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41. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - El Padre nuestro: 2da Parte


  

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


II MINISTERIO DE JESÚS EN GALILEA

(Mayo 28 - Mayo 29)


B. SERMÓN DE LA MONTAÑA

41.- EL PADRE NUESTRO: 2ª. PARTE

"EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA, DANOSLE HOY,
Y PERDÓNANOS NUESTRAS DEUDAS, ASÍ COMO
NOSOTROS PERDONAMOS A NUESTROS DEUDORES,
Y NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN,
MAS LÍBRANOS DEL MAL"

Texto completo e Introducción en la meditación 39.

MEDITACIÓN

1) "El pan nuestro de cada día, dánosle hoy."

Jesucristo nos da el ejemplo de cómo tiene que ser toda oración cristiana. El interés primero y principal debe ser rogar por los intereses de Dios, por su Gloria, por su Reino, para que se cumpla su Voluntad santísima. Y, en definitiva, esos intereses de Dios son también nuestros propios intereses, pues en ellos está nuestra propia salvación y todos los valores sobrenatura­les y espirituales que nos capacitan para vivir como verdaderos hijos de Dios.

Pero el Señor, encarnado en el seno de María y que es verdadero hombre e igual a todo hombre, menos en el pecado, sabe, por propia experiencia, que la parte material, corporal, humana, es también muy importante en la vida.

De esta experiencia del mismo Cristo nace su petición de "pan", que pue­de considerarse como una palabra que encerrase en su sentido todas las necesidades materiales y corporales del hombre.

Ya hemos meditado, anteriormente, analizando la manera de ejercer Cristo su apostolado, la importancia que daba al cuerpo del hombre, y cómo se preocupaba no sólo de transmitir la Palabra de su Padre Dios, sino tam­bién de dar de comer a las muchedumbres y de curar toda dolencia y en­fermedad; y al mismo tiempo en su predicación, anunciaba como condi­ción para entrar en el Reino, las obras de caridad y misericordia.

Cristo quiere que acudamos a Dios para pedirle también por todas estas necesidades materiales y corporales; con una actitud de humildad tenemos que reconocer que también todos los bienes materiales y de salud corporal son bienes que vienen de Dios. Con humildad, sentimos nuestra impoten­cia ante estas necesidades, y recurrimos a Dios para que El nos provea de todo cuanto necesitamos. Por supuesto, que esta actitud humilde no supo­ne una actitud de pereza y abandono; sino al contrario, de esfuerzo y tra­bajo para colaborar con Dios en la solución de todos estos problemas del mundo. Pero necesitamos de la ayuda de Dios para poder resolver tantos problemas.

Y notemos aquí, que el Señor vuelve a usar la palabra "nuestro". No pue­de ser la actitud egoísta de preocuparse solamente por "mi pan". Esa acti­tud egoísta que crece y se desarrolla en el corazón de muchos, y que "pan" para ellos es toda clase de riquezas, lujos, comodidades y placeres, es la causa de que hoy día la gran mayoría de la humanidad viva en verda­dera hambre de pan material. Sin verdadera solidaridad con todos los hombres no podemos rezar esta oración.

Es muy significativo también que pidamos el pan de cada día. Es oración de hijos que confían plenamente en la providencia de su Padre, y que no anidan en sus corazones deseos de grandezas, de riquezas. Se contentan con el sustento diario y todo aquello que es necesario o conveniente para llevar una vida digna, en el transcurrir de cada día de su existencia.

Añadamos un breve comentario final, muy común en los Santos Padres. Supuesto que Cristo ha instituido la Eucaristía, el verdadero "pan de vida" para todos los cristianos, consideran que este pan que pide aquí el Señor en la oración del Padre Nuestro, puede significar también el pan eucarístico.

Se trata de una interpretación espiritual y simbólica que nos hace ver en el pan material el símbolo y la realidad del pan eucarístico. Y es una inter­pretación que nos puede ayudar, y que podemos aplicarla al rezar el Padre Nuestro rogando al Señor que nos dé siempre también ese "pan de vida", que instituyó la víspera de su muerte. Pero queremos hacer notar que la verdadera y literal interpretación se refiere únicamente al pan material y a las necesidades corporales. Desvirtuar este sentido principal sería tergiver­sar el pensamiento del Señor cuando nos enseñó a orar.

2) "Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores."

La oración de Cristo pone al hombre en su realidad esencial, indigente en lo material, y miserable en lo espiritual. Cristo que cargó sobre sí todos los pecados de cada uno de los hombres, conoce la tragedia del hombre peca­dor y su impotencia para salir del pecado.

Pero gracias a su obra redentora, que a El le costó el sacrificio de la cruz, cualquier pecador con unas palabras sinceras de petición de perdón a Dios, nuestro Padre, vuelve a recobrar su dignidad de hijo, salir de su mi­seria y volver a estar encaminado para la vida eterna.

No existiría mayor tragedia para el hombre que la de no poder ser perdo­nado de sus pecados, y tuviese que cargar toda su vida el remordimiento de esos pecados, y esperar el castigo eterno. Pero Jesucristo ha eliminado para siempre esa tragedia de la humanidad. Cualquier hombre puede reci­bir el perdón por la misericordia infinita de Dios. Y este perdón es el que pedimos en la oración del Padre Nuestro, con la certeza de que, si lo pedi­mos con sinceridad y arrepentimiento, el Padre nos lo concederá.

Lo que es más necesario es que cada día crezca más y más la conciencia de sentirnos pecadores. Sin falsas humildades, todos tenemos que recono­cer todo lo que hay de miseria moral en nuestras vidas, para poder presen­tar esa miseria delante de Dios, quien por los méritos de Cristo, purifica nuestra alma y nos llena de nuevo de su gracia. (Cfr. meditación 17).

Hay una diferencia de matiz en la expresión que usa San Mateo y la que usa San Lucas. San Mateo dice: "Perdónanos nuestras deudas"; San Lucas dirá: "Perdónanos nuestros pecados".

Ciertamente que la mayor deuda que podemos contraer con Dios, es el pe­cado que constituye una ofensa; y en este sentido, en la palabra "deuda" de Mateo, lo principal que se significa son los pecados que hemos cometi­do. San Lucas reduce todo al perdón de los pecados. Pero la palabra "deu­da" es más amplia que pecado, y supone también una deuda de agradeci­miento por todos los beneficios que Dios nos ha concedido y nos concede en el orden material y espiritual. Y en este sentido, tenemos que pedir per­dón a Dios, porque, de ordinario, nuestro agradecimiento es muy pobre, muchas veces nulo, ante tanto beneficio recibido. Y también, la correspon­dencia en generosidad que deberíamos tener ante tanta generosidad de Dios, en la mayoría de los casos, no existe.

Al decir pues "perdónanos nuestras ofensas", que es la traducción actual para todos los de habla castellana, incluyamos en esta petición de perdón, no solamente los pecados y ofensas claras que hayamos cometido, sino también todas nuestras ingratitudes y toda nuestra falta de generosidad y correspondencia a la bondad y misericordia de Dios con nosotros.

El Señor, tan infinito en su misericordia, pone, sin embargo, una condición para podernos perdonar. Y es completamente lógica esa condición, si so­mos conscientes de que todos somos hermanos y formamos una sola fami­lia, la familia de Dios. Esa condición es que tenemos, primero, que perdo­nar nosotros a los que nos han ofendido. Y es tan importante y necesaria esta condición, que cuando el Señor termina la oración del Padre Nuestro, vuelve a insistir en ello, y nos dirá claramente que, si no perdonamos al hermano, tampoco nuestro Padre celestial nos podrá dar el perdón a noso­tros. Nuestro Padre Dios no puede perdonar a un hijo suyo, si éste no quiere amistarse con otro hijo suyo y hermano de él.

Y de una manera muy expresiva, el Señor manifestará la actitud de santa cólera de Dios, en la parábola del siervo cruel que no quiso perdonar a quien le debía una cantidad mínima e hizo que lo metiesen en la cárcel, cuando él acababa de ser perdonado por su señor en una cantidad infinita­mente mayor. (Cfr. Mt 18,23-35)

Quien viva profundamente en su interior el verdadero arrepentimiento de sus pecados y tenga luz para comprender lo que supone la ofensa a Dios, le resultará bien fácil dar el perdón al hermano, pues nunca podrá compa­rar las ofensas que él ha cometido contra Dios y el perdón tan generoso que de él ha recibido, con las ofensas que pueda él mismo haber recibido de otro hermano y el perdón que debe dar, que siempre será infinitamente menos generoso que el que recibió de Dios y que costó la sangre de Cristo para obtenerlo.

Quién no sabe perdonar al hermano, es que no ha tenido, no ha sentido la experiencia de ser amado y perdonado por Dios. Quien haya tenido esta experiencia profunda, sabrá dar el perdón a cualquier hermano, por grave que haya sido su ofensa.

3) "No nos dejes caer en tentación, mas líbranos del Mal."

El hombre, por su misma naturaleza, dañada por el pecado, estará siempre sometido a las tentaciones. Cristo mismo sufrió las tentaciones de rebelar­se contra su Padre Dios en la manera de llevar a cabo la Redención del hombre, que según sus designios, era una redención en humillación y en sufrimiento.

El hombre, sujeto a todas sus pasiones e instintos naturales, influenciado por el ambiente de un mundo cuyos dioses son el poseer, el placer, el po­der, e instigado por el demonio, su enemigo más traidor, está siempre ex­puesto a tentaciones.

La tentación en sí no es mala. La tentación no hace al hombre que la sufre peor que aquél que no la tenga. Y la tentación la permite Dios para nues­tro bien. Sin embargo, dada nuestra debilidad, es muy fácil caer en ella, si no ponemos los medios necesarios para superarla. Y entre estos medios, el primero estará el de la oración; pedir siempre ayuda a Dios con humildad y reconociendo que sin su gracia no podemos vencerlas. Por supuesto, que se entiende una oración sincera. No la de aquél que ruega a Dios, pero él mismo busca la tentación, se pone en ella y prácticamente lo que quiere es caer. Se supone que hay un deseo eficaz de superar la tentación, y esto su­pone a su vez una actitud constante de huir de las tentaciones, de no bus­carlas. Si obramos con esta sinceridad, sí podremos vencerlas, y es lo que el Señor pide en la oración del Padre Nuestro. Así será como la tentación nos purificará y nos santificará, en vez de embarramos en el fango del pe­cado y de todas las pasiones.

4) La última petición de Cristo es: "Y líbranos del Mal"

Hay una discusión sobre la interpretación de ese "Mal". Escrito así con mayúscula, se refiere a Satanás. Y son muchos los autores que creen que Cristo se refería ciertamente al Diablo. A través de todos los Evangelios nos encontramos con un enfrentamiento durísimo entre Cristo y Satanás y demás demonios. Y Cristo nos hablará de su victoria y triunfo sobre ellos, no sólo por los milagros que hace de expulsión de demonios de los poseí­dos por ellos, sino también de la victoria definitiva sobre Satanás y todo su dominio, y anuncia que será arrojado para siempre de este mundo y se acabará todo su poder. Pero esa victoria final y definitiva se cumplirá a cabalidad al fin de los tiempos. Mientras tanto, el demonio, muy disminui­do en su poder, sigue teniendo influencia en los hombres, y una influencia perniciosa que lo lleva, sobre todo, a los pecados de impiedad, de odio contra Dios, y de adoración de los ídolos de este mundo.

En esta interpretación, lo que el Señor estaría pidiendo al Padre sería que nos libre de la influencia de Satanás. Y ciertamente, el cristiano que tiene una fe verdadera y una actitud sincera de hijo de Dios, no tiene por qué te­mer al demonio. Sí podrá sugerir tentaciones, pero nada más. Y Dios nos ayudará siempre en superar la mala influencia que pueda proceder de él.

Hay otros que interpretan la palabra "mal" referida a los males ordinarios y generales a los que todos estamos expuestos, sin hacer referencia a Sata­nás. Sería una petición muy de acuerdo con la naturaleza del hombre, siempre expuesta a toda clase de accidentes y desgracias naturales, y que vemos que ocurren prácticamente todos los días en una u otra parte del mundo.

Sería una petición que implícitamente, por lo menos, estaría rogando a Dios, por la paz, la tranquilidad, 'el bienestar de toda la humanidad. Que los acontecimientos de las personas y de los pueblos se desarrollen nor­malmente para bien de todos, sin tener que lamentar tantos males como suelen amenazar al hombre.

Cualquiera de las dos interpretaciones tiene un sentido bien claro y profun­do, y en ambos casos la necesidad de esa petición es evidente. Aceptemos ambas interpretaciones, y que cuando recemos el Padre Nuestro, sepamos incluir al final de nuestra oración esa doble petición de que Dios nos libre del Maligno, y nos libre de todo otro mal.

Al final de todas estas meditaciones que hemos hecho sobre el Padre Nuestro, indicamos que el mejor método para rezarla con toda sinceridad y con toda verdad, es contemplar a Cristo en la oración a su Padre y ver cómo El fue quien mejor nos ha enseñado con su vida a rezarla. Toda su vida fue una vida de plenitud de intimidad de El con su Padre y su con­ciencia de Hijo de Dios aflora en todas las páginas del Evangelio, y nadie como El consagró toda su vida a glorificar el nombre de su Padre, a instaurar su Reino en este mundo, y nos dejó el ejemplo más perfecto de cumplir en todo instante la voluntad santísima de su Padre Dios. Y nadie como él vivió también la fraternidad humana, el amor al prójimo hasta la muerte en cruz; y sintió no su propia culpabilidad de pecado, porque no tenía, pero, por amor al hombre, se identificó con él y quiso asumir su cul­pabilidad y pedir perdón a su Padre por los pecados de todos los hombres. Todo el Padre Nuestro es un fiel reflejo de la vida de Cristo. Conociendo, contemplando esa vida, será como mejor podamos nosotros rezar esta ora­ción, nunca por rutina; siempre con la novedad que tienen las cosas de Dios, inagotable y admirable.


Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.








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