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Las Promesas del Sagrado Corazón - 12º Parte


P. Manuel Mosquero Martin S.J. †
Duodécima Promesa del Sagrado Corazón de Jesús

"LA GRAN PROMESA"





Todas las personas hechas por el Sagrado Corazón a sus devotos son consoladoras, especialmente las que se relacionan con los últimos instantes de nuestra vida, los más importantes de todos, por depender de ellos una eternidad. Pero la más extraordinaria de todas es la conocida con el nombre de la “Gran Promesa”.

Así la refiere Santa Margarita de María de Alacoque, la confidente del Sagrado Corazón.
“Yo te prometo, en la excesiva misericordia de mi Corazón, que mi amor omnipotente concederá”… (Este es el preámbulo) a todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos (Condición) La gracia de la penitencia final; no morirán en mi desgracia, ni sin recibir los sacramentos sirviéndoles mi Corazón de asilo seguro de aquella última hora”. (Esta es la gracia prometida en una proposición condicionada).

Estas palabras de la “Gran Promesa” se las dijo Jesucristo a Santa Margarita un viernes del mes de Mayo de 1688, en el momento de comulgar.

“La Gran Promesa” es cierta en cuanto a su origen, como lo acreditan los escritos auténticos de Santa Margarita, examinados por la Santa Sede en su causa de beatificación.
No nos da la “Gran Promesa” una certeza indubitable y divina; sólo certeza humana y seguridad moral, compatible con las dudas y temores propios del estado de prueba, en que nos hallamos.

PREÁMBULO

“Yo te prometo… La gracia, que va a prometer, será efecto de un exceso de misericordia, (que de suyo no tiene límite), y de su Omnipotencia (que de suyo es también infinita). Antiguamente decía Dios: “He jurado por mí mismo”, para indicar la indefectibilidad del cumplimiento.

Entre la condición exigida y el bien prometido hay un abismo, que será salvado por el amor OMNIPOTENTE.

Si, para cumplir lo prometido, fuera precisa la intervención inmediata de su poder infinito, no dudaría su amor en hacer un milagro.

En resumen: es la omnipotencia de todo un Dios a disposición del amor infinito suyo en beneficio de un pobrecillo hombre.

CONDICIONES

      Hemos de comulgar nueve veces, en nueve primeros viernes de mes y estos primeros viernes de mes, han de ser consecutivos.


  •       Las comuniones han de ser nueve (no ocho ni cinco por ejemplo)
  •       En viernes (no en domingo, o en sábado, por ejemplo)
  •       En primeros viernes de mes seguidos) La interrupción voluntaria de un solo primer viernes de mes inutiliza el novenario entero, y hay que comenzar de nuevo)

      Hemos de hacer estas comuniones:


  •        En gracia. (La comunión sacrílega no es comunión)
  •       Con intención de alcanzar la perseverancia (Es muy fácil que, los que comulgan diariamente, omiten esta intención y no ganarían la promesa).
  •        Con intención de honrar al Sagrado Corazón (Con intención reparadora)
  •       Sin que vicie esta obra de piedad y religión ninguna intención perversa (Como sería comulgar, para obtener sólo alguna recompensa material, v. gr.: alguna colocación, o alguna estimación)
  •       Con deseos y propósitos de servir siempre al Señor. (Faltaría esta condición en el que hiciera los primeros viernes con la intención de pecar después y sin cuidado. Ese no habría conseguido nada, pues habría ofendido a Dios en cada una de sus comuniones).

LA PROMESA

Esto es la gracia, que se concede.
De cuatro maneras con lenguaje ponderativo se anuncia:
La 1º y la 2º contienen la gracia final y propia de la Promesa: la primera afirmativa y la segunda negativamente.
La 3º contiene el medio ordinario de alcanzar entonces dicha gracia, que es la reconciliación con Dios mediante los sacramentos.
La 4º señala la causa, de donde procede, y la fuente, de donde mana tanta seguridad en momentos tan inseguros: El Corazón de Jesús, que promete ser nuestro refugio en aquella última hora.

¿Qué no se promete?

Ni laxismo ni rigorismo
No se promete la impecabilidad actual para adelante, sino la penitencia final. No se nos asegura pues, que no volveremos a pecar; pero sí, que no perseveraremos en el pecado, si tuviéramos la dicha de caer en él. Esto nos da sólo una certeza moral, pero no una seguridad infalible (Denz. Conc. Trid. Nº826, VI, Can. 16)

¿Qué se promete?

            El Estado de gracia para el último momento de nuestra vida

La gracia, que los teólogos llaman “perseverancia final”; el Concilio tridentino, “don inefable”; y el pueblo cristiano, en su lenguaje tan profundo como sencillo: “buena muerte”.

  •       En el justo, que vive en gracia, continuación en ese estado de amistad con Dios hasta el final de la vida.
  •             En el cristiano tibio, que se levanta y cae sucesivamente, no sorpresa en el lapso infeliz.
  •       Y en el pecador, que vive siempre en pecado, no morir sin contrición.

No morirán sin recibir los sacramentos

Algunos han visto una garantía contra la muerte repentina y una promesa incondicional de morir, sin antes recibir los sacramentos.

¿Cómo han muerto repentinamente personas, que practicaron los primeros viernes? Decir que no los practicaron bien es improbable, porque muchas veces se trataba de observantes religiosos, de sacerdotes ejemplares…

En la Gran Promesa hemos de distinguir los objetos diferentes: las gracias vinculadas a esta práctica son dos, de las cuales una es fin y otra medio: la gracia de la perseverancia y la gracia de los sacramentos, que suele ser garantía de esta misma perseverancia. La primera gracia se promete en absoluto y sin restricciones. La segunda gracia, de recibir los sacramentos, sólo condicionalmente.

La razón es obvia:

  •       Para los que están en gracia, los sacramentos no son medio de suyo necesarios. A éstos puede quitarles la vida repentinamente, sin faltar a su PROMESA; y a veces, puede ser un gran favor, para dispensarles de angustia y temores de última hora.
  •       Para los que están en pecado mortal. Dios puede suplir el efecto santificador por gracias actuales, que muevan al pecador a actos de perfecta contrición.

La “Gran Promesa”, pues, no es fianza y garantía contra las muertes repentinas: esto sería poco.

Es, sí, fianza y garantía contra las muertes imprevistas. Esto es mucho. Luego el que ha hecho bien los primeros Viernes de Mes puede morir repentinamente, si está en gracia de Dios. Pero no morirá con muerte imprevista, que es la muerte del que, estando en pecado mortal, muere repentinamente. “Líbranos, Señor, de una muerte repentina e imprevista”.

Esta interpretación cualquiera la juzga razonable, porque está conforme con lo prometido, se salva la grandeza de la Promesa, y se explican las muertes repentinas, para que nadie se descuide.

Mi Corazón les servirá de asilo seguro en aquella última hora.

Con estas últimas palabras de la “Gran Promesa”, se confirma que lo que se promete es la perseverancia final y que nos ofrece su Corazón como asilo, no tanto para recibir los sacramentos, como para defendernos de las asechanzas del enemigo infernal.

            
Los hechos pregonan la fidelidad de la promesa

Cada sacerdote, en su oficio de asistir a los moribundos, podría referir incontables casos.

Yo, en mi larga vida sacerdotal, los tengo evidentes. En la guerra de España, como Capellán, pude comprobar centenares y miles de casos de soldados muertos en campaña o en hospitales de sangre, que habían practicado los primeros viernes de mes y Dios les concedía una muerte santa. En tiempo de paz recuerdo de un amigo mío, casado y con cuatro hijos, que comulgaba dos o tres veces cada año. Yo le hablé de los primeros viernes de mes, y falleció repentinamente en Madrid, al terminar sus nueve Comuniones, asistido en aquellos últimos momentos por un sacerdote y un médico, que vivían en la misma casa, donde él estaba alojado. Aquí mismo, en Lima, falleció después de comulgar en sus primeros Viernes de mes, una joven que cursaba el 2º Año en la Facultad de Farmacia, también de repente; pero recientemente preparada con su confesión, para comulgar el primer viernes del mes de octubre de 1958.

Quiero contar, por muchos, dos ejemplos históricos: Primero va a ser el caso del arquitecto Ignacio Landecho, que tiene dos hermanos en la Compañía de Jesús. Gran deportista él y atleta de primera categoría. En Burgos había colocado el pabellón nacional en el picacho más alto de la torre de la Catedral, escalándola por fuera sin medio alguno. Residía en Madrid. Volvía un día en su moto de examinar unas construcciones en Ciudad Real, capital distante de Madrid unos 200Km, chocó con una piedra, que no había visto en la carretera y sufrió una fractura del cráneo tal, que le dejó visible la masa encefálica. Cuando unos transeúntes los examinaron, le dieron por muerto. Se hicieron las gestiones y se trasladó rápidamente a Madrid el supuesto cadáver. La moto estaba destrozada a muchos metros de distancia de su cuerpo inerte. Pero en Madrid los médicos observaron que existían ciertos síntomas de vida. Al día siguiente falleció, primer viernes de mes, habiéndose reanimado y recuperado el uso de la razón momentáneamente, lo suficiente para comulgar, recibiendo al Corazón Eucarístico de Jesús, a quien él tanto había amado en la vida.

Y, finalmente, el segundo ejemplo:

Corría un auto velozmente por la carretera, que va de Buenos Aires a  Córdoba. Los ocupantes, seis jóvenes, iban demasiado alegres y tiempo hacía que a Dios lo tenían olvidado.

Al llegar a una curva pronunciada y peligrosa, vieron venir en dirección contraria otro auto, que, como el de ellos, iba a toda velocidad. El que manejaba dio tal frenada y con tan mala suerte, humanamente hablando, que el auto, en que iban los seis jóvenes, dio una vuelta completa de campana, dos tuvieron tiempo de abrir una portezuela, y escapar de la catástrofe; los otros cuatro quedaron bajo el auto gravemente heridos. Uno de estos últimos, que no había perdido el conocimiento, daba grandes voces pidiendo ¡un sacerdote, un sacerdote!... uno de los dos, que habían logrado salir ilesos, se estremeció, al oír aquellos gritos y se acercó al moribundo y allí a su oído le dijo: -¿Qué deseas? -¡Un sacerdote, pronto, pronto, que me muero!...-¡Yo puedo confesarte, le dijo, soy sacerdote…!

Efectivamente, hacía unos tres años que había colgado la sotana y se había entregado a la vida disipada, para acallar los remordimientos, que sentía… Confesó al moribundo, le dio la absolución y le preguntó: ¿qué has hecho en tu vida, para que el Señor se haya apiadado de ti en estos momentos?... Y le contestó: “El Corazón de Jesús cumple lo que promete, he hecho los nueves primeros viernes en mi niñez… Él me ha salvado”; y a los pocos momentos moría.

El Señor tan misericordioso, abrió sus brazos, para recibir también al sacerdote arrepentido… ¡También él había hecho los nueve primeros viernes!

Se presentó a su Obispo, hizo penitencia y fue en adelante sacerdote ejemplar y celoso propagador de la devoción al Corazón de Jesús.
Vengan, pues y compren, casi de balde, la gracia y don inefable de la perseverancia final.



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