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38. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Sinceridad en la Oración

 


P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


II MINISTERIO DE JESÚS EN GALILEA

(Mayo 28 - Mayo 29)


B. SERMÓN DE LA MONTAÑA

38.- SINCERIDAD EN LA ORACION

TEXTO

Mateo 6,5-8

"Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las si­nagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, en cam­bio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figu­ran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis, pues, como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo."


INTRODUCCIÓN

El Señor no trata aquí de la oración pública, oración necesaria y santa y que obliga a todos los fieles. El culto público fue esencia de la vida comu­nitaria del pueblo judío, y sigue siendo también, por voluntad de Cristo, esencia de la comunidad eclesial.

El Concilio Vaticano II nos dice: "La liturgia es la cumbre hacia la cual tiende toda la actividad de la Iglesia, y al mismo tiempo, es fuente de don­de dimana toda su fuerza" (Sacros. Conc. n. 10)

El Señor se limita aquí a tratar el tema de la oración privada y particular, también muy necesaria para todo fiel cristiano. El mismo Concilio a conti­nuación del párrafo anterior que hemos transcrito, nos enseña:

“Con todo, la vida espiritual no se contiene en la sola participación de la Sagrada Liturgia. Pues el cristiano, llamado a orar en común, debe, sin embargo entrar también en su aposento y orar a su Padre en lo oculto; es más, según enseña el Apóstol, debe orar sin interrupción”. (1 Tes. 5,17) (Sacros. Conc. n. 12)

Y éste ha sido el ejemplo de Cristo y de todos los santos y cristianos com­prometidos a través de todos los siglos.


MEDITACIÓN

1) "Cuando oréis no seáis como los hipócritas."

Al principio de su enseñanza, Cristo condena una actitud de oración total­mente desagradable a los ojos de Dios. Y el Señor aclara que esa actitud es la actitud de hipocresía, y también nos aclara en qué consiste esa acti­tud, que era la practicada por los fariseos.

En las palabras del Señor hay una serie de alusiones a hechos concretos que conviene explicar.

Entre los judíos había señaladas horas fijas para la oración. Eran las horas de tercia, sexta y nona, que corresponden aproximadamente a las nueve de la mañana, al mediodía y a las tres de la tarde. Y había que hacer la ora­ción con puntualidad. Estas prescripciones eran para los fariseos una oca­sión de buscar, como en otras muchas cosas, las alabanzas de los demás, las alabanzas del pueblo. Con procurar que la hora de oración les sorpren­diese en un sitio público y concurrido, o colocarse dentro de las sinagogas en un lugar a propósito para atraer la mirada de los demás, hacían ostenta­ción de su devoción, y así buscaban ser tenidos por espirituales. Y además procuraban realizar su oración con posturas y gestos solemnes para que no pasasen desapercibidos ante los demás.

Lo que el Señor condena es, pues, esta ostentación y esa finalidad de la oración "para ser vistos" de los hombres. Es decir, que se orase en esos lugares públicos y de esa manera por pura vanagloria. Pero el Señor no condena que se ore en lugares públicos ni en las sinagogas, que eran casa de oración. Repetimos que lo que condena el Señor es solamente el espíri­tu con que se hacía esa oración. Lo que de suyo es santo, como es la ora­ción a Dios, por el mal espíritu con que se hacía, se convertía en un acto pecaminoso y desagradable a Dios.

Y el Señor repetirá la misma frase que dijo al hablar de la limosna hecha también con vanidad: "Ya tienen su galardón". No recibirán ninguno de los frutos que lleva consigo la oración, ni serán escuchados por Dios. Su único galardón será esa alabanza humana, completamente vacía, que viene de parte de los hombres.

2) "Ora a tu Padre en lo escondido"

Tampoco aquí se trata de la materialidad de entrar en su propio aposento, cerrar la puerta y ponerse a orar a Dios. Es una frase muy expresiva que el Señor usa para aconsejarnos que busquemos lugares aptos para que poda­mos orar con todo recogimiento y sin distracciones exteriores que puedan evitarse.

Podemos orar en todas partes y buscar la unión con Dios, aún en medio del ajetreo del mundo, pero el Señor quiere que dediquemos ratos especia­les a la oración particular, privada con él, en la soledad, buscando las me­jores condiciones de retiro que faciliten el encuentro con él. El encuentro con él se da siempre en la intimidad del corazón y requiere siempre un ais­lamiento del bullicio exterior en cuanto sea posible.

Y esta oración en lo "escondido" es fuente de inmensos beneficios. En ese encuentro personal con Cristo en la intimidad de nuestra alma nos unimos más y más a él, vamos adquiriendo ojos sobrenaturales capaces de con­templar a la luz de Cristo todas sus enseñanzas, comprenderlas y sabo­rearlas, y logramos gran fortaleza para resistir las tentaciones y vivir eficazmente el amor y el seguimiento a Cristo. Y en la oración, también ejercemos el amor y el celo apostólico por nuestros hermanos.

A la oración hecha con todo fervor y sinceridad se le llama "omnipotencia" del hombre, porque con ella puede arrancar de la bondad y generosidad de Dios todos los bienes y bendiciones que necesitamos.

3) "Y al orar, no charléis mucho"

En esta parte de la enseñanza de Cristo, también encontramos alusiones a costumbres paganas y que también se dejaban ver en algunos fariseos. Los paganos, ajenos al verdadero espíritu de oración, atribuían especial fuerza a la repetición literal, supersticiosa, de ciertas fórmulas consagradas por el uso. Y creían que para inclinar en su favor la voluntad de sus dioses­, era preciso multiplicar esas fórmulas en donde estaba la eficacia de su oración. Este modo de ver no era exclusivamente pagano. Los judíos debieron alguna vez resentirse de este defecto y se nos habla de rabinos que multiplicaban y amplificaban enormemente las fórmulas de oración para darles mayor eficacia.

Esto es lo que condena Jesucristo. La eficacia de la oración no está en fór­mulas repetidas una y otra vez, sino en el espíritu con que se habla con el Señor, en la humildad y confianza que se pone en la oración.

Podrán y deberán repetirse fórmulas consagradas incluso por el mismo Se­ñor (Cfr. la oración del Padre Nuestro), pero la eficacia de la oración no estará nunca en la mera repetición de esas fórmulas, sino en el espíritu y la sinceridad con que se pronuncien, y que constituyan realmente un verda­dero diálogo del hombre con Dios.

4) "Vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo."

Estas palabras de Cristo podrían dar origen a una dificultad. Si el Señor conoce ya todo lo que necesitamos, para qué la necesidad de la oración. San Agustín y otros Santos Padres responden a esta dificultad. Y es Santo Tomás de Aquino quien, con mayor claridad, expone la razón de nuestra oración. Efectivamente, nadie puede dudar que Dios conoce todas nues­tras necesidades antes de que se las expongamos en la oración. Pero sí, es el hombre quien necesita decirse a sí mismo sus propias necesidades en presencia de Dios. Al ponerse en presencia de Dios y hablar con El, recibe una luz muy especial para ver lo que para él, como cristiano, es más im­portante. Y recibe también luz para buscar y poner los medios convenien­tes, con la ayuda de Dios, para salir de esas miserias. Y cuando se trate de exponer a Dios meras necesidades materiales y humanas, el encuentro con Dios en la oración le hace crecer en la confianza hacia él y experimentar la providencia amorosa de Dios. La oración siempre conforta y consuela.

Pero hay mucho más en la oración. La oración no es sólo y exclusivamente para pedir por nuestras necesidades. Dios tiene pleno derecho a nuestra ado­ración, a nuestras alabanzas y a nuestra gratitud y a nuestro amor. Tender la mano hacia Dios para impetrar sus dones es hermosa oración, pero no es ni la única ni la más importante. Existe la oración por excelencia que se dirige tan sólo a la glorificación de Dios y al cumplimiento de tan sagrados deberes como son la gratitud y el amor a Dios. Esta será nuestra oración continua en la gloria celeste, tal y como se nos describe en el Apocalipsis.

5) "Y el Padre te premiará"

Bendita promesa de Cristo que nos garantiza siempre la bendición de su Padre Dios para todos aquellos que se acerquen a él con corazón de hijo y le supliquen con fe y humildad.



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.










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