Fiesta: 30 de agosto
Compartimos nuestras publicaciones sobre Santa Rosa de Lima, la primera santa del continente americano, Patrona de Perú, América y las Filipinas, acceda al Especial AQUÍ
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¡Señoras, señores!
En nuestro camino para redescubrir la pasión por el anuncio del Evangelio, para ver cómo el celo apostólico, esta pasión por anunciar el Evangelio se ha desarrollado en la historia de la Iglesia, en este camino miramos hoy a las Américas. Aquí la evangelización tiene un manantial siempre vivo: Guadalupe. Es una fuente viva. ¡Los mexicanos están contentos! Por supuesto, el Evangelio ya había llegado allí antes de esas apariciones, pero desafortunadamente también había sido acompañado por intereses mundanos. En lugar de la vía de la inculturación, se había recorrido con demasiada frecuencia el apresuramiento de trasplantar e imponer modelos preestablecidos —europeos, por ejemplo—, faltando al respeto a los pueblos indígenas. La Virgen de Guadalupe, en cambio, aparece vestida con las ropas de los autóctonos, habla su idioma, acoge y ama la cultura del lugar: María es Madre y bajo su manto encuentra lugar cada hijo. En Ella, Dios se hizo carne y, a través de María, sigue encarnándose en la vida de los pueblos. La Virgen, de hecho, anuncia a Dios en la lengua más adecuada, es decir, la lengua materna. Y también a nosotros la Virgen nos habla en lengua materna, la que nosotros entendemos bien. El Evangelio se transmite en la lengua materna. Y me gustaría dar las gracias a las muchas madres y abuelas que lo transmiten a sus hijos y nietos: la fe pasa con la vida, por eso las madres y abuelas son las primeras anunciadoras. ¡Un aplauso para las madres y abuelas! Y el Evangelio se comunica, como muestra María, en la sencillez: siempre la Virgen elige a los sencillos, en la colina del Tepeyac en México como en Lourdes y Fátima: hablándoles, les habla a cada uno, con un lenguaje adecuado para todos, con un lenguaje comprensible, como el de Jesús.
Detengámonos entonces en el testimonio de San Juan Diego, que es el mensajero, es el muchacho, es el indígena que recibió la revelación de María: el mensajero de la Virgen de Guadalupe. Él era una persona humilde, un indio del pueblo: sobre él se posa la mirada de Dios, que ama realizar prodigios a través de los pequeños. Juan Diego había llegado a la fe ya adulto y casado. En diciembre de 1531 tiene unos 55 años. Mientras está de camino, ¿ve en un alto a la Madre de Dios, que lo llama tiernamente, y cómo lo llama la Virgen? «hijo mío el menor, Juanito» (Nican Mopohua, 23). Luego lo envía al obispo a pedirle que construya un templo allí mismo, donde se había aparecido. Juan Diego, sencillo y servicial, va con la generosidad de su corazón puro, pero tiene que hacer una larga espera. Finalmente habla con el obispo, pero no se le cree. A veces nosotros, los obispos... Se encuentra de nuevo con la Virgen, que lo consuela y le pide que vuelva a intentarlo. El indio vuelve al obispo y con gran esfuerzo lo encuentra, pero éste, después de escucharlo, lo despide y envía hombres a seguirlo. He aquí la fatiga, la prueba del anuncio: a pesar del celo, llegan los imprevistos, a veces de la propia Iglesia. De hecho, para anunciar no basta con dar testimonio del bien, hay que saber soportar el mal. No olvidemos esto: es muy importante para anunciar el Evangelio no basta con dar testimonio del bien, sino que hay que saber soportar el mal. Un cristiano hace el bien, pero soporta el mal. Ambos van juntos, la vida es así. También hoy, en muchos lugares, para inculturar el Evangelio y evangelizar las culturas se necesita constancia y paciencia, no hay que temer a los conflictos, no hay que desanimarse. Estoy pensando en un país donde los cristianos son perseguidos, porque son cristianos y no pueden practicar su religión bien y en paz. Juan Diego, desanimado, porque el obispo lo devolvía, pide a la Virgen que lo dispense y encargue a alguien más estimado y capaz que él, pero es invitado a perseverar. Siempre existe el riesgo de una cierta docilidad en el anuncio: una cosa no funciona y uno retrocede, desanimándose y refugiándose tal vez en las propias certezas, en pequeños grupos y en algunas devociones íntimas. La Virgen, en cambio, mientras nos consuela, nos hace seguir adelante y así nos hace crecer, como una buena madre que, mientras sigue los pasos de su hijo, lo lanza a los desafíos del mundo.
Juan Diego, tan animado, vuelve al obispo que le pide una señal. La Virgen se lo promete, y lo consuela con estas palabras: «No se turbe tu rostro, tu corazón: […] ¿Acaso no estoy aquí yo, que soy tu madre? (ibíd., 118-119). Esto es bello, la Virgen tantas veces cuando estamos en desolación, en la tristeza, en la dificultad, nos lo dice también a nosotros, en el corazón: «¿No estoy aquí yo que soy tu madre?» Siempre cerca para consolarnos y darnos fuerzas para seguir adelante. Luego le pide que vaya a la árida cima de la colina a recoger flores. Es invierno pero, a pesar de ello, Juan Diego encuentra unos preciosos, los pone en su manto y los ofrece a la Madre de Dios, quien lo invita a llevarlos al obispo como prueba. Él va, espera su turno con paciencia y finalmente, en presencia del Obispo, abre su tilma; —que es lo que usaban los indígenas para cubrirse— abre su tilma mostrando las flores y he aquí: en el tejido del manto aparece la imagen de la Virgen, aquella extraordinaria y viva que conocemos nosotros, en cuyos ojos todavía están impresos los protagonistas de entonces. He aquí la sorpresa de Dios: cuando hay disponibilidad, cuando hay obediencia, Él puede hacer algo inesperado, en los tiempos y en las formas que no podemos prever. Y así se construye el santuario pedido por la Virgen y hoy se puede visitar.
Juan Diego deja todo y, con el permiso del obispo, dedica su vida al santuario. Acoge a los peregrinos y los evangeliza. Es lo que sucede en los santuarios marianos, meta de peregrinaciones y lugares de anuncio, donde cada uno se siente en casa —porque es la casa de la madre, es la casa de la madre— y siente la nostalgia del hogar, es decir, la nostalgia del lugar donde está la Madre, el Cielo. Allí la fe se acoge de modo sencillo, la fe se acoge de modo genuino, de modo popular, y la Virgen, como le dijo a Juan Diego, escucha nuestros llantos y cuida nuestras penas (cf. ibíd., 32). Aprendamos esto: cuando hay dificultades en la vida, vamos a la Madre; y cuando la vida es feliz, vamos a la Madre a compartir también esto. Necesitamos ir a estos oasis de consuelo y de misericordia, donde la fe se expresa en lengua materna; donde se depositan las fatigas de la vida en los brazos de la Virgen y se vuelve a vivir con la paz en el corazón, quizás con la paz de los niños.
...
Tomado de:
https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2023/documents/20230823-udienza-generale.html
Para anteriores catequesis del Papa AQUÍ
P. Ignacio Garro, jesuita †
9. EL SINDICATO
Continuación...
9.9.- La huelga como medio lícito de presión.
Por
"huelga" se entiende: "el
abandono del trabajo por parte de los obreros que trabajan en una empresa".
Modernamente se entiende por huelga:
"la paralización voluntaria y temporal del trabajo, por parte de la
totalidad o por un gran número de empleados de una empresa o de una determinada
actividad profesional, con el propósito de obtener mejoras en las condiciones
de trabajo, o por la defensa de intereses profesionales".
La huelga se
presenta, pues, como una forma directa y primaria de ejecución de justicia,
esto es, equivale a hacer justicia con las propias manos. Como tal, tiende a
restringirse, en la medida en que se perfecciona la legislación laboral,
mediante normas que orientan y solucionan eficazmente la solución de los
conflictos entre patrones y empleados. El ejercicio del derecho a la huelga debe
ser reglamentado en tal forma que ella quede como un recurso del cual puedan
valerse los obreros para conseguir sus demandas salariales, o, laborales
justas. [1]
El tema de la huelga
en la DSI al principio no fue muy bien comprendido. Así en León XIII, se advierte
la repulsa instintiva al empleo de este medio de presión social que ejercen los
obreros contra la patronal. Destaca ante todo que es un mal social. Pero no
llega a excluir su uso; la primera obligación del Estado, antes que prohibir
las huelgas, es remover sus causas, es decir, las injusticias que las originan,
RN, nº 29. Su sucesor y comentador de su encíclica social, Pío XI, en QA, nº
94, no trató directamente de este problema.
Hay que llegar hasta
el Concilio Vat. II para encontrar una reflexión moral sistemática sobre la
huelga. No es demasiado extraño: hasta entonces se había acudido implícitamente
a las condiciones que la tradición moral había establecido en general para
legitimar, en determinados casos, el empleo de la violencia. Estas condiciones
eran:
A la luz de estos
principios se habían intentado solucionar moralmente los conflictos
interpersonales o grupales. En concreto, basándose en ellos, se justificaba la
posibilidad de que, en algunos casos, la guerra fuese justa. Con estos mismos
principios, exceptuando el último de ellos, la referencia a la autoridad
legítima, los moralistas sociales abordaron el problema de la huelga. G et S,
nº 68, se mueve en esta óptica, aunque sin hacer mención expresa de las dos
últimas condiciones: reconoce que en las circunstancias presentes la huelga puede ser un medio de presión
necesario, aunque extremo, y exhorta a que se empleen preferentemente la negociación
y el diálogo: "En caso de conflictos
económico-sociales hay que esforzarse por encontrar soluciones pacíficas.
Aunque se ha de recurrir siempre primero a un sincero diálogo entre las partes,
Sin embargo, en la situación presente, la huelga puede
seguir siendo un medio necesario, aunque extremo, para la defensa de los
derechos y el logro de las aspiraciones justas de los trabajadores. Búsquense,
con todo, cuanto antes, caminos para
negociar y para reanudar el diálogo conciliatorio".
Planteadas así las cosas,
los documentos sociales postconciliares han subrayado sobre todo la tercera
condición, supuesta aunque no explicitada en G et S. En este sentido, OA, nº
14, deduce que la huelga de servicios necesarios para la vida de una comunidad es
difícilmente justificable[3],
pues: los males que se derivan de una huelga de este tipo, piénsese en una
huelga total del personal sanitario, donde, por ejemplo, la sección de "emergencias" no atiende
absolutamente a nadie, o el área de telecomunicaciones, servicio de bomberos etc,
donde por no atender debidamente se pueden poner en peligro la vida de los
ciudadanos y difícilmente serán los males menores que las injusticias que se
pretenden remediar. Lo mismo repite la encíclica LE, nº 20.
Ambos documentos, en
los mismos pasajes, abordan también un tema que nos es ya conocido: supuesta la
creciente politización de la vida socioeconómica, es clara la tentación de
utilizar la fuerza de la huelga con finalidad política. Tanto Pablo VI como J.
Pablo II se oponen a esta manipulación política de la huelga.
Los principios
expuestos hasta aquí se pueden sintetizar en dos afirmaciones de la DSI:
Esta claridad es
compatible con una mayor necesidad de concreción. No se encuentra ésta en los
grandes documentos de la DSI, pero sí en los documentos magisteriales del ámbito
local más concreto, como son los documentos de las Conferencias Episcopales, u
Obispos particulares, y en la reflexión más reciente de teólogos y creyentes
católicos. Podríamos hacer algunas reflexiones:
A.- Siguiendo con las condiciones que han mantenido como norma moral, se trata también de requisitos mínimos. Sin ellos la huelga es moralmente ilícita. Con ellos queda abierta la pregunta de si es moral o inmoral comenzar una huelga concreta. Porque no puede olvidarse que el cristiano está llamado a superar los mínimos de exigencia. Y ciertamente seguir el ejemplo de Jesús, como ocurrió en el huerto de Getsemaní, en que se daban las condiciones requeridas para responder a la violencia con violencia al intentar apresar a Jesús que era inocente. Y cuando Pedro saca la espada, Jesús le dice que ése no es el camino cristiano. En cualquier caso, el empleo de la violencia podrá estar en algunas ocasiones permitido. Pero nunca se excluye la renuncia a este medio de presión realizada por amor, no por comodidad, insolidaridad o cobardía.
B.- Es también claro que cada uno puede renunciar a defender sus derechos por la fuerza. Pero el caso es distinto si se trata de derechos al grupo al que pertenezco, o de otro grupo que me pide solidaridad con él. O de los derechos de alguien que tengo obligación de tutelar. Porque en cada una de estas situaciones se ventilan distintos valores morales.
C.- Volviendo al tercer requisito, es importante preguntarse, antes de declarar una huelga, quiénes van a ser los perjudicados. Determinadas huelgas de servicios necesarios para parte de la sociedad, como son sanidad, comunicaciones, perjudican a ciudadanos que no tienen que ver con el conflicto laboral ni pueden remediar sus causas. Emplear las huelgas en estos casos es utilizar como arma de presión el perjuicio a personas e intereses que no debían entrar en juego. Es utilizar una táctica de la que tradicionalmente se ha deducido la inmoralidad del capitalismo: la utilización de personas indefensas para los fines de una minoría. Y lleva ciertamente a un enrarecimiento de la convivencia social, al imponer de hecho las reivindicaciones por la fuerza de los hechos, no por el convencimiento de la razón o de la fuerza de la moral.
D.- Por todo lo anterior, es preciso regular, en estos casos los servicios mínimos que deben en todo caso ser respetados. Es urgente también regular por ley las condiciones legales en las que la huelga es lícita.
-Ciertamente son políticas las que pretenden metas que pueden y deben alcanzarse por cauces políticos.
-Una huelga general, que es una protesta contra la política general de la economía del Estado, difícilmente deja de tener siempre un color político.
-También es difícil que no tenga color político una huelga que utilice como elemento pretendido de presión crear problemas de orden político o que dañe seriamente la economía de uno o varios sectores, o que pretenda desgastar al partido político que es ese momento gobierna el país.
-No tienen, e cambio, por qué ser políticas las huelgas que promueven funcionarios públicos, aunque sus quejas se dirijan contra la Administración Pública, es decir, el Estado.
Esta es una breve selección de algunos problemas morales que plantea el empleo de la huelga en el momento presente. Parece que su número tiende a reducirse últimamente, aunque esta afirmación puede verse desmentida en cualquier momento.
La DSI ha expuesto
los principios generales, sin pretender dar soluciones universales: toca a las
comunidades cristianas "discernir, con
la ayuda del Espíritu Santo, en comunión con los Obispos responsables, en
diálogo con los demás hermanos cristianos y todos los hombres de buena
voluntad, las opciones que se deben de tomar en cada caso", OA, nº 4.
9.10.- Reflexiones finales:
Es claro que el
sindicalismo actual ha sufrido dos modificaciones que de hecho han condicionado
su influjo y su misma entidad
a.- Reorientación de sus fines: Sin abandonar sus planteamientos reivindicativos, el hecho de que el Estado
haya asumido buena parte de las peticiones que históricamente han presentado
los sindicatos y la doble conciencia de que la "concertación"[4]
es precisa para la buena marcha de la economía y de que ésta favorece los
intereses de los trabajadores, han obligado a los sindicatos a ampliar el abanico
de sus fines y a moderar su afán reivindicativo.
b.- Politización de su actividad: El Estado ha ido asumiendo cada vez más competencias dentro del ámbito económico. Esto conlleva una cierta politización inevitable de buena parte de la actividad económica, y también de la sindical. Aunque quedan campos donde los sindicatos pueden actuar independientemente de los partidos, buena parte de sus decisiones más importantes no pueden dejar de tener color político. Esto puede aplicarse también a la huelga, como ya indicamos anteriormente. Sigue en pie la llamada de la encíclica LE: los sindicatos deben evitar, en lo posible, hacer política directa; ésta debe de hacerse por otros cauces: partidos políticos, elecciones democráticas, etc. Sustituirlos por los sindicatos crea confusión y daña la convivencia social. Por otra parte, la historia enseña que un partido y un sindicato, aun perteneciendo a la misma corriente ideológica, pueden tener y de suyo tienen intereses divergentes. Esta es una razón más para mantener la separación entre ambas instituciones.
Por otro lado, no
estará de más señalar algunos aspectos en la actuación práctica de los
sindicatos hoy día. Hay unanimidad en reconocer que, aunque el sindicato debe
"velar" por los intereses de sus afiliados, no puede "prescindir"
de su intereses, por ejemplo:
De la misma forma que las ideologías de la clase proletaria han modificado sus planteamientos sobre el sindicato, también han cambiado su planteamiento los "teóricos del capitalismo liberal". Pues, no sólo aceptan la existencia libre del sindicato, sino que la desean; y propician la concertación asidua con él, esto con o sin el apoyo del gobierno de turno.
La Iglesia, ya desde la RN, defendió la necesidad de contar con los sindicatos en la ordenación de la vida económica de cada nación, mirado siempre al bien común. Los sucesivos documentos de la DSI se han ido haciendo eco de la evolución de los planteamientos sindicales que ha ido imponiendo la historia y han defendido los derechos básicos del sindicalismo desde sus comienzos. Los documentos sociales de la Iglesia han seguido de cerca y con simpatía las vicisitudes del sindicato como institución legítima y libre y han estimulado a los creyentes a colaborar en sus fines y en la mejora de la calidad de su actuación.
Por esto, la historia
demuestra que no hay razón para mirar con complejo de culpa la actuación de la
DSI de la Iglesia en el campo de la industrialización y su efectos sociales,
como ya lo hemos visto a lo largo de todo el curso; aunque hay habido algunas lagunas,
o deficiencias, estos son explicables, y el saldo puede decirse que es
altamente positivo.
Desde diferentes
ámbitos cristianos se sigue instando a reorientar la actividad sindical. Se
proponen para el sindicato año 2000 los siguientes objetivos:
- Basarse en
valores (morales, espirituales, culturales y sociales)
- Tener una
dimensión política diferente de los
partidos políticos
- Potenciar la
solidaridad con el mundo rural, los parados, los trabajadores eventuales
- Abrir esa solidaridad,
sobre todo, con el Tercer Mundo, desde la convicción de que los trabajadores y
sindicatos del primer mundo industrial están entre los grandes beneficiarios de
un orden internacional injusto y que por lo tanto obliga a restituir.
En estos objetivos
no se puede negar la inspiración de la DSI y también su acierto social y
político.
[1] Cfr.-
"Huelga" en Pequeña enciclopedia de la doctrina social de la
Iglesia" . Fernando Bastos de
Avila, SJ. Edic. Paulinas.
[2] El Catecismo de la Iglesia Católica, publicado por J.
Pablo II, (8,12,1992) incluye algunas páginas sobre la DSI. Respecto a la
huelga, además de potenciar la negociación anterior con la participación de los
sindicatos, nº 2430, resume las condiciones tradicionales: "La huelga es
moralmente legítima cuando constituye un recurso inevitable, si no necesario,
para obtener un beneficio proporcionado. Resulta moralmente inaceptable cuando
va acompañada de violencias o también cuando se lleva a cabo en función de
objetivos no directamente vinculados a las condiciones de trabajo o contrarios
al bien común, nº 2435.
...
Damos gracias a Dios por la vida del P. Ignacio Garro, SJ † quien, como parte del blog, participó con mucho entusiasmo en este servicio pastoral, seguiremos publicando los materiales que nos compartió.