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XIII Domingo del Tiempo Ordinario - A: El amor cristiano




P. Adolfo Franco, jesuita

Lectura del santo evangelio según san Mateo (10, 37-42):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.»

Palabra del Señor.

Como los apóstoles pidieron a Jesús que les enseñara a orar, nosotros también podemos pedirle que nos enseñe a amar como es debido.

Jesús inicia este párrafo del Evangelio de San Mateo con una afirmación muy fuerte, que resulta como un desafío: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí”. Y en todo el párrafo se van haciendo aclaraciones importantes sobre lo que es el amor cristiano, el mandamiento nuevo que nos enseña un “amor nuevo”. Y es que Cristo fundamentalmente en el Evangelio nos enseña cómo amar, quiere instaurar en nuestra alma el verdadero amor, ya que el amor es lo más importante de la persona humana, incluso lo que le da verdadero valor humano y cristiano a la inteligencia y a la libertad.

Jesús nos da enseñanzas sobre el amor, purificando primero el amor a la propia familia. El conjunto de personas que más amamos, que nos rodean de cerca y nos nutren de afecto y de valores, deben ser amadas con el amor que nos brota de Dios. Así las amaremos de verdad: amarlas en Dios es amarlas más y amarlas mejor. 

Este mismo amor de Dios debe liberarnos del amor de las comodidades, hasta llegar al amor de la cruz. Ese amor que Cristo quiere comunicarnos, debe llevarnos a arriesgar la vida por Dios, y así debemos amar a Dios más que a nuestra vida. Finalmente, la enseñanza se hace concreta y pragmática, y nos dice que amar a Dios es acoger al prójimo, y darle un vaso de agua fresca. Si no, todo el pretendido amor no es más que humo que se desvanece.

En este amor nuevo, Jesús nos dice que Él debe tener prioridad; sería una nueva versión del primer mandamiento que se nos reveló ya en el Antiguo Testamento “amar a Dios por encima de todas las cosas”. Pero Jesús añade algo más, que no estaba en la formulación tradicional del primer mandamiento: “el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”. Parece que es un nuevo aspecto del amor, que aquí se nos inculca: el amor a la cruz. Esto completa lo anteriormente dicho; es decir, amar a Jesús, implica amar su cruz. Pero hay que entender este concepto de cruz, para no convertir la vida cristiana en masoquismo. Cargar la cruz evidentemente tiene que ver con el sufrimiento, pero es más que eso (además el sufrimiento no puede ser un fin de la vida espiritual, es sólo un medio); amar la cruz es recibir toda la vida personal, con las limitaciones y dificultades incluidas, como don que Dios me ha hecho porque me ama. Tener alegría con mi realidad, porque viene de Dios. Mi realidad es mi propia cruz.

Pero este párrafo sigue con más indicaciones sobre el “amor nuevo”. El verdadero amor a la vida propia, es saber arriesgar la vida, si fuere necesario. El egoísmo es perder la vida. Un amor centrado en uno mismo, es un mal amor, es destructivo: “el que ama su vida la perderá”. La vida está hecha para entregarla, más que para encerrarse en una autodefensa egoísta. Y es que el amor es una salida de sí mismo: sacar las fuerzas del corazón, y entregarse de una forma totalmente pura, sin mezcla de búsqueda personal.

Por último, el amor debe referirse a los demás: y en estos demás, Jesús incluye al apóstol que predica, y a los pobres. Pero en general se trata de la acogida a los hermanos. Porque es interesante que en este momento se nos presente el amor, como acogida: “el que recibe” Y todos hemos experimentado, cómo la acogida cordial es una forma del verdadero amor. Acoger: aceptar a una persona en la casa, no en el umbral de la puerta. Cuando recibimos a un vendedor, o a alguien extraño en la casa, no lo hacemos pasar del dintel de la puerta; en cambio a un familiar lo hacemos pasar adentro, al interior. Y esa es la acogida que Cristo nos pide con los hermanos, recibirlos en lo interior de nuestro corazón, no simplemente soportar su presencia (esto sería recibirlo en el umbral de nuestra casa), sino acogerlos. Y de una forma especial acoger a quien nos evangeliza, y a los pobres. Y además de acoger, que es la actitud inicial del amor, cuando alguien se nos presenta, hay que darles un vaso de agua, el agua de nuestra propia cercanía y comprensión; hay que llegar a calmar las necesidades de aquel a quien hemos acogido, para que nuestro amor sea genuino.



Voz de audio: José Alberto Torres Jiménez.
Ministerio de Liturgia de la Parroquia San Pedro, Lima. 
Agradecemos a José Alberto por su colaboración.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

Para otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.

La fe cristiana desde la Biblia: Un Dios trinitario



P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita

Esta luminosa experiencia espiritual de la resurrección real de Jesús que vivieron de manera comprometida, existencial y hasta comunitaria sus apóstoles y testigos los más inmediatos y directos, engloba las tres relaciones íntimas amorosas del ser divino. Un ser uno en su misma esencia, en su naturaleza y un ser también distinto entre sí como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Así es el Dios cristiano. “La gracia del Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2Cor 13,13). Pero uno sólo es el amor absoluto, infinito. La aproximación a este misterio central de la fe quizás podamos sentirlo desde el corazón que busca dar de sí mismo y acierta a recibir desde fuera de uno mismo. “Dios es el manantial del amor. (...) El que ama es hijo de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor” (l Jn 4,7-8).

Jesucristo, o Jesús el Cristo, el ungido, es “el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era Dios” (Jn 1,1). En él se nos revela y se nos comunica el mismo Dios de forma directa y no confusa. “En los nombres relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre y el Espíritu Santo lo es a los dos” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 255). El sobre-nombre “Cristo” subraya ésto, es decir, que Jesús estaba lleno del inmenso Espíritu de Dios. Jesucristo está así “inseparablemente e inconfusamente” unido a Dios, como lo expresó la Iglesia en el concilio universal de Calcedonia (a. 451). Verdadero Dios y verdadero hombre.

Jesucristo fue una auto-conciencia y una libertad humanas, un alma y un cuerpo. Y conforme a la tradición dogmática de la Iglesia su naturaleza humana estaba unida por la fuerza de Dios (unión hipostática) al Hijo (la segunda persona en la Trinidad). Ahora bien, cuando se emplea el término “persona” en los concilios y documentos teológicos, se usa esta palabra en una acepción muy diferente a la ordinaria nuestra de hoy día. Lamentablemente, cuando oímos hablar de tres personas en Dios, propendemos a concebirlas conforme al moderno término de “la persona” (dominado por la sicología). Y así concebimos la afirmación de fe en la santa Trinidad en una doctrina de tres dioses, sin tan siquiera sospecharlo en modo alguno. No es necesario insistir en ello pues la fe sencilla y humilde intuye la verdad revelada que propone la Iglesia.

La verdadera y genuina concepción del Dios trinitario, lo que afirma es que Dios es en su esencia amor uno y que en él coinciden y forman un sólo ser autoconciencia y libertad. Ambas pertenecen al ser divino de Dios. Puesto que Dios es amor, Dios en sí mismo no es ni la simple unidad de un ser para sí, cerrado, ni tampoco una pluralidad de varios seres divinos que están unidos entre sí. En él se concilian la unidad y la pluralidad; pues él existe en “relación” real como Padre respecto del Hijo y de ambos respecto del Espíritu Santo. “Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo quiera revelar” (Mt 11,27) De la relación entre el Padre y el Hijo, el fruto eterno es el Espíritu. Y la tarea común del Dios uno y trino es la de reproducir la imagen de su Hijo en los hombres (Rm 8,29) gracias al Espíritu de adopción filial (Rm 8,15).

Por consiguiente, cuando hablamos de tres personas en Dios, estamos hablando de un Dios, ser espiritual absoluto y relacional, que se distingue por tres relaciones esenciales. Cada una de ellas en sí recibe el nombre de “persona” (hipóstasis).

A veces se lee y escucha que el amor humano existe en tres formas o dimensiones primigenias; como un amor donante y creador de vida, como un amor receptor filial y como un amor de asociación. A ello correspondería en Dios (fuente de todo amor) el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ya en el plano de la obra de la salvación, el Dios trinitario se revela y deja sentir también en este mundo en sus tres relaciones distintas: como Padre en la creación y en la encarnación; como Hijo en el hombre Jesús; y como Espíritu Santo en la Iglesia, cuerpo místico y sacramento de salvación, por quien somos templos vivos del Espíritu Santo. De esta manera se hace realidad el texto de san Pablo: “¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (1 Cor 3,16)



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Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.
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Teología fundamental. 13. El Credo. La creación


P. Ignacio Garro, jesuita
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA

5. EL CREDO
Continuación

5.4.1. LA CREACIÓN

Luego de haber hablado de la vida íntima de Dios -actividad ab intra-, trataremos ahora de la primera de las actividades ad extra de Dios: la Creación.

5.4.1 TODO EL UNIVERSO HA SIDO CREADO POR DIOS 

5.4.1.1 Noción: creación "ex nihilo" 

Por creación se entiende la acción de Dios mediante la cual da la existencia a los seres, sacándolos de la nada. 

1°.- Es acción de Dios. Acción de su actividad externa, ya que tiene por objeto las criaturas, y no El mismo. La creación es, pues, obra de las tres divinas Personas, aunque en la Sagrada Escritura suele atribuirse al Padre, porque en ella luce de modo especial el poder de Dios. Por eso decimos en el 
Credo: "Creo en Dios Padre Todopoderoso Creador del cielo y de la tierra".

2°. Mediante la cual da la existencia a los seres. En efecto, todos han sido creados por El, y por eso se llaman criaturas. En el lenguaje de la Sagrada Escritura "Creador del cielo y de la tierra" significa, pues, Creador de todos los seres, tanto espirituales corno materiales.

3°. Sacándolos de la nada. Sacar un ser de la nada significa producir un ser que antes no existía de ninguna manera, ni como tal, ni en materia alguna anterior. 

Al fabricar un escultor una estatua, no la crea, pues aunque no existía como tal, existía la materia de que la formó; por ejemplo, la madera o el mármol. Dios, por el contrario, sí crea a los seres, pues no los formó de materia alguna anterior, ya que fuera de Dios nada existía. 

Es importante percatarse que la nada no es un ser positivo, como un lugar de donde Dios saca los seres. Por el contrario la palabra "nada" se opone a "algo", y denota que antes de la creación no existía algo preexistente, de donde pudiera formar los seres. 

5.4.1.2 Sólo Dios puede crear 

La creación es un acto exclusivo de Dios (cfr. S. Th. 1, q. 45, a. 5). En efecto, el paso de la nada al ser exige poder infinito. 

Esto se comprende con un ejemplo: para realizar una buena comida necesito los ingredientes. Si tengo poca capacidad como cocinero necesito buenos y adecuados ingredientes. Sin embargo, al ir disminuyendo el número de los ingredientes requiero de una mayor capacidad culinaria para hacer una buena comida. Es decir, a menor materia disponible, se requiere mayor capacidad en el agente. Pero aunque sea expertísimo el cocinero, sin ningún ingrediente jamás podrá hacer una comida.

No podemos comprender la creación porque: a) es un acto infinito; b) no tenemos ningún ejemplo de ella, ya que toda la actividad del hombre se reduce a transformar la materia ya existente. 

5.4.2 PRUEBAS DE LA CREACIÓN 

5.4.2.1 La razón y la Sagrada Escritura 

1°. La razón prueba la creación de los seres, porque de otra suerte hay que admitir: 

a) O que los seres vienen de la nada, lo que es absurdo. 
Es un axioma científico y experimenta¡, básico e inamovible que nada se crea a nuestro alrededor, ni siquiera un átomo de materia puede ser formado de la nada; cualquier fuerza supone siempre otra fuerza preexistente de la cual procede; no se da el movimiento sin un motor que lo determine, ni vida alguna que no brote de una vida anterior a ella.
b) O que vienen unos de otros en serie infinita, lo que no explica nada. 
Una serie infinita de ruedas dentadas no explica por qué mueven las manecillas del reloj: hace falta la cuerda que imprima el primer movimiento.

c) O bien que el mundo es, como Dios, eterno e increado; lo que tampoco admite la ciencia. 
Es ya una tesis científica el desgaste de la energía en el inundo: y sí éste fuera eterno, habiendo la energía empezado a acabarse desde siempre, a estas horas habría ya terminado el proceso de extinción.

2°. La Escritura nos enseña la creación en muchos lugares. Basta citar las palabras con que inicia el Génesis. "En el principio creó Dios el cielo y la tierra" (Gen. 1, l). 
Dios creó al mundo libremente y con un simple acto de su voluntad. "Habló y todo fue hecho: dijo y todo fue creado " (Gen. 32, 9). 

5.4.2.2 Errores sobre la creación 

Los principales son tres: materialismo, dualismo y panteísmo. 

a) El materialismo niega la existencia de Dios, y afirma que la materia es eterna, y que la combinación de sus elementos basta para explicar la existencia de los seres. 

Refutación. El materialismo es un sistema absurdo, pues admite todas las contradicciones del ateísmo, a saber: 

1.- Que el mundo, que es un efecto, no tiene causa de sí. 
2.- Que existe la serie infinita de seres contingentes, sin que exista un primer ser necesario. 
3.- Que el orden maravilloso del universo es fruto del azar. 
4.- Que la vida brotó espontáneamente de la materia. 
5.- Que lo espiritual no es más que una fase o estado de la materia. 

b) El dualismo es un sistema que admite dos principios eternos: un principio bueno y causa de todo lo bueno, que es Dios; y un principio malo e independiente de Dios, causa de todo mal. 

Refutación. El dualismo es un sistema falso. Si hubiera un principio independiente de Dios, Dios dejaría de ser Infinito y Omnípotente, pues ni lo tuviera todo, ni lo pudiera todo. 

c) El panteísmo (de las palabras griegas: pan, todo; y teos, Dios), enseña que todos los seres se confunden con Dios porque son una emanación de la sustancia divina. 

Refutación. El panteísmo es también un grave error. 

1°. Dios y el mundo son realidades enteramente diversas. Dios es eterno, y el mundo tuvo principio; Dios es infinitamente perfecto, y el mundo tiene una perfección muy limitada; Dios es Inmutable, y el mundo está sujeto a perennes cambios. 

2°. El panteísmo es un ateísmo disfrazado. Negarla existencia de un Dios personal, y admitir que Dios se confunde con el mundo, es en realidad negar a Dios. 

Algunas de las actuales sectas religiosas orientales de moda en la civilización occidental -Zen, Budismo, Yoga, etc- tienen raíz panteísta.

5.4.2.3 Tiempo y estado en que fue creado el mundo 

Respecto al tiempo, sabemos que el mundo tuvo principio. 

La Geología y la Astronomía nos lo demuestran. También nos lo enseña la fe, y así dice San Pablo: "Dios nos eligió antes de la creación del mundo, para ser santos en su presencia" (Ef. 1, 4). 

Pero no sabemos cuándo fue creado. Los científicos calculan muchos millones de años; y la fe no necesita decirnos nada en este sentido. 

Respecto al estado en que fue creado, la fe nos enseña que Dios creó al mundo, pero no que lo creara como existe hoy. Para la ciencia, su organización actual es obra de miles de siglos. 

Podemos establecer las siguientes conclusiones: 

1°. Respecto a la materia, se puede admitir que una vez creada por Dios, su evolución fue el fruto de las causas naturales, queridas por Dios mismo. 

2°. Respecto a la vida, es necesario admitir la intervención directa de Dios, para la creación de las primeras especies. 

3°. Respecto al hombre, se debe admitir la intervención directa de Dios para la creación de su alma y para la formación de su cuerpo. 

4°. Por último, el evolucionismo absoluto, según el cual una materia eterna, no creada por Dios, da origen espontáneamente y sin intervención de Dios a la vida de las plantas, a la sensibilidad de los animales y a la inteligencia del hombre, es una teoría materialista y errónea, que va a un mismo tiempo contra la razón y la fe. 



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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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Catequesis del Papa sobre la Oración: 8, «La oración de David»



PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Biblioteca del Palacio Apostólico
Miércoles, 24 de junio de 2020

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En nuestro itinerario de catequesis sobre la oración, hoy encontramos al rey David. Predilecto de Dios desde que era un muchacho, fue elegido para una misión única, que jugará un papel central en la historia del pueblo de Dios y de nuestra misma fe. En los Evangelios, a Jesús se le llama varias veces “hijo de David”; de hecho, como él, nace en Belén. De la descendencia de David, según las promesas, viene el Mesías: un Rey totalmente según el corazón de Dios, en perfecta obediencia al Padre, cuya acción realiza fielmente su plan de salvación. (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2579).

La historia de David comienza en las colinas entorno a Belén, donde pastorea el rebaño su padre, Jesé. Es todavía un muchacho, el último de muchos hermanos. Así que cuando el profeta Samuel, por orden de Dios, se pone a buscar el nuevo rey, parece casi que su padre se haya olvidado de aquel hijo más joven (cf. 1 Samuel 16,1-13). Trabajaba al aire libre: lo imaginamos amigo del viento, de los sonidos de la naturaleza, de los rayos del sol. Tiene una sola compañía para confortar su alma: la cítara; y en las largas jornadas en soledad le gusta tocar y cantar a su Dios. Jugaba también con la honda.

David, por lo tanto, es ante todo un pastor: un hombre que cuida de los animales, que los defiende cuando llega el peligro, que les proporciona sustento. Cuando David, por voluntad de Dios, deberá preocuparse del pueblo, no llevará a cabo acciones muy diferentes respecto a estas. Es por eso que en la Biblia la imagen del pastor es recurrente. También Jesús se define como “el buen pastor”, su comportamiento es diferente de aquel del mercenario; Él ofrece su vida a favor de las ovejas, las guía, conoce el nombre de cada una de ellas (cf. Juan 10,11-18).

David aprendió mucho de su primera ocupación. Así, cuando el profeta Natán le recrimina su grave pecado  (cf. 2 Samuel 12,1-15), David entenderá inmediatamente que ha sido un mal pastor, que ha depredado a otro hombre de la única oveja que él amaba, que ya no era un humilde servidor sino un enfermo de poder, un furtivo que mata y saquea.

Un segundo aspecto característico presente en la vocación de David es su alma de poeta. De esta pequeña observación deducimos que David no ha sido un hombre vulgar, como a menudo puede suceder a los individuos obligados a vivir durante mucho tiempo aislados de la sociedad. Es, en cambio, una persona sensible, que ama la música y el canto. La cítara lo acompañará siempre: a veces para elevar a Dios un himno de alegría (cf. 2 Samuel 6,16), otras veces para expresar un lamento o para confesar su propio pecado (cf. Salmos 51,3).

El mundo que se presenta ante sus ojos no es una escena muda: su mirada capta, detrás del desarrollo de las cosas, un misterio más grande. La oración nace precisamente de allí: de la convicción de que la vida no es algo que nos resbala, sino que es un misterio asombroso, que en nosotros provoca la poesía, la música, la gratitud, la alabanza o el lamento, la súplica. Cuando a una persona le falta esa dimensión poética, digamos que cuando le falta la poesía, su alma cojea. La tradición quiere por ello que David sea el gran artífice de la composición de los salmos. Estos llevan, a menudo, al inicio, una referencia explícita al rey de Israel, y a algunos de los sucesos más o menos nobles de su vida.

David tiene un sueño: el de ser un buen pastor. Alguna vez será capaz de estar a la altura de esta tarea, otras veces, menos; pero lo que importa, en el contexto de la historia de la salvación, es que sea profecía de otro Rey, del que él es solo anuncio y prefiguración.

Miremos a David, pensemos en David. Santo y pecador, perseguido y perseguidor, víctima y verdugo, que es una contradicción. David fue todo esto, junto. Y también nosotros registramos en nuestra vida trazos a menudo opuestos; en la trama de la vida, todos los hombres pecan a menudo de incoherencia. Hay un solo hilo conductor, en la vida de David, que da unidad a todo lo que sucede: su oración. Esa es la voz que no se apaga nunca. David santo, reza; David pecador, reza; David perseguido, reza; David perseguidor, reza; David víctima, reza. Incluso David verdugo, reza. Este es el hilo conductor de su vida. Un hombre de oración. esa es la voz que nunca se apaga: tanto si asume los tonos del júbilo, como los del lamento siempre es la misma oración, solo cambia la melodía. Y haciendo así, David nos enseña a poner todo en el diálogo con Dios: tanto la alegría como la culpa, el amor como el sufrimiento, la amistad o una enfermedad. Todo puede convertirse en una palabra dirigida al “Tú” que siempre nos escucha.

David, que ha conocido la soledad, en realidad nunca ha estado solo. Y en el fondo esta es la potencia de la oración, en todos aquellos que le dan espacio en su vida. La oración te da nobleza, y David es noble porque reza. Pero es un verdugo que reza, se arrepiente y la nobleza vuelve gracias a la oración. La oración nos da nobleza: es capaz de asegurar la relación con Dios, que es el verdadero Compañero de camino del hombre, en medio de los miles avatares de la vida, buenos o malos: pero siempre la oración. Gracias, Señor. Tengo miedo, Señor. Ayúdame, Señor. Perdóname, Señor. Es tanta la confianza de David, que cuando era perseguido y debió escapar, no dejó que nadie lo defendiera: “Si mi Dios me humilla así, Él sabe”, porque la nobleza de la oración nos deja en las manos de Dios. Esas manos plagadas de amor: las únicas manos seguras que tenemos.



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Catequesis del Papa sobre la Oración: 7, «La oración de Moisés»




PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Biblioteca del Palacio Apostólico
Miércoles, 17 de junio de 2020

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En nuestro itinerario sobre el tema de la oración, nos estamos dando cuenta de que Dios nunca amó tratar con orantes “fáciles”. Y ni siquiera Moisés será un interlocutor “débil”, desde el primer día de su vocación.

Cuando Dios lo llama, Moisés es humanamente “un fracasado”. El libro del Éxodo nos lo representa en la tierra de Madián como un fugitivo. De joven había sentido piedad por su gente y había tomado partido en defensa de los oprimidos. Pero pronto descubre que, a pesar de sus buenos propósitos, de sus manos no brota justicia, si acaso, violencia. He aquí los sueños de gloria que se hacen trizas: Moisés ya no es un funcionario prometedor, destinado a una carrera rápida, sino alguien que se ha jugado las oportunidades, y ahora pastorea un rebaño que ni siquiera es suyo. Y es precisamente en el silencio del desierto de Madián donde Dios convoca a Moisés a la revelación de la zarza ardiente: «“Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Moisés se cubrió el rostro, porque temía ver a Dios» (Éxodo 3,6).

A Dios que habla, que le invita a ocuparse de nuevo del pueblo de Israel, Moisés opone sus temores, sus objeciones: no es digno de esa misión, no conoce el nombre de Dios, no será creído por los israelitas, tiene una lengua que tartamudea… Y así tantas objeciones. La palabra que florece más a menudo de los labios de Moisés, en cada oración que dirige a Dios, es la pregunta “¿por qué?”. ¿Por qué me has enviado? ¿Por qué quieres liberar a este pueblo? En el Pentateuco hay, de hecho, un pasaje dramático en el que Dios reprocha a Moisés su falta de confianza, falta que le impedirá la entrada en la tierra prometida. (cf. Números 20,12).

Con estos temores, con este corazón que a menudo vacila, ¿cómo puede rezar Moisés? Es más, Moisés parece un hombre como nosotros. Y también esto nos sucede a nosotros: cuando tenemos dudas, ¿pero cómo podemos rezar? No nos apetece rezar. Y es por su debilidad, más que por su fuerza, por lo que quedamos impresionados. Encargado por Dios de transmitir la Ley a su pueblo, fundador del culto divino, mediador de los misterios más altos, no por ello dejará de mantener vínculos estrechos con su pueblo, especialmente en la hora de la tentación y del pecado. Siempre ligado al pueblo. Moisés nunca perdió la memoria de su pueblo. Y esta es una grandeza de los pastores: no olvidar al pueblo, no olvidar las raíces. Es lo que dice Pablo a su amado joven obispo Timoteo: “Acuérdate de tu madre y de tu abuela, de tus raíces, de tu pueblo”. Moisés es tan amigo de Dios como para poder hablar con Él cara a cara (cf. Éxodo 33,11); y será tan amigo de los hombres como para sentir misericordia por sus pecados, por sus tentaciones, por la nostalgia repentina que los exiliados sienten por el pasado, pensando en cuando estaban en Egipto. 

Moisés no reniega de Dios, pero ni siquiera reniega de su pueblo. Es coherente con su sangre, es coherente con la voz de Dios. Moisés no es, por lo tanto, un líder autoritario y despótico; es más, el libro de los Números lo define como “un hombre muy humilde, más que hombre alguno sobre la haz de la tierra” (cf. 12, 3). A pesar de su condición de privilegiado, Moisés no deja de pertenecer a ese grupo de pobres de espíritu que viven haciendo de la confianza en Dios el consuelo de su camino. Es un hombre del pueblo.

Así, el modo más proprio de rezar de Moisés será la intercesión (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2574). Su fe en Dios se funde con el sentido de paternidad que cultiva por su pueblo. La Escritura lo suele representar con las manos tendidas hacia lo alto, hacia Dios, como para actuar como un puente con su propia persona entre el cielo y la tierra. Incluso en los momentos más difíciles, incluso el día en que el pueblo repudia a Dios y a él mismo como guía para hacerse un becerro de oro, Moisés no es capaz de dejar de lado a su pueblo. Es mi pueblo. Es tu pueblo. Es mi pueblo. No reniega ni de Dios ni del pueblo. Y dice a Dios: «¡Ay! Este pueblo ha cometido un gran pecado al hacerse un dios de oro. Con todo, si te dignas perdonar su pecado..., y si no, bórrame del libro que has escrito» (Éxodo 32,31-32). Moisés no cambia al pueblo. Es el puente, es el intercesor. Los dos, el pueblo y Dios y él está en el medio. No vende a su gente para hacer carrera. No es un arribista, es un intercesor: por su gente, por su carne, por su historia, por su pueblo y por Dios que lo ha llamado. Es el puente. Qué hermoso ejemplo para todos los pastores que deben ser “puente”. Por eso, se les llama pontifex, puentes. Los pastores son puentes entre el pueblo al que pertenecen y Dios, al que pertenecen por vocación. Así es Moisés: “Perdona Señor su pecado, de otro modo, si Tú no perdonas, bórrame de tu libro que has escrito. No quiero hacer carrera con mi pueblo”. Y esta es la oración que los verdaderos creyentes cultivan en su vida espiritual. Incluso si experimentan los defectos de la gente y su lejanía de Dios, estos orantes no los condenan, no los rechazan. La actitud de intercesión es propia de los santos, que, a imitación de Jesús, son “puentes” entre Dios y su pueblo. Moisés, en este sentido, ha sido el profeta más grande de Jesús, nuestro abogado e intercesor. (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2577). Y también hoy, Jesús es el pontifex, es el puente entre nosotros y el Padre. Y Jesús intercede por nosotros, hace ver al Padre las llagas que son el precio de nuestra salvación e intercede. Y Moisés es la figura de Jesús que hoy reza por nosotros, intercede por nosotros.

Moisés nos anima a rezar con el mismo ardor que Jesús, a interceder por el mundo, a recordar que este, a pesar de sus fragilidades, pertenece siempre a Dios. Todos pertenecen a Dios. Los peores pecadores, la gente más malvada, los dirigentes más corruptos son hijos de Dios y Jesús siente esto e intercede por todos. Y el mundo vive y prospera gracias a la bendición del justo, a la oración de piedad, a esta oración de piedad, el santo, el justo, el intercesor, el sacerdote, el obispo, el Papa, el laico, cualquier bautizado eleva incesantemente por los hombres, en todo lugar y en todo tiempo de la historia. Pensemos en Moisés, el intercesor. Y cuando nos entren las ganas de condenar a alguien y nos enfademos por dentro —enfadarse hace bien, pero condenar no hace bien— intercedamos por él: esto nos ayudará mucho.




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XII Domingo de Tiempo Ordinario - A: No tengan miedo




P. Adolfo Franco, jesuita.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (10,26-33)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones. Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo.»

Palabra del Señor


Un mensaje muy oportuno para liberarnos del miedo que se ha extendido tanto por el virus.

Un anuncio repetido en el Evangelio, desde los comienzos de la infancia de Cristo, hasta la resurrección es “No tengas miedo”. Anuncio que en este párrafo del evangelio de San Mateo se repite varias veces. Y además Jesús nos da una motivación fundamental para quitarnos el miedo: “No tengas miedo, porque Dios tu Padre te cuida”.

Tenemos miedo de acontecimientos, de personas, de nosotros mismos. ¿De qué nos vienen los miedos? ¿Por qué nos vienen los miedos?

Sentimos nuestra pequeñez, nuestras limitaciones. Uno de los temores más frecuentes es el temor de la enfermedad. La vemos como una amenaza a nuestra tranquilidad, o a nuestra integridad física, al bienestar que necesitamos para vivir. Ciertamente nos da miedo estar enfermos, porque la enfermedad nos limita mucho y además con frecuencia va acompañada de dolores.

Nos da miedo la muerte. Es un temor natural por un lado, pero por otro, siendo parte inherente de nuestra condición de criaturas sometidas al paso inexorable del tiempo, deberíamos aceptarla, y encontrar la manera de hacer las paces con esta realidad constitutiva de la vida humana; y más aún si, como creyentes, sabemos que es una ventana hacia Dios.

Tenemos miedo a las amenazas exteriores, que pueden venirnos de personas que nos agreden, que nos imponen su fuerza. Temores de catástrofes. Tenemos miedo de los terremotos, de las inundaciones, de los huracanes, de los ladrones, de los terroristas.

A veces nos tenemos miedo a nosotros mismos. Miedo a equivocarnos, miedo a elegir mal, miedo a tener que resolver situaciones complicadas al interior del trabajo, o de la familia. Miedo a la vejez, miedo a estar sin futuro.

El Evangelio es un anuncio (casi una orden) “No tengas miedo”. ¿En que se fundamenta este anuncio? En este párrafo del Evangelio se nos dice que nuestro Padre cuida de nosotros. La Providencia rige nuestras vidas. La presencia de Dios cerca de nosotros debería espantar todos los miedos. E inclusive podría llegar el momento en que convirtiéramos las amenazas en aliados de nuestra vida. Dios está con nosotros, nuestra vida está en sus manos. Esos son los motivos con los que el Evangelio quiere eliminar de nuestras vidas el miedo.

Y es que el miedo, que por una parte es un sentimiento natural, por otra parte puede llevarnos a tener una vida triste, llena de inquietud, falta de vitalidad. El miedo nos quita alegría, y energía. Podemos superar el miedo, no mediante la solución de no pensar; el ser inconscientes e irresponsables, no es una salida para el miedo; es la solución del avestruz, que entierra su cabeza en la arena, para no ver el peligro; como si, no viendo el peligro, éste desapareciera. Seríamos como niños, que cuando sienten miedo en la cama, se esconden debajo de la almohada.

Podemos superar el miedo, porque Alguien más grande que todas las amenazas, nuestro Padre, camina a nuestro lado. El cuida de nuestra vida, porque para El somos lo más importante. A nosotros a veces nos queda algo así como un rompecabezas, difícil de armar ¿cómo se juntan las piezas del sufrimiento, de las dificultades, de nuestra propia pobreza personal, con esta certeza de que Dios nos cuida, de que nos trata como hijos? Así resolvía San Pablo este difícil problema: “Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rom 8, 28) 




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San Tarcisio, Patrón de Monaguillos



Mártir de la Eucaristía, siglo III
Patrón de quienes hacen primera comunión y monaguillos

"En Roma, en la Vía Apia, el martirio de San Tarsicio, acólito. Los paganos le encontraron cuando transportaba el sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo y le preguntaron que llevaba. Tarsicio, no quería arrojar las perlas a los puercos y se negó a responder; los paganos le apedrearon y apalearon hasta que exhaló el último suspiro, pero no pudieron encontrar el sacramento de Cristo ni en sus manos, ni en sus vestidos. Los cristianos recogieron el cuerpo del mártir y le dieron honrosa sepultura en el cementerio de Calixto". -Martirologio Romano.

En un poema, el Papa San Dámaso (siglo IV) cuenta que Tarsicio prefirió una muerte violenta en manos de una turba, antes que "entregar el Cuerpo del Señor". Lo compara con San Esteban, que murió apedreado por su testimonio de Cristo.

El hecho del martirio de San Tarsicio es histórico, pero no consta que fuese niño acólito como dicen algunos. Normalmente son los sacerdotes o diáconos los que llevan la Eucaristía a los que no pueden ir a la Santa Misa y la referencia a San Esteban hace pensar que Tarsicio fuese diácono. Pero la Iglesia puede confiar la Eucaristía a un laico en caso de verdadera necesidad.

Según la tradición al joven Tarsicio se le confió llevar la comunión a algunos cristianos que estaban prisioneros, durante la persecución de Valeriano.

El santo fue sepultado en el cementerio de San Calixto. No se ha identificado su sepultura. La iglesia de San Silvestre in Capite dice tener su reliquia.

Su fiesta se celebra el 15 de Agosto.


Relato del martirio de San Tarsicio

Valeriano era un emperador duro y sanguinario. Se había convencido de que los cristianos eran los enemigos del Imperio y había que acabar con ellos.

Los cristianos para poder celebrar sus cultos se veían obligados a esconderse en las catacumbas o cementerios romanos. Era frecuente la trágica escena de que mientras estaban celebrando los cultos llegaban los soldados, los cogían de improviso, y, allí mismo, sin más juicios, los decapitaban o les infligían otros martirios. Todos confesaban la fe en nuestro Señor Jesucristo. El pequeño Tarsicio había presenciado la ejecución del mismo Papa mientras celebraba la Eucaristía en una de estas catacumbas. La imagen macabra quedo grabada fuertemente en su alma de niño y se decidió a seguir la suerte de los mayores cuando le tocase la hora, que "ojala" decía él, fuera ahora mismo".

Un día estaban celebrando la Eucaristía en las Catacumbas de San Calixto. El Papa Sixto recuerda a los otros encarcelados que no tienen sacerdote y que por lo mismo no pueden fortalecer su espíritu para la lucha que se avecina, si no reciben el Cuerpo del Señor. Pero ¿quién será esa alma generosa que se ofrezca para llevarles el Cuerpo del Señor? Son montones las manos que se alargan de ancianos venerables, jóvenes fornidos y también manecitas de niños angelicales. Todos están dispuestos a morir por Jesucristo y por sus hermanos.

Uno de estos tiernos niños es Tarsicio. Ante tanta inocencia y ternura exclama, lleno de emoción, el anciano Sixto: 
"¿Tú también, hijo mío?" 
"¿Y por qué no, Padre? Nadie sospechará de mis pocos años".

Ante tan intrépida fe el anciano no duda. Toma con mano temblorosa las Sagradas Formas y en un relicario las coloca con gran devoción a la vez que las entrega al pequeño Tarsicio, de apenas once años, con esta recomendación: 
"Cuídalas bien, hijo mío". 
"Descuide, Padre, que antes pasaran por mi cadáver que nadie ose tocarlas".

Sale fervoroso y presto de las Catacumbas y poco después se encuentra con unos niños de su edad que estaban jugando. 
"Hola, Tarsicio, juega con nosotros: Necesitamos un compañero". 
"No, no puedo. Otra vez será", mientras apretaba las manos con fervor sobre su pecho. 
Y uno de aquellos mozalbetes exclama: 
"A ver, a ver que llevas ahí escondido". Y otro: - "Debe ser eso que los cristianos llaman", e intentan verlo. Lo derriban a tierra, le dan golpes, derrama sangre. Todo inútil. Ellos no se salen con la suya. Tarsicio por nada del mundo permite que le roben aquellos Misterios a los que el ama más que a si mismo...

Al momento pasa por allí Cuadrado, un fornido soldado que está en el periodo de catecumenado y conoce a Tarsicio. Huyen corriendo los niños mientras Tarsicio, llevado a hombros por Cuadrado, llega hasta las Catacumbas de San Calixto, en la Via Appia. Al llegar, ya era cadáver. Desde entonces el frío mármol guarda aquellas sagradas reliquias, sobre las que escribió San Dámaso: 
"Queriendo a San Tarsicio almas brutales, de Cristo el Sacramento arrebatar, su tierna vida prefirió entregar, antes que los misterios celestiales".





Fuente:



El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo - A





P. Adolfo Franco, jesuita.

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,51-58):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»

Palabra del Señor


Todos los que comemos de la misma eucaristía formamos un solo cuerpo, el Cuerpo de Cristo.

La realidad de la Humanidad de Cristo es central dentro del plan de salvación de Dios. El Invisible quiso acercarse a nosotros de una forma sorprendente. Quiso acercarse en la forma real de Jesús, que siendo Dios es verdadero hombre. Así en toda su vida manifiesta de innumerables formas el hecho de que es un hombre, semejante en todo a nosotros menos en el pecado. Y es hombre para manifestarnos a Dios, para convertirse en revelación, descubrimiento de lo que es Dios: Dios se ha ido manifestando; desde los orígenes se comunicaba con algunos de manera especial, y cuando llegó la plenitud de los tiempos se nos manifestó en Jesús, en forma ya plena. Todo el plan de salvación de Dios comienza por la encarnación del Hijo de Dios. Dios se hizo hombre de verdad, tuvo cuerpo. Por eso San Juan en su evangelio subraya esto, diciendo de la encarnación: el Verbo se hizo carne.

Naturalmente lo más visible del hombre es su cuerpo, aunque también el espíritu se asoma por las ventanas del cuerpo. Y para dejarnos esta enseñanza muy clara, hoy día la Iglesia nos hace una fiesta para celebrar la realidad del Cuerpo de Cristo.

Este cuerpo real que tuvo Cristo era el lenguaje por el cual Dios hablaba. Fue elemento esencial para manifestar el encargo que Cristo venía a traer. Cada uno de los miembros de su cuerpo eran mensaje de Dios. Por eso El mismo dirá: quien me ha visto a mí, ha visto al Padre.

Toda la fuerza de Dios salía hacia fuera en cada una de las acciones de Jesús a través de su Cuerpo, a través de su voz, de sus manos, de su mirada.

Cuando los ojos de Jesús miraban a alguien, a Pedro, a la pecadora, a los niños, era la luz de Dios mismo la que llegaba en esa mirada. De sus ojos debía salir una irradiación que llenaba al amigo de gozo, de certeza, de luz. Debía ser algo inefable sentirse mirado por Cristo. Y a través de esa mirada se podría llegar hasta el fondo de su ser, que era como un lago tranquilo, profundo, lleno de aliento, de esperanza, un mensaje de salvación.

Cuando Cristo tocaba a alguien (o era tocado) la energía de Dios se transmitía al afortunado que recibía ese contacto: La Magdalena, los leprosos, debieron sentir a través de las manos de Cristo una corriente de salud, de afecto. La ternura de Dios comunicada por el contacto de Cristo. Que unas veces limpiaba de la lepra y del miedo, otras veces limpiaba de la vergüenza de ser pecador. A algunos los levantaba resucitados, porque su contacto era fuerza de vida.

Sus palabras, los sonidos, salían de su propio corazón. Y de allí tomaban toda la fuerza que Dios puede llegar a poner en las palabras inventadas por los hombres, para darles un significado nuevo. Palabras de Cristo que salían con la marca de lo auténtico, de lo genuino. Palabras de aliento, para curar temores; palabras de bienaventuranza, para preferir a los pobres; palabras del Reino, para darle a la cosecha, a la pesca, al tesoro, a la perla, la trascendencia de la vida eterna. Por eso la gente que le oía decía: sólo tú tienes palabras de vida eterna; y también decían: nadie ha hablado como este hombre.

Su figura toda emanaba autoridad, firmeza, bondad, energía, cercanía. Era todo El la certeza de Dios entre los hombres, el cumplimiento de todas las promesas y de todos los mejores sueños que los hombres habían tenido desde el principio del mundo. El tuvo un cuerpo real, para enseñarnos a nosotros a vivir, para poder convertirse en nuestro camino, y en el ideal al que podemos aspirar.

Este Cuerpo de Cristo, una vez aparecido en el mundo, cuando llegó la “hora” de Dios, se hizo para siempre imprescindible. Y El antes de irse, nos lo dejó como Sacramento. Así cumple su promesa: yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Y esta Eucaristía, Cuerpo de Cristo, es el centro de la vida de todo cristiano. No se puede vivir la fe, sin recibir el mensaje que emana del Cuerpo de Cristo en la Eucaristía. De ese Cuerpo de Cristo llega a nosotros la luz de sus ojos, la fuerza de sus manos, la presencia de Dios, la participación de su vida. No se ha acabado la presencia hasta física de Dios en nuestro mundo. Y toda esa presencia está en la Eucaristía. El Cuerpo de Cristo sigue siendo para nosotros la manifestación real de Dios: “El es imagen visible del Dios invisible” (Col 1, 15). El que come este Pan vivirá para siempre. 




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San Antonio de Padua


Fiesta 13 de junio.
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La fe cristiana desde la Biblia: Testimonio apostólico



P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita

El arranque de nuestra fe es, sin duda, cristocéntrico. Jesucristo, el viviente, es su centro; y su espíritu que se nos comunica, su motor y su ánimo. Algo o con frecuencia “alguien” que nos supera y nos da vigor a veces contra toda esperanza. En definitiva, el Espíritu es un alguien “personalizado” que está en nosotros, en uno mismo.

Desde sus comienzos, la experiencia del Jesús viviente (resucitado) nos fue transmitida por sus apóstoles y sus discípulos, los más cercanos. Este grupo de hombres y mujeres despertaron como de un sueño a la realidad del viviente por iniciativa del mismo Jesucristo. Y cruzaron las fronteras del miedo y temor al del coraje y al sentirse animosos y con fuerza; del ser ignorantes y de un habla balbuciente, a la del expresar su indecible experiencia con una gran elocuencia comunicativa y persuasiva; del ser tímidos y huidizos, a presentar su testimonio incluso ante unos duros tribunales determinados a una condena irremediable. Aquellos apóstoles y discípulos, formados por Jesús, transfigurados ya por el Espíritu, fueron sus testigos, los que proclamaron su experiencia hasta el confín del mundo.

Y para proceder a la elección por suertes del discípulo y apóstol Matías como sucesor de Judas el traidor, escribe Lucas en palabras atribuidas al apóstol Pedro: “Es, pues, preciso que elijamos a uno de ellos para que junto con nosotros dé testimonio de la verdad de la resurrección” (Hch 1,22).


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Teología fundamental. 12. El Credo. El misterio de la Trinidad de Personas en la Unidad de Dios



P. Ignacio Garro, jesuita
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA

5. EL CREDO
(Continuación)

5.3.1.  EL MISTERIO DE LA TRINIDAD DE PERSONAS EN LA UNIDAD DE DIOS 

5.3.1.1. EL MISTERIO EN SÍ

"Es necesario que el misterio del Hijo de Dios hecho hombre y el misterio de la Santísima Trinidad,que forman parte de las verdades principales de la Revelación, iluminen con la pureza de la verdad la vida de los cristianos- (S.C. para la Doctrina de la Fe, Decl. Para defender la fe contra algunos errores actuales acerca de los misterios de la Encarnación y de la Santísima Trinidad, 21-11-1972 AAS 64 [19721, pp. 237-246, n. 1).
El misterio de la Santísima Trinidad nos enseña que en Dios hay Tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo; pero que las tres tienen una misma Naturaleza divina, y en consecuencia son un solo Dios. Este misterio es un dogma de fe definido: cfr. Dz. 39, 54, 86, 703, etc. 
Las palabras "naturaleza" y "persona", no se toman aquí en el sentido corriente de los términos, sino de acuerdo con el lenguaje filosófico, que es más preciso. La naturaleza o esencia de los seres es aquello que hace que las cosas sean lo que son; el principio que las capacita para actuar como tal (por ejemplo, la naturaleza del hombre es ser animal racional compuesto de alma y cuerpo), La persona, en cambio, es el sujeto que actúa (por ejemplo un hombre concreto con un nombre: Pancho Tiznado Téllez, que actúa de acuerdo a su naturaleza: piensa, quiere, trabaja, etc.). Así es claro que en cada hombre hay una sola naturaleza y una sola persona. En Dios, en cambio, no ocurre así: una sola Naturaleza sustenta a una Trinidad de Personas.


5.3.2. REVELACIÓN DEL MISTERIO

En el Antiguo Testamento hay varias alusiones a este misterio; pero Dios no quiso enseñarlo de modo claro, quizá porque los judíos, propensos a la idolatría hubieran tomado por tres dioses a las tres Personas divinas.

En el Nuevo Testamento se nos enseña de manera precisa. Veamos dos textos en que se nombran las tres divinas personas: 

El primero relata el bautismo de Cristo. El Padre dejó oír su voz desde el cielo: "Este es mi Hijo muy amado; escuchadle-. El Hijo era bautizado por San Juan. Y el Espíritu Santo descendió en forma de paloma (cfr. Mt. 3, 17). 

El segundo nos muestra a Cristo cuando mandó a los Apóstoles a la conversión del mundo. "Id, les dijo, y enseñad a toda la gente, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt. 28, 19). 

La fe católica es que veneremos a un solo Dios en la Trinidad y a la Trinidad en la unidad; sin confundir las personas ni separar la sustancia. Porque una es la persona del Padre, otra la del Hijo y otra la del Espíritu Santo; pero el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son una sola divinidad, les corresponde gloria igual y contorno majestad (Símbolo de S. Atanasio o Quicumque).


5.3.3. ERRORES 

Los principales son de dos clases: 
a) Unos, queriendo asegurar mejor la unidad de naturaleza de Dios, negaron la trinidad de Personas, afirmando que las tres divinas Personas eran tan sólo tres diversos modos de concebir a Dios. Entre éstos está Sabelio.

b) Otros, queriendo asegurar mejor la diferencia de personas, llegaron a negar la igualdad de Naturaleza. Por ejemplo, Atrio que negó la divinidad de Cristo, asegurando que era de diferente naturaleza que el Padre; y Macedonio que negó la divinidad del Espíritu Santo. 

Sabelio fue excomulgado por el Papa Calixto I; y Atrio y Macedonio condenados por el Concilio de Nicea y I de Constantinopla. 


5.3.4. NATURALEZA DEL MISTERIO 

A ninguna inteligencia creada o creable le es posible comprender el misterio de la Santísima Trinidad. El esfuerzo racional de los teólogos -y principalmente de S. Tomás de Aquino- ha tratado de ilustrarlo a partir de los datos revelados: tarea que emprendemos a continuación.

5.3.4.1. Distinción de las personas 
Las tres divinas personas no se distinguen ni por su Naturaleza, ni por sus perfecciones, ni por sus obras exteriores. Se distinguen únicamente por su origen. 

1°. No se distinguen:

a) Por su Naturaleza, porque tienen una Naturaleza común, la Naturaleza divina. Así no son tres dioses, sino un solo Dios. 

b) Ni por sus perfecciones, porque éstas se identifican con la Naturaleza divina. Así ninguna de las tres Personas es más sabia o poderosa, sino que todas tienen infinita sabiduría y poder; ni la una es anterior a las otras, sino que todas son igualmente eternas. 

c) Ni por sus obras exteriores; porque teniendo las tres la misma Omnipotencia, lo que obre una respecto a la criatura, lo obran las otras dos. 


2°. Se distinguen únicamente por su origen, porque el Padre no proviene de ninguna persona; el Hijo es engendrado por el Padre; y el Espíritu Santo procede a la vez del Padre y del Hijo. Esto es lo que impide que una Persona se confunda con las otras. 

a) Procesiones 

Es inútil buscar en el mundo físico un equivalente a este misterio; pues tal verdad sobrepasa el limite de lo creado. Es posible, sin embargo, alcanzar una cierta profundización en esta verdad gracias a la Revelación. Así, con respecto a la Primera y a la Segunda Personas divinas hallamos, por una parte, el empleo de términos relativos: Padre-Hijo (cfr. Jn. 1, 18-1 14, 13; Gal. 4, 4); y por otra parte, que el Hijo es el Verbo del Padre: la Palabra interior con que se expresa totalmente a Sí mismo (cfr. Jn. 1, l). De la Tercera Persona se nos dice que procede del Padre y del Hijo (cfr. Jn. 15, 26). A partir de estos datos revelados, y basándose en la analogía de las potencias espirituales del hombre (inteligencia y voluntad), los teólogos han ilustrado -no explicado- este misterio. Las Procesiones (de procedencia) lo ilustran de algún modo.

a.1.- El Padre no proviene de ninguna otra Persona. 
a.2.- Cuando la inteligencia humana conoce una cosa -por ejemplo una silla- forma de ella un concepto, también llamado palabra interior o verbo. La inteligencia" divina se comportará analógicamente: de aquello que conoce en primer lugar -la misma esencia de Dios- forma un concepto, o verbo. 
La idea o concepto concebida tiene, en el hombre, dos características: es distinta de la cosa conocida (la idea de silla no es la silla misma), y es, tan sólo, un imperfecto reflejo de ella (la inteligencia no es capaz de penetrar todo el ser de la cosa). Pero cuando concibe la Inteligencia Suma -al conocerse a Sí mismo-, esa idea será perfecta: el término de ese acto intelectivo perfectísimo es una Idea perfectísima. Además, por ser Dios absolutamente simple, la Idea eterna no se distingue en realidad de la Naturaleza divina. 
Esta Idea perfecta de la esencia divina subsiste a su vez como distinta; y, en este insondable misterio, la Persona que, conociéndose concibe el Verbo, es Dios Padre; la Persona engendrada o concebida por el Padre (Palabra eterna de Dios, el Verbo, Imagen perfecta M Padre), es el Hijo (cfr. San Agustín, De Trinitate, 9; Santo Tomás, S. Th. 1, q. 34, a. l). 

a.3.-  El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo por vía de Voluntad y Amor. 
Para la procedencia de la Tercera persona se toma como punto de referencia la otra operación del alma humana: la voluntad libre. El estudio de sus operaciones dará la clave para ilustrar la procesión del Espíritu Santo: Dios Padre, al conocer eternamente su Verbo, eternamente lo ama, lo mismo sucede en la relación amorosa del Hijo al Padre. Este nexo de Amor infinito y perfectísimo da lugar a una Persona divina subsistente, que es el Espíritu Santo. 
Advertimos también que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo como de un solo principio. Focio, patriarca de Constantinopla, fue condenado por enseñar que el Espíritu Santo procedía solamente del Padre. 


b) Nombres de las Tres Divinas Personas 

1°.- La primera Persona se llama Padre, porque ha engendrado a la segunda Persona, que es Hijo suyo por naturaleza desde toda la eternidad. Jesucristo es el único Hijo de Dios por naturaleza, puesto que nosotros sólo lo somos por adopción.

2°.- La segunda Persona de la Santísima Trinidad se llama: 
  • Hijo, porque es engendrada por el Padre, y posee su Naturaleza. 
  • Verbo, esto es, palabra de Dios, porque así como el verbo o palabra es fruto del humano entendimiento, así el Verbo es fruto del entendimiento del Padre. La tercera persona se llama Espíritu, que expresa aspiración o impulso de amor, porque procede del Padre y del Hijo por vía de la Voluntad y de Amor. Se agrega Santo, porque a él se atribuye de modo especial la santidad. 
  • Unidad de Naturaleza 
Las tres divinas Personas tienen una misma Naturaleza divina. En consecuencia: 

1°. No son tres dioses, sino un solo Dios. 
2°. Todas las tres divinas Personas son igualmente perfectas puesto que tienen una misma Naturaleza común. 
3°. Siendo un solo Dios, debe también decirse que hay un solo Omnipotente, un solo Eterno y un solo Señor. 


5.3.5. ACTIVIDAD DE LAS DIVINAS PERSONAS 

5.3.5.1. Actividad interna y externa 

La actividad de Dios es interna (ab intra), si se refiere a las divinas Personas entre Sí, y externa (ad extra), si se refiere a las criaturas. 

1°. La actividad interna de Dios es propia de cada una de las divinas Personas, porque se basa en sus relaciones de origen, que son propias de cada persona. 
Así sólo el Padre no procede de otra Persona; sólo el Hijo es engendrado por el Padre; y sólo el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. 
Estas tres relaciones, fruto de la actividad interna de Dios, han recibido el nombre de paternidad, filiación y espiración. La paternidad es la relación del Padre al Hijo. La filiación, la relación del Hijo al Padre. La espiración, la relación del Padre y del Hijo al Espíritu Santo. 

2°. La actividad externa de Dios es común a las tres divinas Personas, y así todo lo que hace una de ellas para con las criaturas, lo hacen también las otras dos. 

5.3.5.2. Atribuciones 

Además de las obras propias de cada Persona y de las comunes a todas tres, hay ciertas obras apropiadas, que sin ser exclusivas, se atribuyen especialmente a cada una de las divinas personas. Así la Escritura suele atribuir: 
  • Al Padre la omnipotencia y las obras de omnipotencia, como la creación y conservación de las criaturas. 
  • Al Hijo la sabiduría y las obras de sabiduría, como la Redención y el juicio final. 
  • Al Espíritu Santo el amor y las obras de amor, como la santificación de las almas. 
Estas obras y perfecciones se atribuyen especialmente a cada una de las divinas personas, por tener alguna relación con su origen. 
  • Al Padre se atribuyen de modo especial las obras de omnipotencia a, porque siendo el principio de las otras dos Personas, es de modo especial origen de todos los seres. 
  • Al Hijo se le atribuye en especial la sabiduría porque procede por vía de entendimiento, y la sabiduría es Fruto del entendimiento. 
  • Al Espíritu Santo se atribuye especialmente el amor, porque procede por vía de Voluntad y de Amor. 
Sin embargo, es importante recordar, que teniendo las tres Personas tina misma Naturaleza divina, tienen en realidad igual Omnipotencia, Sabiduría y Amor. 


5.3.6. MISTERIO INCOMPRENSIBLE PERO NO CONTRADICTORIO 

Al hablar de este misterio es preciso no alterar los términos con que la Iglesia lo expresa: en Dios hay tres Personas y una sola Naturaleza. 

No podemos comprender este misterio, entre otros motivos porque no podemos tener una idea clara de lo que es en Dios la Persona. 

Sin embargo, no hay contradicción en él. Habría contradicción si se dijera que en Dios hay una persona y tres Personas, o una naturaleza y tres naturalezas. Pero lo que se enseña es que en Dios hay tres Personas y una Naturaleza. 

Debemos creer firmemente este misterio porque Dios nos lo ha revelado. Por otra parte, no podemos extrañar que siendo Dios infinito, haya en El cosas que sobrepasen nuestro entendimiento. 


5.3.7. DEBERES PARA CON LA SANTÍSIMA TRINIDAD 

Debemos: 
  • Rendirle nuestros homenajes de adoración y amor; 
  • Agradecerle los inmensos beneficios de la Creación, Encarnación y Redención; 
  • Encomendarnos a las tres divinas Personas, fuente de luz, esperanza y amor para el cristiano. 
Las oraciones más recomendadas en su honor son la invocación "Gloria al Padre…" y el Trisagio Angélico. Debemos honrarla especialmente los domingos, día que la Iglesia dedica a su culto. 


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