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ESPECIAL: ADVIENTO - 1° SEMANA
Domingo I Adviento. Ciclo B: Vigilar, pues no sabemos cuándo es el momento
P. Adolfo Franco, jesuita.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (13, 33-37):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!»
Palabra del Señor
Comienza el adviento con la paz y la alegría de la próxima navidad, aunque sea diferente, en lo acciental.
En este párrafo del evangelio se repite con insistencia, y se nos advierte casi como una advertencia: estén alerta, vigilen, estén en vela. Y con esta exhortación la liturgia nos introduce en este hermoso tiempo del Adviento.
La vigilancia es una actitud cristiana importantísima. Vigilar es lo contrario del abandono, del estar adormilados. Vigilar es poner todas las facultades de la persona en alerta y en acción, tomar conciencia de que algo importante está por ocurrir. La actitud contraria a la vigilancia es el descuido, la pereza.
¿Y por qué se nos dice que debemos vigilar? Por la certeza de que el Señor está para llegar, y se merece que lo estemos esperando; y que le estemos esperando siempre, porque además no sabemos cuándo vendrá.
La venida del Señor, la espera, la vigilancia, la alegría de esta venida es el contenido del mensaje que nos trae este hermoso tiempo del Adviento. El Adviento es un tiempo de preparación para la llegada del Señor.
Pero el Adviento tiene además otros significados: litúrgicamente es el tiempo anterior a la Navidad: para recibir bien la Navidad, hay que pasar por el Adviento, o sea el Adviento en este caso es una preparación interior para celebrar la Navidad como cristianos. Y en este sentido sus reflexiones tienen dos contenidos: la penitencia que nos ayude a crecer espiritualmente, y la alegría por anticipar el encuentro hermoso con Jesús que nacerá como un niño.
Pero también el Adviento significa la espera de la segunda venida del Señor. Todo el tiempo de la historia, después de que Cristo subió al cielo, es un Adviento. En este caso el Adviento le da sentido a todos los acontecimientos, sucesos e historia del ser humano. La historia adquiere significado, porque apunta a la segunda venida de Cristo. La historia es una flecha que apunta a Cristo: esto es también el Adviento. Y como consecuencia el Adviento nos dice que como cristianos, debemos tener esa actitud firme y llena de paz que es la esperanza sobrenatural. Nuestras vidas personales, la historia que es el conjunto de las vidas de todos, no es un río que se precipita en una catarata, en el abismo; sino que nuestras vidas y la historia se apresuran caminando al encuentro de Aquel que nos ama y nos busca. Este es otro sentido del Adviento, que también debemos recordar.
Pero además el Adviento es un tiempo para recordar y gozar el acontecimiento más hermoso que conviene recordar: el Nacimiento de Jesús en nuestro mundo. Este hecho que ocurrió, y del que depende nuestra salvación, lo recordamos y lo festejamos, porque es el encuentro de Dios con los hombres en nuestro pequeño mundo, en el portal de Belén. Es un misterio de amor, de ternura, de grandeza y de pequeñez simultáneamente: no hay nada más grande que Dios, y es un gesto de una grandeza increíble el que haya querido venir a nuestro mundo. Y por otra parte nos señala la pequeñez, la infancia, como signo de Dios.
Estos sentidos, tiene el Adviento, que se abre con este domingo. Y esta debe ser la tónica de nuestras celebraciones, y de nuestras reflexiones. Por eso el Adviento es un tiempo de alegría, pero aún no completa, aún le falta algo, porque aún no ha nacido Dios. Es un tiempo de penitencia, pero la penitencia de alguien que se está preparando para una fiesta.
Y en el Adviento no podemos dejar de pensar en la Virgen. Ella es la protagonista de esta espera. La que esperó la primera Navidad es María, que vivió un Adviento de nueve meses. El Adviento debe tener todas las ilusiones y alegrías que tenía María en su corazón sabiendo que llevaba consigo al Salvador.
SOLEMNIDAD DE CRISTO REY
P. Adolfo Franco, jesuita.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (25, 31-46)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas, de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: "Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme." Entonces los justos le contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?" Y el rey les dirá: "Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis." Y entonces dirá a los de su izquierda: "Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis. Entonces también éstos contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistirnos?" Y él replicará: "Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo." Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.»
Palabra del Señor.
Fiesta de Cristo Rey, final del año litúrgico.
El Año Litúrgico se cierra con esta gran fiesta: Jesucristo Rey del Universo; y para la celebración de esta fiesta, nos pone la Iglesia la narración de Mateo sobre el juicio final, en que aparece en su majestad el señorío de Cristo.
Esta expresión de Rey encierra alguna dificultad para su recta comprensión: ¿qué significa que Cristo es Rey? El problema es doble: por una parte, la aplicación de un término político y terrenal a Jesucristo, cuya relación con nosotros es religiosa; en segundo lugar, porque nosotros, hombres de cultura democrática, tenemos muy lejana la concepción de lo que es un rey.
Pero a pesar de eso debemos aceptar que, en esta denominación de Cristo, como Rey, se encierran enseñanzas muy importantes para nuestra comprensión de la persona misma de Jesucristo y de su íntima relación con nosotros. No es algo accesorio a su misma realidad mesiánica y salvadora este nombre de Rey.
La palabra evoca gobierno, majestad, palacios, dominio, jefatura, cortesanos, trono, corona, cetro; y muchas otras cosas. Una persona distante, vestida de púrpura y con vasallos que inclinan la cabeza y doblan la rodilla, ante la distante majestad. Incluso a algunos esta realidad de la realeza les lleva al mundo de los cuentos infantiles de los príncipes que liberan a la princesa cautiva, y para los adultos el concepto nos transporta a remotas y ya pasadas épocas de la historia.
Pero quizá si hacemos un pequeño esfuerzo de reflexión, podremos descubrir realidades ocultas, importantes y hermosas, en esta denominación de Cristo Rey. Y para eso habremos de pasar del mundo exterior, y más superficial, al mundo más interior y más esencial a nosotros mismos. En el nivel más exterior de las realidades: gobernar (y por tanto reinar) es dominar, someter, dar órdenes, imponer leyes; y no hay otra forma de conducir políticamente a los grupos humanos que, imponiéndoles una voluntad, la del gobernante, y con frecuencia con fuerza y con sanciones. Pero Cristo no ejerce su reinado en ese nivel más externo de nuestra realidad, sino en el interior, en lo más esencial de nosotros. Su reinado no es político, y como El mismo lo dirá: mi Reino no es de este mundo. Se trata de otra cosa.
En ese mundo interior es donde tenemos los deseos hondos, las ilusiones, el centro de la libertad, el misterio de nuestro propio yo, la fuente más interior desde donde podemos construir la felicidad. Y ahí no llega ninguna orden externa, ninguna dominación política; en ese punto no hay sujeción, sino sólo una libertad alegre, pura y total. Y ese es el territorio del Reino de Cristo: no nuestras circunstancias externas, sino nuestro mundo interior. Es el espacio del amor, donde Cristo quiere reinar. Donde colocamos, como reyes a las personas que amamos. Es nuestro corazón el trono de este Rey.
El Reinado de Cristo, quiere decir convertir a Jesús en el centro de nuestros deseos: quiere ser el Rey de nuestro corazón. Quiere ser la culminación de todas nuestras ilusiones: el sueño más alto de todos nuestros ensueños. El quiere ser la meta más querida de nuestra libertad. Quiere decirnos que El es el constructor de nuestra felicidad. Así se realiza el Reinado de Cristo: cuando le entregamos gustosamente nuestra propia libertad, y percibimos que nuestra libertad se agranda en proporciones no imaginadas, cuando la orientamos a El. No hay persona más libre que la que tiene a Jesucristo como norte y guía. Así se convierte Cristo en la fuente más abundante de la felicidad y de la paz.
En este Reino de Cristo su ley es amar. Si practicamos nuestro cristianismo, como cumplidores de una ley, somos cristianos con amo, pero sin Rey. No es ése el Reino de Cristo. Y este Rey nos guía a una meta de luz y de esperanza, real y auténtica, y que sobrepasa todo lo que pudiéramos imaginar.
Domingo XXXIII Tiempo Ordinario. Ciclo A: Parábola de los talentos
P. Adolfo Franco, jesuita.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (25, 14 - 30):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: "Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco." Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor." Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: "Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos." Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor." Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: "Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo." El señor le respondió: "Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadle fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes."»
Palabra del Señor
Los talentos recibidos por cada uno, muchos o pocos, nos los da el Señor para el servicio de nuestros hermanos.
Jesucristo con esta parábola, narrada por San Mateo, quiere avisarnos también de lo que ocurrirá al final de los tiempos; y lo que ocurrirá es que el Señor nos pedirá cuentas de lo que hemos hecho en la vida, de cómo hemos hecho rendir los dones y las cualidades que El nos ha dado a cada uno. Esta enseñanza, que explica el sentido de nuestra vida, provoca una exigencia: negociar las buenas obras con las cualidades de que el Señor nos ha dotado. Eta misma enseñanza también está presentada por los Evangelios, en otros varios momentos: y es que mirar nuestra vida, desde la perspectiva del final de la existencia, debe ayudarnos para dar un valor auténtico a todo lo que vivimos en el momento presente.
Primero se nos dice que todo lo que tenemos lo hemos recibido: características personales, cualidades, posición en la vida, riquezas materiales, riqueza espiritual e intelectual. Todo lo hemos recibido, todo es don de Dios. Nosotros gozamos el beneficio de nuestras propias características, pero también y simultáneamente, somos administradores de un capital entregado para que lo sepamos utilizar convenientemente.
La Iglesia, cuando habla, en su Doctrina Social, de la propiedad privada, suele añadir que la propiedad privada tiene también una dimensión social, y que sobre la propiedad privada pesa una hipoteca social. Son formas de hablar para decirnos que la propiedad privada debe también producir un beneficio para los demás: este beneficio se puede generar de muchas maneras: desde crear puestos de trabajo con mi riqueza, hasta compartir por la limosna algo de lo que tengo, y otras muchas formas variadas de comunicación a otros de lo que yo tengo.
Pero esta forma de hablar de las riquezas materiales, debe aplicársele a todas las otras riquezas que tenemos, y todos tenemos muchas. Es lo que el Señor nos enseña tantas veces, que todo lo que somos y hacemos debe beneficiar a nuestros hermanos, debemos usarlo para el bien de todo el que nos necesite.
Así se va de raíz a eliminar todo lo que pueda ser egoísmo. El egoísmo es una de las más perversas formas de equivocarse al pretender entender lo que es la persona humana. Dios no ha creado al hombre y a la mujer para que viva cada uno su vida, con esa máxima tan poco cristiana "sálvese quien pueda". El vivir para sí, no es usar la vida de acuerdo a la voluntad de Dios.
Así, nuestra inteligencia, nuestro amor, la afectividad, el buen humor, la energía vital, la tenacidad, la capacidad de relacionarme, la imaginación, el gusto por la belleza y todos los innumerables bienes naturales; pero además nuestra fe, nuestra oración, el conocimiento de Dios y todos los bienes sobrenaturales nos han sido dados por Dios, y tienen dos dimensiones: la individual por la cual benefician a quien los posee, y la social por la que deben producir beneficios a los demás. La ociosidad, la irresponsabilidad, la pereza, el egoísmo son pecados contra el sentido mismo de la vida.
No siempre sabemos las consecuencias que tienen en los demás nuestros actos: esos actos son la forma de que nuestros dones produzcan bienes a los demás; unas veces vemos el efecto, el fruto, producido, otras veces no lo vemos, porque los efectos de nuestras obras se producen incluso más allá de nuestra muerte. Pero, que lo veamos o no lo veamos, no es lo que importa.
Cuántas personas han encontrado a Dios y se han santificado por un pequeño librito: "Los Ejercicios Espirituales" de San Ignacio de Loyola. Si este hombre no hubiera puesto al servicio de los demás la riqueza que Dios le había comunicado, cuánto se habría dejado de hacer. Claro Dios tiene otros muchos caminos para hacer llegar sus riquezas, pero si Dios me ha escogido como canal, no puedo ser tan irresponsable de cegar ese canal.
Podríamos citar y recordar a tantísimas personas, para constatar cómo se han convertido en bienhechoras de los demás, por haber hecho fructificar sus talentos, y por haberlos compartido. Y lamentablemente también hay seres amorfos que no han dejado huella, porque nunca se preocuparon de hacer nada; terrible será que el Señor nos pueda decir: "Eres un empleado negligente y holgazán" (Mt. 25, 26).
Catequesis del Papa sobre la Oración: 14, «La oración perseverante»
PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Biblioteca del Palacio Apostólico
Miércoles, 11 de noviembre de 2020
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Seguimos con las catequesis sobre la oración. Alguien me ha dicho: “Usted habla demasiado sobre la oración. No es necesario”. Sí, es necesario. Porque si nosotros no rezamos, no tendremos la fuerza para ir adelante en la vida. La oración es como el oxígeno de la vida. La oración es atraer sobre nosotros la presencia del Espíritu Santo que nos lleva siempre adelante. Por esto yo hablo tanto de la oración.
Jesús ha dado ejemplo de una oración continua, practicada con perseverancia. El diálogo constante con el Padre, en el silencio y en el recogimiento, es el fundamento de toda su misión. Los Evangelios nos cuentan también de sus exhortaciones a los discípulos, para que recen con insistencia, sin cansarse. El Catecismo recuerda las tres parábolas contenidas en el Evangelio de Lucas que subrayan esta característica de la oración (cfr. CCE, 2613) de Jesús.
La oración debe ser sobre todo tenaz: como el personaje de la parábola que, teniendo que acoger un huésped que llega de improviso, en mitad de la noche va a llamar a un amigo y le pide pan. El amigo responde: “¡no!”, porque ya está en la cama, pero él insiste e insiste hasta que no le obliga a alzarse y a darle el pan (cfr. Lc 11,5-8). Una petición tenaz. Pero Dios es más paciente que nosotros, y quien llama con fe y perseverancia a la puerta de su corazón no queda decepcionado. Dios siempre responde. Siempre. Nuestro Padre sabe bien qué necesitamos; la insistencia no sirve para informarle o convencerle, sino para alimentar en nosotros el deseo y la espera.
La segunda parábola es la de la viuda que se dirige al juez para que la ayude a obtener justicia. Este juez es corrupto, es un hombre sin escrúpulos, pero al final, exasperado por la insistencia de la viuda, decide complacerla (cfr. Lc 18,1-8). Y piensa: “Es mejor que le resuelva el problema y me la quito de encima, y así no viene continuamente a quejarse delante de mí”. Esta parábola nos hace entender que la fe no es el impulso de un momento, sino una disposición valiente a invocar a Dios, también a “discutir” con Él, sin resignarse frente al mal y la injusticia.
La tercera parábola presenta un fariseo y un publicano que van al Templo a rezar. El primero se dirige a Dios presumiendo de sus méritos; el otro se siente indigno incluso solo por entrar en el santuario. Pero Dios no escucha la oración del primero, es decir, de los soberbios, mientras escucha la de los humildes (cfr. Lc 18,9-14). No hay verdadera oración sin espíritu de humildad. Es precisamente la humildad la que nos lleva a pedir en la oración.
La enseñanza del Evangelio es clara: se debe rezar siempre, también cuando todo parece vano, cuando Dios parece sordo y mudo y nos parece que perdemos el tiempo. Incluso si el cielo se ofusca, el cristiano no deja de rezar. Su oración va a la par que la fe. Y la fe, en muchos días de nuestra vida, puede parecer una ilusión, un cansancio estéril. Hay momentos oscuros, en nuestra vida y en esos momentos la fe parece una ilusión. Pero practicar la oración significa también aceptar este cansancio. “Padre, yo voy a rezar y no siento nada… me siento así, con el corazón seco, con el corazón árido”. Pero tenemos que ir adelante, con este cansancio de los momentos malos, de los momentos que no sentimos nada. Muchos santos y santas han experimentado la noche de la fe y el silencio de Dios —cuando nosotros llamamos y Dios no responde— y estos santos han sido perseverantes.
En estas noches de la fe, quien reza nunca está solo. Jesús de hecho no es solo testigo y maestro de oración, es más. Él nos acoge en su oración, para que nosotros podamos rezar en Él y a través de Él. Y esto es obra del Espíritu Santo. Es por esta razón que el Evangelio nos invita a rezar al Padre en el nombre de Jesús. San Juan escribe estas palabras del Señor: «Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo» (14,13). Y el Catecismo explica que «la certeza de ser escuchados en nuestras peticiones se funda en la oración de Jesús» (n. 2614). Esta dona las alas que la oración del hombre siempre ha deseado poseer.
Cómo no recordar aquí las palabras del salmo 91, cargadas de confianza, que nacen de un corazón que espera todo de Dios: «Te cubrirá con su plumaje, un refugio hallarás bajo sus alas. Escudo y adarga es su lealtad. No temerás el terror de la noche, ni la saeta que de día vuela, ni la peste que avanza en las tinieblas, ni el azote que devasta a mediodía» (vv. 4-7). Es en Cristo que se cumple esta maravillosa oración, es en Él que encuentra su plena verdad. Sin Jesús, nuestras oraciones correrían el riesgo de reducirse a los esfuerzos humanos, destinados la mayor parte de las veces al fracaso. Pero Él ha tomado sobre sí cada grito, cada lamento, cada júbilo, cada súplica… cada oración humana. Y no olvidemos el Espíritu Santo que reza en nosotros; es Aquel que nos lleva a rezar, nos lleva a Jesús. Es el don que el Padre y el Hijo nos han dado para proceder al encuentro de Dios. Y el Espíritu Santo, cuando nosotros rezamos, es el Espíritu Santo que reza en nuestros corazones.
Cristo es todo para nosotros, también en nuestra vida de oración. Lo decía San Agustín con una expresión iluminante, que encontramos también en el Catecismo: Jesús «ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a Él se dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en Él nuestras voces; y la voz de Él, en nosotros» (n. 2616). Es por esto que el cristiano que reza no teme nada, se encomienda al Espíritu Santo, que se nos ha dado como don y que reza en nosotros, suscitando la oración. Que sea el mismo Espíritu Santo, Maestro de oración, quien nos enseñe el camino de la oración.
La fe cristiana desde la Biblia: "Opción por los pobres"
P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita
Contemplamos ahora, pues parece ser el lugar apropiado para hacerlo, la actitud en favor de los pobres, los sociológicamente pobres, aunque ellos no sean creyentes e incluso caigan también en la idolatría del dinero, y en caso de obtenerlo, de hecho quizás se comportarían al estilo de los avariciosos y de sus opresores sin escrúpulos.
Supuesto que el mensaje de salvación de Jesucristo es para todo el mundo y que en Dios no hay distinción alguna de blancos y negros, de listos y tontos, ricos y pobres, la Iglesia como tal y sus miembros responden a una misión de evangelización que pretende no quedarse sólo en lo terrenal, realizando unas obras “de misericordia” (de caridad) en favor de los más débiles. Estas obras en sí mismas no se constituyen de manera automática en signo cristiano. Son un signo humanitario de compasión, de solidaridad. Gracias a Dios hay muchas asociaciones gubernamentales y no gubernamentales, no confesionales, que llevan a cabo con dedicación, sacrificio y competencia profesional las más diversas tareas de ayuda con una eficacia superior a las realizadas por las iglesias. No hay distinción de eficacia y entrega entre unas y otras.
En los catecismos antiguos, quizás en olvido, se solía hacer una clasificación de las obras de misericordia y se hacía una separación o división entre las corporales y las espirituales. Y entre las segundas se apuntaba hacia el enseñar al que no sabe, el dar consejo a quien lo pide y necesita, el acompañar al enfermo, etc. Quizás, hoy en día, hemos desestimado este segundo tipo de misericordia y preferimos quedarnos en repartir comida, ropa, vivienda y medios de trabajo. Y ésto aunque sea muy importante para sobrevivir en la jungla de este mundo, en definitiva, quizás no alcanza a lo inmaterial como si las preguntas de sentido no fueran con las personas pobres.
Y mientras este paso transcendente no se dé, es hasta posible que la gente salga de la guerra y su pobreza, y sobreviva incluso con dignidad, pero que sea incapaz de ver más allá de lo material y del “estilo de vida”. Esta confusión en nuestra evangelización la debilita y de tal modo la vuelve frágil y difusa que ella misma adolece de una falta “de sentido”. ¿Cómo es posible que hombres y mujeres puedan dedicarse a tiempo completo a tales actividades humanitarias, sacrificando matrimonio, familia, uso del dinero personal como propio, “no libres” sino obedientes en conciencia a superiores cercanos y lejanos? ¿Lo hacen porque les gusta, porque encuentran placer en ésto? ¿Lo hacen sólo por los pobres, por solidaridad, por humanitarismo? También otros lo hacen de forma humanitaria y sin tanto sacrificio. Los abnegados “misioneros” lo hacen simplemente porque ellos viven “en misión”, representando a Jesucristo, a su persona y a sus valores. “Somos embajadores de Cristo” (2Cor 5,20). Si ésto se oculta la misión en apariencia queda vacía de sustancia. No alcanza a ser “signo”.
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Catequesis del Papa sobre la Oración: 13, «Jesús, maestro de oración»
PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Biblioteca del Palacio Apostólico
Miércoles, 4 de noviembre de 2020
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Lamentablemente hemos tenido que volver a esta audiencia en la Biblioteca y esto para defendernos de los contagios del Covid. Esto nos enseña también que tenemos que estar muy atentos a las indicaciones de las autoridades, tanto de las autoridades políticas como de las autoridades sanitarias, para defendernos de esta pandemia. Ofrecemos al Señor esta distancia entre nosotros por el bien de todos y pensemos, pensemos mucho en los enfermos, en aquellos que entran en los hospitales ya como descartados, pensemos en los médicos, en los enfermeros, las enfermeras, los voluntarios, en tanta gente que trabaja con los enfermos en este momento: ellos arriesgan la vida pero lo hacen por amor al prójimo, como una vocación. Rezamos por ellos.
Durante su vida pública, Jesús recurre constantemente a la fuerza de la oración. Los Evangelios nos lo muestran cuando se retira a lugares apartados a rezar. Se trata de observaciones sobrias y discretas, que dejan solo imaginar esos diálogos orantes. Estos testimonian claramente que, también en los momentos de mayor dedicación a los pobres y a los enfermos, Jesús no descuidaba nunca su diálogo íntimo con el Padre. Cuanto más inmerso estaba en las necesidades de la gente, más sentía la necesidad de reposar en la Comunión trinitaria, de volver con el Padre y el Espíritu.
En la vida de Jesús hay, por tanto, un secreto, escondido a los ojos humanos, que representa el núcleo de todo. La oración de Jesús es una realidad misteriosa, de la que intuimos solo algo, pero que permite leer en la justa perspectiva toda su misión. En esas horas solitarias - antes del alba o en la noche-, Jesús se sumerge en su intimidad con el Padre, es decir en el Amor del que toda alma tiene sed. Es lo que emerge desde los primeros días de su ministerio público.
Un sábado, por ejemplo, la pequeña ciudad de Cafarnaún se transforma en un “hospital de campaña”: después del atardecer llevan a Jesús a todos los enfermos, y Él les sana. Pero, antes del alba, Jesús desaparece: se retira a un lugar solitario y reza. Simón y los otros le buscan y cuando le encuentran, le dicen: “¡Todos te buscan!”. ¿Qué responde Jesús?: “Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido” (cfr Mc 1, 35-38). Jesús siempre está más allá, más allá en la oración con el Padre y más allá, en otros pueblos, otros horizontes para ir a predicar, otros pueblos.
La oración es el timón que guía la ruta de Jesús. Las etapas de su misión no son dictadas por los éxitos, ni el consenso, ni esa frase seductora “todos te buscan”. La vía menos cómoda es la que traza el camino de Jesús, pero que obedece a la inspiración del Padre, que Jesús escucha y acoge en su oración solitaria.
El Catecismo afirma: «Con su oración, Jesús nos enseña a orar» (n. 2607). Por eso, del ejemplo de Jesús podemos extraer algunas características de la oración cristiana.
Ante todo posee una primacía: es el primer deseo del día, algo que se practica al alba, antes de que el mundo se despierte. Restituye un alma a lo que de otra manera se quedaría sin aliento. Un día vivido sin oración corre el riesgo de transformarse en una experiencia molesta, o aburrida: todo lo que nos sucede podría convertirse para nosotros en un destino mal soportado y ciego. Jesús sin embargo educa en la obediencia a la realidad y por tanto a la escucha. La oración es sobre todo escucha y encuentro con Dios. Los problemas de todos los días, entonces, no se convierten en obstáculos, sino en llamamientos de Dios mismo a escuchar y encontrar a quien está de frente. Las pruebas de la vida cambian así en ocasiones para crecer en la fe y en la caridad. El camino cotidiano, incluidas las fatigas, adquiere la perspectiva de una “vocación”. La oración tiene el poder de transformar en bien lo que en la vida de otro modo sería una condena; la oración tiene el poder de abrir un horizonte grande a la mente y de agrandar el corazón.
En segundo lugar, la oración es un arte para practicar con insistencia. Jesús mismo nos dice: llamad, llamad, llamad. Todos somos capaces de oraciones episódicas, que nacen de la emoción de un momento; pero Jesús nos educa en otro tipo de oración: la que conoce una disciplina, un ejercicio y se asume dentro de una regla de vida. Una oración perseverante produce una transformación progresiva, hace fuertes en los períodos de tribulación, dona la gracia de ser sostenidos por Aquel que nos ama y nos protege siempre.
Otra característica de la oración de Jesús es la soledad. Quien reza no se evade del mundo, sino que prefiere los lugares desiertos. Allí, en el silencio, pueden emerger muchas voces que escondemos en la intimidad: los deseos más reprimidos, las verdades que persistimos en sofocar, etc. Y sobre todo, en el silencio habla Dios. Toda persona necesita de un espacio para sí misma, donde cultivar la propia vida interior, donde las acciones encuentran un sentido. Sin vida interior nos convertimos en superficiales, inquietos, ansiosos - ¡qué mal nos hace la ansiedad! Por esto tenemos que ir a la oración; sin vida interior huimos de la realidad, y también huimos de nosotros mismos, somos hombres y mujeres siempre en fuga.
Finalmente, la oración de Jesús es el lugar donde se percibe que todo viene de Dios y Él vuelve. A veces nosotros los seres humanos nos creemos dueños de todo, o al contrario perdemos toda estima por nosotros mismos, vamos de un lado para otro. La oración nos ayuda a encontrar la dimensión adecuada, en la relación con Dios, nuestro Padre, y con toda la creación. Y la oración de Jesús finalmente es abandonarse en las manos del Padre, como Jesús en el huerto de los olivos, en esa angustia: “Padre si es posible…, pero que se haga tu voluntad”. El abandono en las manos del Padre. Es bonito cuando nosotros estamos inquietos, un poco preocupados y el Espíritu Santo nos transforma desde dentro y nos lleva a este abandono en las manos del Padre: “Padre, que se haga tu voluntad”.
Queridos hermanos y hermanas, redescubramos, en el Evangelio, Jesucristo como maestro de oración, y sigamos su ejemplo. Os aseguro que encontraremos la alegría y la paz.
La fe cristiana desde la Biblia: "Misión de la Iglesia"
P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita
Al término de su evangelio, Mateo nos señala la misión de la Iglesia con estas palabras apremiantes: “Poneos, pues, en camino, haced discípulos entre los habitantes de todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que yo os he encomendado. T sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo” (Mt 28,19-20).
Parece bastante claro que la misión de la Iglesia es universal (“católica”). La expresión “haced discípulos” no ha de ser interpretada de forma proselitista, sino según un talante de “encarnación” hacia las diversas culturas e identidades de los pueblos, y por supuesto sin olvidar la libertad de conciencia (la fe si no es libre no es nada).
La Iglesia habría de manifestarse como comunidad basada en el amor que Dios nos tiene, y que da signos de “caridad”, de un amor recibido, y que ofrece a quienes no son cristianos, la razón de su esperanza y de su fe viva en Jesucristo. “Queridos hermanos, sois gente de paso en tierra extraña. Por eso os exhorto a que os abstengáis de las desordenadas apetencias humanas que hacen guerra al espíritu. Portaos ejemplarmente entre los no creyentes, para que vuestras buenas acciones desmientan las calumnias con que os denigran, y consigan así que ellos mismos puedan glorificar a Dios el día en que venga a visitarles” (1 Pe 2,11-12).
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Domingo XXXII Tiempo Ordinario. Ciclo A: Parábola de las diez vírgenes – Estemos siempre preparados
P. Adolfo Franco, jesuita.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (25, 1-13):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: "¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!" Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: "Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas." Pero las sensatas contestaron: "Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis." Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: "Señor, señor, ábrenos." Pero él respondió: "Os lo aseguro: no os conozco." Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.»
Palabra del Señor
Jesús nos invita a estar siempre preparados, porque el Novio llegará de forma inesperada.
Este párrafo del Evangelio de San Mateo contiene la conocida parábola de las diez vírgenes, que esperan en la comitiva de recepción del novio para acompañarlo al banquete. Cinco están preparadas siempre, para cualquier eventualidad, y cinco son descuidadas, y la llegada del esposo ocurre de improviso, cuando éstas están desprevenidas. La lección central de esta parábola es la de que hay que estar siempre preparados. Pero, como aliciente para esta preparación y para el esfuerzo que supone, se nos indica que estamos preparándonos para una gran fiesta.
La parábola sería una parábola de lo que es la vida humana. La vida humana está destinada al crecimiento mediante el esfuerzo continuo, que es apoyado y sostenido por la gracia de Dios. Es un destino digno del ser humano: la vida es esfuerzo; y el esfuerzo no es la condena a trabajos forzados; el esfuerzo tiene como base que se cree en el hombre y en su dignidad; una vida sin esfuerzo, de pura comodidad, donde todo es flojo, no está hecha para el ser humano. Parecería que algunos pensarían que la meta es vivir con el menor esfuerzo y a eso le llaman darse buena vida, cuando en realidad no tiene nada de buena; porque una vida sin esfuerzo, es una vida que pierde la calidad; mientras que, en una vida de esfuerzo continuo, el hombre crece y da lo mejor de sí. Por eso en la parábola se habla de cinco muchachas esforzadas y cinco flojas.
Por otra parte, con este esfuerzo, tanto en lo humano, como en lo religioso, lo que hacemos es tener luz, tener una vida que ilumina; ese esfuerzo es como el aceite que alimenta la lámpara de nuestra vida, y la hace luminosa. La luz, de que se habla en la parábola, es obra de la gracia, pero también del esfuerzo del ser humano. Porque la gracia no nos suplanta, no nos adormece en la inacción. Y la luz que se produce, y se conquista de esa manera, es la fe, es una vida de hijos de Dios, es una vida luminosa, para uno mismo y para los demás. Cierto que es una forma hermosa de describir la vida humana, decir que la vida humana es luz.
Pero ante esta tarea, hay quienes se esfuerzan todos los días, y así están siempre preparados, porque la luz de sus vidas no se apaga nunca. Mientras que otros, asustados por el esfuerzo, no hacen nada, se van dejando y pierden su brillo. Y también hay quienes se esfuerzan por temporadas, pero se cansan, son inconstantes. Y pueden ser sorprendidos por la llegada inesperada del esposo a su fiesta.
El ser humano es propenso al cansancio y tenemos que estar vigilantes para superarlo. En lo espiritual, la vida de oración supone esfuerzo continuo, es una conquista; muchos emprenden el camino, pero bastantes de los que empiezan se quedan a mitad del camino. En la realización de los buenos propósitos, pasa lo mismo, empezamos con energía y terminamos cansándonos. Como pasa en una carrera difícil, que muchos corredores terminan abandonando a mitad de la carrera, porque no pueden soportar el esfuerzo prolongado. Pero no sólo en lo espiritual, también en lo simplemente humano aparece el cansancio: en el estudio, en la disciplina, en el arte; todas estas cosas tan hermosas para el hombre, suponen esfuerzo continuado; y por cansarse, por dejarse llevar de la flojera, muchos se quedan a mitad de camino.
Y lamentablemente la luz de cada uno, es la que cada uno en realidad logra con su esfuerzo, no se puede tomar prestada la luz del otro, no se puede recibir de fuera.
Pero para alentarnos a perseverar se nos dicen dos cosas: que estamos haciendo el esfuerzo para entrar en una gran fiesta, por la que vale la pena hacer ese esfuerzo. Y se nos avisa, además, que, si nos falta la constancia, la llegada del novio, por ser imprevisible, puede llegarnos en el momento en que no estamos preparados. Es importante destacar este aspecto de la fiesta, en que consiste el final de la vida del hombre. No hay momento más glorioso, ni triunfo más grande, ni celebración más alegre, que la fiesta que Dios nos tiene preparada. Y eso nos estimula a hacer siempre el esfuerzo, con la ayuda de Dios. Por eso vale la pena estar siempre preparados.
ESPECIAL: FIELES DIFUNTOS Y LAS BENDITAS ALMAS DEL PURGATORIO
Con motivo del 2 de noviembre, donde recordamos a nuestros difuntos, compartimos este especial que ofrece una recopilación de nuestras publicaciones sobre esta celebración, en especial sobre la realidad del purgatorio, donde destaca la Oración encomendada a Santa Gertrudis por el bien que hace a las benditas almas del Purgatorio y lo que nos enseña la Iglesia sobre lo que nos espera en la hora de la muerte (Escatología). Acceda AQUÍ.
FIESTA DE TODOS LOS SANTOS
P. Adolfo Franco, jesuita.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5, 1 - 12):
Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.»
Palabra del Señor.
En la fiesta de Todos los Santos examinemos cuál es la meta a que aspiramos como cristianos.
¿Es tu fiesta? ¿es la mía?
La santidad ¿qué es?
Vale la pena empezar por estos interrogantes ante los que nos sitúa esta celebración litúrgica. Este cuestionamiento nos lo plantean las vidas de algunos cristianos que se han tomado en serio completamente el cristianismo y se han esforzado por llegar al límite.
Esta consideración nos abre a nuevas preguntas: ¿Cualquiera puede aspirar a ser santo? Y la santidad ¿Es una meta a la que vale la pena aspirar? ¿Es un ideal apetecible?
Se trata en buena cuenta en preguntarnos a nosotros mismos ¿En qué vale la pena gastar la vida? ¿Cómo quiero vivir? ¿Cuál es para mí la mejor manera de existencia?
Dejemos atrás ya tantas preguntas para entrar en el tema. Es verdad que para muchos cristianos, y aún me atrevería a decir para la mayor parte de los cristianos, la santidad es algo muy hermoso, pero a la vez piensan que eso está reservado para algunos, muy pocos, que tienen vocación de héroes. De alguna forma parecida que cuando uno admira a un atleta que ha hecho una proeza inimaginable, uno mismo se descarta (yo no sirvo para eso). De igual manera admiramos a los que han llegado a alturas inaccesibles en las artes o en las ciencias. Y pensamos que se trata de personas que han nacido para ser prodigio, que tienen genes especiales.
De esa misma forma pensamos a veces en los santos y en la santidad: eso está reservado para algunas personas que han nacido con unas características muy especiales y por eso han subido de esa forma a la escala de la virtud heroica. Así que de esa manera nos descartamos, pensando que eso es demasiado para nosotros que no hemos nacido para eso.
A esto además se añade otra cosa; no pensamos que la santidad sea una forma de vida a la que valga la pena aspirar. Me basta con ser buena gente. Decimos que exagerar nunca es bueno. Y que es buena una vida recta, pero concediéndome algunas vacaciones de la misma rectitud. El lema de algunos: no exagerar, no llamar la atención, ser normales, evitar el radicalismo.
Así que, a mi parecer, hay dos pensamientos que nos sacan de la aspiración a la santidad; el pensar que no he nacido para eso, que para eso hace falta tener una personalidad especial y la segunda es que la santidad no es la mejor meta para mi vida, me basta con la medianía.
Pero creo que esas dos respuestas no tienen valor. Porque en primer lugar el Evangelio y sus metas están propuestos para cada cristiano, para todos. Y además la santidad es la mejor forma de vida a la que cada persona puede aspirar; en la santidad se llega a alcanzar la paz interior serena que es lo que también se llama felicidad.
Otro asunto a considerar, importante, es aclarar el concepto de santidad. No confundirlo con el misticismo ni con la tortura. La santidad brevemente se puede definir como vivir amando y sirviendo en todo, a Dios y a los hermanos. También como hacer perfectamente incluso las cosas pequeñas. La santidad es el logro de eliminar el EGO que además es en el fondo nuestro peor enemigo. La santidad es atreverse a ser bienaventurado con la felicidad prometida a cada una de las bienaventuranzas.
Basta poner nuestra buena voluntad, para marchar en esa dirección; Dios estará siempre dispuesto para llevarnos hasta la meta.
Esta fiesta de Todos los Santos nos cuestiona y nos invita a vivir plenamente la vida que tenemos en nuestras manos con la gracia de Dios.
Ofrecimiento Diario - Orando con el Papa Francisco en el mes de NOVIEMBRE 2020: Inteligencia Artificial
junto al Corazón de tu Hijo Jesús,
que se entrega por mí y que viene a mí en la Eucaristía.
Que tu Espíritu Santo me haga su amigo y apóstol,
Pongo en tus manos mis alegrías y esperanzas,
en comunión con mis hermanos y hermanas de esta red mundial de oración.
Padre Bueno,
creaste a tus hijos con amor
y les diste inteligencia y creatividad,
capaz de promover el progreso y la felicidad
de todo el género humano.
Envía tu Espíritu sobre los que trabajan
en el avance de la ciencia y la tecnología,
para que pueden dar frutos muy abundantes,
y se sientan movidos siempre
por el bien mayor de la persona humana,
de la sociedad y de nuestro planeta.
Padre Nuestro…
Ave María...
Gloria...
Amén
- Trata de informarte sobre los avances en robótica e Inteligencia Artificial, por ejemplo, en relación con las energías renovables, para poder educar a la gente cercana sobre esta realidad, especialmente las generaciones más jóvenes.
- Promueve un momento de oración, en familia, o en la comunidad, pidiendo para que los especialistas en el desarrollo de la robótica y la Inteligencia Artificial lo hagan siempre movidos por el bien y no presionados por intereses que no dignifican a la persona humana.
- Examina tus actitudes sobre cómo utilizas la tecnología, las opciones que haces en la gestión de tu tiempo, el criterio que mueve lo que ves y consultas, para que te ayude a utilizar todas estas herramientas de una manera saludable y segura.