Páginas

16. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Diálogo de Jesús con sus discípulos, predicación de Cristo a los samaritanos


 P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


I.- LOS COMIENZOS DE LA VIDA PÚBLICA DE JESÚS

(Fines del Año 27 - Principios del Año 28)


B.- PRIMERA PASCUA:

(Abril Año 28)


16.- DIÁLOGO DE JESÚS CON SUS DISCÍPULOS, PREDICACIÓN DE CRISTO A LOS SAMARITANOS

TEXTO

Juan 4, 31-42

Entretanto, los discípulos le insistían diciendo: "Rabbí, come". Pero él les dijo: "Yo tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis" Los discípulos se decían unos a otros: "¿Le habrá traído alguien de comer?"

Les dice Jesús:

"Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra. ¿No decís vosotros: cuatro meses más y llega la siega? Pues bien, yo os digo: alzad vuestros ojos y ved los campos, que blanquean ya para la sie­ga. Ya el segador recibe el salario, y recoge fruto para vida eterna, de modo que el sembrador se alegra igual que el segador. Porque en esto resulta ver­dadero el refrán de que uno es el que siembra y otro el que siega: yo os he enviado a segar lo que vosotros no habéis trabajado. Otros trabajaron y vo­sotros os aprovecháis de su trabajo".

Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por las palabras de la mujer que atestiguaba: "Me ha dicho todo lo que he hecho".

Cuando llegaron donde El los samaritanos, le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Y fueron muchos más los que creyeron por sus palabras, y decían a la mujer: "Ya no creemos por tus palabras; que no­sotros mismos hemos oído y sabemos que este es verdaderamente el Salvador del mundo".


INTRODUCCIÓN

En el pasaje anterior de la Samaritana aparecen los discípulos participando de los prejuicios propios de su época. Era entonces muy mal visto que un fa­riseo o maestro de la ley mantuviese una conversación a solas con una mu­jer; y peor todavía si se trataba de una mujer extranjera, pagana o herética. Pero por el respeto que tienen al Señor, no se atreven a decirle abiertamente nada, ni a hacerle ninguna pregunta indiscreta. Sólo se nos dice que "queda­ron muy sorprendidos de que hablara con una mujer".

Los discípulos habían ido a la ciudad para comprar alimentos. Es natural que al volver donde Jesús, inmediatamente le ofreciesen servirle algo de comida. Pero el Señor les desconcierta; les dice que él tiene otro alimento. Los discí­pulos, muy tardos para comprender al Señor y menos capaces para intuir el sentido espiritual de sus palabras, sospechan que es que ha venido alguna otra persona y le ha traído ya la comida. Es en esta ocasión cuando Jesús nos va a declarar con toda profundidad el sentido de su vida y la misión que le ha confiado su Padre. Y un ejemplo concreto de su misión será la conver­sión de los samaritanos.


MEDITACIÓN

1) "Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre que me ha envia­do y llevar a cabo su obra".

Extraordinaria confesión de Cristo sobre el sentido único de toda su existencia. El alimento es lo que garantiza la vida y la subsistencia. Sin ali­mento no hay más que muerte. El alimento es lo que satisface y da vida dia­riamente. Es algo cotidiano y esencial a todo ser viviente.

Pues Cristo compara su verdadero alimento con el cumplimiento de la volun­tad de-su Padre Dios. Es el todo en su vida. Es su razón de existir, de ac­tuar, de vivir. Es el motivo último de su Encarnación: "He aquí que vengo para hacer tu voluntad" (Hebr 10,9)

Lo único absoluto que hay en Cristo es la voluntad de su Padre; todo lo de­más son valores relativos y plenamente supeditados a esa voluntad superior. Y no sólo en esta oportunidad, sino en otras muchas ocasiones volverá a re­petirnos Cristo que El ha venido para cumplir la voluntad de su Padre; y en el momento dolorosísimo de la Oración del Huerto repetirá sin cansarse: "Que no se haga mi voluntad, sino la tuya".

Y Cristo es hoy y siempre el modelo y ejemplo para todo cristiano. No hay vida cristiana verdadera, no hay verdadera santidad, si el cristiano, a imita­ción de Cristo, no hace del ideal de su vida el cumplimiento de la voluntad de Dios. La verdadera pregunta que debe hacerse todo cristiano, y más cuando tiene que tomar decisiones, no es qué pienso yo, qué juzgo yo, qué es lo que a mi más me agrada; la única pregunta fundamental es qué es lo que quiere Dios de mí, cuál es la voluntad de Dios. Y cumplir esa voluntad con todo el amor de hijo de Dios, como la cumplió Jesucristo. La voluntad de Dios siem­pre es una voluntad llena de amor para con nosotros, para bien nuestro, aun­que sea una voluntad que suponga el sacrificio.

El Señor concluye la frase diciendo: "y llevar a cabo su obra". Aquí aclara cuál es la voluntad de su Padre. El contexto inmediato de la conversión de los samaritanos y, sobre todo, el contexto de todo el Evangelio, nos atestigua que la misión que le ha encargado el Padre es la obra de la Redención. Lle­var a todos los hombres al conocimiento del Dios verdadero, de Dios, Padre de todos los hombres, al conocimiento de su misma persona de Hijo de Dios, Redentor de la humanidad; y realizar esa obra redentora a través de su pre­dicación y de su sacrificio en la cruz.

Y de hecho, ésa será también la misión que tiene toda persona humana. Quien confiesa a Cristo, quien cree en el Señor y se sabe amado y redimido por El, su misión será siempre no sólo conseguir él su propia salvación, sino ser colaborador de Cristo en su obra redentora. El sentido de la vida de Cris­to y la misión confiada por su Padre, es compartido por todos los que creen en el Señor y han aceptado su redención. Cada uno según sus posibilidades y estado de vida que tenga, pero todos, sin excepción tenemos una misma meta en este mundo: cumplir la voluntad de Dios y llevar a cabo su obra.


2) Sobre los que siembran y cosechan.

Esa obra del Padre de la que ha hablado, que no es otra cosa que la salvación de las almas, la ve ahora Jesús en el caso concreto de los samaritanos que contempla ya viniendo hacia él y ofreciendo una abundante cosecha espiritual.

De esta cosecha va a hablar a sus discípulos, tomando la imagen del medio ambiente que les rodeaba. Comienza con un proverbio (vers. 35) y luego, se­ñalando aquel dilatado mar de espigas -sería a principios de Mayo cuando ya blanquecían los sembrados de aquella extensa y fértil llanura- añade: "Con­templad los campos que ya están blancos para la siega".

Estos campos eran símbolo de los samaritanos que estaban ya maduros para aceptar a Cristo como Mesías.

Y puesto a hablar de la cosecha de las almas, traza en breves pinceladas un hermoso cuadro de la índole del trabajo apostólico y de las mutuas relaciones entre todos los que trabajan en el gran campo del Padre de familia.

La explicación más clara a este pasaje nos la ofrece San Pablo en su carta a los Corintios. Ahí se trataba de discusiones y divisiones entre los cristianos de acuerdo a los distintos predicadores que habían evangelizado a los de Corinto. Y Pablo dice: "¿Qué es, pues, Apolo? ¿Qué es Pablo? Servidores, por medio de los cuales habéis creído. Y cada uno según lo que el Señor le dio. Yo planté, Apolo regó, mas fue Dios quien dio el crecimiento. De modo que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer. Y el que planta y el que riega son una misma cosa; si bien cada cual recibirá el salario según su propio trabajo, ya que somos colaboradores de Dios, y voso­tros, campo de Dios, edificación de Dios". (1 Cor 3,5-9)

Doctrina profunda que nos enseña que unos estarán llamados a plantar, otros a regar, otros a cosechar en el campo de Dios que son las almas. Pero la efi­cacia de todo trabajo apostólico, sea siembra, riego o cosecha, es sólo de Dios. Y nadie tiene que envidiar el trabajo de otro ni atribuirse a sí mismo el fruto de su trabajo. Cada uno, en las circunstancias en que Dios le haya puesto, tiene que ser colaborador de Dios y atribuir a El solo toda la eficacia del trabajo apostólico. Y todos, sin divisiones, ni envidias, ni desprecios, uni­dos en Cristo, trabajar con el mayor celo posible en el "campo de Dios".


3) Conversión de los samaritanos.

Jesús iba de camino a Galilea; pero se le ofrece la gran oportunidad de ejercer su misión apostólica en la ciudad de Sicar. Son los samaritanos los que, movidos por las palabras de la mujer pecadora a quien el Señor ha des­cubierto sus pecados, van donde el Señor. Desde el comienzo del encuentro con Cristo debieron quedar impresionados y le rogaron que se quedase con ellos. Jesús accedió a la petición y permaneció dos días enteros. Serían dos días de gran trabajo apostólico, donde les explicase las cosas más importan­tes del Reino de Dios y sobre el misterio de su Persona. La gracia de Dios actuó en el corazón de los samaritanos. Afianzaron su fe en Jesús y procla­maron: "nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es el Salvador del mundo". Confesión de fe profunda que puso a los samaritanos en el camino de la salvación. Este era el alimento de Cristo y la misión encargada por su Padre. Jesús cumplía.


Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


Volver al índice de la serie AQUÍ


Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.




No hay comentarios:

Publicar un comentario