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Doctrina Social de la Iglesia - 49. La Globalización VI


 

P. Ignacio Garro, jesuita †


8. LA GLOBALIZACIÓN

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8.10.- El capitalismo global y la ideología que lo inspira

Ni siquiera J. Pablo II ha tratado expresamente del fenómeno de la globalización en sus grandes documentos sociales, pues era un proceso que estaba en gestación. Pero en sus dos últimas encíclicas sociales “Sollicitudo rei socialis” y “Centesimus annus” hay elementos que se pueden emplear para tomar una postura cristiana ante este fenómeno.

De la encíclica “Centesimus annus” hay que retener sus reflexiones sobre el capitalismo tras el fracaso del colectivismo comunista; de la encíclica “Sollicitudo rei socialis” su propuesta de un orden social basado fundamentalmente en la solidaridad. Por lo que respecta a C.A. hay dos puntos de crítica hay que tener en cuenta.

 

8.11.- Análisis crítico del mercado y sus posibilidades

1º.- El primero de ellos es la confianza absoluta en el mercado como el mejor instrumento para asignar los recursos. J. Pablo II está lejos de profesar una confianza absoluta en el mercado como el mejor instrumento para asignar recursos a la sociedad y al individuo de manera justa y equitativa, ya que el mercado por su dinamismo interno propio tiene sus limitaciones, busca el dinero por el dinero, y no cuenta la persona, cuenta la mercancía.

Suele decirse que el mercado se ajusta de manera natural entre consumidores y productores, en la medida que los productores responden con sus ofertas de bienes y servicios a las necesidades de los consumidores expresadas en las demandas concretas. Sin embargo, la experiencia demuestra que no toda necesidad humana es susceptible de ser atendida por el mercado productor sino sólo la demanda del usuario con capacidad de pago, si no hay dinero, la demanda queda sin atender.


2º.- Esta segunda limitación proviene de la existencia de ciertos bienes llamados públicos, es decir, aquellos bienes que no son susceptibles de apropiación excluyente, como son servicios para la comunidad de agua y desagüe, luz, educación, salud, vías de comunicación, etc. J. Pablo II no descarta el mercado como institución económica válida pero subraya la necesidad imperiosa de someterlo a cierto control y ponerlo al servicio de otros fines que los estrictamente comerciales y económicos, como son los fines del bien común.

 

8.12.- El mercado, la libertad humana y su relación con la libertad económica

La cuestión fundamental está en concretar al servicio de qué fines funciona, o debe funcionar, el mercado. La encíclica afirma que la lógica intrínseca del mercado es insuficiente para atender las exigencias justas de todo ser humano. Así en del nº 34, dice: “Por encima de la lógica de los intercambios equivalentes y de las formas de justicia que los regulan, existe algo que es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su eminente dignidad. Este algo debido conlleva inseparablemente la posibilidad de sobrevivir y de participar activamente en el bien común de la humanidad”.

Hay que preguntarse críticamente si las teorías del mercado no impiden el desarrollo integral de todos los ciudadanos. Esta es la cuestión crucial que nos pone en la pista de la crítica más fundamental de J. Pablo II al capitalismo neoliberal. Se refiere precisamente al concepto de libertad humana que el capitalismo maneja en la práctica. Es una crítica a la ideología o al sistema que la sustenta.

“(El capitalismo neoliberal) ¿Es quizá éste el modelo que es necesario proponer a los países del Tercer Mundo, que buscan la vía del verdadero progreso económico y civil?. La respuesta es obviamente compleja. Si Por “capitalismo” se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre competitividad humana en el sector de la escomía, la respuesta es ciertamente positiva, aunque sería más apropiado hablar de “economía de empresa”, “economía de mercado” o simplemente “economía libre”. Pero si por “capitalismo” se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa”. “Centesimus annus”, nº 42.

Y prosigue: “Estas críticas van dirigidas no tanto contra un sistema económico cuanto a un sistema ético-cultural. En efecto, la economía es sólo un aspecto y una dimensión de la compleja actividad humana. Si es absolutizada, si la producción y el consumo de las mercancías ocupan el centro de la vida social y se convierten en el único valor de la sociedad, no subordinado a ningún otro, la causa hay que buscarla no sólo y no tanto en el sistema económico mismo, cuanto en el hecho de que todo el sistema sociocultural al ignorar la dimensión ética y religiosa, se ha debilitado, limitándose únicamente a la producción de bienes y servicios”. “Centesimus annus”. Nº 39.

Todas estas consideraciones de la encíclica resultan igualmente válidas y se aplican a la economía mundial, precisamente ese es uno de los peligros de la globalización mal entendida y mal aplicada, cuando las diferencias y ventajas de los que más tienen van en detrimento de los que tienen menos poder o menos dinero, queriendo imponerse ya sea en el nivel económico financiero, ya sea en el nivel de índole cultural, lo que se conoce como la cultural unidimensional, la que sutilmente imponen desde EEUU, Europa y Japón, cada uno en sus respectivos continentes.

 

8.13.- Un orden mundial basado en la Solidaridad

En su homilía del 1º de Mayo (Jubileo de los y trabajadores) J. Pablo II llamó a un esfuerzo por actualizar “la ética de la solidaridad” para encauzar debida y ordenadamente el proceso de globalización que, buena como herramienta de desarrollo y progreso, debe usarse con prudencia y responsabilidad social, no olvidando que es el hombre la medida de las cosas y no el dinero. Así pues, ante la pura globalización económica, J. Pablo II ofrecía la “globalización de la solidaridad”.

Otra de las aportaciones de J. Pablo II, en su encíclica “Sollicitudo rei socialis” (S.R.S), es su propuesta de la solidaridad a nivel mundial, como centro de un sistema de valores alternativo al del neoliberalismo capitalista. Su análisis se basa en el convencimiento de que la causa última de las diferencias crecientes en nuestro mundo está en el sistema de valores dominante. Por eso la encíclica se ocupa de concretar cuál es la clave de ese sistema y cuál podría ser el eje de un sistema de valores alternativo:

a.- El sistema de valores dominante en nuestro mundo y posibles alternativas

J. Pablo II se refiere a dos actitudes, que son en el fondo dos valores: 1.- el afán de ganancia y 2.- la sed de poder; y los caracteriza con estos dos rasgos son “valores absolutizados”, es decir conseguirlos a cualquier precio, por encima de todo, y van inseparablemente unidos (indisolublemente unidos), S.R.S, nº 37. A estos dos valores habría ha añadir la “competitividad” como valor que hoy se erige en la cima de todo sistema de valores y es clave de tantos comportamientos individuales y de tantas dinámicas sociales. Lo que es criticable no es la competitividad en sí y su tendencia a colocarse por encima de todos los demás valores. Y por eso dice:

“Éste es pues el cuadro: están aquellos – los pocos que poseen mucho – que no llegan verdaderamente a “ser”, porque, por una inversión de la jerarquía de valores, se encuentran impedidos por el culto del “tener”; y están los otros – los muchos que poseen poco o nada -, los cuales no consiguen realizar su vocación humana fundamental al carecer de los medios indispensables”, S. R.S. nº 28

b.- La Solidaridad como clave de un sistema alternativo de valores. 

La encíclica SRS estudia la solidaridad en tres pasos sucesivos:

  • El del análisis de la realidad
  • El del discurso ético
  • El del discurso teológico

Los dos primeros se relacionan así en el siguiente pasaje: “Ante todo se trata de la interdependencia percibida como sistema determinante de relaciones en el mundo actual, en sus aspectos económico, cultural, político, religioso, y asumida como categoría moral. Cuando la interdependencia es reconocida así, su correspondiente respuesta, como actitud moral y social, y como “virtud”, es la “solidaridad”. Ésta no es, pues, un sentimiento superficial sobre los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos sean verdaderamente responsables de todos” SRS, nº 38.

En efecto, la solidaridad como actitud ética es la respuesta más adecuada a la situación actual, que la encíclica denomina como “interdependencia”. Dicha interdependencia no es, en el fondo, nada diferente de la “globalización”, término cuyo uso aún no se había acuñado en 1987 cuando se escribió la encíclica. Esta forma de vivir la solidaridad quiebra la lógica egoísta de la competitividad y en este sentido es base para una alternativa a aquélla, pues la competitividad supone que el “otro” u “otros” son por principio el enemigo potencial al que hay que eliminar del mercado. Psicológicamente, la imagen del competidor (con el que se disputa la consecución de algo) es difícil de eludir. La solidaridad supone ver en el otro, no aquel que me disputa algo, sino aquel con el que comparto algo, o todo. Las energías de uno y otro no están en confrontación sino en convergencia.

Y todavía la solidaridad, en cuanto actitud de las personas, tiene un aspecto más desde el punto de vista cristiano que la enriquecen y la llevan a una mayor profundidad. Lo cristiano no hay que entenderlo en contraposición o como negación de lo humano, sino que es su nivel más profundo y radical. La solidaridad no necesitaría de la fe para poder ser concebida, pero la fe la enriquece y la lleva a una plenitud mayor. “Sollicitudo rei socialis” nº 40.

La solidaridad así entendida pone en marcha un mismo dinamismo, que es lo más decisivo en ella: la consideración de que el “otro”, sea persona o grupo social, no es un competidor al que hay que eliminar, sino que es parte de la propia realidad con quien se comparten los problemas: sus problemas no son ajenos sino propios. Es aquí donde la solidaridad es verdadera alternativa a la competitividad.

c.- La Solidaridad como virtud y como principio de organización de la sociedad

Hay que insistir en que la solidaridad es algo más que una virtud personal. Es también un “principio de organización” de la sociedad a todos los niveles. ¿No es todo esto demasiado bello y utópico? Por eso es importante rastrear las huellas de la solidaridad en las instituciones y en la sociedad.

Ante las tendencias hacia una creciente e indiscriminada internacionalización, que termina por superar a los grupos naturales y culturas autóctonas, J. Pablo II advierte que en esta hora global “las unidades sociales más pequeñas, naciones, comunidades, grupos religiosos o étnicos, familias o personas, no deben ser absorbidas anónimamente por una comunidad mayor, de modo que pierdan su identidad y se usurpen sus prerrogativas. Por el contrario, hay que defender y apoyar la autonomía propia de cada clase y organización social, cada una en su esfera” (Discurso a la Academia de Ciencias Sociales, 24 febrero, 2000). “La globalización no debe ser, por tanto, una nueva forma de colonialismo”, peligro que tan fácilmente planea y sigue latente bajo tantas formas sutiles de dominio, por eso J. Pablo II pide: “garantías sociales, legales y culturales ... necesarias para que las personas y los grupos intermedios mantengan su propia identidad y su centralidad”.

Un caso ejemplar, entre otros, podría ser el sistema del Estado de Bienestar, que procura cuidar al máximo el bienestar de sus ciudadanos en todos los niveles, donde el Bien Común se palpa en las instituciones y servicios públicos, en los ámbitos más variados.

Pero ahora nos interesa más la dimensión mundial de la solidaridad. Veamos algunas Conferencias Internacionales organizadas por las Naciones Unidas que apuntan cada vez más en esa dirección de la solidaridad mundial, es decir, globalizada. En estas Conferencias Internacionales se han ido manifestando por consenso creciente la dimensión global de los problemas del mundo actual, ya se trate de cuidar o proteger el medio ambiente, combatir eficazmente el hambre, prevenir y curar las enfermedades endémicas, malaria, cólera, SIDA, etc.

La dimensión global de tales problemas está exigiendo también respuestas globales, desde un compromiso de cooperación de todos los pueblos y de todos los gobiernos. Sin embargo, una vez más la realidad va en dirección opuesta; en estas Conferencias Internacionales, se llega a grandes acuerdos teóricos, se habla mucho, pero a la hora de la verdad, es decir los resultados reales, prácticos, y concretos, es decir, la colaboración de los países ricos y desarrollados en favor de los países menos desarrollados y más pobres, es deficiente, escasa y decepcionante. Esto nos lleva a que hay que insistir aún más en una solidaridad más exigente, no bastan palabras, acuerdos, conferencias, consensos entre gobiernos, sino obras, ayudas concretas, solidaridad globalizada que ayude a vivir en un mundo más humano, más cristiano, en el que los que tienen más bienes compartan y ayuden a los que tienen menos.

d.- Solidaridad y necesidad de una autoridad mundial. 

Ahora bien ¿basta solamente con hablar de cooperación? ¿O es preciso avanzar hacia un órgano dotado de verdadera autoridad para imponer esta colaboración a todos los Estados?.

En este contexto adquiere nueva actualidad un principio de la DSI como es el de la “subsidiariedad”, hay que delegar y dejar hacer a aquellas instituciones de ciudadanos libres que están fuera del dominio del Estado.

La existencia de una autoridad mundial con poderes efectivos ya la propuso Juan XXIII en la encíclica “Pacem in terris”, nº 40 y esta autoridad es correlativa del concepto del “Bien Común Universal”, (“Pacem in Terris”, nº 134-135). Este concepto de Bien Común Universal fue considerado por el Concilio Vat. II poniéndolo en interdependencia con el creciente desarrollo de los pueblos, en G et S, nº 26: “La interdependencia, cada vez más estrecha, y su progresiva universalización hacen que el bien común, ..., se universalice cada más e implique, por ello, derechos y obligaciones que miran a todo el género humano. Todo grupo social debe tener en cuenta las necesidades y las legítimas aspiraciones de los demás grupos; más aún, deben tener en cuenta el bien común de toda la familia humana”.

e.- Solidaridad y opción preferencial por los pobres. 

Como punto final y tema decisivo es la toma de conciencia en favor de una opción preferencial por los pobres. Solidaridad que según la DSI, constituye una apuesta por los más pobres y que pide a los poderosos: “que escuchen a los pobres del mundo” y que “trabajemos para que triunfe toda la humanidad y no una élite del bienestar que controla la ciencia, la tecnología de la comunicación y que utiliza los recursos del planeta en detrimento de la mayoría de las personas”, (L´Osservatore Romano). Tal opción por los pobres no es sino expresión de la solidaridad práctica y efectiva, solidaridad propia y efectiva propia de un mundo asimétrico y desigual. Quienes más necesitan de la solidaridad son las víctimas de este mundo globalizado o los que pueden ser más vulnerables a sus dinámicas perversas.

En la Tradición de la Iglesia, esta opción preferencial por los pobres ha sido elaborada sobre todo a partir de las Iglesias del Tercer Mundo. Sus propuestas han servido como revulsivo para los creyentes y las Iglesias de los países más avanzados del Norte; tales iglesias, tan acomodadas en su mundo de bienestar, sólo parecen preocupadas por la creciente secularización e indiferencia  en las que se ven envueltas.

f.- Conclusión general

Para concluir, recordemos que de la globalización se ha dicho que es un fenómeno irreversible y que va a adquirir aún mayor relieve e importancia en el futuro; la globalización es un fenómeno cuyo desarrollo es imparable, pero su rumbo es incierto, no tiene reglas de juego bien marcadas y establecidas. En efecto, aunque contiene potencialidades virtuosas, llevadas a sus últimas consecuencias, podría llevarnos a vivir en un mundo más rico para unos pocos y un gran mundo no suficientemente desarrollado y pobre para la mayoría de la humanidad.

La Iglesia a través de la DSI no es contraria a la globalización. La considera como un fenómeno característico dominante de la cultura, de la tecnología y de la economía actual, y connota que es una realidad compleja y ambivalente. Advierte de los peligros y pondera los beneficios. Denuncia claramente que la separación entre países pobres y ricos es cada vez más profunda y esto lleva a un desequilibrio mundial injusto y peligroso. Agudiza los problemas ecológicos, impone sus propias reglas de juego y en definitiva no ayuda, o ayuda muy poco, al desarrollo de los pueblos.

Además de la globalización está implícito un peligro no menos importante: la homogeneización cultural de todos los pueblos. De manera sutil e indirecta, a través de la comercialización de bienes y servicios, se impone a las poblaciones un único camino bueno para el desarrollo, destruyendo los rasgos característicos de cada cultura autóctona.

La globalización lleva consigo muchas oportunidades derivadas del crecimiento económico planetario y de la libre circulación de capitales, bienes y servicios. Sin embargo, es necesario impregnar de verdadera solidaridad el proceso de globalización en paz y justicia para que se realice al servicio de la vida humana y de la integridad y buen desarrollo de toda la creación.

Es necesario enfrentarse críticamente al fenómeno y reclamar a los distintos actores sociales, desde los ciudadanos a las organizaciones internacionales, pasando por las empresas multinacionales y nacionales, los sindicatos y los Gobiernos de los Estados, que trabajen para configurar un rostro más justo y humano a través de la globalización; aprovechar al máximo sus oportunidades y poner los beneficios generados por el fenómeno de la globalización al servicio de la solidaridad y la justicia social mundial. Esta es la globalización con valores cristianos.


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Damos gracias a Dios por la vida del P. Ignacio Garro, SJ † quien, como parte del blog, participó con mucho entusiasmo en este servicio pastoral, seguiremos publicando los materiales que nos compartió.


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