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Domingo XXXII Tiempo Ordinario. Ciclo A: Parábola de las diez vírgenes – Estemos siempre preparados



P. Adolfo Franco, jesuita.


Lectura del santo evangelio según san Mateo (25, 1-13):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: "¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!" Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: "Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas." Pero las sensatas contestaron: "Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis." Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: "Señor, señor, ábrenos." Pero él respondió: "Os lo aseguro: no os conozco." Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.»

Palabra del Señor


Jesús nos invita a estar siempre preparados, porque el Novio llegará de forma inesperada.

Este párrafo del Evangelio de San Mateo contiene la conocida parábola de las diez vírgenes, que esperan en la comitiva de recepción del novio para acompañarlo al banquete. Cinco están preparadas siempre, para cualquier eventualidad, y cinco son descuidadas, y la llegada del esposo ocurre de improviso, cuando éstas están desprevenidas. La lección central de esta parábola es la de que hay que estar siempre preparados. Pero, como aliciente para esta preparación y para el esfuerzo que supone, se nos indica que estamos preparándonos para una gran fiesta. 

La parábola sería una parábola de lo que es la vida humana. La vida humana está destinada al crecimiento mediante el esfuerzo continuo, que es apoyado y sostenido por la gracia de Dios. Es un destino digno del ser humano: la vida es esfuerzo; y el esfuerzo no es la condena a trabajos forzados; el esfuerzo tiene como base que se cree en el hombre y en su dignidad; una vida sin esfuerzo, de pura comodidad, donde todo es flojo, no está hecha para el ser humano. Parecería que algunos pensarían que la meta es vivir con el menor esfuerzo y a eso le llaman darse buena vida, cuando en realidad no tiene nada de buena; porque una vida sin esfuerzo, es una vida que pierde la calidad; mientras que, en una vida de esfuerzo continuo, el hombre crece y da lo mejor de sí. Por eso en la parábola se habla de cinco muchachas esforzadas y cinco flojas.

Por otra parte, con este esfuerzo, tanto en lo humano, como en lo religioso, lo que hacemos es tener luz, tener una vida que ilumina; ese esfuerzo es como el aceite que alimenta la lámpara de nuestra vida, y la hace luminosa. La luz, de que se habla en la parábola, es obra de la gracia, pero también del esfuerzo del ser humano. Porque la gracia no nos suplanta, no nos adormece en la inacción. Y la luz que se produce, y se conquista de esa manera, es la fe, es una vida de hijos de Dios, es una vida luminosa, para uno mismo y para los demás. Cierto que es una forma hermosa de describir la vida humana, decir que la vida humana es luz.

Pero ante esta tarea, hay quienes se esfuerzan todos los días, y así están siempre preparados, porque la luz de sus vidas no se apaga nunca. Mientras que otros, asustados por el esfuerzo, no hacen nada, se van dejando y pierden su brillo. Y también hay quienes se esfuerzan por temporadas, pero se cansan, son inconstantes. Y pueden ser sorprendidos por la llegada inesperada del esposo a su fiesta. 

El ser humano es propenso al cansancio y tenemos que estar vigilantes para superarlo. En lo espiritual, la vida de oración supone esfuerzo continuo, es una conquista; muchos emprenden el camino, pero bastantes de los que empiezan se quedan a mitad del camino. En la realización de los buenos propósitos, pasa lo mismo, empezamos con energía y terminamos cansándonos. Como pasa en una carrera difícil, que muchos corredores terminan abandonando a mitad de la carrera, porque no pueden soportar el esfuerzo prolongado. Pero no sólo en lo espiritual, también en lo simplemente humano aparece el cansancio: en el estudio, en la disciplina, en el arte; todas estas cosas tan hermosas para el hombre, suponen esfuerzo continuado; y por cansarse, por dejarse llevar de la flojera, muchos se quedan a mitad de camino.

Y lamentablemente la luz de cada uno, es la que cada uno en realidad logra con su esfuerzo, no se puede tomar prestada la luz del otro, no se puede recibir de fuera.

Pero para alentarnos a perseverar se nos dicen dos cosas: que estamos haciendo el esfuerzo para entrar en una gran fiesta, por la que vale la pena hacer ese esfuerzo. Y se nos avisa, además, que, si nos falta la constancia, la llegada del novio, por ser imprevisible, puede llegarnos en el momento en que no estamos preparados. Es importante destacar este aspecto de la fiesta, en que consiste el final de la vida del hombre. No hay momento más glorioso, ni triunfo más grande, ni celebración más alegre, que la fiesta que Dios nos tiene preparada. Y eso nos estimula a hacer siempre el esfuerzo, con la ayuda de Dios. Por eso vale la pena estar siempre preparados.



Voz de audio: José Alberto Torres Jiménez.
Ministerio de Liturgia de la Parroquia San Pedro, Lima. 
Agradecemos a José Alberto por su colaboración.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

Para otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.

 




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