzo de la explicación del Señor; pero este comienzo fue solemnísimo y que debió impactar a todos los presentes. "Esta Escritura que acabáis de oír, se ha cumplido hoy."

Lo que quiere decir el Señor es que él es de quien habla el profeta; que él es el ungido por el Espíritu; que él es el Mesías que viene a predicar "la Buena Nueva", y a traer a todos la salvación y liberación, y a proclamar la miseri­cordia y el perdón de Dios, que es el sentido que tiene la frase "proclamar un año de gracia del Señor." Y Jesús, por tanto, se refiere a la liberación del pecado por el perdón y a la liberación total del hombre en cuerpo y alma. Así lo certifican sus muchos milagros de expulsión de demonios y de curación de toda clase de enfermos. "Año de gracia" es todo el período mesiánico que empieza con la historia de Jesús y terminará en la Parusía. (Entre los judíos, "el año de gracia" era el año del jubileo en que se condonaban todas las deudas mutuas que hubiesen contraído y se liberaba a los esclavos.)

En el "hoy se ha cumplido" tenemos la materia más importante de la medi­tación: Cristo, Mesías y Salvador del mundo y ungido con la divinidad del Es­píritu. Fe total en este Cristo y confianza plena en su misericordia, pues viene a traernos el perdón y la liberación total. Es toda su misión y la cumplirá a cabalidad, aunque le cueste tener que subir al calvario y en su cima ser cru­cificado. Profundo agradecimiento al Señor que, desde entonces, hasta el día de hoy, hasta el fin del mundo, sigue cumpliendo y haciendo realidad las pala­bras del profeta Isaías, que eran una prefiguración suya. Magnífica autorevelación de él mismo en la sinagoga de Nazaret.

2) Reacción del pueblo

"Todos daban testimonio de las palabras llenas de gracia que salían de su boca." Así nos describe el mismo Lucas la impresión que iban causando las palabras de Jesús en el pueblo, palabras que serían la continuación de ese solemne comienzo que hemos ya considerado.

Casi, con certeza, podríamos afirmar que se encontrarían en la asamblea algu­nos fariseos, y a su influencia se podría atribuir el cambio brusco que va a sufrir la reacción del pueblo. Hablarían de lo absurdo que eran las pretensiones de Jesús; si todos sabían que era el hijo de una humilde mujer y de un pobre carpintero y él mismo nunca había dado señales de nada extraordinario a tra­vés de su vida; y si se dice que ha obrado muchos milagros, sobre todo, en Cafarnaúm, ¿por qué no los repetía en su ciudad? Y más claramente todavía, es probable que los fariseos, con su autoridad, manifestasen que no tenían que creer en él y que era un impostor. Aquí comienza ya una clara hostilidad por parte de muchos.

Jesús que oye, quizá, los comentarios, y que "conoce lo que hay en el cora­zón del hombre", como se nos dice repetidas veces en el Evangelio, respon­de duramente a lo que pensaban y hablaban, y les reprocha directamente su poca fe o total carencia de ella en muchos. Y es, precisamente, por esa falta de fe por la que el Señor no podrá obrar muchos milagros en Nazaret, aun­que parece que sí curó algunos enfermos. Y hay otra razón. El que haga mi­lagros es como una exigencia que ponen a Cristo; el milagro será siempre pura gracia de Dios, jamás se puede exigir. La actitud más negativa para que el Señor pueda realizar milagros es exigírselos.

El Señor, primero, por medio de un refrán conocido de todos, les aclara cómo lo más frecuente es que el verdadero profeta sea rechazado en su mismo pueblo; y eso es lo que está pasando ahora con él. Y para probar el refrán lo confirma con dos ejemplos tomados de los profetas Elías y Eliseo, que fueron rechazados en su país y obraron milagros en favor de gentiles (Cfr. 1 Re 17, 10ss; 2 Re 5,9ss).

Llega el momento dramático de la escena. La gente, y más aún si estaba ins­tigada por los fariseos, se siente herida y como que Jesús desprecia a la po­blación entera de Nazaret. Esto provoca una reacción agresiva, de tal mane­ra que lo quieren arrojar a un barranco. Notemos que, según la Ley de Moisés (Dt 13,2ss), el que se hacía pasar por profeta sin serlo, era reo de muerte.

3) La actitud de Jesús

"Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó." Jesús sabe que no ha lle­gado su hora y que se le ha dado todo poder en el cielo y en la tierra (Cfr. Mt 28,18). Nadie puede poner ni siquiera una mano encima de él, si él no lo permite. Cuando llegue "su hora", él mismo saldrá a entregarse en manos de los que le van a crucificar. Jesús fue con plena libertad a su muerte; "Nadie me quita la vida, sino que yo la entrego voluntariamente". (Jn 10,18) Por eso, en esta oportunidad, con plena serenidad y seguridad, paralizando con su poder la agresividad de aquella gente, pasa por en medio de ellos y continúa su camino. Tiene que cumplir a plenitud la misión que le ha confiado su Padre. ¡Qué seguro está uno en manos de Cristo Omnipotente! Sin su permiso nadie, nada podrá hacerme daño; y si lo permite, será para mi bien y para compartir con él su obra redentora.

4) María

En la narración de los tres evangelistas sobre la visita de Jesús a Nazaret, no se menciona a María, la Madre de Jesús. Pero, con toda razón, podemos pensar que María se hallaba allí al tiempo de la visita de su Hijo; más aún, ¿no se hospedaría Cristo en casa de su Madre?

Y también podernos pensar, con gran probabilidad de acertar, que María es­taría en la sinagoga cuando Jesús hizo esa autorevelación de sí mismo. Qui­zá fuese la única vez que de sus mismos labios oyese la misión que le había sido confiada por su Padre Dios. Cómo recordaría entonces las palabras de la salutación del Ángel. Y hasta aquí, todo fue dicha y felicidad para María. Pero el desenlace final en la sinagoga, cuando quieren desbarrancar a su Hijo, deberían considerarse como uno de los más profundos dolores que tuvo María Santísima y que, sin duda, para ella era presagio de lo que finalmente sería la muerte redentora de su Hijo.

María que "guardaba todas las cosas en su corazón", todas las cosas refe­rentes a su Hijo, cómo guardaría también en ese corazón esta escena de la tremenda agresividad del pueblo contra su Hijo. Pero ella, sí, con la fe más profunda que haya podido existir, aceptaba con humildad y amor todas las pruebas que la Providencia de Dios tuviese para ella, y sabía que a través de ellas, estaba colaborando a la obra redentora de su Hijo. Que la Madre de Jesús, nuestra Madre nos regale el don de su fe y el don de su aceptación en amor de todas las pruebas en nuestra vida.



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


Volver al índice de la serie AQUÍ


Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.







No hay comentarios:

Publicar un comentario