P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.†
Lecturas: Sab 2,17-20; S.53; St 3,16-4,3; Mc 9,30-37
El evangelio de hoy toca el mismo argumento que comentamos el domingo pasado: Jesús predice otra vez de modo expreso y claro su pasión, muerte en cruz y resurrección. Los dos textos están cercanos; el primero fue en el capítulo anterior; en el siguiente Jesús volverá a repetirlo. Además de estas profecías sobre su pasión, muerte y resurrección hay otros lugares, tanto en los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) como en el de San Juan, que evidencian que Jesús tuvo siempre muy claro, desde el principio de su vida hasta el final, su destino a la muerte en cruz y resurrección (v. Jn 2,22; 3,14; 6,64; 7,19.33-34; 8,27.40; 10,11-17; 12,7.27.32; 13,1.21.33; 14,2-3.19.30-31; 16,5-7.20; 18,11).
Esto patentiza con toda claridad el valor salvador primero y fundamental de la pasión de Cristo, su muerte en cruz y su resurrección. El texto dice que Jesús “iba instruyendo a sus discípulos”. Es decir que se trata no de meras conversaciones que se entrecruzaban, sino de ideas que los discípulos tenían que interiorizar, meter en la cabeza y no olvidarlas, para ponerlas en práctica y transmitirlas a su vez a los que creyeran, de modo que así, practicándolas, pudieran salvarse. Por eso están en los evangelios. Recogen la catequesis cristiana de los apóstoles. Ya sabemos que Marcos transcribe la catequesis de Pedro en Roma. Bien que le costó a Pedro aceptar la necesidad de la pasión. Lo veíamos el domingo pasado. Cristo insistió, los evangelios insisten. Es que se trata de algo vital. También nosotros debemos insistir. Frente a los que piden milagros y los que piden sabiduría humana, “nosotros –como Pablo –tenemos que predicar a Cristo y a Cristo crucificado” (1Cor 1,23). Él es lo único que hay que saber, el único que nos salva y nos puede salvar.
También esta segunda profecía, que hace a solos los Doce, comienza con la misma expresión enfática y solemne: “El Hijo del Hombre”. No entra, como en la primera, en detalles; tampoco los hay en los paralelos sinópticos (las narraciones de Mateo y Lucas); por lo que parece que Jesús mismo no fue más explícito. Sólo dice que “va a ser entregado (que incluye el ser cogido preso), que lo matarán (no nombra la cruz) y que a los tres días resucitará (en San Mateo la expresión es “al tercer día” como fórmula equivalente).
Dice el texto que “no entendían aquello y les daba miedo preguntarle”. Reacción psicológica normal del miedo ante el futuro. Miedo y rechazo ante un futuro contra el que no se puede hacer nada: el silencio, hablar de otra cosa. Por eso rompen su comunicación con el Maestro; él iba delante y ellos se arrastraban detrás, hablando de lo que a ellos les interesaba más. ¿De qué? Pues de “quién era el más importante”. ¡Qué distintos sus pensamientos de los de Jesús!
Cuando llegan a casa, probablemente la de Pedro, en Cafarnaúm, Jesús se acerca a un niño, quizás de la casa, que ha corrido a saludarle. ¿Hijo? –Pedro estaba casado -- ¿Sobrino? El evangelio no dice nada. Sería un detalle para nosotros entrañable, bonito. Pero fíjense en la forma de redactarse los evangelios. No se buscan curiosidades, ni son meras lecturas piadosas. A los evangelistas interesan sólo las palabras y obras de Jesús. Ahí está la vida.
Son interesantes los detalles. Jesús se sienta. Entre los judíos era la costumbre que el maestro se sentase para enseñar. Jesús se sienta. Va a enseñar, se trata de algo importante, que lo discípulos deben aprender. Llama a los doce, a todos. Pone al niño en medio y solemnemente les dice, refiriéndose a la conversación que se trajeron en el camino: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Ninguno de ellos pensaba así y por eso no habían entendido nada de su profecía ni lo entenderían. En la cena de pascua estarían peleando por los primeros puestos. Por eso eran incapaces de comprender su muerte y de esperar su resurrección. Sólo la gracia del Espíritu les abriría el corazón y los ojos de la fe. Aquel niño que pone delante de ellos resume la doble lección, que Mateo expone con más nitidez: Hay que hacerse humilde como un niño, no creerse con derecho a mandar ni ser el primero, sino feliz con el último caramelo o la última caricia. Y la otra lección es la de la predilección que Dios tiene con los humildes: Desprecia a los soberbios y a los humildes les da su gracia (St 4,6). Es una constante en la revelación.
Igual que en los pobres Jesús se identifica con los niños. Padres, educadores, catequistas, todos los que tratamos con niños, respetemos a los niños. No son para nuestra utilidad. Están llamados, como nosotros, a acercarse a Dios, a conocerle como Padre, a amarle y gozar de su amor. Planteado este tema no se puede menos de condenar el aborto voluntario, que no es sino una forma de matar. Toda conciencia recta lo tiene que reprobar. Un creyente mucho más. En un momento de fuerte corriente a favor del aborto como un derecho, los creyentes debemos tener las ideas claras y exponerlas cuando la ocasión lo amerite sin miedos ni complejos.
Los santos son los especialistas de Dios y de los medios para alcanzarlo. Ellos nos enseñan de obra y de palabra que el ejercicio de la humildad y la paciencia en la cruz, la benevolencia con los pobres, los últimos y los que sufren, son un medio maravilloso y necesario para alcanzar la perfección cristiana.
Escribe así Santa Rosa de Lima: «El divino Salvador con inmensa majestad dijo: “Que todos sepan que la tribulación va seguida de la gracia; que todos se convenzan que sin el peso de la aflicción no se puede llegar a la cima de la gracia; que todos comprendan que la medida de los carismas aumenta en proporción al incremento de las fatigas. Guárdense los hombres de pecar y de equivocarse: ésta es la única escala del paraíso, y sin la cruz no se encuentra el camino de subir al cielo”. Apenas escuché estas palabras experimenté un fuerte impulso de ir en medio de las plazas a gritar muy fuerte a toda persona de cualquier edad, sexo o condición: Escuchen, pueblos, escuchen todos. Por mandato del Señor, con las mismas palabras de su boca, os exhorto: No podemos alcanzar la gracia, si no soportamos la aflicción; es necesario unir trabajos y fatigas para alcanzar la íntima participación en la naturaleza divina, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta felicidad del espíritu. ¡Ojalá todos los mortales conocieran el gran valor de la divina gracia, su belleza, su nobleza, su infinito precio, lo inmenso de los tesoros que alberga, cuántas riquezas, gozos y deleites! Sin duda alguna se entregaría con suma diligencia a la búsqueda de las penas y aflicciones. Por doquiera en el mundo antepondrían a la fortuna las molestias, las enfermedades y los padecimientos, el incomparable tesoro de la gracia. Tal es la retribución y el fruto final de la paciencia. Nadie se quejaría de sus cruces y sufrimientos, si conociera cuál es la balanza con que los hombres han de ser medidos.»
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Voz de audio: Guillermo Eduardo Mendoza Hernández.
Legión de María - Parroquia San Pedro, Lima.
Agradecemos a Guillermo por su colaboración.
P. José Ramón Martínez Galdeano, jesuita†
Director fundador del blog
Lamentablemente no faltan en las Parroquias quienes aún piensan como los discípulos de este evangelio, nos falta mucho pedir a Dios la gracia de crecer en humildad para poder vivir el evangelio sirviendo a los demás.
ResponderEliminarHola Padre Galdeano: Me llamo Juan, tengo 26, soy argentino y di catequesis unos años. Ahora estoy retirado (tengo que terminar mi tesis y estoy buscando trabajo).
ResponderEliminarDe mis años de catequista me quedaron dos cosas muy claras: 1 que vale la pena anunciar el evangelio 2 que a los curas no les importábamos los catequistas. Nuestra formación era pésima (y eso que hice el curso oficial de tres años). Parecía como que la teología para los niños debía conformarnos también a nosotros.
O que la Teología era una suerte de "Mare Nostrum" de los curas.
En fin, eso ahora es pasado.
Decidí abrirme camino solo por los evangelios. Ahora, de a poco, voy comprendiendo más, y me siento-por fin- con menos dudas y capaz de comunicarlos,auqnue sea en un minimo grado -pero con lago de seguroidad- tanto a los grandes como a los pìhuellos de la catequesis.
Un recurso clásico es internet, pero no siempre la calidad abunda entre la cantidad. Vuestro blog me parece excelente, y les agradezco que lo pongan a navegar.
Lo sigo desde que lo descubrí hace unos días.
Sobre todo las homilías. Sigan así.
Un abrazo en Jesús, desde la ciudad de Córdoba,Argqntina, Juan (jmt_eci@hotmail.com).