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Fiesta de San Pedro y San Pablo


El 29 de junio celebramos a dos grandes santos de la Iglesia: San Pedro y San Pablo, compartimos la reflexión del evangelio de hoy por el P. Adolfo Franco, jesuita. Acceda AQUÍ.

 

Domingo XIII del Tiempo Ordinario. Ciclo C. Exigencias del apostolado

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P. Adolfo Franco, jesuita.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (9, 51-62)

Cuando se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de él.

Puestos en camino, entraron en una aldea de samaritanos para hacer los preparativos. Pero no lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia Jerusalén.

Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron:

«Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?».

Él se volvió y los regañó. Y se encaminaron hacia otra aldea. Mientras iban de camino, le dijo uno:

«Te seguiré adondequiera que vayas».

Jesús le respondió:

«Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza».

A otro le dijo:

«Sígueme».

El respondió:

«Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre».

Le contestó:

«Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios».

Otro le dijo:

«Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de los de mi casa».

Jesús le contestó:

«Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios».

Palabra del Señor.


Jesús reprende la "violencia apostólica" de Juan y Santiago.

¿Apostolado violento?

En el largo camino a Jerusalén, del que nos habla especialmente San Lucas en su Evangelio, y que terminará en la cruz, hay este incidente que nos narra el Evangelio de hoy. Jesús y sus discípulos no son recibidos en un pueblo de Samaria (la región disidente y además rival de Jerusalén), porque precisamente iban a Jerusalén. El enfrentamiento entre Samaria y Judea es algo que viene desde muy antiguo, desde que, a la muerte de Salomón, el reino quedó dividido entre Roboán y Jeroboán.

Hay dos apóstoles, Santiago y Juan, que ven mal el que no los hayan recibido en ese pueblo, se sienten arrebatados por una ira santa (como si hubiera alguna ira santa), y quieren mandar fuego del cielo que consuma a esos desagradecidos; un arrebato de furia aparentemente apostólica: como si los destinatarios de la predicación no tuvieran que progresar, en su camino de aceptación del mensaje, por los senderos más lentos de la duda, la inseguridad, antes de entregarse plenamente al Señor. 

Ellos quisieran que las cosas estuviesen todas claras desde el principio; ellos quieren que las cosas se arreglen cuanto antes. No pueden esperar a que cada cosa madure lentamente. Y eso que estos dos eran de los que gozaban de más cercanía con Jesús; y si se puede hablar así, de los que gozaban de cierta predilección. Pero eso no los hacía entender mejor el mensaje de Jesús. Y Jesús les va a reprochar por esto.

Esta prisa por obtener resultados la tenemos todos. En las siguientes líneas de este mismo párrafo del evangelio de hoy, hay tres presuntos seguidores de Jesús, que parece que se desaniman, y le ponen pretextos. A veces todos nos desesperamos porque la gente nos pone pretextos, para no seguir nuestro plan que nos parece perfecto; la hora de Dios no coincide con la nuestra; la semilla se toma su tiempo para convertirse en planta y para dar fruto. Y la prisa del agricultor no acelera la cosecha.

En la Iglesia a veces hay también mucha impaciencia por los resultados, por verlos y pronto, porque los seminarios se llenen de vocaciones; somos impacientes, y tenemos prisa para que los templos se llenen. Quisiéramos que llegue pronto el día de la victoria. Y a los lentos, y a todos los que ponen pretextos y no reciben a Jesús, quisiéramos fulminarlos.

La tentación de la violencia contra los que no escuchan el mensaje es grande. Y junto con esto se añade la tentación de usar medios de coacción, para que la gente sea buena. Nos gustaría que la gente fuera buena aunque sea a la fuerza. Esa ha sido una tentación continua en la Iglesia, y en todos los tiempos. Y Jesucristo se manifiesta de otra manera: “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” y “yo he venido a salvar y no a condenar”. La tentación de la violencia (directa o sutil) no ha desaparecido en algunos seguidores del Señor, que deberían mantener más calma y más bondad ante la debilidad. 

Dios frente a los hombres (y también frente a nosotros mismos, que no somos ni mejores ni peores) tiene una paciencia inagotable. Tiene todo el tiempo del mundo, porque es Eterno y el tiempo no se le acaba nunca. Y además tiene una capacidad de comprensión de la debilidad humana, y un deseo de salvar, que no son compatibles con las iras que algunos pretenden tener en su nombre. Y Dios no puede ser pretexto para ninguna clase de iras.

Frente a las crisis no se pueden perder los papeles, ni se pueden tomar medidas que aplasten a los enemigos (reales o ficticios); no podemos dejar que nos nuble el pesimismo. No pensemos que la Salvación de Jesucristo está en estado de emergencia y que hay que aplicar medidas más severas para cuidar los intereses de Dios. Sepamos que Dios no está dormido, y que el mundo no se le escapa de las manos. La fuerza de la Redención de Jesucristo sigue intacta, no está en crisis, no está más débil; es siempre una fuerza salvadora que logra el éxito, por la intervención de Dios mismo.


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Voz de audio: José Alberto Torres Jiménez.
Ministerio de Liturgia de la Parroquia San Pedro, Lima. 
Agradecemos a José Alberto por su colaboración.

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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

Para otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.

 



Catequesis del Papa sobre la vejez: 15. Pedro y Juan


 

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles, 22 de junio de 2022

[Multimedia]


Queridos hermanos y hermanas, ¡bienvenidos y buenos días!

En nuestro recorrido de catequesis sobre la vejez, hoy meditamos sobre el diálogo entre Jesús resucitado y Pedro al final del Evangelio de Juan (21,15-23). Es un diálogo conmovedor, en el que se refleja todo el amor de Jesús por sus discípulos, y también la sublime humanidad de su relación con ellos, en particular con Pedro: una relación tierna, pero no empalagosa, directa, fuerte, libre, abierta. Una relación de hombres y en la verdad. Así, el Evangelio de Juan, tan espiritual, tan elevado, se cierra con una vehemente petición y ofrenda de amor entre Jesús y Pedro, que se entrelaza, con toda naturalidad, con una discusión entre ambos. El evangelista nos advierte: da testimonio de la verdad de los hechos (cf. Jn 21, 24). Y es en ellos donde hay que buscar la verdad.

Podemos preguntarnos: ¿somos capaces nosotros de custodiar el tenor de esta relación de Jesús con los discípulos, según su estilo tan abierto, tan franco, tan directo, tan humanamente real? ¿Cómo es nuestra relación con Jesús? ¿Es así, como la de los apóstoles con Él? ¿No estamos, sin embargo, muy a menudo tentados a encerrar el testimonio del Evangelio en la crisálida de una revelación “azucarada”, a la que añadimos nuestra veneración de circunstancia? Esta actitud, que parece de respeto, en realidad nos aleja del verdadero Jesús, e incluso se convierte en ocasión para un camino de fe muy abstracto, muy autorreferencial, muy mundano, que no es el camino de Jesús. Jesús es el Verbo de Dios hecho hombre, y Él se comporta como hombre, Él nos habla como hombre, Dios-hombre. Con esta ternura, con esta amistad, con esta cercanía. Jesús no es como esa imagen azucarada de las estampitas, no: Jesús está a la mano, está cerca de nosotros.

En el transcurso de la discusión de Jesús con Pedro, encontramos dos pasajes que se refieren precisamente a la vejez y a la duración del tiempo: el tiempo del testimonio, el tiempo de la vida. El primer paso es la advertencia de Jesús a Pedro: cuando eras joven eras autosuficiente, cuando seas viejo ya no serás tan dueño de ti y de tu vida. Dímelo a mí que tengo que ir en silla de ruedas, ¡eh! Pero es así, la vida es así: con la vejez te vienen todas estas enfermedades y debemos aceptarlas como vienen, ¿no? ¡No tenemos la fuerza de los jóvenes! Y también tu testimonio —dice Jesús— irá acompañado de esta debilidad. Tú debes ser testigo de Jesús también en la debilidad, en la enfermedad y en la muerte. Hay un pasaje hermoso de san Ignacio de Loyola que dice: “Así como en la vida, también en la muerte debemos dar testimonio de discípulos de Jesús”. El final de la vida debe ser un final de vida de discípulos: de discípulos de Jesús, porque el Señor nos habla siempre según la edad que tenemos. El Evangelista añade su comentario, explicando que Jesús aludía al testimonio extremo, el del martirio y de la muerte. Pero podemos comprender bien el sentido de esta advertencia de forma más general: tu seguimiento deberá aprender a dejarse instruir y plasmar por tu fragilidad, tu impotencia, tu dependencia de los demás, incluso en el vestirse, en el caminar. Pero tú «sígueme» (v. 19). El seguimiento de Jesús sigue adelante, con buena salud, con no buena salud, con autosuficiencia y con no autosuficiencia física, pero el seguimiento de Jesús es importante: seguir a Jesús siempre, a pie, corriendo, lentamente, en silla de ruedas, pero seguirle siempre. La sabiduría del seguimiento debe encontrar el camino para permanecer en su profesión de fe —así responde Pedro: «Señor, tú sabes que te quiero» (vv. 15.16.17)—, también en las condiciones limitadas de la debilidad y de la vejez.  A mí me gusta hablar con los ancianos mirándolos a los ojos: tienen esos ojos brillantes, esos ojos que te hablan más que las palabras, el testimonio de una vida. Y esto es hermoso, debemos conservarlo hasta el final. Seguir a Jesús así, llenos de vida.

Este coloquio entre Jesús y Pedro contiene una enseñanza valiosa para todos los discípulos, para todos nosotros creyentes. Y también para todos los ancianos. Aprender de nuestra fragilidad y expresar la coherencia de nuestro testimonio de vida en las condiciones de una vida ampliamente confiada a otros, ampliamente dependiente de la iniciativa de otros. Con la enfermedad, con la vejez la dependencia crece y ya no somos autosuficientes como antes; crece la dependencia de los otros y también ahí madura la fe, también ahí está Jesús con nosotros, también ahí brota esa riqueza de la fe bien vivida durante el camino de la vida.

Pero de nuevo debemos preguntarnos: ¿disponemos de una espiritualidad realmente capaz de interpretar el período—ahora largo y extendido—de este tiempo de nuestra debilidad confiada a los demás, más que al poder de nuestra autonomía? ¿Cómo permanecer fieles al seguimiento vivido, al amor prometido, a la justicia buscada cuando éramos capaces de tomar iniciativas, en el tiempo de la fragilidad, en el tiempo de la dependencia, de la despedida, en el tiempo de alejarse del protagonismo de nuestra vida? No es fácil alejarse del ser protagonista, no es fácil.

Este nuevo tiempo es también un tiempo de prueba, ciertamente. Empezando por la tentación —muy humana, sin duda, pero también muy insidiosa— de conservar nuestro protagonismo. Y a veces el protagonismo debe disminuir, debe abajarse, aceptar que la vejez te disminuye como protagonista. Pero tendrás otra forma de expresarte, otra forma de participar en la familia, en la sociedad, en el grupo de los amigos. Y es la curiosidad que le viene a Pedro: “¿Y él?”, dice Pedro, viendo al discípulo amado que los seguía (cf. vv. 20-21). Meter la nariz en la vida de los otros. Pues, no. Jesús le dice: “¡Cállate!”. ¿Realmente tiene que estar en “mi” seguimiento? ¿Acaso debe ocupar “mi” espacio? ¿Será mi sucesor? Son preguntas que no sirven, que no ayudan. ¿Debe durar más que yo y tomar mi lugar? Y la respuesta de Jesús es franca e incluso áspera: «¿Qué te importa? Tú, sígueme» (v. 22). Como diciendo: cuida de tu vida, de tu situación actual y no metas la nariz en la vida de los otros. Tú sígueme. Esto sí, es importante: el seguimiento de Jesús, seguir a Jesús en la vida y en la muerte, en la salud y en la enfermedad, en la vida cuando es próspera con muchos éxitos y también en la vida difícil con tantos momentos duros de caída. Y cuando queremos meternos en la vida de los otros, Jesús responde: “¿A ti qué te importa? Tú sígueme”. Hermoso. Nosotros ancianos no deberíamos tener envidia de los jóvenes que toman su camino, que ocupan nuestro lugar, que duran más que nosotros. El honor de nuestra fidelidad al amor jurado, la fidelidad al seguimiento de la fe que hemos creído, incluso en las condiciones que nos acercan a la despedida de la vida, son nuestro título de admiración para las generaciones venideras y de reconocimiento agradecido por parte del Señor. Aprender a despedirse: esta es la sabiduría de los ancianos. Pero despedirse bien, con la sonrisa; aprender a despedirse en sociedad, a despedirse con los otros. La vida del anciano es una despedida, lenta, lenta, pero una despedida alegre: he vivido la vida, he conservado mi fe. Esto es hermoso, cuando un anciano puede decir esto: “He vivido la vida, esta es mi familia; he vivido la vida, he sido un pecador, pero también he hecho el bien”. Y esta paz que viene, esta es la despedida del anciano.

Incluso el seguimiento forzosamente inactivo, hecho de contemplación emocionada y de escucha extasiada de la palabra del Señor —como la de María, hermana de Lázaro— se convertirá en la mejor parte de su vida, de la vida de nosotros los ancianos. Que nunca esta parte nos será quitada, nunca (cf. Lc 10,42). Miremos a los ancianos, mirémoslos, y ayudémosles para que puedan vivir y expresar su sabiduría de vida, que puedan darnos lo que tienen de hermoso y de bueno. Mirémoslos, escuchémoslos. Y nosotros ancianos, miremos a los jóvenes siempre con una sonrisa: ellos seguirán el camino, ellos llevarán adelante lo que hemos sembrado, también lo que nosotros no hemos sembrado porque no hemos tenido la valentía o la oportunidad: ellos lo llevarán adelante. Pero siempre con esta relación de reciprocidad: un anciano no puede ser feliz sin mirar a los jóvenes y los jóvenes no pueden ir adelante en la vida sin mirar a los ancianos. Gracias.



Tomado de:

https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2022/documents/20220622-udienza-generale.html

Para anteriores catequesis del Papa AQUÍ

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Ejercicios Espirituales 2022

 


Para los residentes en Lima, se invita a vivir la experiencia de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola.

CASA DE RETIRO EL BUEN PASTOR

Calle los Abetos N°614, Salamanca, Ate (Alt. Cdra 13 Av. Los Quechuas)

Dirige P. Edwin Vásquez, jesuita.

Fecha: 28 de julio (7:30 am) al 31 de julio (8:00 am)

Inscripciones hasta el domingo 17 de julio.

Organizado por la Comunidad de Vida Cristiana - CVX, Núcleo San Pedro.

Informes e inscripciones:

Consejo CVX San Pedro

Nelly Aguilar: 994930481

Dora Luz Casas: 949827619


ESPECIAL: SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


En junio, mes dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, compartimos nuestras publicaciones sobre esta hermosa y muy difundida devoción centrada en el Amor de Dios.

Acceda AQUÍ

 


Imagen del Sagrado Corazón de Jesús, Parroquia San Pedro, Lima




Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo 15



P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita


Continuamos con la publicación de las meditaciones diarias por el P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita, en esta décima quinta entrega continuamos presentando las meditaciones correspondientes al tema:

IV. JESÚS REGRESA A GALILEA Y MARCHA A TIERRAS DE PAGANOS

PASA DE NUEVO POR GALILEA

(Junio - Setiembre, año 29)

Asimismo, se presenta la Introducción y Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones presentadas por el autor, con la finalidad de dar orientaciones básicas a los ejercitantes, y se complementa con orientaciones para realizar el examen de la meditación.

Estas meditaciones se publicarán semanalmente en grupo correspondientes a un tema. Esperamos que estas publicaciones sean de provecho espiritual, con la gracia de Dios.

ACCEDA A LAS MEDITACIONES AQUÍ


 


 




ESPECIAL: CORPUS CHRISTI


Yo soy el Pan vivo, bajado del cielo.
Si uno come de este pan, vivirá para siempre;
y el pan que yo le voy a dar,
es mi carne por la vida del mundo.

Jn. 6, 51 


Invitamos a hacer una lectura orante del Capítulo 6 del evangelio de San Juan, donde nos anuncia el misterio del Sacramento de la Eucaristía, asimismo ofrecemos nuestras publicaciones dedicadas a esta Solemnidad, acceda AQUÍ





 




CORPUS CHRISTI – Ciclo C - EL CUERPO DE CRISTO


P. Adolfo Franco, jesuita

Lectura del santo evangelio según san Lucas (9, 11-17):

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.

Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.»

Él les contestó: «Dadles vosotros de comer.»

Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.» Porque eran unos cinco mil hombres.

Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.»

Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.

Palabra del Señor


El Corpus Christi nos recuerda que también nuestro cuerpo debe ser instrumento de santificación.

Esta fiesta está establecida en la Iglesia especialmente para venerar solemnemente la donación generosa de Jesucristo en la Eucaristía. Es una solemnidad para poner de relieve la importancia del Sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

El texto evangélico, con el que entramos en la meditación de hoy, narra una de las versiones (la de San Lucas, en este caso) del milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Milagro, que especialmente en el Evangelio de San Juan, quiere destacar el milagro más grande aún de la institución de la Eucaristía.

El sacramento de la Eucaristía es el centro de la práctica de la vida cristiana, porque en él se nos entrega Jesucristo, realmente, aunque oculto tras la apariencia de pan y de vino. Jesucristo mismo destacó la importancia fundamental de la Eucaristía cuando, al anunciar su institución, nos dice: “Les aseguro que si ustedes no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día último. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive unido a mí, y yo vivo unido a él”. (Jn 6, 53-56).

Frecuentar la participación en la Eucaristía, tener sed de Jesús en la Eucaristía (no contentarse con la sola misa de cada domingo), debe ser lo central que busquemos en nuestra práctica de vida cristiana.

En la Eucaristía se compendian todos los dones que Jesucristo viene a darnos, al ofrecernos la salvación. su mensaje, su entrega, la redención en la Cruz, la comunicación de la vida de la gracia (la nueva vida), todo eso se compendia en la Eucaristía. Y además expresa en su forma y en su fondo el nuevo pacto, la Nueva Alianza que Dios quiere establecer con los hombres, y que había sido prefigurada en las diversas alianzas del Antiguo Testamento, en toda la Historia de la Salvación, y especialmente en el pacto que Dios establece con su pueblo después de salvarlos de la esclavitud de Egipto.

Ese pacto que hace Dios con el pueblo salvado de la esclavitud contenía tres elementos centrales: el compromiso de Dios de tener al pueblo judío como su pueblo particular, el compromiso del pueblo de acoger y cumplir los mandamientos, y el sacrificio del cordero, expresión de todo esto.

Estos tres elementos llevados a su plenitud, los pone de relieve Jesús al establecer la Eucaristía en la Cena del Jueves Santo: Dios se compromete con el nuevo Pueblo, universal, que abarca todas las naciones sin exclusivismos geográficos, o étnicos. Es el pueblo de todos los creyentes pertenecientes a todas las culturas, del mundo entero. Y a todos estos, especialmente convocados en la Eucaristía, Dios los recibe, no sólo como su pueblo, sino como su familia, como sus hijos; por eso es tan apropiado que recemos el Padre Nuestro en la Eucaristía. En segundo lugar, como en la Antigua Alianza, el pueblo, o sea los creyentes, se comprometen a cumplir la ley. Ya no se trata simplemente de legalismos, sino de la entrega del corazón, de la búsqueda de la voluntad de Dios en la vida, del mandamiento del amor. La novedad de este pacto está contenida en la afirmación de Jesús: “Ustedes serán mis discípulos si se aman unos a otros”; esta es la condición para pertenecer a su pueblo nuevo; por eso es tan hermoso el hecho de darnos la paz en la celebración de la Eucaristía; supone reemplazar un simple cumplimiento de preceptos, por la entrega total del amor: el cristianismo debe hacernos generosos en nuestra donación. 

Y todo esto se hace mediante el sacrificio del Cordero de Dios, que sustituye para siempre todos los sacrificios antiguos, y que queda como el único sacrificio agradable a Dios; sacrificio que es a la vez fiesta, celebración de la salvación, comida de amistad. Y con esto también nos da un mensaje para que nuestra vida sea fiesta, amistad, comunidad y sacrificio, por Cristo y por los hermanos.

Y es que la Eucaristía debería transformarnos; tener la alegría de haber sido salvados, y por tanto vivir el optimismo cristiano toda la vida. Debería impulsarnos a sacrificarnos (o sea entregar a Cristo y a los hermanos lo mejor de nosotros), en fin a ser amigos, porque la Eucaristía nos debe hacer amigos.


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Voz de audio: José Alberto Torres Jiménez.
Ministerio de Liturgia de la Parroquia San Pedro, Lima. 
Agradecemos a José Alberto por su colaboración.

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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

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Catequesis del Papa sobre la vejez: 14. El servicio gozoso de la fe que se aprende en la gratitud. (cfr. Mc 1, 29-31)

 


PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles, 15 de junio de 2022

[Multimedia]

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hemos escuchado la sencilla y conmovedora historia de la sanación de la suegra de Simón —que todavía no era llamado Pedro— en la versión del evangelio de Marcos. El breve episodio es narrado con ligeras pero sugerentes variaciones también en los otros dos evangelios sinópticos. «La suegra de Simón estaba en la cama con fiebre», escribe Marcos. No sabemos si se trataba de una enfermedad leve, pero en la vejez también una simple fiebre puede ser peligrosa. Cuando eres anciano, ya no mandas sobre tu cuerpo. Es necesario aprender a elegir qué hacer y qué no hacer. El vigor del cuerpo falla y nos abandona, aunque nuestro corazón no deja de desear. Por eso es necesario aprender a purificar el deseo: tener paciencia, elegir qué pedir al cuerpo y a la vida. Cuando somos viejos no podemos hacer lo mismo que hacíamos cuando éramos jóvenes: el cuerpo tiene otro ritmo, y debemos escuchar el cuerpo y aceptar los límites. Todos los tenemos. También yo tengo que ir ahora con el bastón.

La enfermedad pesa sobre los ancianos de una manera diferente y nueva que cuando uno es joven o adulto. Es como un golpe duro que se abate en un momento ya difícil. La enfermedad del anciano parece acelerar la muerte y en todo caso disminuir ese tiempo de vida que ya consideramos breve. Se insinúa la duda de que no nos recuperaremos, de que “esta vez será la última que me enferme…”, y así: vienen estas ideas… No se logra soñar la esperanza en un futuro que aparece ya inexistente. Un famoso escritor italiano, Italo Calvino, notaba la amargura de los ancianos que sufren perder las cosas de antes, más de lo que disfrutan la llegada de las nuevas. Pero la escena evangélica que hemos escuchado nos ayuda a esperar y nos ofrece ya una primera enseñanza: Jesús no va solo a visitar a esa anciana mujer enferma, va con los discípulos. Y esto nos hace pensar un poco.

Es precisamente la comunidad cristiana que debe cuidar de los ancianos: parientes y amigos, pero la comunidad. La visita a los ancianos debe ser hecha por muchos, juntos y con frecuencia. Nunca debemos olvidar estas tres líneas del Evangelio. Sobre todo hoy que el número de los ancianos ha crecido considerablemente, también en proporción a los jóvenes, porque estamos en este invierno demográfico, se tienen menos hijos y hay muchos ancianos y pocos jóvenes. Debemos sentir la responsabilidad de visitar a los ancianos que a menudo están solos y presentarlos al Señor con nuestra oración. El mismo Jesús nos enseñará a amarlos. «Una sociedad es verdaderamente acogedora de la vida cuando reconoce que ella es valiosa también en la ancianidad, en la discapacidad, en la enfermedad grave e, incluso, cuando se está extinguiendo» (Mensaje a la Pontificia Academia por la Vida, 19 de febrero de 2014). La vida siempre es valiosa. Jesús, cuando ve a la anciana mujer enferma, la toma de la mano y la sana: el mismo gesto que hace para resucitar esa joven que había muerto, la toma de la mano y hace que se levante, la sana poniéndola de nuevo de pie. Jesús, con este gesto tierno de amor, da la primera lección a los discípulos: la salvación se anuncia o, mejor, se comunica a través de la atención a esa persona enferma; y la fe de esa mujer resplandece en la gratitud por la ternura de Dios que se inclinó hacia ella. Vuelvo a un tema que he repetido en estas catequesis: esta cultura del descarte parece cancelar a los ancianos. De acuerdo, no los mata, pero socialmente los cancela, como si fueran un peso que llevar adelante: es mejor esconderlos. Esto es una traición de la propia humanidad, esta es la cosa más fea, esto es seleccionar la vida según la utilidad, según la juventud y no con la vida como es, con la sabiduría de los viejos, con los límites de los viejos. Los viejos tienen mucho que darnos: está la sabiduría de la vida. Mucho que enseñarnos: por esto nosotros debemos enseñar también a los niños que cuiden a los abuelos y vayan donde ellos. El diálogo jóvenes-abuelos, niños-abuelos es fundamental para la sociedad, es fundamental para la Iglesia, es fundamental para la sanidad de la vida. Donde no hay diálogo entre jóvenes y viejos falta algo y crece una generación sin pasado, es decir sin raíces.

Si la primera lección la dio Jesús, la segunda nos la da la anciana mujer, que “se levantó y se puso a servirles”. También como ancianos se puede, es más, se debe servir a la comunidad. Está bien que los ancianos cultiven todavía la responsabilidad de servir, venciendo a la tentación de ponerse a un lado. El Señor no los descarta, al contrario, les dona de nuevo la fuerza para servir. Y me gusta señalar que no hay un énfasis especial en la historia por parte de los evangelistas: es la normalidad del seguimiento, que los discípulos aprenderán, en todo su significado, a lo largo del camino de formación que vivirán en la escuela de Jesús. Los ancianos que conservan la disposición para la sanación, el consuelo, la intercesión por sus hermanos y hermanas —sean discípulos, sean centuriones, personas molestadas por espíritus malignos, personas descartadas… —, son quizá el testimonio más elevado de pureza de esta gratitud que acompaña la fe. Si los ancianos, en vez de ser descartados y apartados de la escena de los eventos que marcan la vida de la comunidad, fueran puestos en el centro de la atención colectiva, se verían animados a ejercer el valioso ministerio de la gratitud hacia Dios, que no se olvida de nadie. La gratitud de las personas ancianas por los dones recibidos de Dios en su vida, así como nos enseña la suegra de Pedro, devuelve a la comunidad la alegría de la convivencia, y confiere a la fe de los discípulos el rasgo esencial de su destino.

Pero tenemos que entender bien que el espíritu de la intercesión y del servicio, que Jesús prescribe a todos sus discípulos, no es simplemente una cosa de mujeres: en las palabras y en los gestos de Jesús no hay ni rastro de esta limitación. El servicio evangélico de la gratitud por la ternura de Dios no se escribe de ninguna manera en la gramática del hombre amo y de la mujer sierva. Es más, las mujeres, sobre la gratitud y sobre la ternura de la fe, pueden enseñar a los hombres cosas que a ellos les cuesta más comprender. La suegra de Pedro, antes de que los apóstoles lo entendieran, a lo largo del camino del seguimiento de Jesús, les mostró el camino también a ellos. Y la delicadeza especial de Jesús, que le “tocó la mano” y se “inclinó delicadamente” hacia ella, dejó claro, desde el principio, su sensibilidad especial hacia los débiles y los enfermos, que el Hijo de Dios ciertamente había aprendido de su Madre. Por favor, hagamos que los viejos, que los abuelos, las abuelas estén cerca de los niños, de los jóvenes, para transmitir esta memoria de la vida, para transmitir esta experiencia de la vida, esta sabiduría de la vida. En la medida en que nosotros hacemos que los jóvenes y los viejos se conecten, en esta medida habrá más esperanza para el futuro de nuestra sociedad.



Tomado de:

https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2022/documents/20220615-udienza-generale.html

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Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo 14



P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita


Continuamos con la publicación de las meditaciones diarias por el P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita, en esta décima cuarta entrega presentamos las meditaciones correspondientes al tema:

IV. JESÚS REGRESA A GALILEA Y MARCHA A TIERRAS DE PAGANOS

PASA DE NUEVO POR GALILEA

(Junio - Setiembre, año 29)

Asimismo, se presenta la Introducción y Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones presentadas por el autor, con la finalidad de dar orientaciones básicas a los ejercitantes, y se complementa con orientaciones para realizar el examen de la meditación.

Estas meditaciones se publicarán semanalmente en grupo correspondientes a un tema. Esperamos que estas publicaciones sean de provecho espiritual, con la gracia de Dios.

ACCEDA A LAS MEDITACIONES AQUÍ


 





La Santísima Trinidad - El misterio de Dios


Con motivo de celebrar la Santísima Trinidad, recomendamos nuestra serie sobre el misterio de Dios, de nuestro querido P. Ignacio Garro, SJ., la serie tiene 16 entregas, puede acceder a los enlaces AQUÍ. 






DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD. Ciclo C.

 


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P. Adolfo Franco, jesuita.

Lectura del santo evangelio según san Juan (16, 12 - 15)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.

Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando.

Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.

Palabra del Señor.


Fiesta de la Santísima Trinidad, el gran misterio de Dios.

Esta fiesta de la Santísima Trinidad nos introduce en la consideración del misterio del mismo Dios. Cuánto amor supone de parte de Dios el querer que sus hijos sepamos su secreto más íntimo, para que lo conozcamos cómo es por dentro. Pero entrar en el misterio de Dios es entrar en un océano en el que nos perdemos porque al entrar ahí vemos cuán imperfecto es nuestro pensamiento, nuestro lenguaje, nuestra lógica, todo.

Y sin embargo nuestro Dios amado es toda la verdad, es toda la realidad, es la esencia total de las esencias, desde la cual todo lo existente se hace posible, y desde el cual hay que entender e interpretar todo. Es que normalmente, para poder entender cualquier cosa, nuestro punto de vista somos nosotros mismos; desde nuestras propias experiencias, desde nuestros propios conceptos previamente elaborados entendemos todo lo demás: ése es el mecanismo que hace posible el conocimiento humano. Y al querer entender a Dios desde nosotros, comenzamos por un error esencial en la perspectiva, en el punto de partida, porque en realidad deberíamos hacer lo contrario: procurar entendernos a nosotros mismos desde Dios: El es el punto de vista, es el origen desde el cual se debe entender correctamente lo que hay de verdad, de belleza, de existencia en cualquiera de los seres, y especialmente en el hombre, que fue creado a imagen y semejanza de Dios. Y muchas veces el hombre piensa al revés, y al intentar conocerlo, desde los parámetros humanos, hace a Dios a su imagen y semejanza. Nosotros vemos las huellas de Dios en el mundo (en las maravillas de la naturaleza y especialmente en lo que es el ser humano), y así intentamos imaginar a Dios. Pero en realidad debería ser al revés, sólo podemos entender el mundo y a nosotros mismos viéndonos desde Dios. Esto es una utopía, y por eso al hablar de Dios solo podemos balbucear.

Este es un punto importante, sobre el que deberíamos pensar. Pensamos a Dios a nuestra imagen y semejanza. Incluso cuando tenemos una “buena imagen” de Dios, lo pensamos desde nuestros esquemas de conocimiento. Pero muchas veces tenemos una “pésima imagen” de Dios. Hay quienes se alejan de Dios por la imagen que ellos mismos se han hecho de Dios; porque han puesto en su pobre imagen de Dios, sus propias frustraciones, sus rencores, sus fracasos, sus decepciones; y así imaginan un dios cruel, lejano, indiferente; respecto del cual lo mejor es mantenerse lejos, y sobre todo, mantenerlo lejos de nuestro corazón.

En cambio, el misterio de la Santísima Trinidad nos muestra lo insondable, lo deslumbrante, la infinitud de Dios mismo. Nos debe hacer caer en la cuenta que todas nuestras imágenes de Dios, aún las mejores, son inadecuadas: que Dios es más que todo eso, que es más Padre que todo lo imaginable, que es más Luz, que toda luz, que es más bondad, que es más justo, que es más misericordioso, que es más fuerte, que es mas, y mucho más. Nuestros conceptos, por el hecho de hacerlos, ponen un límite a lo que están conceptuando (nombrar algo es delimitarlo), y este Misterio, corazón de todo misterio, se sale de todas las delimitaciones, desborda todos los nombres y todos los adjetivos.

En El tiene todo centro nuestra Religión revelada por Jesucristo. Todo concluye en El, todo se deriva de El: en El tiene todo su origen y su fin. Por eso nosotros somos bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; en la Santísima Trinidad comienza el misterio de la Eucaristía, pues la celebramos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y en la Trinidad concluye también la Eucaristía, y siempre que recibimos una bendición la recibimos también en el nombre de la misma Santísima Trinidad. Dios Debe estar en el principio y en el fin de todo acto religioso, y de todo acto humano, porque de hecho en El estamos sumergidos, en El vivimos; y deberíamos vivir no sólo en El, sino para El; así nuestro ser estaría de verdad centrado, y de lo contrario estaríamos descentrados.


Escuchar AUDIO o descargar en MP3

Voz de audio: José Alberto Torres Jiménez.
Ministerio de Liturgia de la Parroquia San Pedro, Lima. 
Agradecemos a José Alberto por su colaboración.

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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

Para otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.

 



San Antonio de Padua


 El 13 de junio se celebra a San Antonio de Padua, con ese motivo se comparte nuestra publicación sobre su vida. Acceda AQUÍ.




Doctrina Social de la Iglesia - 33. La Empresa I

 


P. Ignacio Garro, jesuita †


6. LA EMPRESA. CONFLUENCIA DE CAPITAL Y TRABAJO [1]

Del trabajo hemos hablado ampliamente en el capítulo 5º de este tratado. Ahora vamos a describir la Empresa como lugar de encuentro del capital y su relación con el trabajo. El actor principal en nuestro punto de vista sigue siendo:  la persona humana, su dignidad.

 

6.1. LA EMPRESA, COMUNIDAD HUMANA

La Empresa se puede definir como: "una unidad de producción en la cual se combinan los diferentes factores productivos para el abastecimiento de bienes y / o servicios a la comunidad".[2]

Podemos decir que una empresa la componen personas humanas: gerente, administrativos, personal técnico y obreros junto a unos medios materiales: instalaciones técnicas, edificios, dinero, etc. De la colaboración de los hombres entre sí, y del uso racional de los bienes capital surge la "unidad económica productiva llamada Empresa, considerada como un conjunto organizado que tiende a un fin".

 

6.2. OBJETIVO DE LA EMPRESA

El fin de los que trabajan en una empresa es el económico. Se asocian libremente para obtener ganancia. La empresa produce bienes materiales o de servicio, de cuya venta se obtiene el lucro buscado, Pero tanto la obtención como el reparto de la ganancia se debe de sujetar a unas normas morales.             

a.- La ganancia viene dada por la diferencia entre el precio del coste y el precio de venta. Este precio, por principio, ha de ser justo. No se le permite a la empresa en el plano moral imponer precios abusivos valiéndose para ello de ciertas situaciones de monopolio.

b.- El reparto de la ganancia ha de ser proporcional a la contribución de cada factor.

Materialmente la Empresa es considerada como el medio de "satisfacer necesidades" en el marco de la "oferta y la demanda", pues quien produce una cosa, lo hace para que otros puedan disfrutar de la misma después de haber pagado el justo precio, establecido de común acuerdo después de una libre negociación, C.A. nº 32. Sin embargo, desde un punto de vista más profundo y amplio, la Empresa es, ante todo, "la existencia misma como comunidad de hombres"... "al servicio de la sociedad entera", nº 35.

J. Pablo II en la encíclica "Centesimus annus", nº 43 dice: "La empresa no puede considerarse únicamente como una "sociedad de capitales"; es, al mismo tiempo, una "sociedad de personas", en las que entran a formar parte de manera diversa y con responsabilidades específicas los que aportan el capital necesario para su actividad y los que colaboran con su trabajo". La empresa funda sus raíces en la libertad de la persona humana y en el valor del propio hombre, capaz de llevar a cabo un trabajo social, es decir, un trabajo "con" y "para" los otros hombres, nº 32.

Definida la Empresa como unidad productiva en la que se involucran personas y capitales, y como institución que, con vocación de permanencia en el tiempo, se orienta a satisfacer necesidades materiales mediante la producción de bienes y servicios, la encíclica C.A, apunta a un elemento fundamental en la vida de la Empresa: el papel importante del empresario y el proceso directivo. Hoy día tiende a verse como factor decisivo la calidad del producto, ya no tanto el capital, la maquinaria, o la técnica, sino el hombre que la maneja, el trabajo cualificado de la persona humana. Esto vale más que el trabajo de las máquinas, y la dirección de la Empresa ha de tenerlo en cuenta.

 

6.3.- CAPITAL Y TRABAJO. DEPURACIÓN TERMINOLÓGICA

En un tema tan importante como es el de la relación entre capital y trabajo hay que aclarar los términos y ver lo que ellos significan. De esta manera podemos precisar los temas y aclarar las dificultades. Veamos:

1.- Capital: Definición: Capital viene del latín: "caput" = cabeza. Este término es polivalente, como adjetivo se refiere a la cabeza de una persona humana, como a su parte principal. Por extensión, o por analogía se aplica a todo aquello que es esencial o  fundamental o de gran importancia. En el aspecto económico se habla de "capital" como de la parte más importante y principal de la economía, de la empresa o de cualquier actividad  lucrativa.

En el aspecto económico - industrial se dice: "no hay actividad económica sin capital inicial". En definitiva el "capital" significa todo bien económico susceptible de ser aplicado a la producción o a toda riqueza que se emplea para producir más riqueza. En general el capital se considera como uno de los agentes principales de producción de bienes y servicios y que se expresa en sumas económicas rentables.

La consideración del capital ha evolucionado a través de los tiempos, desde la simple idea de la riqueza acumulada, hasta las de trabajo útil y de mercancía.

Se llama capital fijo, el que se compone de bienes de larga duración, como son los bienes inmuebles, maquinaría, capacidad instalada en la industria; en definitiva, todo aquello que produce renta y continua en poder del  propietario.

Capital circulante, es el constituido por los bienes susceptibles de transformación, como, por ejemplo: materias primas para manufactura de productos concretos; todo aquello que al producir renta se incorpora y / o cambia de propietario.

Un mismo objeto puede, por consiguiente, clasificarse como capital fijo o circulante, según el uso que de él se hace: un tractor es capital fijo para un hacendado, y capital circulante para la fábrica que lo produce y lo vende.

Se dice que el capital está consolidado cuando se compone de bienes inmuebles, o equiparados a ellos, y abarca todo lo que fue incorporado al suelo, con carácter permanente, ejemplo: una casa. Por el contrario, el capital fluctuante está constituido por bienes que se hallan en manos de terceros, como títulos de deudas, créditos bancarios, etc. Capital líquido es el que está formado por bienes de movimiento fácil y libre, como el dinero disponible en caja o depositado en los bancos. Por consiguiente se puede considerar el capital en:

a.- Capital técnico, constituido por el conjunto de bienes materiales empleados en la producción, especialmente aquellos que aumentan la productividad humana, como las máquinas, etc.

b.- Capital de giro, que es el importe de liquidez que necesita una empresa para mover sus negocios.

c.- Capital contable, que se compone de los valores monetarios, de amortización constante.

d.- Capital jurídico, que se refiere a los derechos relativos a ciertos valores que producen renta, ya sean ellos valores de propiedad o de crédito.

La formación del capital de una nación se verifica a través de:

1.- Recursos internos provenientes de la economía espontánea o forzosa, que consiste básicamente en aquella parte de la renta individual o social que no se destina al consumo inmediato.

2.- Recursos externos, que afluyen de varias fuentes, en forma de inversiones para desarrollar la producción.

El movimiento de capitales, en el ámbito internacional, se verifica en ritmo acelerado en los tiempos actuales buscando la búsqueda de inversiones que tengan alta rentabilidad económica.[3]



    [1] Este capítulo está tomado de "Manual de Doctrina Social de la iglesia", Pgs 512 - 528. De Alfonso. A. Cuadrón. BAC, Maior, Nº43. Madrid. l993.

    [2] Cfr. "Pequeña Enciclopedia de la DSI". F. Bastos de Avila, SJ. Pag. 250. Edit. S. Pablo, Bogotá 1991.

    [3] Cfr. Tema "Capital" de la "Pequeña Enciclopedia de la Doctrina Social de la Iglesia". pag. 88.  Autor, Fernando Bastos de Avila, Edic. Paulinas, Bogotá, 1994.



Damos gracias a Dios por la vida del P. Ignacio Garro, SJ † quien, como parte del blog, participó con mucho entusiasmo en este servicio pastoral, seguiremos publicando los materiales que nos compartió.


Para acceder a las publicaciones de esta SERIE AQUÍ.





Catequesis del Papa sobre la vejez: 13. Nicodemo «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo?» (Jn 3,4)


 

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles, 8 de junio de 2022

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Entre las figuras de ancianos más relevantes en los Evangelios está Nicodemo —uno de los jefes de los Judíos— el cual, queriendo conocer a Jesús, pero a escondidas, fue donde él por la noche (cfr. Jn 3,1-21). En la conversación de Jesús con Nicodemo emerge el corazón de la revelación de Jesús y de su misión redentora, cuando dice: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (v. 16).

Jesús dice a Nicodemo que para “ver el reino de Dios” es necesario “renacer de lo alto” (cfr. v. 3). No se trata de empezar de nuevo a nacer, de repetir nuestra venida al mundo, esperando que una nueva reencarnación abra de nuevo nuestra posibilidad de una vida mejor. Esta repetición no tiene sentido. Es más, vaciaría de todo significado la vida vivida, cancelándola como si fuera un experimento fallido, un valor caducado, un envase desechable. No, no es esto, este nacer de nuevo, del que habla Jesús, es otra cosa. Esta vida es valiosa a los ojos de Dios: nos identifica como criaturas amadas por Él con ternura. El “nacimiento de lo alto”, que nos consiente “entrar” en el reino de Dios, es una generación en el Espíritu, un paso entre las aguas hacia la tierra prometida de una creación reconciliada con el amor de Dios. Es un renacimiento de lo alto, con la gracia de Dios. No es un renacer físicamente otra vez.

Nicodemo malinterpreta este nacimiento y hace referencia a la vejez como demostración de su imposibilidad: el ser humano envejece inevitablemente, el sueño de una eterna juventud se aleja definitivamente, la consumación es el puerto de llegada de cualquier nacimiento en el tiempo. ¿Cómo puede imaginarse un destino que tiene forma de nacimiento? Nicodemo piensa así y no encuentra la forma de entender las palabras de Jesús. ¿Qué es este renacer?

La objeción de Nicodemo es muy instructiva para nosotros. En efecto, podemos invertirla, a la luz de la palabra de Jesús, en el descubrimiento de una misión propia de la vejez. De hecho, ser viejos no sólo no es un obstáculo para el nacimiento de lo alto del que habla Jesús, sino que se convierte en el tiempo oportuno para iluminarlo, deshaciendo el equívoco de una esperanza perdida. Nuestra época y nuestra cultura, que muestran una preocupante tendencia a considerar el nacimiento de un hijo como una simple cuestión de producción y de reproducción biológica del ser humano, cultivan el mito de la eterna juventud como la obsesión —desesperada— de una carne incorruptible. ¿Por qué la vejez es despreciada de tantas maneras? Porque lleva la evidencia irrefutable de la destitución de este mito, que quisiera hacernos volver al vientre de la madre, para volver siempre jóvenes en el cuerpo.

La técnica se deja atraer por este mito en todos los sentidos: esperando vencer a la muerte, podemos mantener vivo el cuerpo con la medicina y los cosméticos, que ralentizan, esconden, eliminan la vejez. Naturalmente, una cosa es el bienestar, otra cosa es la alimentación del mito. No se puede negar, sin embargo, que la confusión entre los dos aspectos nos está creando cierta confusión mental. Confundir el bienestar con la alimentación del mito de la eterna juventud. Se hace mucho para tener de nuevo siempre esta juventud: muchos maquillajes, muchas operaciones quirúrgicas para parecer más jóvenes. Me vienen a la mente las palabras de una sabia actriz italiana, la Magnani, cuando le dijeron que iban a quitarle las arrugas, y ella dijo: “¡No, no las retoques! Me ha costado muchos años  conseguirlas: ¡no las retoques!”. Las arrugas son un símbolo de la experiencia, un símbolo de la vida, un símbolo de la madurez, un símbolo de haber hecho un camino. No retocarlas para resultar jóvenes, jóvenes de aspecto, pero lo que interesa es toda la personalidad, lo que interesa es el corazón, y el corazón permanece con esa juventud del vino bueno, que cuanto más envejece mejor es.

La vida en la carne mortal es una bellísima “incompleta”: como ciertas obras de arte que precisamente por estar inacabadas tienen un encanto único. Porque la vida aquí abajo es “iniciación”, no cumplimiento: venimos al mundo así, como personas reales, como personas que progresan con la edad, pero son para siempre reales. Pero la vida en la carne mortal es un espacio y un tiempo demasiado pequeño para custodiar intacta y llevar a cumplimiento la parte más valiosa de nuestra existencia en el tiempo del mundo. La fe, que acoge el anuncio evangélico del reino de Dios al cual estamos destinados, tiene un primer efecto extraordinario, dice Jesús. La fe nos permite “ver” el reino de Dios. Nos hace capaces de ver realmente las muchas señales de la aproximación de nuestra esperanza a su cumplimiento, a través de todo lo que en nuestra vida lleva el signo de que estamos destinados a la eternidad de Dios.

Las señales son las del amor evangélico, de muchas maneras iluminadas por Jesús. Y si las podemos “ver”, podemos también “entrar” en el reino, con el paso del Espíritu a través del agua que regenera.

La vejez es la condición, concedida a muchos de nosotros, en la cual el milagro de este nacimiento de lo alto puede ser asimilado íntimamente y hecho creíble para la comunidad humana: no comunica nostalgia del nacimiento en el tiempo, sino amor por el destino final. En esta perspectiva la vejez tiene una belleza única: caminamos hacia el Eterno. Nadie puede volver a entrar en el vientre de la madre, ni siquiera en su sustituto tecnológico y consumista. Esto no da sabiduría, esto ignora el camino cumplido, esto es artificial. Sería triste, incluso si fuera posible. El viejo camina hacia adelante, el viejo camina hacia el destino, hacia el cielo de Dios, el viejo camina con su sabiduría vivida durante la vida. La vejez, pues, es un tiempo especial para librar el futuro de la ilusión tecnocrática de una supervivencia biológica y robótica, pero sobre todo porque abre a la ternura del vientre creador y generador de Dios. Aquí, yo quisiera subrayar esta palabra: la ternura de los ancianos. Observad a un abuelo o una abuela cómo miran a los nietos, cómo acarician a los nietos: esa ternura, libre de toda prueba humana, que ha vencido las pruebas humanas y es capaz de dar gratuitamente el amor, la cercanía amorosa del uno por los otros. Esta ternura abre la puerta a entender la ternura de Dios. No olvidemos que el Espíritu de Dios es cercanía, compasión y ternura. Dios es así, sabe acariciar. Y la vejez nos ayuda a entender esta dimensión de Dios que es la ternura. La vejez es el tiempo especial para librar el futuro de la ilusión tecnocrática, es el tiempo de la ternura de Dios que crea, crea un camino para todos nosotros. Que el Espíritu nos conceda la reapertura de esta misión espiritual —y cultural— de la vejez, que nos reconcilia con el nacimiento de lo alto. Cuando pensamos de esta manera en la vejez, entonces nos preguntamos: ¿por qué esta cultura del descarte decide desechar a los ancianos, considerándoles no útiles? Los ancianos son los mensajeros del futuro, los ancianos son los mensajeros de la ternura, los ancianos son los mensajeros de la sabiduría de una vida vivida. Sigamos adelante mirando a los ancianos.



Tomado de:

https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2022/documents/20220601-udienza-generale.html

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